Read Gerona Online

Authors: Benito Pérez Galdós

Tags: #Clásico, #Histórico

Gerona (24 page)

La desconocida no pudo contener la risa, y el dulce acento de su voz resonó en mi cerebro, despertando mil ideas que rápidamente cambiaron en luz las oscuridades de mi pensamiento, y en certidumbre las nebulosas dudas.

—Adelante —exclamó al ver que me detenía—. Ya estamos en el muelle. El botero está allí. La marea sube y nos favorecerá; el mar parece tranquilo.

Callé y seguimos hasta el malecón. Era preciso bajar por una serie de piedras puestas en la forma más parecida a una escalera, y el descenso no carecía de peligro. Tomé en brazos a mi compañera, y la bajé cuidadosamente al bote. Entonces ni pudo, ni quiso sin duda ocultarme su rostro, y la conocí. La fuerte emoción no me permitió hablar.

—¡Oh, señora condesa! —exclamé besándole tiernamente las manos—. ¡Qué felicidad tan grande encontrar a usía!…

—Gabriel —me contestó— ha sido realmente una felicidad que me hayas encontrado, porque vas a prestarme un gran servicio.

—Estoy destinado a ser criado de vuecencia en donde quiera que me halle.

—Criado no: ya esos tiempos pasaron. ¿Dónde has estado?

—En Zaragoza.

—¿Ves qué fácilmente se van ganando charreteras, y con ellas posición y nombre en el mundo? Entramos en unos tiempos en que los desgraciados y los pobres se encaramarán a los puestos que debe ocupar la grandeza. Gabriel, estoy asombrada de verte caballero. Bien, muy bien. Así te quería. No me habías dicho nada. ¿Por qué no me has buscado?… Ya no nos quieres.

—Señora, ¿cómo he de olvidar los beneficios que de vuecencia recibí? Estoy confundido al ver que nuevamente, y cuando menos lo esperaba, se digna usía servirse de mí.

—No bajes tanto, Gabriel; han cambiado las cosas. Tú no eres el mismo; no te conozco. Me ves, me hablas, ¿y no me preguntas por Inés?

—Señora —exclamé anonadado— no me atreví a tanto. Veo que vuecencia ha cambiado más que yo.

—Tal vez.

—¿Inés vive?

—Sí, está en Cádiz. ¿Deseas verla? Pues no te apures; yo te prometo que la verás, la verás.

Diciendo esto, Amaranta se expresaba en un tono que me hacía comprender su anhelo de mortificar a alguien, al permitirme ver a su hija. Su benevolencia me tenía tan confundido, que ni aun acertaba a darle las gracias.

—¡En qué momento tan crítico para mí te me has aparecido, Gabriel! Un suceso que sabrás más tarde me obliga a ir a Cádiz esta noche, sola, sin que ninguno de mi familia lo sepa. Dios no me podía ofrecer compañero ni custodio más a propósito.

—Pero señora, ¿usía no considera que las puertas de Cádiz están cerradas a estas horas?

—Lo están para mí todas menos una. Por eso me aventuro en esta travesía que podría ser peligrosa. El jefe de guardia en la puerta de mar es amigo mío y me espera. Yo tenía el bote preparado. Estaba dispuesta a ir sola, y cuando te presentaste en la calle acompañando al oficial que nos rondaba, vi el cielo abierto. Gabriel, te juro que estoy contentísima de verte en la honrosa condición en que ahora te hallas. Así te deseaba yo. Pero chiquillo, ¿eres tú mismo?… ¡Pues no lleva sus charreteras como un hombre!… El muy zarramplín con ese uniforme, que le sienta bien, tiene aire de persona decente… Vaya usted a hacer creer a la gente que has jugado en la Caleta… chico, bien, bien, así me gusta… qué bien te vendría ahora aquella farsa de tus abolengos… No me canso de mirarte, pelafustán… ¡qué tiempos estos! He aquí un gato que quiso zapatos y que se ha salido con ello… Te juro que eres otro. Inés no te va a conocer… ¡Qué a tiempo has venido! Estás muy bien, hijito… Desde que fuiste mi paje conocí tu corazón de oro… ¡Ay!, no te faltaba más que el forro, y veo que lo vas teniendo… Gabriel: creo que te alegras de verme, ¿no es verdad? Yo también. Cuántas veces he dicho: si ahora apareciese ese muchacho… Mañana te contaré todo. Chiquillo, soy la mujer más desgraciada de la tierra.

El bote avanzaba con la proa a Cádiz. El botero fijo en la popa llevaba el timón, y dos muchachos habían izado la vela latina, con la cual, merced al viento fresco de la noche, la embarcación se deslizaba cortando gallardamente las mansas olas de la bahía. La claridad de la luna nos alumbraba el camino: pasábamos velozmente junto a la negra masa de los barcos de guerra ingleses y españoles, que parecían correr al costado en dirección opuesta a la que seguíamos. Aunque el mar estaba tranquilo, agitábase bastante el bote, y sostuve con mi brazo a la condesa para impedir que se hiciera daño con las frecuentes cabezadas del barco. Los tres marinos no pronunciaron una sola palabra en todo el trayecto.

—¡Cuánto tardamos! —dijo Amaranta con impaciencia.

—El bote va como un rayo. Antes de diez minutos estaremos allá —dije al ver las luces de la ciudad reflejadas en el agua—. ¿Tiene vuecencia miedo?

—No, no tengo miedo —repuso tristemente— y te juro que aunque las olas fueran tan fuertes, que lanzaran el bote a la altura de los topes de ese navío, no vacilaría en hacer este viaje. Lo habría hecho sola, si no te hubieras aparecido como enviado del cielo para acompañarme. Cuando te vi, mi primera idea fue llamarte; pero luego mi criada y yo discurrimos la invención que oíste, para desorientar al hidalgo portugués. No quiero que nadie me conozca.

—La señora duquesa de los Umbrosos Montes estará a estas horas trastornando el seso de mi buen amigo.

—Sí, y lo hará bien. Si mi ánimo estuviera tranquilo, me reiría recordando la gravedad con que dijo las relaciones que le enseñé esta tarde. Hace poco, como se empeñara en galantearme un viajero inglés, Dolores quiso pasar por ama y yo por criada; pero él conoció al punto el engaño. No nos dejaba ni a sol ni a sombra, y no puedes figurarte las felices ocurrencias de mi doncella a propósito del caballero británico, de su aspecto tristón, de sus ardientes arrebatos y de su cojera. Era a ratos amable y fino, a ratos sombrío y sarcástico y se llamaba lord Byron.

—No es extraño que vuecencia enloqueciera a ese señor inglés. Pero ya llegamos, señora condesa, y el bote va a atracar en el muelle. Sale la guardia a darnos el quién vive.

—No importa; tengo pase. Di que llamen a D. Antonio Maella, jefe de la guardia.

Presentose el oficial, y nos dio entrada sin dificultad, abriéndonos luego la puerta, por donde pasamos a la plaza de San Juan de Dios. Mientras nos acompañaba hasta dicho punto, habló brevemente con Amaranta.

—Ya la esperaba a usted —dijo—. Las dos señoras marquesas tienen preparado su viaje para mañana, en la fragata inglesa
Eleusis.
Piensan establecerse en Lisboa.

—Su objeto es alejarse de mí —repuso Amaranta—. Felizmente he tenido aviso oportuno, y me parece que llego a tiempo.

—Tan callado tenían el viaje, que yo mismo no lo he sabido hasta esta tarde por el capitán de la fragata. ¿Piensa usted partir también con ellas?

—Partiré si no puedo detenerlas.

Al decir esto, la condesa, sin perder tiempo en contestar a los cumplidos y finezas del oficial, tomó mi brazo, y obligándome a tomar paso algo vivo, me dijo:

—Gabriel, no nos detengamos. ¡Cuán inquieta estoy!… Ya te lo contaré todo después. Figúrate que después de que me hacen vivir como en destierro, separada de lo que más amo en el mundo… ¿qué te parece? Dios mío, ¿qué he hecho yo para merecer tal castigo?… Pues sí… Después que me obligan a vivir allá… Te diré… hasta se han empeñado en hacerme pasar por afrancesada… Y todo ¿por qué?, dirás tú… Pues nada más sino porque… andemos más a prisa… porque me opongo a que la hagan desventurada para siempre… Mi tía no tiene sensibilidad, y nuestra parienta la de Rumblar tiene un rollo de pergaminos en el sitio donde los demás llevamos el corazón. Además, con los vidrios verdes de sus espejuelos no ve más que dinero… Gabriel, etiqueta y soberbia en un lado, soberbia y avaricia en otro… No puedes figurarte cuán apenadas y tristes están las tres pobres muchachas… Y ahora quieren llevárselas a Lisboa… ¿qué dices tú a eso?… Todo por alejar a Inés de mí… ¡Con cuánto secreto han preparado el viaje!… ¡Con qué habilidad me confinaron en el Puerto, haciendo llegar a los individuos de la Junta falsas noticias acerca de mí! Por fortuna soy amiga del embajador inglés, Wellesley… que no… Pues sí, mi tía y yo nos disputamos ardientemente el dirigir a la pobre Inés hacia su mejor destino… ella va por una senda, yo por otra… lo que yo quiero es más razonable; y si no, dime tu parecer… Pero ya hablaremos mañana. ¿Te quedarás en la Isla o vendrás a Cádiz? Espero que nos veremos, Gabrielillo. ¿Te acuerdas cuando eras mi paje en el Escorial y yo te contaba aquellas historias?

—Esos y otros recuerdos de aquel tiempo, señora —le respondí— son los más dulces de mi vida.

—¿Te acuerdas cuando te presentaste en Córdoba? —prosiguió riendo—. Entonces estabas algo tonto. ¿Te acuerdas de cuando en Madrid fuiste a casa con el padre Salmón?… ¿Te acuerdas de cuando te encontré en el Pardo vestido de duque de Arión?… Después me he acordado mucho de ti, y he dicho: «¡Dónde estará aquel desgraciado!…». No puedo creer sino que Dios te ha cogido por la mano para ponerte delante de mí… Ya llegamos.

Nos detuvimos junto a una casa de la calle de la Verónica.

—Llama a la puerta —me dijo la condesa—. Esta es la casa de una amiga mía de toda confianza.

—¿Vive aquí la señora marquesa? —pregunté tirando de la campanilla de la reja—. Esta casa no me es desconocida.

—Aquí vive doña Flora de Cisniega: ¿la conoces? Entremos. Se ven luces en la sala. Aún están en la tertulia; es temprano. Ahí estarán Quintana, Gallego, Argüelles, Gallardo y otros muchos patriotas.

Subimos y en un gabinete interior nos recibió el ama de la casa, en quien al punto reconocí una amistad antigua.

—¿Está aquí? —le preguntó con ansiedad la condesa.

—Sí; aunque se embarcan mañana de secreto, han venido esta noche sin duda para que yo no sospeche su determinación. Pero a mí no se me engaña… ¿va usted a la sala? Está muy animada la tertulia. ¡Ay!, amiga mía, esta noche he ganado al
monte
una buena suma.

—No, no voy a la sala. Haga usted salir a Inés con cualquier pretexto.

—Está en coloquio tirado con el amable inglesito. Pero saldrá. Mandaré a Juana que la llame.

Después de dar la orden a su doncella, doña Flora me observó atentamente, queriendo reconocerme.

—Sí, soy Gabriel, señora doña Flora, soy Gabriel, el paje del Sr. D. Alonso Gutiérrez de Cisniega.

Doña Flora, no necesitando más, abalanzose a mí con todo el ímpetu de su sensible corazón.

—Gabrielillo, ¿es posible que seas tú? —exclamó chillonamente estrechándome entre sus brazos—. Estás hecho un hombre, un caballero… ¡Qué alto estás! Cuánto me alegro de verte… ya te he echado de menos… pero ¡qué buen mozo eres!… ¿Qué tal me encuentras?… Otro abrazo… ¡Ay!… ¿Por qué me dejaste?… ¡pobrecito niño!

Mientras era objeto de tan ardientes demostraciones de regocijo, sentí el rumor propio de un rápido movimiento de faldas hacia el corredor que conducía a la pieza donde estábamos.

FIN

Junio de 1874

Notas

[1]
Diminutivo de Salvador. (N. del A.)

[2]
Id. de Manuel. (N. del A.)

[3]
[«Monjuich» sic en el original varias veces, en vez de «Montjuïc». (N. del E.)]

[4]
Lo mismo que Asunción. (N. del A.)

[5]
En Cataluña durante la invasión llamaban a los franceses porchs. (N. del A.)

[6]
[Uso antiguo de la palabra «fantasma» con género femenino (N. del E.)]

[7]
[«Barodet» sic en el original varias veces, en vez de «Badoret». (N. del E.)]

[8]
Hoy de la Constitución. (N. del A.)

[9]
[«Scévola» sic en el original, en vez de «Escévola». (N. del E.)]

[10]
[«ojarasca» en el original (N. del E.)]

[11]
[«bocerrón» en el original (N. del E.)]

[12]
[«las» en el original (N. del E.)]

[13]
[«Delroch» sic en el original, en vez de «del Roch» que ha aparecido anteriormente. (N. del E.)]

[14]
[«volvería hacer» sic en el original, en vez de «volvería a hacer». (N. del E.)]

[15]
[«máximun» en el original (N. del E.)]

[16]
[«absorsión» en el original (N. del E.)]

[17]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

[18]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

[19]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

[20]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

[21]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

[22]
[Sin cursiva en el original (N. del E.)]

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