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Authors: Pamela Sargent

Tags: #Histórico

Gengis Kan, el soberano del cielo (42 page)

—Veníamos tan despacio que un niño de a pie habría llegado varios días antes que nosotros —dijo Hoelun, entrando con Bortai en la tienda—. Os preocupáis demasiado por una vieja. Munglik envió veinte guardias conmigo al campamento de Khasar, y en cuanto llegué empezaron los preparativos para venir aquí. —Se sentó en un cojín cerca de Bortai mientras una criada les traía una jarra y copas—. Cuando dé comienzo a mi visita, tendré que prepararme para emprender el viaje de vuelta, y Khachigun, además, espera que me detenga en el camino para visitarlo. —Sorbió un poco de "kumiss"—. Munglik no quería que viniera, pero insistí en que quería ver a mis nietos antes del invierno, y con los ríos tan bajos como han estado, seguramente para mi regreso habrá que trasladar el campamento.

Todos se verían obligados a viajar más allá de los campos de pastoreo habituales.

—Los chamanes han tratado de invocar la lluvia durante todo el verano —dijo Bortai, con ceño—. Algunos de los aliados de Jamukha se están acercando a nuestras tierras, y si se muestran demasiado audaces, Temujin se verá obligado a actuar. —Hizo un gesto a una de las criadas, quien les trajo un cuenco de cuajada—. Ha evitado combatir contra su "anda"… creo que todavía tiene esperanzas…

—Más tarde o más temprano deberá zanjar ese asunto.

—Sí. —Bortai hizo una pausa—. Toghril Kan está en nuestro campamento ahora.

Hoelun alzó la mirada.

—Pensé que…

—Llegó hace dos días —prosiguió Bortai—. Después de que el Kan de Kara-Khitai lo expulsara, el viejo estuvo vagando durante meses por el Gobi con un caballo ciego y sin seguidores. Temujin se compadeció de él, le envió un mensaje y cabalgó hasta el límite del desierto para recibirlo.

"Mi hijo —pensó Hoelun—, nunca se muestra tan compasivo a menos que tenga algo que ganar".

—Supongo que Nilkha aparecerá cuando se entere de que su padre está aquí —añadió Bortai—. Y el hermano de Toghril, Jakha Gambu, ya ha salido de su escondite para unirse a él. —La mujer hizo una mueca—. No habrían hecho nada por él si Temujin no lo hubiera traído aquí.

Hoelun asintió.

—En cierto modo —dijo—, no los culpo. Toghril no ha sido un buen pariente… mató a dos de sus hermanos para acceder al trono. Tanto mi hijo como su padre podrían haber hecho juramentos de "anda" más favorables.

—Sin embargo, estaríamos más seguros con Toghril en el trono de los Kereit, aunque sea un viejo tonto. Hasta Jamukha se alegraría si fuera repuesto… Sospecho que el único motivo por el cual no nos ha atacado es porque deben preocuparle los Naiman y sus vasallos Kereit.

—Igual que a todos nosotros. —Hoelun hizo un signo para evitar la mala fortuna—. Ojalá el Kan Naiman vuele al cielo muy pronto.

Bortai suspiró.

—Las cosas estarían mejor si las mujeres participáramos en los "kuriltai".

Hoelun se rio suavemente.

—Se hablaría más, pero de todos modos los hombres harían lo que les viniese en gana.

Su hijo tomaba decisiones sin su consejo. A veces Hoelun pensaba que la había casado con Munglik para alejarla de sus tiendas, pero en realidad había dejado de escucharla mucho antes de eso. Todo había cambiado desde aquel ataque de los Merkit, diez años atrás, cuando Temujin había rechazado su consejo de esperar antes de atacar a sus enemigos.

Él sostenía que su propio juicio había demostrado ser más certero que el de Hoelun. La campaña contra los Merkit le había devuelto a su esposa y lo había fortalecido. Su derrota ante Jamukha, que a ella le había causado pánico, sólo había dado a Temujin mayor determinación. Hasta la boda que le había impuesto a su madre había traído cierta felicidad a la vida de ésta, aunque carecía de la pasión que había tenido su vida anterior con Yesugei.

Era raro, pensó, que Munglik aún la viera como la muchacha que había sido, ahora que toda su alegría era la de una anciana a quien le quedaba poco por vivir. Su esposo nunca sabría que cuando ella lo recibía seguía añorando a Yesugei y lo que había sentido por él.

—Ogedei ha crecido —dijo Hoelun—. Salió a recibirme con Tolui, que ya parece listo para el combate. Por cierto, ¿donde están mis dos nietos mayores?

—Cazando con Temujin. Espero que logre impedir que se cacen entre sí. Jochi provoca a Chagadai, y entonces Chagadai le recita la historia de los hijos de Alan Ghoa, lo cual no hace sino enfurecer aún más a Jochi.

—Los hermanos suelen reñir a esa edad.

Hoelun pensó en la última vez que los había visto, durante la fiesta de mitad del verano del año anterior. Ella misma había castigado a Chagadai por haberle dicho a su hermano mayor que era un bastardo. El viejo rumor nunca había muerto.

—Al menos Ogedei y Tolui no riñen —dijo Bortai—. ¿Y tus hijos adoptivos están bien?

—Kukuchu y Guchu sólo hablan del momento en que tengan edad suficiente para combatir junto a Temujin. Y los hijos de Munglik… —Se interrumpió. Nunca le había dicho a su esposo que desconfiaba de Kokochu, pues se pasaba gran parte del tiempo con los chamanes, y algunos decían que ya había aprendido todo lo que podían enseñarle. Sus seis hermanos le eran fieles, pero tal vez también le temían.

—Kokochu sólo tiene trece años —continuó—, y algunos dicen que ya puede hacer que su espíritu tome forma de animal. Este invierno pasó una experiencia durísima… con la camisa mojada, al aire libre y en medio de una tormenta de nieve. Dice que no sintió frío. Ahora sueña con servir al Kan con sus hechizos.

—Temujin se sentirá complacido —murmuró Bortai—. Un buen chamán siempre resulta útil.

"Tal vez estaría mejor sin los hechizos de mi hijastro", pensó Hoelun, pero no dijo nada. No podía evitar la sensación de que si decía algo contra el muchacho, él escucharía sus palabras de algún modo y la castigaría con una maldición. El hecho de ser el hermanastro de Gengis Kan sólo lo había vuelto más ambicioso y orgulloso. Mejor que los hechizos de Kokochu actuaran a favor de Temujin y no contra él.

—Temujin está impaciente por emprender una campaña —dijo Bortai—. Si no llueve pronto, tendremos que trasladarnos más cerca del territorio Merkit.

Hoelun escuchó en silencio mientras la joven Khatun le contaba lo que haría el Kan. Bortai podía fingir que la opinión de Hoelun tendría algún peso, pero ésta sabía que no era así.

60.

Gurbesu oró en silencio mientras observaba a su marido. Inancha estaba sentado en el trono; no había hablado desde que sus consejeros y generales salieran del "ordu". Tenía las mejillas hundidas y una mano descarnada aferraba la copa. El Tayang bebía mucho más ahora: necesitaba vino y "kumiss" para aliviar el dolor.

El espíritu había salido de él un año atrás. Ella había esperado que se animara cuando llegó la noticia de una victoria de los mongoles sobre los Merkit, pero el Tayang había aceptado la novedad fríamente.

Inancha había estado seguro de que a continuación Gengis Kan atacaría a Erke Khara, y había reaccionado a tiempo como para avisarle a su aliado que tomase la iniciativa. Pero Erke Khara no había hecho nada, y tal como Gurbesu había temido, Toghril ocupaba nuevamente el trono Kereit y los malditos mongoles eran más fuertes que nunca.

Dios los había abandonado. Ella había esperado que el nacimiento del primer hijo de ambos le devolviera el espíritu, pero Inancha sólo se había recobrado durante unos días antes de volver a caer en su oscura melancolía. Ahora su hijo yacía bajo la tierra, arrebatado por la fiebre que había asolado el campamento ese invierno.

Gurbesu musitó otra plegaria. Cada noche que pasaba junto al Tayang dormía inquieta, temiendo que en cualquier momento tuviese que llamar a los sacerdotes y chamanes. Cada mañana rogaba por un día más junto a su esposo antes de que la lanza ornada de fieltro negro se clavara ante la entrada de la gran tienda.

—Querido —dijo la mujer finalmente—, es tarde, debes descansar.

Lo ayudó a incorporarse; él se apoyó en ella mientras lo conducía hacia la cama.

—Vino —pidió el hombre.

Ella le trajo una copa, le sostuvo la cabeza mientras bebía, y luego se quitó la ropa. La tienda a oscuras le recordaba una tumba; los rescoldos del fogón apenas si despedían un leve resplandor.

Se metió bajo las mantas, con mucho cuidado de no perturbar a su esposo. "Haz la paz con el Kan mongol", era lo que había deseado decirle delante de sus hombres. Él era demasiado orgulloso para considerar la idea; no quería admitir que se estaba muriendo, que debía planear lo que ocurriría cuando él ya no estuviera.

Gurbesu sabía lo que debía decirle a su esposo ahora, pero se resistía a hacerlo. Él la aborrecería por recordarle su muerte inminente.

—Inancha —susurró ella—. Escucha, por favor, y no digas nada hasta que no haya terminado. —Se apretó contra él y acercó la boca a su oído—. Hemos estado siete años juntos y Dios quiera que tengamos otros siete, pero ahora debes pensar en tu pueblo. Buyrugh y Bai Bukha no pueden gobernar en tu lugar. Se dedicarán a pelear entre sí en vez de combatir a tus enemigos.

Él permaneció en silencio; tal vez por fin estuviese dispuesto a escucharla.

—Hay algo que puedes hacer —continuó la mujer en voz baja—. Pide a los Noyan que acepten a Guchlug como tu heredero, y deja de lado los reclamos de tus hijos. Ta-ta-tonga y yo seremos los consejeros de tu nieto hasta que tenga edad suficiente para gobernar solo.

Esperó. Buyrugh y Bai Bukha tendrían que morir si Guchlug era proclamado heredero, de lo contrario representarían un peligro. Inancha nunca daría la orden, pero ella podría hacerlo en lugar de su esposo. Algunos de los generales decían que preferían seguir a Gurbesu a la batalla antes que a Bai Bukha. Una simple insinuación de parte de ella bastaría para que matasen a los hijos del Tayang, y hasta éste advertiría, a pesar de su dolor, que todo sería mejor de ese modo.

—Inancha —murmuró la mujer—, ¿qué respondes?

El hombre soltó un ronquido; Gurbesu advirtió que estaba dormido. Tendría que volver a hablar con él cuando estuviera despierto y su dolor aliviado por el "kumiss". Lo abrazó, deseando que su propia vida se transmitiera al cuerpo enfermo, y rogó pidiendo otro día más.

61.

—Ha llegado nuestra oportunidad —dijo Temujin.

Bortai miró a los hombres. Temujin había estado hablando de los tártaros desde que Borchu y Jelme entraron en la tienda. Había mandado a llamar a los dos jefes en cuanto supo por un explorador que varios clanes tártaros se acercaban a ellos huyendo de ejército Kin que avanzaba. Los tres hombres saboreaban la noticia como si se tratara de un cordero asado. Los ojos de Temujin centelleaban; ahora tendría la oportunidad de vengarse de los asesinos de su padre.

Los cuatro hijos de Bortai estaban sentados sobre cojines, escuchando con atención.

—Los Kin deben de haberse cansado de sus codiciosos amigos tártaros —dijo Jelme—. Deberíamos ayudarlos a castigar a esa sucia tribu. Los Kin nos recompensarían por ello.

Se oyeron murmullos y una figura en sombras apareció en la entrada. La luz del fogón iluminó el rostro terso de Kokochu cuando el joven chamán avanzó hacia la parte trasera de la tienda; Bortai retrocedió. Su esposo había mandado llamar a Kokochu, pero de todos modos el hijo de Munglik siempre podía estar seguro de que sería bien acogido por el Kan.

Todos lo llamaban ahora Teb-Tenggeri, el Celestial. El chamán vivía en el campamento desde hacía más de un año, y muchos decían que solía subir al cielo a hablar con Tengri. Jeren le tenía tanto miedo que no permitía que ni siquiera su sombra rozara la de ella.

El chamán hizo una reverencia. Su abrigo estaba ribeteado en piel, su pecho cubierto de collares y piedras brillantes, su sombrero adornado con plumas de águila… todos regalos de Temujin en agradecimiento a sus hechizos. Convertía su espíritu en lobos que recorrían la estepa y volaba sobre los campamentos asumiendo la forma de un halcón; nada podía ocultarse a sus ojos. Bortai silenció sus pensamientos, temiendo que el chamán los percibiera.

—Te saludo, hermano y Kan —dijo Teb-Tenggeri con su voz musical.

Sus ojos eran grandes y oscuros, su rostro lampiño y tan bello como el de una mujer. No se parecía a sus hermanos, todos ellos hombres fuertes que tenían la mirada plácida de Munglik, y algunos sostenían que éste no podía ser su padre. Un rayo de luz lo había engendrado, musitaban, un rayo llegado del cielo a través de la salida de humo de la tienda de su madre, que se había abierto paso hasta el vientre de ésta.

—Te saludo, hermano Teb-Tenggeri —dijo Temujin, abriendo desmesuradamente los ojos; hasta el Kan temía al chamán, que poseía poderes de los que otros carecían. Kokochu les había traído lluvia cuando la necesitaban, y se había quedado fuera del campamento mientras el agua caía, cuando todos los otros habían corrido a refugiarse en las tiendas o se habían cubierto con mantas. Ni siquiera los rayos de Tengri podían tocarlo.

—Habría venido antes —dijo Teb-Tenggeri—, pero mi alma vagaba, apenas unida a mi cuerpo por una hebra delgadísima, y no podía romper el hechizo, ni siquiera por ti.

—Hemos estado hablando de matar tártaros —dijo Temujin—. Leerás los huesos para nosotros en el "kuriltai" de guerra.

Teb-Tenggeri se sentó en un cojín entre Jelme y los niños. Una de las criadas de Bortai le sirvió "airagh", temblando un poco al entregarle el cuerno. El chamán murmuró una bendición, después levantó la cabeza.

—Leeré los huesos —dijo—, aunque ya sé lo que nos dirán. Cuando envié mi espíritu a vagar, volé sobre un gran campamento hasta que vi una hoguera. Bajé a tierra y permanecí ante varios hombres, y la pálida luz que emanaba de sus rostros me dijo que me encontraba entre los muertos. Los hombres bebían de los recipientes con los que habían sido sepultados. Uno de ellos me alargó un jarro.

El chamán empezó a mecerse al compás de sus palabras. Los niños se cubrieron el rostro y lo espiaron a través de los dedos entreabiertos.

—Bebí del jarro —continuó Teb-Tenggeri—, y sentí el gusto a sangre y el hombre me dijo: "Soy Yesugei Bahadur, envenenado por mis enemigos cuando bebí de sus copas, pero ahora bebo su sangre, que mi hijo me ha entregado".

Borchu se estremeció.

—Un presagio poderoso.

—Y que no ignoraré —dijo Temujin atusándose el bigote.

—Iremos contigo, padre —irrumpió Tolui.

Jelme sonrió.

—Sólo tiene seis años —dijo—, y ya quiere sentir el sabor de la guerra.

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