Read Gengis Kan, el soberano del cielo Online

Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (32 page)

Jamukha pasó ante un "yurt" en llamas. Los Merkit gritaron cuando los hombres a caballo los empujaron a un lado; otros soldados saqueaban las viviendas. Una mujer gritó y un Jajirat la arrojó al suelo, después cayó sobre ella. Los muertos yacían en tierra, con sus arcos y cuchillos en la mano.

Su caballo se encabritó cuando una flecha pasó junto a él e hirió al hombre que venía detrás. El agresor bajó el arco y desapareció dentro de una tienda. Jamukha le hizo señas a un guerrero que estaba cerca, soltó las riendas, desmontó de un salto, desenvainó la espada y entró en el "yurt".

—No nos mates —dijo una voz.

Había una niña cerca del fogón, con un arco en la mano y un carcaj vacío colgando de su cinturón. Junto a ella, un niño sostenía un cuchillo en la mano.

Jamukha sonrió.

—Te ruego que seas clemente con mi hermano y conmigo —dijo la muchacha.

Algo latía furiosamente en el interior de Jamukha, algo que pugnaba por liberarse.

—Arrojad vuestras armas —dijo Jamukha, en tono suave y con una sonrisa en los labios.

La muchacha soltó el arco; el niño dudó un instante, pero finalmente arrojó su cuchillo al suelo. Jamukha apretó aún más la empuñadura de su espada. La muchacha retrocedió y se cerró el abrigo con una mano; Jamukha sabía qué era lo que ella temía. De un mandoble decapitó a la muchacha. La sangre brotó del torso sin cabeza. El niño intentó recuperar el cuchillo, pero Jamukha se lanzó sobre él, lo arrojó al suelo boca abajo, le bajó los pantalones y lo penetró.

El niño se debatió, pero fue en vano. Apenas hubo consumado la violación, Jamukha enterró el cuchillo en la espalda del niño. Cuando el pequeño cuerpo quedó inmóvil, su asesino se cerró los pantalones, limpió su cuchillo y su espada en el abrigo del niño muerto y luego se dirigió al fogón.

Estaba tranquilo, sentí la mente despejada y el cuerpo relajado. Una mirada a la tienda le dijo que no encontraría gran cosa allí. Tiró al suelo el fogón de metal, y salió cuando las llamas empezaron a extenderse por el suelo cubierto de fieltro.

Una fila de carros avanzaba bamboleándose por la ribera. Bortai ya no veía a los Merkit que habían escapado a caballo. De pronto, un carro se detuvo delante del suyo, con la rueda derecha atrapada en una zanja.

Los "yurts" estaban en llamas, unos soldados galopaban hacia el río. Algunas mujeres saltaron de sus carros y corrieron a pie remontando el curso del agua. Bortai sabía que no lograría huir. Los jinetes aullaron mientras se desplegaban alrededor de las fugitivas, todos los carros ya se habían detenido. Algunos guerreros galoparon en persecución de las que escapaban a pie. De los carros partieron algunas flechas; la agresión fue respondida con una lluvia de lanzas y saetas.

—¡Bortai! —gritó una voz ronca—. ¡Bortai!

—¡Entregaos! —gritó otro hombre—. ¡Entregaos ahora y os perdonaremos la vida! ¡Si os resistís, todos moriréis!

Los atacantes cerraron el círculo alrededor de los carros.

—¡Bortai!

La joven reconoció la voz y se sintió súbitamente mareada.

—¡Bortai, ¿estás aquí? ¡Bortai!

—¡Temujin! —gritó ella, se irguió y vio el caballo gris, cuyos flancos parecían blancos a la luz de la luna—. ¡Temujin!

Él cabalgó a su encuentro, indiferente a los jinetes que lo rodeaban. KhoIcakhchin bajó rápidamente del carro y ayudó a Bortai a descender. Las dos corrieron a trompicones hacia el jinete y agarraron las riendas de su caballo.

—Temujin —susurró Bortai. Cuando él desmontó y la abrazó, ella apoyó la cabeza en el abrigo manchado de sangre de su esposo—. Temujin. No sabía… creí que…

—Juré que te encontraría —jadeó él.

—Pero ¿cómo…?

—Ahora tengo un ejército. Jamukha y Toghril Kan han venido conmigo. Les dije que no descansaría hasta encontrarte.

Ella extendió los brazos y acarició el rostro del joven con dedos temblorosos, asegurándose de que verdaderamente estaba allí.

—Temujin.

Cuando estuvo entre sus brazos, Bortai fue repentinamente consciente de su vientre hinchado. Él la miró y el brillo de sus ojos se esfumó. Ella oyó los alaridos de la mujeres y los niños mientras los hombres de Temujin los sacaban por la fuerza de los carros.

—¡Jelme! —gritó Temujin. El Uriangkhai se acercó a ellos—. Ya he encontrado lo que vine a buscar. No hay necesidad de seguir adelante esta noche. Acamparemos aquí, pondremos a los prisioneros en lugar seguro y descansaremos.

—Pero otros escaparán —dijo Jelme.

—Podremos capturarlos más tarde. Da la orden.

Jelme desapareció entre la multitud. Bortai sintió una contracción y a punto estuvo de perder el equilibrio.

—¿Qué ocurre? —preguntó Temujin—. ¿Ha llegado el momento?

—No puede ser —intervino Khokakhchin—. Todavía no. —La subieron al carro—. Debe descansar.

Temujin había reunido un ejército para rescatarla. El brazo del hombre le apretó el vientre cuando la subía al carro, y ella se preguntó si su esposo no lamentaría haberla encontrado.

46.

Bortai despertó. El dolor había desaparecido y el niño seguía dentro de ella. A través de la abertura del carro cubierto pudo ver que empezaba a clarear. Los soldados estarían reuniendo el botín y decidiendo qué cautivos podían seguir con vida. De pronto, alguien subió al carro.

—Khokakhchin-eke —murmuró Temujin.

—Habla despacio —respondió la anciana—. La Ujin todavía duerme. —La anciana se arrastró hasta la salida, pero Bortai no se movió—. Pobre niña, tuvo que soportar muchas cosas después que fuerais tan cruelmente separados. Pero eso ya pasó.

—Sí. —A sus oídos llegaban los lamentos de los que agonizaban—. Ahora dime qué le ocurrió a mi esposa.

Khokakhchin permaneció en silencio durante un rato. Después, dijo:

—La entregaron a un hombre llamado Chilger-boko.

—Eso me dijeron. —La voz de Temujin era inexpresiva.

—Era más amable con sus caballos y ovejas que con la Ujin. La golpeaba a menudo. Hubo veces en que temí que la matara, a ella y al niño.

—Maldito sea —dijo Temujin.

—Era un cuervo que creía que podía alimentarse con garzas en vez de ratas, pero ahora ha perdido a su garza.

—Cuando lo encuentre sufrirá una muerte lenta —dijo Temujin—. Cualquiera que lo proteja morirá, y me ocuparé de que toda su familia pague por lo que él hizo.

—Merecen sufrir —dijo la anciana—, y me alegra veros a ti y a la Ujin por fin reunidos. La has recuperado a tiempo para que tu primer hijo nazca en tu tienda. Nos enteramos de que estaba embarazada poco después de que fuésemos capturadas. Creo que fue la causa de que soportara los malos tratos a que la sometía ese hombre cruel.

Bortai se preguntó si Temujin creería en las palabras de la criada. ¿Estaría lo bastante feliz por tenerla otra vez a su lado como para aceptarlo? Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Tengo mucho que agradecer —dijo Temujin—. Es bueno que tú hayas estado con ella, Khokakhchin-eke —agregó con una voz extrañamente impasible—. Cuando mi esposa despierte, le dirás que aquéllos que la maltrataron jamás volverán a molestarla. Ahora que el cielo me ha devuelto a mi Bortai, ya no hablaremos más de esto. —Sus palabras sonaron como una orden.

Bortai tenía miedo de llamarlo, de mirarlo a la cara y ver en ella lo que verdaderamente encerraba su corazón. Mantuvo los ojos cerrados hasta que éI salió.

Cuando el sol estuvo más alto en el este, Temujin fue al carro de Bortai con algunos de sus hombres; los soldados que protegían a las dos mujeres lo aclamaron. El "anda" de Temujin, un hombre apuesto con pómulos salientes y ojos oscuros de mirada penetrante, lo acompañaba. Jamukha sonrió y habló de lo alegre que se sentía por haber hallado sana y salva a la esposa de su camarada, pero sus palabras sonaron falsas.

Temujin regaló a su esposa un tocado cargado de piedras y cuentas de oro, la envolvió en un abrigo de marta y después condujo el carro hasta el devastado campamento. A su paso, los soldados vitoreaban a la pareja y sostenían en alto las cabezas que habían cortado; Bortai no vio la de Chilger entre ellas.

Temujin la dejó con sus guardias y luego siguió adelante con su "anda" para encontrarse con Toghril. Antes de atacar a la gente de Khagatai el ejército buscaría a los que habían huido del campamento de Toghota. Los cautivos Merkit, en su mayoría mujeres y niños, desarmaban las tiendas mientras algunos jinetes reunían los rebaños. Bortai, los cautivos y los rebaños emprenderían pronto el camino hacia el sur con parte del ejército, mientras el resto de la fuerza atacaba a Khagatai. Ella volvería al campamento de Temujin con esclavos Merkit para servirla.

Los hombres lanzaban gritos de alegría. Bortai, sentada en el carro con Khokakhchin, agradecía que el grueso abrigo ocultara su viente. Su esposo había reunido aquel ejército para conseguir un trofeo sin mácula, no una esposa que en sus entrañas llevaba el hijo de un enemigo. Sin embargo, ese triunfo también le daría más poder y lo haría temible, y tal vez fuese esa la verdadera razón por la que había luchado.

—¡Hermana! —Belgutei se acercó a caballo; Bortai deseaba tenderse en el carro y descansar. El joven jadeaba y su caballo estaba reluciente de sudor—. He buscado a mi madre y no puedo encontrarla. Me dijeron que estaba en el campamento. ¿Puedes decirme qué ha ocurrido con ella?

Bortai miró a Khokakhchin, pero la anciana permaneció en silencio. De pronto, tuvo la absoluta certeza de que Belgutei nunca volvería a ver a Sochigil-eke, y se quedó sin saber qué decir.

—No he dormido —continuó Belgutei—. He buscado por todas partes.

Él no querría escuchar la verdad. Bortai recordó la necia actitud de aceptación de Sochigil mientras hablaba de su captor Merkit. Sochigil había estado satisfecha de su cautiverio.

—Tu madre es una mujer orgullosa —dijo Bortai—. Le avergonzaba verte después de haber sido obligada a yacer con un Merkit. Prefirió huir antes de que tú vieras su deshonra.

Khokakhchin la miró fijamente. Belgutei sacudió un puño.

—Los que la apresaron morirán. Derramaremos la sangre de todos los Merkit que atacaron nuestro campamento.

—Que así sea —murmuró Bortai. Cuando Belgutei se marchó, la joven se apoyó en la criada y dijo—: Con mis palabras di más honor a su madre del que supe darme a mí misma.

—¡Ujin! Ninguna deshonra te mancha. La venganza de tu esposo demuestra hasta qué punto él te honra.

En el campamento, las mujeres gritaban mientras los soldados celebraban su vistoria; Bortai deseaba taparse los oídos con el abrigo de marta. Sintió un nudo en el abdomen, su vientre había bajado un poco. Era posible que el niño fuera expulsado antes de tiempo y que fuera demasiado débil para sobrevivir. Tal vez Temujin agradeciera su muerte.

Era el hijo de ella; él tendría que aceptarlo. Se cubrió el vientre con la mano y deseó fervientemente que el niño viviera.

El parto de Bortai comenzó en cuanto dejaron atrás la cordillera Kumir, mientras bordeaban las montañas en dirección al sur. Cuando avistaron el campamento de Temujin al pie del monte Burkhan Khaldun, ya había roto aguas y el líquido le empapaba los muslos. Los dolores se presentaban muy seguidos cuando Khokakhchin y otras mujeres terminaron de levantar una tienda para ella. La anciana criada permaneció a su lado. La criatura nació durante la noche.

—Un hijo—susurró Khokakhchin mientras fuera del "yurt" se oía el canto de un chamán que señalaba la posición de las estrellas.

Bortai no miró a su hijo cuando la anciana se lo trajo, porque sabía que no vería en él nada de Temujin. El niño chillaba con bríos; aun cuando se había dado mucha prisa en llegar al mundo, su pequeño cuerpo era fuerte. Muy pronto todo el campamento se animaría con la noticia del primer hijo de Temujin, otra causa de regocijo.

Bortai puso al niño en su pecho y él empezó a mamar. Se preguntó si podría amarlo verdaderamente, pues siempre le recordaría su cautiverio, pero supo que debía hacerlo. El niño la necesitaría todavía más si el corazón de Temujin no lo aceptaba.

47.

Hoelun observó el bosque de lanzas que avanzaba hacia ella. Un hombre a pie, con un yugo en torno al cuello, había sido atado a una larga fila de cautivos que marchaba delante de los jinetes. Unos días antes habían llegado al campamento varios mensajeros anunciando la última victoria de Temujin. Los Merkit estaban muertos, cautivos o dispersos, sus tiendas destruidas sus estandartes mancillados. El hombre uncido al yugo era su jefe Khagatai Darmala, que había sido obligado a encabezar el ejército triunfante en su regreso a las tierras próximas al Burkhan Khaldun.

Finalmente localizó a Temujin. Su tío Daritai cabalgaba a su lado; había acudido a luchar con su sobrino respondiendo a un pedido de Jamukha. El hermano de Yesugei lo había hecho porque pensaba sacar partido de ello, pero Temujin seguramente le diría a su madre que no tenía sentido seguir resentido con Daritai.

Varios niños, entre los que se encontraban Temulun y Temuge, cabalgaron hacia los hombres, gritando saludos de bienvenida. Hoelun se volvió, fue más allá de las mujeres que preparaban el banquete, y entró en su "yurt". Temujin no iría a visitarla de inmediato, pues sería una manera de recordarle que había hecho mal al dudar de él. Tal vez permitiera que volviera a aconsejarlo, pero ella no creía que tomase en cuenta sus palabras. Le alegraban los logros de Temujin, aunque sabía, con dolor, que él ya no la necesitaba.

Khasar y Belgutei fueron a la tienda de Hoelun con algunos camaradas para compartir con ella el banquete. Los jóvenes se sentaron en cojines mientras las tres eselavas Merkit de Hoelun servían cordero y "kumiss".

Khasar levantó su cuerno.

—¡Bebo a la salud del primer hijo de mi hermano!

Los otros también alzaron sus cuernos y jarros.

—Me han dicho que nació hace un mes, en cuanto mi hermana Bortai estuvo a salvo entre vosotros —agregó Khasar.

Hoelun asintió. Había contado mentalmente los meses; el niño podía ser de Temujin.

—Temujin está preparando su ofrenda a los espíritus de la gran montaña en agradecimiento por esta victoria —continuó Khasar—. Toghtoga y Dayir consiguieron huir, pero Khagatai sufrirá por ellos. Temujin piensa sacrificarlo en la montaña. Es posible que le muestre cierto respeto permitiendo que los caballos lo pisoteen, en vez de decapitarlo. —Los otros hombres se rieron—. Toghril Kan está conduciendo a sus hombres de regreso a sus tierras, y Jamukha acampará cerca de nosotros. Temujin no desea separarse de él, y todos seremos más fuertes si permanecemos juntos.

Other books

Connected by Kim Karr
Kiss Them Goodbye by Stella Cameron
Tales of a Korean Grandmother by Frances Carpenter
The Dutiful Wife by Penny Jordan
As You Like It by William Shakespeare
Dead Ringer by Jessie Rosen