«—Destinando más recursos a la policía podremos mejorar nuestro trabajo —comentó Hartman tras lamentar efusiva y sinceramente los horribles crímenes que se habían cometido.
»—¿Va a hacerse cargo del caso el Departamento Nacional de Policía Criminal? —preguntó el periodista poniéndole el micrófono en las narices.
»—Ese asunto se está discutiendo ahora mismo.
»—Tres víctimas en pocos días. ¿Habrá más? ¿Tienen a algún sospechoso?»
De nuevo el rostro de Hartman en la pantalla. Había firmeza en su mirada, pero al oír el ligero temblor de su voz Mana comprendió que estaba deseando enviar a ese reportero al desierto más tórrido del planeta, a miles de kilómetros de donde se hallaba.
«—Estamos trabajando sistemáticamente conforme a las pautas de que disponemos. No sabemos si detrás de todo esto hay solo una persona o varias. Rogamos a la ciudadanía que si ha apreciado algo sospechoso en relación a los hechos se ponga en contacto con nosotros. Nuestras líneas están abiertas las veinticuatro horas del día y cualquier información será bienvenida. A día de hoy, nada es pequeño ni insignificante —dijo mirando directamente a la cámara.
»—¿No cree que, al suplicar así su ayuda, la opinión pública va a tener la impresión de que la situación está fuera del control de la policía?» —¿Acaso no había un matiz triunfalista en la voz del reportero?
Hartman hizo una mueca.
«—Estamos hablando de asesinatos. Varias personas han perdido la vida y el deber de todos es velar por la detención del culpable. Creo que cualquiera entiende que la policía no puede estar al mismo tiempo en todas partes. Aceptaremos agradecidos la ayuda que podamos recibir. Estamos siguiendo una pista principal y realizamos una investigación efectiva y minuciosa para obtener pruebas sólidas que llevar a los tribunales.
»—¿Afirma entonces que no volverá a ocurrir? ¿Puede decirles a los habitantes de Roma que duerman tranquilos esta noche, que no habrá más víctimas? ¿Se lo puede prometer?
»—En ese caso sería Dios Padre» —repuso Hartman suspirando profundamente. A Maria no le habría gustado estar en su pellejo.
El periodista se volvió entonces hacia la cámara en una pose bien ensayada. Se disponía a soltar un resumen de la situación para aquellos que no pudieran pensar por sí mismos, en un climax construido a base de sencillos dogmas:
«—La investigación se halla en una fase caótica. La pequeña localidad de Roma, en el corazón de Gocia, aguarda aterrada la inminencia de la noche. Muchos han huido de sus casas y han buscado refugio con familiares en otros municipios de la isla. Con toda probabilidad, el turismo a la isla registrará cotas mínimas; aquellos que hayan podido ya habrán cambiado sus billetes para disfrutar de sus vacaciones en algún lugar más seguro. En el municipio gociano de Roma hay un asesino suelto a la caza de nuevas víctimas y la policía aún no tiene ninguna pista».
Maria Wern respiró profundamente y trató de calmar su enojo. Apagó el televisor, llenó un cubo con agua caliente, se sentó en el sillón y metió con cuidado los pies en aquel cálido baño. Quizá le ayudara a relajarse y luego a conciliar el sueño. Necesitaba descansar; de lo contrario no podría pensar con claridad ni realizar un buen trabajo. Antes no tenía ese problema, pero tras el accidente de Per el sueño le rehuía. Erika había dicho que eso era «terror nocturno», es decir, miedo a morir mientras duermes, ya que entonces pierdes el control de la situación. Lo cierto es que uno no controla nada. Jamás. Eso es una ilusión. En cualquier momento puede estallarte una vena en el cerebro, puedes morir en un accidente de tráfico o caer abatido por un loco deseoso de liquidar a un policía.
Cerró los ojos, se reclinó y trató de dejar volar sus pensamientos, pero, como de costumbre, en el silencio, estos le llevaron hasta Per Arvidsson, la vida que habrían podido disfrutar juntos si los hombres de Adam Kossak no le hubieran disparado ese terrible día. Ella pensaba que se unirían y no se separarían nunca. La diferencia entre la vida y la muerte era tan sutil… Per era un hombre sano, fuerte, en forma, inmortal, y un instante después lo transportaban inconsciente en un helicóptero. Su colega Jesper Ek, desde que en el pasado le clavaron un cuchillo en el estómago, actuaba con suma precaución, pero Per nunca había destacado por su cautela. Había puesto su vida en peligro por ganar un par de insignificantes minutos durante un interrogatorio en un transporte. Maria no dio rienda suelta a su rabia hasta que estuvo sola, una furia que se disparaba fácilmente cuando veía a alguien coquetear con la muerte, como Mirja en su negativa a ponerse el cinturón de seguridad. La vida es tan frági… ¿Por qué había arriesgado Per su vida en común por semejante menudencia? Le daban ganas de abofetearle y descargar su rabia. ¿Cómo pudiste hacerme eso? Entonces rompió a llorar, los espasmos sacudían su cuerpo, hasta que, al rato, aquel llanto desgarrador se convirtió en silenciosos sollozos y desapareció. Si al menos hubieran sido pareja oficial antes de que ocurriera el incidente… Pero todo se sucedió tan rápido… Si hubieran vivido juntos, los médicos habrían comunicado a Maria cualquier cambio y podría estar a su lado sin que nadie pusiera pegas. Pero era Rebecka quien recibía toda la información. Sobre el papel seguía siendo su esposa. Maria se había prometido llamarle solo una vez a la semana. Solo una. Rebecka, por su parte, se había comprometido a comunicarle cualquier cambio. Hasta el momento el teléfono había permanecido en silencio.
La vida continúa. Si no eres capaz de deshacerte de la inquietud, debes aprender a vivir con ella. Tenía la obligación de llevar la mejor vida posible, más que nada por sus hijos, y cuidar de sí misma. Maria fue a renovar el agua caliente de su baño de pies y luego se restregó los talones hasta que estuvieron rojos. Nadie podría decir que sus pies no estaban impecables… Tenía que ponerse las pilas y tomar las riendas de su vida. Si por lo menos supiera cuáles eran las expectativas… ¿Per Arvidsson se recuperaría? Y, en ese caso, ¿querría que estuvieran juntos o volvería con Rebecka y sus hijos? Todo sería mucho más sencillo si al menos supiera a qué atenerse. Poco a poco se iría sintiendo mejor, eso había dicho Erika. La normalidad y la rutina se van recuperando conforme mengua la pena. Probablemente por ahí estaba la salida, pero hasta llegar a ese punto debes saber por qué lloras. Mientras la incertidumbre persiste, es imposible curar el dolor. De no ser por las pequeñas obligaciones cotidianas se habría vuelto loca. Maria dejó que las lágrimas se deslizaran por su rostro. Era un alivio poder llorar sin que la consolaran, corrigieran u obligaran a esbozar una sonrisa para la que no estaba en absoluto preparada. «Quizá no deberías bloquearte con Per. Trata de ver otras posibilidades. Tal vez ahí fuera haya otro hombre que te necesite, alguien a quien puedas hacer feliz», le había dicho Erika, y Maria se había enfadado con ella. Pero en ese momento, en medio de ese silencio, le habría venido muy bien un cálido abrazo. Un amigo, alguien con quien simplemente salir a cenar o ir al cine. Erika había encendido el ordenador y le había mostrado toda una lista de hombres disponibles en la página web de contactos. «Basta entrar e hincar el diente. Empresarios, no fumadores, que les gustes tú y el mar…», había dicho Erika. «¡Deja de darme el coñazo!», le soltó Maria como respuesta, pero no pudo evitar echar una ojeada. Soltero, Cabra de Angora (que en la imagen se sumergía en un jersey tejido a mano, la nariz apenas sobresalía por el cuello de la prenda), Coche Volvo, Inexperto y Perca 3. Maria no pudo evitar sonreír al advertir que tanto Perca 1 como Perca 2 estaban ya ocupados. «¡Cielo Santo! ¡Qué imaginación debe de tener el tal Perca 3!»
Maria seguía desvelada. Resultaba inútil pensar en la cama. Según los expertos de las revistas médicas, hay que aguardar el tren del sueño y subirse a él cuando el coche-cama se detiene en el andén. De lo contrario solo consigues dar vueltas en la cama y agobiarte porque no puedes dormir. A la espera de ese tren, Maria se preparó una infusión de hipérico y encendió el ordenador. No quería ver ninguna noticia. Su mejor amiga, Karin, le había enviado un largo mensaje desde Kronviken, pero no se sentía con fuerzas para leerlo, y menos para contestar. Las primeras semanas tras el accidente de Per había apartado todos los mensajes de más de cuatro líneas en una carpeta específica. Resultaba imposible formar mensajes más largos que eso. Para responder a Karin, que tenía sus propios problemas, debía estar descansada. Dar consejos implica una responsabilidad, no es algo que pueda hacerse a la ligera. Así que solo escribió «Un abrazo. Mañana te contesto», y esperó ser capaz de cumplir esa promesa. Navegó para ver qué cosas había a la venta en diversas tiendas en Une. Vio un Ford Mondeo que no pensaba comprarse, un maravilloso traje de fiesta de la talla 36 que nunca podría ponerse y una oferta de obra de canalización que no tenía intención de solicitar. En cualquier caso, era interesante ver las propuestas comerciales y sentirse parte de esas transacciones, concurrir en el centro de los acontecimientos sin compromiso alguno. Dos hámsteres a buen precio dentro de una jaula; cuanto más los observaba, más tristes le parecían. Pañales de tela de segunda mano de la marca ImseVimse y un picardías con braguitas a juego. ¿Qué era eso realmente? ¿Un anuncio de contacto camuflado? «Ven y quédate las braguitas… Las llevaré puestas para que veas cómo me quedan». De hecho, según el mapa el punto de recogida se encontraba en Buttle. ¿Cuántas personas viven en Buttle? Seguro que todos saben de quién son esas braguitas… ¡Qué embarazoso! Buscó la página del sitio de contactos y completó el formulario de su perfil. Buscaba un hombre de entre treinta y cincuenta años. Su apodo era Angelika y tenía entre treinta y cuarenta años, 164 centímetros de estatura, ojos marrones, pelo rubio, media melena, soltera… En realidad aquello era marketing engañoso. No buscaba en absoluto un hombre, solo quería ver cómo funcionaba la cosa. Hacerse una idea y saber qué se cocía en la jungla, como cuando hojeas distraídamente una revista del corazón para poder dormirte. Esa noche se llamaban Tímido, Eros, Pequeño Yo y 69. Ninguno de ellos invitaba a profundizar en el contacto. Algunos añadían foto. Maria pasó el cursor sobre la columna y se detuvo. Un rostro familiar apareció bajo el seudónimo Chaval. Aunque se deformaba la cara en una mueca apretando el dedo índice sobre la punta de la nariz, no había duda: era Simón, el gurú del curso de acuarela y guía de estilo de vida. «Juntos estamos menos solos. Te busco a ti, mujer de entre veinte y cien años. Tal vez podamos ir al cine, dar un paseo o tomar un café. Si estamos a gusto en compañía, podemos volver a vernos. De lo contrario, habremos pasado un momento agradable juntos. ¿Te apuntas?»
El comisario Tomas Hartman tampoco parecía haber pegado ojo. Los párpados y las mejillas le colgaban y no paraba de agitarse, como si temiera quedarse dormido si se estaba quieto un instante.
—Antes de repasar los resultados de la investigación e informar sobre lo que pasó anoche, tengo algo importante que decir. —Hizo una breve pausa para concitar la atención de los presentes—. Jesper Ek va a ser trasladado a otro puesto administrativo mientras dure la investigación de los asesinatos. Como algunos de vosotros sabéis, Jesper es el padre de Joakim Rydberg, el chico que llevó en taxi a Frida Norrby hasta Klintehamn la noche del incendio. Además, Joakim mantenía una relación sentimental con Camilla Ekstróm, por lo que no parece conveniente que Jesper Ek reciba información relacionada con el caso. Espero que todo el mundo comprenda la gravedad de la situación.
—De todos modos, creo que no han estado en contacto durante mucho tiempo —replicó Erika—. Jesper mencionó que en los últimos años no había visto de cerca a su hijo porque la madre de este se lo había impedido. —Erika se inclinó hacia delante en busca del asentimiento de Maria—. ¿No es cierto que Jesper comentó que había tratado de comunicarse con su hijo pero que no lo había logrado porque la madre del muchacho se negaba a ello?
—Se trata de la credibilidad de la policía y del respeto a las normas en un estado de derecho. El traslado no es permanente. El agente Ek regresará —dijo Hartman con aire irritado. Estaba demasiado agotado para encontrar resistencia a esas horas tan tempranas de la mañana.
—¿A que se dedicará? —preguntó Erika.
—He pensado en el almacén de bicicletas; atenderá las denuncias sobre bicicletas robadas o extraviadas —replicó Hartman cansado.
Erika elevó los ojos en un gesto de resignación pero no dijo nada. Nadie hizo ningún otro comentario. Una vez hubo logrado la tácita aprobación de todos, Hartman prosiguió.
—El viernes por la noche, Maria Wern encontró el cadáver de la enfermera del centro de salud Ingrid Bogren en una antigua casa de piedra de su propia granja. Había estado desaparecida desde las cuatro de la tarde anterior, es decir, durante algo más de veintiséis horas. Se había ido con la bicicleta. Aún no está claro por qué se llevó la bicicleta al jardín. Tal vez oyó algún ruido o advirtió algo raro, quiso comprobarlo y salió con la bicicleta. No sabemos de nadie que la viera después de eso. En otras palabras, Signe Nilsson, su madre de acogida, fue la última persona que la vio con vida. Habían tenido una pelea. ¿Aclaras tú los detalles técnicos, Erika?
—Cuando la encontramos ya se había producido el rigor mortis. A partir de las manchas del cadáver y otros detalles, deduzco que murió entre las 19.00 y las 21.00 del jueves. No es probable que el crimen se cometiera en la Casa de los Monjes, donde fue hallada; había muy poca sangre. A juzgar por los traumatismos de la cabeza, la golpearon en la nuca, desde una posición ladeada y más elevada, con un objeto contundente, un instrumento con un extremo afilado, tal vez una fina barra de hierro. Podría tratarse del barrote de una verja o algo similar. La muerte tuvo lugar de forma casi instantánea —explicó Erika repartiendo imágenes detalladas de la lesión y del cuerpo en el lugar de los hechos—. No hace falta tener una fuerza descomunal para matar a alguien con un arma como esa.
—¿Signe Nilsson podría tener fuerza suficiente para algo así? —preguntó Haraldson al pasar el paquete de fotografías.
—No podría responder a eso —repuso Erika—. Signe fue gimnasta. Es una mujer robusta. Desde luego, pudo enfadarse, sentirse amenazada por su hija de acogida y, en un acceso de cólera y desconcierto, golpearla. Pero, si eso fue lo que sucedió, no veo qué conexión puede haber entre este caso y el incendio de la casa de Frida Norrby ni con el asesinato de la chica de la casa de baños. Dos sucesos en una misma localidad en solo unos días pueden ser fruto de una coincidencia… Pero ¿tres? ¿Cuáles son las probabilidades?