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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (28 page)

Cerca de los árboles, ella tiró de las riendas. Su caballo gris disminuyó la carrera al pasar frente al primer árbol, y después se detuvo. Temujin sofrenó su caballo y trotó hasta estar a su lado. Los caballos estaban bañados de sudor; Bortai acarició el cuello del suyo.

—Has ganado, pero no por mucho —dijo Temujin.

—No obstante, he ganado.

El caballo se movía inquieto, ella recorrió la linde del bosquecillo al paso, para que el animal se tranquilizara; Temujin se mantuvo a su lado. Más allá de los árboles, al norte del campamento, más caballos pastaban, vigilados por algunos hombres.

Bortai recordó lo pequeño que era el campamento tres meses antes, cuando ella había llegado, pero el Kan Kereit había cumplido su promesa y las noticias de la nueva alianza de Temujin se habían difundido con rapidez. El campamento había crecido desde que se trasladaron a orillas del río Kerulen, y ahora había en él miembros del clan Arulat de Borchu e hijos de los guerreros que habían combatido junto a Yesugei; Temujin dio la bienvenida a todos. Se negó a reclamar una parte de sus posesiones como tributo, incluso le dio un abrigo a un hombre que llegó vestido con andrajos, y flechas a otro para que pudiera cazar. Su generosidad le atrajo más seguidores. El terreno al oeste del campamento estaba casi yermo debido al número creciente de caballos, vacas y ovejas; muy pronto el campamento tendría que trasladarse de nuevo.

Bortai permaneció cerca de los árboles; estaba más fresco a la sombra, lejos del ardiente sol del verano. Temujin desmontó de un salto, la alzó para bajarla de la montura y la arrojó al suelo, fingiendo una lucha.

—Detente —le dijo ella, riendo—. ¿Qué pensarán Borchu y Jelme?

—Tan sólo que no puedo esperar hasta la noche.

Bortai se debatió. Temujin se arrodilló, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo, inmovilizándola. Ella se preguntó si los árboles los ocultarían, y de pronto ya no le importó. Le rodeó el cuello con las manos, bajo la tela que le sujetaba el pelo; él bajó la cabeza y frotó su mejilla contra la de ella. Bortai cerró los ojos, recordando cómo se había movido dentro de su cuerpo la noche anterior, mientras ella estaba sentada a horcajadas sobre él, cabalgándolo.

—Bortai —susurró él.

Los brazos de ella lo estrecharon. Temujin le separó las manos y se sentó, sonriendo. Había conseguido su pequeña victoria, el triunfo de saber que ella lo recibiría en cualquier momento, incluso ahí, a la vista de los pastores y de sus dos amigos.

Ella se incorporó lentamente y se ajustó el pañuelo que le cubría el pelo trenzado.

—Deberíamos demostrar más dignidad, Temujin. A tus hombres esto les llamará la atención.

—Sabrán que amo a mi esposa. —Irguió la cabeza—. Pero tal vez debería ser más hombre. Cuando volvamos, debo ser muy severo, y ordenarte que limpies y desuelles las presas. Después gritaré pidiendo la comida y amenazaré con golpearte si no me las sirves rápido.

Bortai arrugó la nariz, después frunció el entrecejo.

—Debería estar cardando lana en vez de salir a cazar contigo. Tu madre pensará que soy una muchacha tonta y perezosa.

—Jamás. No tiene palabras suficientes para elogiarte.

Ésa era, supuso Bortai, su propia victoria. Le había preocupado que Hoelun, que tantas penurias había soportado, no llegara a encariñarse con la esposa de su hijo, que considerara a cualquier mujer inferior a ella misma. Cuando Hoelun-eke la había llamado aparte un mes atrás, Bortai esperaba un regaño. La madre de Temujin la había observado durante un largo momento antes de decirle:

—Mi hijo siente un gran amor por ti. No creía que pudieras ser lo que él aseguraba que eras. Cuando viniste seguía dudando de ti, a pesar de lo buena mujer que me pareció tu madre, y temía que tu belleza hubiera cegado a Temujin impidiéndole ver tus defectos. Ahora lamento que no tengas hermanas solteras para mis otros hijos.

Bortai recordó también lo que Hoelun le había dicho el día anterior cuando las dos estaban hilando con la vieja Khokakhchin.

—Los hombres vienen aquí —dijo Hoelun—a seguir a un jefe que cuenta con la protección del Kan Kereit. También creen que Temujin los ayudará a ganar muchas cosas. Pero no son sus juramentos lo que los retendrá, ni las victorias a las que él pueda conducirlos. Debe conseguir su lealtad, su obediencia y su amor, para que ellos nunca piensen en abandonarlo, aun cuando envíen miles de hombres contra él. Eso significa que Temujin debe tener nuestra lealtad y nuestro amor, especialmente el tuyo.

—Siempre lo tendrá —le aseguró Bortai.

—Eres una buena esposa, pero debes ser algo más que fiel y obediente. También debes ver claramente a tu esposo, con ojos de halcón, y saber cuándo está equivocado. Es posible que debas decirle cosas que nadie, incluida yo, se atrevería a decirle. Estuvo solo tanto tiempo, sin nadie más que yo, sus hermanos y su hermana… Ha aprendido a confiar en los demás, y esa confianza tal vez le impida ver los defectos de quienes lo rodean. Debes ser capaz de ver a todos con claridad y advertirle lo que sea necesario.

A Bortai le había sorprendido que la madre de Temujin viera algún defecto en su hijo.

Ahora apoyó la mejilla en el pecho de su esposo. Borchu y Jelme se acercaron. Borchu era rápido para sonreír, para reír y para seguir a Temujin sin importarle los peligros que corrieran, en tanto que los ojos oscuros de Jelme eran siempre cautelosos y vigilantes. Bortai sabía que se podía confiar en ellos: su devoción era evidente. Borchu se había atado a Temujin; ante una orden, le daría a su amigo todo lo que poseía. Jelme, un Uriangkhai, había llegado de los bosques del norte con su padre, un herrero llamado Jarchiudai, quien mucho tiempo atrás había prometido a Yesugei que su hijo serviría al hijo del Bahadur; estaba siempre cerca, anticipándose a los deseos de Temujin antes de que éste tuviera tiempo de formularlos.

Los dos jóvenes sonrieron cuando Temujin ayudó a Bortai a ponerse de pie. Su esposo les hizo un gesto con la mano. Borchu asintió y siguió adelante; Jelme desmontó y condujo su caballo a abrevar al río. El Uriangkhai permanecería cerca, dispuesto a defenderlos si era necesario.

Temujin la ayudó a montar.

—Me has traído suerte, Bortai. Todo está cambiando para mí.

Ella se rio suavemente.

—Tu alianza con los Kereit es un signo de tu suerte.

Él montó en su caballo.

—Después de trasladar el campamento —dijo—, me uniré a mi "anda" antes de que llegue el otoño. Es hora de que renovemos nuestros lazos.

Bortai permaneció en silencio. Hoelun-eke siempre había alabado a Jamukha por la devoción que sentía por Temujin, pero sus ojos eran más fríos cuando lo mencionaba.

—Siempre dijimos que cabalgaríamos juntos cuando fuéramos hombres —continuó Temujin—. Deberíamos unir nuestras fuerzas permanentemente. Ya me lo ha pedido antes.

—¿Y quién de los dos mandaría?

—Somos hermanos, de modo que ambos mandaríamos.

Ella no respondió; le parecía tan poco probable como que dos sementales no se pelearan por una manada de yeguas. Pero no pensaría en Jamukha ahora; el otoño parecía muy lejano.

Cabalgaron hacia el campamento, rodeando las manadas de caballos; Jelme los seguía a cierta distancia. Hacia el sur, un oscuro círculo de "yurts" y de carros ondulaba en el aire ardiente. El verano se extendía ante ella con sus días interminables pero soportables, porque ella podía cumplir sus tareas diurnas anticipando los placeres de la noche. En su cama, el tiempo siempre se detenía; sólo existía Temujin cuando su espíritu se elevaba para reunirse con el de él, cuando no existia ningún mundo fuera de sus cuerpos y sus almas. Siempre existiría Temujin. Los días que le esperaban eran hitos de un camino que en años venideros recorrería de una noche a otra. sin cambiar.

41.

Hoelun despertó, luego se sentó. Sus tres hijos menores dormían en sus camas, pero Khokakhchin había salido del "yurt". Aguzó el oído, pero sólo oyó el silencio; el viento que había soplado después de la tormenta de la noche había cesado finalmente.

Khokakhchin entró en la tienda.

—Ujin —susurró la anciana—, vístete y ven conmigo.

Hoelun se vistió, se cubrió el cabello con un pañuelo y salió con la criada.

—¿Qué ocurre?

—Hace un rato sentí que la tierra temblaba y pensé que se acercaba otra tormenta, pero el cielo está claro. —La anciana se arrodilló—. Pongo el oído contra la tierra y escucho truenos. —Posó la cabeza sobre el polvo—. Todavía oigo. Parece que un ejército viene hacia aquí.

La anciana tenía un oído muy fino; con frecuencia escuchaba cosas que los demás no percibían. Hoelun se arrodilló y apoyó la oreja contra el suelo. Entonces oyó el sonido grave, apenas audible de cascos distantes.

—Los Taychiut —pensó—; finalmente van a acabar con nosotros. Levantó la vista: el cielo estaba oscuro, pero en el horizonte comenzaba a clarear. Sus enemigos podían llegar al campamento antes de que amaneciese.

Se puso de pie de un salto.

—¡Despierta a Temujin! ¡Haz que den la voz de alerta!

Khokakhchin se alejó a toda prisa, dando voces de alarma mientras se dirigía hacia el "yurt" de Temujin. Hoelun corrió a su tienda y despertó a Khachigun.

—Debemos huir —dijo—. Llevad tan sólo vuestras armas y las provisiones que podáis. Debemos buscar los caballos y escapar.

Su hijo saltó de la cama y despertó a los otros dos mientras Hoelun juntaba todo lo que podía llevar.

Los gritos despertaron a Bortai. Temujin se levantó rápidamente y se puso la camisa y los pantalones. La voz de Khokakhchin se alzaba por encima de las otras:

—¡Un ataque! ¡Escapad todos!

Bortai cogió sus ropas mientras Temujin corría a la entrada y levantaba la cortina.

Khokakhchin entró en la tienda.

—Los Taychiut se acercan —dijo casi sin aliento—. La tierra tiembla con los cascos de sus caballos.

Temujin se puso al hombro el arco y el carcaj. Bortai se ató la faja a la cintura, cogió la lanza y dos pellejos llenos de "kumiss" y se los entregó a su esposo; después buscó sus propias armas.

Salieron rápidamente. Dos hombres cabalgaban hacia las tiendas situadas al sur del círculo de Temujin. A la distancia, Bortai oyó gritos y los chillidos de terror de los niños, y vio a Hoelun-eke que corría hacia la soga a la que estaban atados los caballos de Temujin.

Borchu y Jelme cabalgaron hacia ellos, cada uno en un caballo de Temujin y llevando un tercero de la brida.

—¡Vamos! —gritó Jelme, sofrenando su caballo—. No podemos encontrar a Sochigil Ujin, pero tu madre y los niños vendrán con nosotros. Khasar y Belgutei están con ellos.

Bortai sintió una opresión en el pecho. Los hombres no podrían defenderse, la única esperanza era retirarse y devolver el ataque más tarde.

Temujin miró a sus dos amigos, vacilando.

—Tenemos mis nueve caballos —murmuró—. Mi madre y Temulun montarán en uno.

Tendió las manos hacia Bortai.

—Vete —le dijo ella, alejándose—. Necesitarás un caballo de recambio cuando el tuyo se canse. —Lo empujó hacia Borchu—. ¡Vete! Es a ti a quien desean atrapar… Si te encuentran estás perdido. Se demorarán apresando cautivos. Más tarde me reuniré contigo.

—Tu esposa habla sabiamente —dijo Jelme, al tiempo que cogía a Temujin del brazo—. ¡Vamos!

Temujin la miró una última vez y después montó a caballo.

—Cuídala, Khokakhchin-eke —dijo—. Llévala a lugar seguro. —Arrancó su estandarte de la tierra, se lo arrojó a Borchu y se alejó.

Bortai se apoyó en la anciana, mirando los jinetes que empezaban a llenar el valle. Los caballos estaban pastando lejos del campamento. Los Arulat no tendrían cabalgaduras en las que escapar. El ganado vagaba por la hierba; las ovejas, balando, se apiñaban en los amplios espacios libres, entre las tiendas. Unos pocos cabalgaban en dirección al monte Burgi, hacia el este, y otros galopaban siguiendo el estandarte de Temujin.

—Lucharemos —susurró Bortai—. Si podemos contenerlos aunque sea por un rato…

—Un puñado de mujeres y niños no puede luchar contra un ejército —masculló Khokakhchin—. Créeme, joven Ujin, me ocuparé de que estés a salvo.

Khokakhchin encontró un viejo buey y a toda prisa lo unció a un carro cubierto. Unas pocas mujeres huían a pie siguiendo la ribera; Bortai corrió hacia el "yurt" de Sochigil, gritando el nombre de la mujer.

—No podemos buscarla ahora —le gritó Khokakhchin—. ¡Apresúrate!

Bortai corrió de regreso hacia el carro. Temujin había sido demasiado generoso con sus seguidores: habría habido caballos para ella y para Khokakhchin si él hubiera tomado más para sí.

El carro crujía y gemía mientras avanzaba. Temujin le había contado cómo se había escondido en un carro cargado de lana antes de huir de los Taychiut. La joven rogó que ahora estuviera a salvo.

Siguieron hasta que Bortai pudo ver, a través de la cubierta del carro, que el sol se alzaba. Después oyó un ruido sordo, que podía ser un trueno o el retumbar de cascos de caballos.

El ruido se hizo más intenso; los soldados cabalgaban hacia ellas. La lana del carro le cubría las orejas, impidiéndole escuchar los gritos de los hombres.

—¡Alto! —dijo uno. Bortai permaneció inmóvil mientras el carro se detenía, crujiendo—. ¿Adónde vas?

Ella había escuchado antes ese acento, que pertenecía a los de las tribus del norte.

—Vengo del "yurt" del jefe Temujin —replicó Khokakhchin—. Te ruego que me permitas seguir mi camino.

—¿Yqué estabas haciendo allí?

—Esquilando sus ovejas. Soy una de sus criadas y ahora me dirijo a mi "yurt" con la lana para hacer fieltro. Por favor, déjame pasar… sin duda puedes permitir que una anciana conserve un poco de lana.

—¿Su "yurt" está lejos de aquí?—preguntó otro hombre.

—Por allí. No está lejos. No vi con mis propios oios al joven Bahadur, así que no sé si está allí ahora, pero muy pronto llegaréis a su campamento. Yo estaba esquilando las ovejas, así que no podría asegurar…

—Déjala —dijo otro hombre, enojado.

Bortai permaneció inmóvil, segura de que los hombres estaban mirando la lana entre la que ella se ocultaba, detrás de Khokakhchin. La lana le picaba en la cara; la joven apretó los dientes.

—En marcha —dijo un hombre.

El carro empezó a rodar; el ruido de los cascos se hizo más lejano. Bortai esperó a estar segura de que los enemigos se habían marchado, después gateó hacia adelante y apoyó las manos en el asiento.

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