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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (29 page)

—Era un grupo pequeño —murmuró Khokakhchin—, de unos treinta hombres. Los demás siguieron la marcha hacia el campamento. Deben de ser unos trescientos. —Hizo una pausa—. No son Taychiut sino Merkit los que persiguen a tu esposo.

Bortai se puso tensa. Los viejos enemigos de Yesugei seguramente habían decidido atacar al hijo de éste antes de que fuera más poderoso. Los Taychiut ya le habían perdonado la vida en una ocasión, de modo que Bortai había abrigado la esperanza de que lo dejaran con vida si lo atrapaban. Pero los Merkit no tenían ninguna razón para mostrarse piadosos con él.

—Escóndete —le dijo la vieja criada—. Todavía no estamos a salvo.

Bortai volvió a ocultarse entre la lana. El carro pasó una loma con un crujido: el vehículo gemía con las irregularidades del terreno, sacudiéndose y empujándola contra los listones de los costados, hasta que todo su cuerpo fue una magulladura. Debían de estar acercándose a los bosques que bordeaban el estrecho río. El carro se sacudió violentamente y ella rodó hacia un lado; oyó un crujido intenso. El carro se sacudió y se detuvo.

El eje, pensó la joven, aterrada. Khokakhchin maldijo y dio un latigazo al buey; después se inclinó hacia Bortai.

—No te muevas, niña —dijo la anciana—. Se acercan unos hombres.

Bortai se tendió de bruces y esperó. La tierra tembló bajo los cascos de los caballos.

—¡Anciana! —gritó uno de los jinetes; Bortai sintió que los hombres se apiñaban en torno al carro—. ¡En el campamento no hay nadie excepto unas pocas mujeres y niños! ¿Dónde están los demás?

—No lo sé —dijo Khokakhchin—. Cuando partí, todo estaba en calma. Yo…

—Tú sabes más de lo que dices. Alguien debe de haberles avisado. Hemos visto huellas que se alejaban del campamento. Tú no llevas lana a tu "yurt"… estás huyendo.

—No sé de qué hablas. Todo lo que tengo es mi lana. Dejadme seguir mi camino.

—No llegarás muy lejos con el eje roto —dijo otra voz desde atrás del carro—. Tal vez haya algo más que lana en este carro.

—No hay nada —gritó Khokakhchin.

—Eso lo veremos —dijo el segundo hombre.

Bortai se acurrucó debajo de la lana. El carro se estremeció cuando alguien subió. Unas manos golpearon la lana. De pronto, unos dedos se cerraron en torno al tobillo de la joven. Ella pateó y sintió que la sacaban del carro tirando de sus piernas. Un par de pequeños ojos oscuros la observaban; la mano de Bortai voló hacia el ancho rostro del hombre. Él le desvió el brazo y la arrojó al suelo de un golpe.

—Así que esto es lo que ocultaba la vieja —dijo el hombre.

Era alto, con hombros anchos y aspecto de luchador, pero su bigote, fino y ralo, era el de un joven. Bortai se puso torpemente de pie. Los caballos la rodeaban; algunos hombres se inclinaron un poco en las monturas para verla mejor.

—Esto sí que es un premio —continuó el joven—. La vieja perra escondía una belleza.

Bortai se tambaleó, mareada. Khokakhchin se debatió cuando otro hombre la sacó a la rastra del carro. Dos cautivas estaban boca abajo sobre las ancas de sendos caballos; unas gruesas trenzas asomaban debajo del pañuelo que cubría la cabeza de una de ellas. La cautiva giró la cabeza, y Bortai se encontró mirando los ojos oscuros y aterrados de Sochigil.

Khokakhchin se libró de las manos que la retenían y avanzó a trompicones hasta quedar junto a Bortai.

—No es más que una muchacha tonta —dijo la criada—. Tenéis razón, es bonita, pero de nada sirve, pues también es ociosa y retardada. Vino conmigo a esquilar, y yo tuve que hacer todo el trabajo. Es una carga que nadie necesita.

—Hablas demasiado —dijo un hombre al tiempo que empujaba a la vieja con su lanza—. Ya has mentido antes, y estás mintiendo ahora.

—¿Está diciendo la verdad? —dijo uno de los hombres dirigiéndose a Sochigil—. ¿Sabes quién es esta muchacha? —Extrajo su cuchillo y lo apoyó en la garganta de la mujer—. ¡habla!

Sochigil chilló al sentir el cuchillo contra su cuello.

—Es Bortai… la esposa de Temujin. La anciana Khokakhchin es criada de su madre. Es la verdad… no me hagas daño.

Bortai abrazó a la vieja criada. Estaban perdidas; Temujin sin duda esperaba que ella hiciera todo lo posible por conservar la vida.

—Dice la verdad —afirmó—. Soy Bortai Ujin. —Miró con furia a la otra mujer—. Ella lo sabe bien, puesto que era la segunda esposa de Yesugei Bahadur.

El joven que la había sacado a la rastra del carro rugió de risa.

—¡La esposa de Temujin! —gritó—. ¡He encontrado a su esposa! ¡Ya nos hemos vengado de ese bastardo mongol!

Bortai se irguió, animada: cuanto más tiempo consiguiese demorar a esos hombres, mayor sería la distancia que su esposo pondría entre él y sus perseguidores.

—¡Mi hermano bailará de alegría cuando se entere de lo que hemos encontrado! —continuó el hombre. Su enorme manaza cayó sobre el hombro de Bortai—. ¿Sabes quién soy, mujer?

Bortai abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

—¿Cómo podría saberlo? —logró decir finalmente—. Eres un desconocido para mí. ¿O eres tan famoso que debería saber quién eres?

Algunos de los hombres soltaron una risa burlona. El joven frunció el entrecejo y levantó una mano; Bortai retrocedió.

—Mi nombre es Chilger —bramó el joven—, y mis camaradas me llaman Boko el Atleta. —Flexionó los brazos—. Mi hermano mayor es Yeke Chiledu. ¿Sabes lo que el padre de tu esposo le hizo a mi hermano? —Mostró los dientes—. Le robó la esposa, pocos días después de la boda. Obligó a huir a mi hermano y le quitó la esposa.

Bortai se tambaleó, apoyándose en Khokakhchin. Hoelun-eke nunca había hablado de su primer esposo. Los hombres reían otra vez; ella sepultó el rostro en el hombro de Khokakhchin.

—Ella cabalgará conmigo —dijo el hombre llamado Chilger-boko—. Tengo más derecho que nadie a quedarme con ella.

—Llévala contigo —le dijo un hombre mayor—. Los jefes decidirán si tienes derecho a quedarte con ella o no. Ya nos hemos demorado mucho.

El joven la separó de Khokakhchin, le ató las muñecas y la obligó a montar en su caballo.

42.

—Tengo hambre —dijo Temulun.

—Cállate —dijo Hoelun, y le dio una palmada en la mano. A sus pies, en la ladera boscosa, los hombres descansaban apoyados en sus caballos, exhaustos por el ascenso.

Menos de veinte hombres habían seguido a Temujin hasta el monte Burkhan Khaldun; los otros se habían dispersado.

Temujin circuló entre sus hombres, tratando de infundirles ánimo. Los había conducido a través de los pantanos y los bosques que rodeaban la montaña, por un sendero de ciervos que atravesaba el bosque denso y casi impenetrable. Se habían visto obligados a avanzar a pie, llevando a los caballos de la brida, mientras el lodo succionaba sus botas a medida que avanzaban por el terreno pantanoso y los mosquitos se apiñaban a su alrededor; Borchu había estado a punto de perder su caballo en una ciénaga. El ascenso de la ladera este también había sido muy penoso, y habían tenido que abrirse paso entre la maleza, segándola para que pudieran pasar las cabalgaduras.

Pero su hijo había elegido bien el refugio. El terreno húmedo y lodoso del pantano había cubierto muy pronto sus huellas. Aunque sus perseguidores llegaran a pie hasta el Burkhan Khaldun, los árboles les bloquearían el camino. Temujin había enviado a tres hombres al pie de la montaña con la orden de cubrir el sendero que habían abierto.

—Madre —susurró Temulun—, ¿cuánto tiempo permaneceremos aquí?

—No lo sé.

Temujin se acercó a ellas, seguido por Temuge y Khachigun. Los hijos de Hoelun se sentaron en el suelo alrededor de la madre. Temujin seguramente estaría pensando en Bortai, pero sin un caballo de recambio jamás habría podido seguir adelante y encontrar un camino a través del pantano.

Una sombra ascendió por la ladera hacia ellos.

—Ya cubrimos el sendero —dijo la voz de Jelme—. Vi hogueras más allá del pantano y trepé a un árbol para echar un vistazo. —Se oyó un jadeo—. Los enemigos están acampados allá abajo.

—¿Cuántos hombres? —preguntó Temujin.

—Unos trescientos, y no son Taychiut. He visto antes sus estandartes, cuando mi padre y yo acampamos en el norte. Pertenecen a los jefes Merkit Dayir Usun, Khagatai Darmala y Toghtoga Beki. Nuestros perseguidores son Merkit.

Hoelun se cubrió el rostro. Yesugei había sido el responsable de la desgracia que sufría su hijo.

—Debemos trasladarnos más arriba —dijo Temujin—, antes de que se haga más de noche. Tratarán de alcanzarnos cuando llegue la mañana y debemos estar preparados para recibirlos.

Las hojas crujieron bajo sus pies mientras descendía a hablar con sus hombres.

Las cautivas, libres ya de sus ligaduras, estaban sentadas juntas, rodeadas de guardias mientras otros soldados encendían hogueras. Bortai se apoyó en Khokakhchin; Sochigil-eke lloraba. Los Merkit que habían seguido adelante, dejando a las cautivas atrás con algunos soldados, habían perseguido a Temujin pero no habían conseguido darle alcance. Habían seguido sus huellas hasta el pantano, donde perdieron su pista.

Su esposo debía de estar en la montaña, pero sería muy peligroso atacarlo. Temujin se encontraría en terreno más alto y muchos Merkit caerían antes de que pudieran capturarlo. Tal vez renunciaran a atraparlo y se conformaran con las prisioneras que ya tenían en su poder.

—Mi hijo me abandonó —dijo Sochigil, enjugándose el rostro—. Temujin debió de obligarlo a ello. Él nunca me habría abandonado si…

—Siempre que los hombres logren escapar —dijo Bortai—, podemos tener esperanzas de que nos rescaten más tarde.

Sochigil sacudió la cabeza.

—No esperes eso, niña. Pueden pasar años antes de que Temujin se haga lo bastante fuerte para vengarse, y para entonces ya será demasiado tarde para nosotras. —La mujer de ojos oscuros se ajustó al pañuelo que le cubría la cabeza—. Ya ves cuánto tiempo les llevó a estos Merkit vengarse de lo que hizo mi esposo. Saben que yo soy la otra viuda de Yesugei. Les complació enterarse, se mostraron casi tan contentos por eso como por el hecho de que tú misma hubieras caído en sus manos. —Le cogió de la manga—. Como somos quienes somos, es difícil que nos entreguen a unos vulgares pastores.

Bortai la miró con furia. La tonta se enorgullecía de ser una cautiva importante. Apretó los dientes. Esos hombres sin duda tenían motivos para odiar a Yesugei, pero ésa no podía ser la única causa de que obrasen como lo hicieron. Antes no tenían motivos para atacar a Temujin, pero ahora su esposo se estaba convirtiendo en un jefe poderoso, en una posible amenaza para ellos.

Temujin sin duda trataría de rescatarla, pero necesitaba un ejército para enfrentar a los Merkit, y si los atacaba demasiado pronto todo podía terminar en un desastre. Le llevaría tiempo reunir fuerzas, y para entonces ella ya sería la mujer de algún Merkit. Hasta Hoelun-eke le recomendaría sacar el mejor partido posible de su destino, como había hecho ella misma cuando Yesugei la capturó.

Tres hombres se acercaron; uno de ellos era Chilger-boko. Bortai sintió un gusto amargo en la boca. Chilger le había murmurado algo a los otros hombres cuando se detuvieron a levantar las tiendas, y la había señalado desde lejos como si ya fuera de su propiedad.

Los tres hombres se detuvieron delante de ella.

—Ésta es —dijo Chilger—. La mujer de Temujin.

Bortai alzó la vista. Uno de los tres jefes Merkit, un hombre bajo y robusto llamado Toghtoga Beki, estaba a un lado. El tercer hombre era más pequeño y no tan musculoso como Chilger, pero sus pequeños ojos oscuros y su boca ancha se parecían a los del joven. Bortai supo quién era aun antes de que hablara.

—Debería ser entregada a mi hermano —dijo—. El padre de Temujin me robó mi primera esposa, y Chilger aún no ha tomado ninguna.

—Eso lo decidiremos después de capturar a su esposo —dijo Toghtoga—. Muchos de los nuestros querrían llevársela a su tienda, pero tú tenes derecho a decidir el destino de esta mujer. Creo que Dayir estará de acuerdo, y Khagatai ya tene muchas esposas.

A Bortai le ardieron los ojos; buscó la mano de Khokakhchin.

—Quédate conmigo, Khokakhchin-eke —susurró—. No podría tolerar que me separaran de ti.

—Pobre niña —respondió Khokakhchin abrazándola.

Bortai miró hacia arriba, en dirección a la ladera en sombras de Burkhan Khaldun, rogando que el espíritu de la montaña protegiera a su esposo; después recordó la historia que mucho tempo atrás Temujin le había contado sobre su sueño: estaba de pie en una montaña y desde allí podía ver el mundo. Se preguntó qué vería desde esta montaña.

Sueños, pensó con desesperación. Un sueño le había prometido que Temujin sería de ella, pero no le había dicho que el tiempo que pasarían juntos sería tan breve.

Los Merkit permanecieron al pie de la montaña durante tres días. Cada mañana, los hombres buscaban un camino seguro a través de la espesura y del pantano; cada noche regresaban sin haberlo encontrado.

El cuarto día nadie salió. Los hombres mostraban expresiones ceñudas cuando se reunieron a escuchar las órdenes de los jefes. Bortai, que observaba desde su lugar con las otras cautivas, advirtió que era posible que los Merkit abandonaran la persecución.

El jefe llamado Khagatai Darmala se adelantó.

—Es inútil continuar aquí —dijo—. El condenado hijo de Yesugei se nos ha escapado.—Algunos hombres intercambiaron murmullos—. Sin embargo, lo hemos herido; sus tiendas están vacías, sus seguidores dispersos, y su mujer es nuestra cautiva. Nos hemos vengado de él… Derramará muchas lágrimas por lo que ha perdido, y ya no nos molestará. Hoy pararemos de aquí y apresaremos a todos los suyos que encontremos en el camino. Cuando regrese a su campamento hallará que su "yurt" ha sido destrozado y la entrada que alberga al espíritu de su hogar ha sido hollada por nuestras botas. Quedaos en paz, hermanos, pues hemos logrado una victoria.

Los hombres bajaron la cabeza; sólo unos pocos prorrumpieron en vivas.

—¡Escucha mis palabras, Temujin! —gritó Khagatai a la montaña—. ¡El cielo te ha abandonado! ¡Tu campamento está vacío y extinguidos los fuegos de tu hogar! ¡Tus seguidores te maldecirán por no haberlos protegido! ¡Tus mujeres llorarán cuando las abracemos!

Este discurso ocasionó otros pocos gritos de alegría. Los jefes se acercaron a las cautivas.

—Ésta es la mujer de nuestro enemigo Temujin —agregó Khagatai—, cuyo padre robó la esposa de Yeke Chiledu. Nuestro camarada ha sido vengado. Chiledu podría haber reclamado a esta mujer para él, pero ha pedido que sea entregada a su hermano menor, que fue uno de los que la encontraron. Yo digo que eso es justo.

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