Read Gengis Kan, el soberano del cielo Online

Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (33 page)

—Sin duda —dijo Hoelun, preguntándose cuál de los dos sería el jefe más poderoso. La victoria de su hijo lo uniría aún más a su "anda", pero él ignoraría todas las dudas de su madre.

Belgutei miró cavilosamente la bebida que contenía su cuerno. Hoelun se acercó a él.

—Lo siento —murmuró—, lamento que no encontraras a tu madre.

—Los Merkit ya han pagado por ello —dijo Belgutei, y dejó escapar un suspiro—. Encontramos a casi todos los hombres que nos atacaron el último verano. Ahora Khasar y yo tendremos esposas, Hoelun-eke. —Sonrió brevemente y volvió a fruncir el entrecejo—. Me habría gustado dar con el canalla que se apoderó de la esposa de Temujin, pero sin duda morirá muy pronto, vagando por los bosques sin nadie que lo ayude. Encontramos a su hermano, un cobarde llamado Chiledu. Yo mismo le clavé una flecha en el pecho, después de que sus dos hijos murieran delante de sus ojos.

Hoelun se sobresaltó, y después suspiró.

—Uno de los que habían atacado nuestro campamento pidió clemencia a cambio de delatar a sus camaradas —continuó Belgutei—. Me dijo que este Chiledu albergaba una vieja ofensa y que había sido uno de los que instaron a los otros a atacarnos. Hice que el delator creyera que le perdonaría la vida, pero después lo maté. Ese condenado Chiledu suplicó por la vida de sus hijos, pero yo…

Khasar hizo una seña a su medio hermano. Belgutei desvió la vista y bebió un poco de "kumiss". La mano de Hoelun se cerró alrededor de su copa de oro. Nunca había dicho a sus hijos el nombre de su primer esposo, pero Khasar debió de descubrirlo.

Era justo, se dijo. Temujin era más valiente que Chiledu: había recuperado a su esposa robada. No lamentaría la muerte del hombre que la había perdido, pues esa parte de su vida había terminado mucho tiempo atrás. Chiledu era el único responsable de su propia muerte; mucho mejor si la había olvidado. Sin embargo, todavía lloraba al hombre al que alguna vez había amado.

Dos hombres aparecieron en la entrada con un niño.

—Lo olvidaba —dijo rápidamente Khasar—. Este niño es un regalo para ti; se llama Guchu.

Ella lo observó: llevaba abrigo y gorro de marta, y botas de ante. No tendría más de cinco años, pero se mantenía erguido y la miraba abiertamente. Le indicó con una seña que se acercara. El pequeño avanzó unos pasos, se detuvo y la miró de frente.

—Soy la madre de Temujin.

—Lo sé, señora, pero no lo pareces. Se te ve tan joven…

Los hombres se echaron a reír.

—El niño sabe lo que debe decir —acotó uno.

—Estaba solo —agregó Khasar—. No encontramos a ningún miembro de su familia.

Hoelun le tomó la mano, pensando en todo lo que el niño había perdido. La campaña había terminado, las heridas debían curarse.

—Te quedarás conmigo, Guchu —le dijo—. Tengo cuatro hijos. Tú serás el quinto. A partir de este momento piensa en mí como tu madre.

—¿No seré tu esclavo? —preguntó Guchu.

—Serás mi hijo. Esta batalla ha terminado para ti. Ocuparé el lugar de la madre que perdiste, y mis otros hijos serán tus hermanos.

El niño apretó la mano de Hoelun contra su mejilla. "Que esto termine", pensó ella, consciente de que su deseo era inútil, que era inevitable que hubiera más guerras.

Tres días después de su regreso Temujin fue a la tienda de Bortai. Sus ojos eludieron los de ella mientras contemplaba la cuna que albergaba al hijo de su esposa. Los hombres que lo acompañaban rieron y alabaron la fuerza del niño cuando éste rompió a llorar.

—Tu hijo debe recibir un nombre —dijo Jamukhan. Su mirada cayó sobre Bortai.

A ella le disgustaba el modo en que la miraba, como si no fuera más que una esclava.

—Tengo un nombre para él —dijo Temujin. Sobre su boca había empezado a crecer un bigote fino como el de Jamukha; su rostro estaba tenso de fatiga, sus ojos enrojecidos. —Se llamará Jochi.—Rodeó con el brazo los hombros de su "anda"—. Ahora beberemos juntos a la salud de mi hijo.

Jochi, pensó ella, el Visitante, el Extranjero, el Huésped. Los hombres se sentaron mientras las tres esclavas Merkit les servían jarros de "kumiss". Bortai acunó al niño, calmando su llanto, sin decir nada mientras los hombres bebían y hablaban de los Merkit que habían matado, de los cautivos y los rebaños que habían conseguido.

Al cabo de un rato, Temujin los despidió; Jamukha fue el último en salir. Los dos se abrazaron en la entrada y Jamukha le susurró algo a Temujin antes de soltarlo.

Una de las Merkit bajó la cortina de la entrada. Temujin le hizo un gesto.

—Ve a la tienda de Khokakhchin-eke —le dijo—, y vuelve al alba. Quiero estar a solas con mi esposa.

La mujer salió del "yurt". Bortai se abrió la ropa y amamantó a Jochi. Temujin se acercó a ella y observó al niño con una expresión fría en el rostro. Bortai estuvo súbitamente segura de que su esposo sabía que el niño no le pertenecía. No la repudiaría, no después de haber librado una guerra por ella, pero tal vez decidiera convertir a otra en su esposa principal, como había hecho su padre cuando encontró a Hoelun-eke.

—Has obtenido un gran botín —logró decir ella.

—Sí. Me ofrecieron las prisioneras más bellas, pero ordené que fueran repartidas entre mis hombres, ya que he recuperado a mi bella Bortai y no necesito otra mujer.

Bortai estrechó a Jochi entre sus brazos.

—Un semental puede tener muchos potros con muchas yeguas —dijo—.

—Lo mismo opinan mis hombres, pero habrá otras batallas, y entonces tendré oportunidad de reclamar mi parte. Quería recompensar a los que me acompañaron en mi primera campaña. Conseguiré más seguidores cuando se corra el rumor de que soy generoso con mis hombres.

Ella ató al niño a la cuna y la hizo a un lado. Temujin miró fijamente al hijo de su esposa y dijo:

—Sólo preguntaré esto una vez y nunca más volveré a mencionar el tema. Debo saber si es mi hijo. Khokakhchin-eke asegura que lo es, y tal vez tenga razón, pero quiero que tú me digas la verdad.

Ella no pudo articular palabra.

—Si no lo sabes —continuó el joven—, si no tienes manera de estar segura, dímelo. Lo he reconocido como hijo mío y nadie dirá otra cosa. Lo que me digas quedará entre nosotros dos.

Él creería lo que ella le dijera. El niño podía llegar a ser tan alto como Chilger, pero Temujin también era alto; los oscuros ojos de Jochi eran iguales a los de su padre Dei. Deseaba decirle que el niño era de él, pero sentía un nudo en la garganta. La mentira se interpondría siempre entre ellos.

—Te diré la verdad. —Bortai irguió la cabeza—. Supe que no podía ser tuyo en cuanto me di cuenta que estaba embarazada. Deseaba creer que lo era, y después, cuando creí que nunca volvería a verte, me resultó más fácil admitir lo contrario.

—No deberías haber dudado de mí, Bortai.

—Era muy penoso soportar la esperanza. —La joven respiró—. Khokakhchin-eke jamás hablará de esto, y sólo hace nueve meses que me hicieron prisionera. El niño nació demasiado pronto, pero es tan vigoroso que nadie lo sospecharía… todos pueden creer que lo llevaba dentro cuando nos separaron.

—Creerán eso porque yo lo digo —dijo Temujin. Su rostro era tan inexpresivo que ella no podía siquiera imaginar sus pensamientos.

—Sé que no me humillarás —dijo Bortai—, pero comprenderé que tomes una nueva esposa y la pongas por encima de mí.

—Nadie ocupará tu lugar, Bortai. —Temujin se alejó de la cuna— Si no me hubieras instado a abandonarte, mis enemigos me habrían quitado la vida. Mi gente no murmurará que he librado una guerra por mi esposa sólo para que ella me diera un bastardo Merkit.

—Eres tan generoso conmigo como lo eres con tus hombres —susurró Bortai.

—Recuerda que te dije que quería que siempre me recibieras con alegría, que ninguna sombra se interpusiera entre nosotros. Mis enemigos han pagado por lo que hicieron, y tú olvidarás el tiempo que pasaste entre ellos. Este niño es mi primer hijo. Habrá otros, pero Jochi es el primero, y no me ocuparé menos de él que de sus hermanos

—Jochi —dijo ella—, el Extranjero.

—Extranjero porque creció dentro de su madre mientras ella era una cautiva, y un huésped al que hoy doy la bienvenida en mi tienda. Eso es todo lo que significa.

Se quitó el abrigo. Ella se incorporó, se quitó el tocado, los pantalones y las botas, y fue hacia la cama, cubriéndose rápidamente con la manta. Temujin se desvistió y se acostó junto a su esposa. La abrazó. Seguramente esperaba que ella lo recibiera, que lo excitara como lo hacía antes, pero la joven no pudo obligarse a extender la mano hacia él. Su cuerpo se puso tenso cuando Temujin la penetró; cerró los ojos, soportándolo, deseando olvidar. Chilger se interponía entre ellos, y tal vez fuera para siempre.

Él se estremeció, sin una palabra, después se retiró y acarició furtivamente el rostro de Bortai.

—No es lo mismo —dijo.

—No.

—Pasará. Las cosas volverán a ser como antes. —Había hecho un esfuerzo tan grande para recuperarla que tenía que creerlo. Se estiró junto a su esposa. Ella permaneció despierta, en silencio, escuchando la respiración profunda y regular de éI hasta que Jochi empezó a llorar, llamándola.

48.

Hoelun miró el campamento desde la colina. Los "yurts" moteaban el valle del Khorkhonagh; unas chispas brillantes danzaban en las columnas de humo que se alzaban de cientos de tiendas. El humo pálido, llevado por el cálido viento del verano, flotaba hacia las laderas de las montañas del oeste, impregnando el aire de olor a carne asada.

La tienda de Temujin estaba al norte del campamento, en el borde de un círculo; la de Jamukha ocupaba el sitio de honor, al norte del círculo más próximo al de su hijo. Hoelun no alcanzaba a ver la tienda del límite sur. Todo esto pertenecía a su hijo… y a Jamukha, recordó.

Los dos jóvenes jefes habían cabalgado juntos hasta allí y se habían tratado como iguales desde que regresaron de la guerra. Hoelun había supuesto que Jamukha intentaría demostrar de algún modo que era un jefe más poderoso que Temujin. Había comandado el ejército y contaba con más seguidores, de modo que tenía motivos para reclamar el lugar más elevado. Temujin podía creer que él y su "anda" gobernarían juntos, pero ella no podía aceptarlo.

Miró hacia la derecha, donde la esposa de Jamukha, Nomalan, estaba sentada junto a Bortai. Nomalan Ujin tenía la cabeza inclinada hacia adelante y parecía tan temerosa de su esposo como se decía que lo estaban sus hombres. Bajo el tocado cuadrado, su rostro era pequeño, y su cuerpo, a pesar de que llevaba un niño dentro, era delgado bajo el abrigo.

Esa muchacha, pensó Hoelun, poseía un espíritu débil. Las mujeres murmuraban que Jamukha rara vez iba a la cama de su esposa, ni siquiera antes de que ésta quedara embarazada. Bortai susurró algo a Nomalan mientras acunaba a Jochi. Temujin había aceptado al niño como propio; Hoelun se negaba creer que tal vez no lo fuera.

Temulun parecía inquieta.

—¿Cuánto falta? —preguntó en un susurro.

—Calla —respondió Hoelun.

Un pariente de Jamukha cabalgaba hacia la colina montado en un caballo castaño tomado a los Merkit; Khasar lo seguía a lomos de una yegua amarilla con crines negras.

Más arriba de las mujeres, Temujin y Jamukha estaban sentados a la sombra de un gran árbol. Detrás de ellos había cuatro chamanes cuyas bolsas con huesos resonaban al ritmo de sus movimientos. A Hoelun se le erizó la piel y se preguntó qué le habrían dicho los espíritus a los chamanes antes de que fijaran el día de la fiesta, y qué le dirían ahora a los hombres su hijo y el "anda" de éste.

Los dos jefes se pusieron de pie y los guerreros que llenaban el terreno entre la colina y el campamento guardaron silencio. Temujin alzó un brazo; Jamukha hizo lo mismo.

—Los ancianos nos dicen —gritó Temujin—, que cuando dos hombres hacen un juramento de "anda", sus vidas se hacen una sola.

—Mi "anda" y yo hemos luchado juntos —agregó Jamukha—. Es hora de que renovemos el juramento que nos hicimos de muchachos, y lo haremos aquí mismo, delante de todos vosotros.

Los hombres lanzaron gritos de aprobación.

—Somos hermanos —dijo Temujin—. Nada nos separará.

—Somos hermanos —gritó Jamukha—, y ninguno de los dos abandonará al otro. Por nuestras venas corre la misma sangre.

Un chamán ofreció a Temujin una copa de "kumiss". Temujin se pinchó un dedo con un cuchillo, dejó que la sangre cayera dentro de la copa y después se la entregó a Jamukha, que hizo otro tanto. Jamukha bebió y le devolvió la copa a su "anda"; Temujin se la llevó a los labios. Los hombres agitaron sus armas mientras los vitoreaban.

A pesar del calor, Hoelun sintió un escalofrío. Podía percibir los espíritus que los chamanes invocaban en las amplias sombras de las ramas del enorme árbol. Temujin hizo un gesto a su hermano. Khasar se adelantó llevando la yegua amarilla y después entregó a Temujin un cinturón recubierto de placas de oro.

Temujin alzó el cinturón.

—Renuevo mi jurmento obsequiando a mi "anda" este cinturón que conseguí en la tienda de Toghtoga Beki. —Deslizó el cinturón en torno a la cintura de Jamukha—. También le doy esta yegua, en la que ningún Merkit volverá a cabalgar. Ojalá sirva para incrementar la manada de Jamukha.

Jamukha hizo una seña a su pariente; el hombre se acercó con el caballo castaño y otro cinturón de oro.

—Renuevo el juramento que en su momento hice a mi "anda" —dijo el Jajirat—, ofreciéndole este cinturón del botín del campamento de Dayir Usun. —Le puso el cinturón a Temujin—. Y que esta yegua que tomé de nuestros enemigos sirva para incrementar la manada de mi hermano.

Se alzaron cientos de lanzas y el sol se reflejó en sus puntas, cegando por un instante a Hoelun; el rugido de los hombres la ensordeció. Los dos jóvenes montaron a caballo y dieron la vuelta a la colina mientras los hombres gritaban y pateaban la tierra.

—¡Nunca nos separaremos! —gritó Jamukha—. ¡Los que me siguen siguen también a Temujin! ¡Los que lo siguen son también mis camaradas!

—¡Somos un solo pueblo! —gritó Temujin—. ¡Como mi "anda" y yo somos uno!

Desmontaron, entrelazaron los brazos y subieron la pequeña colina. Los chamanes cantaron y batieron sus tambores. Las voces se alzaron en un canto gutural mientras Temujin y Jamukha bailaban juntos bajo las poderosas ramas del gran árbol.

—¿Sabes lo que significa esto? —susurró una voz dentro de Hoelun—. Alguna vez soñé danzar debajo de este árbol, como lo hizo mi tío con sus hombres". Era el espíritu de Yesugei. Khutula había danzado bajo ese mismo árbol cuando un kuriltai lo había proclamado Kan, y ahora su hijo hacía lo mismo, pero con Jamukha, como si ambos reclamaran el lugar de Khutula. Avistó a Daritai entre los hombres, serio y silencioso mientras los que lo rodeaban lanzaban vítores y golpeaban el suelo con los pies.

Other books

Whatever It Takes by Marie Scott
Nursery Tale by T. M. Wright
Poached by Stuart Gibbs
I Saw You by Julie Parsons
Soul of the Dragon by Natalie J. Damschroder
I Knew You'd Be Lovely by Alethea Black
Fairytale Beginnings by Holly Martin