Hablaré cuando esté muerto (16 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

—El encargado de la limpieza. Estaba fregando los vestuarios por la mañana y la encontró muerta. Pero todavía no tenemos ningún sospechoso. Sigamos, tú estabas esperándola, ¿qué pasó después?

—A mí no me hizo ninguna gracia estar allí esperando como una tonta.

—¿Por algo en particular o solo porque estabas impaciente?

—Uno de los chicos de la limpieza me parece un tipo raro. Al principio no sabía que trabajaba en la piscina, lo conocí el año pasado en el mercado de Klinte. Ofrecía masajes gratis, supongo que para atraer nuevos clientes. A mí me pareció que podía ser divertido probar. Pero el tipo era un cretino, quiso comprobar mi aspecto físico y que hiciera ejercicios respiratorios; luego me apretó tan fuerte la nuca que me estuvo doliendo durante varios días. Camilla y yo hablamos de ello porque lo vi aparecer por allí cuando subíamos a la piscina.

—¿Sabes cómo se llama? —Maria le hizo un guiño a Hartman, seguramente ambos estaban pensando en la misma persona porque él asintió levemente.

—Sebastian, creo. Eso ponía en su tarjeta de visita. Le conté a Camilla que me apretó tanto solo por rabia, y que después me dijo: «Si te duele así deberías acudir a un masajista con regularidad», y yo le contesté que antes de que él me apretara yo no tenía ningún dolor, que me dolía por el masaje que me había dado, y entonces se enfadó de lo lindo. Camilla me preguntó que qué clase de masajes hacía. En la tarjeta ponía «masaje intuitivo». ¿Comprenden? Intuitivo.

—¿Significa eso que daba el masaje que él intuitivamente pensaba que necesitaba el paciente? —Maria se colocó las manos debajo de la barbilla y se inclinó sobre la mesa mientras observaba a Stina, que no paraba de cortar el pañuelo de papel en trocitos pequeños sin darse cuenta de lo que hacía.

—Nos estuvimos riendo con lo de intuitivo. Es de suponer que no tenía ninguna preparación, porque entonces suele poner autorizado o certificado o algo así. —Stina se calló y le resbaló otra lágrima por la mejilla—. Yo no quería que me apretara tan fuerte. Casi me asfixió cuando me apretó el cuello con todas sus fuerzas. ¿Creen que él mató a Camilla? ¡Qué horror! ¿Es eso? A mí me dio su tarjeta de visita porque quería que fuera a su casa, a la consulta privada que tiene aquí en Roma. Menuda forma de buscar ligues. ¿Entienden? Camilla creía que solo da la tarjeta de visita a las chicas que le parecen guapas. Cualquiera puede hacerse tarjetas y poner los títulos que le dé la gana. Si quisiera, yo podría imprimir tarjetas en las que pusiera «Stina Haglund, licenciada en medicina». Sencillísimo. Joakim, un chico al que conozco, imprime ese tipo de cosas con el ordenador.

—¿Cómo se apellida ese Joakim?

—Rydberg. Antes salíamos juntos. Pero ahora no. Lo ha hecho el chico de la limpieza… Ha sido él, ¿verdad? Tienen que detener a ese maldito loco.

—Aún no tenemos ningún sospechoso.

—¿Pero a Camilla la asesinaron? —Stina miró a Maria directamente a los ojos, meneando la cabeza y suplicando un no. No, no podía ser verdad.

—Lo estamos investigando y juntos tenemos que tratar de averiguar cómo ocurrió. ¿Puedes contarnos lo que pasó en la casa de baños? Lo más detallado posible.

—No pasó nada raro. Estuvimos nadando y luego fuimos a tomar una sauna. Camilla se hizo la remolona y yo salí. Siempre pasaba lo mismo. Soy incapaz de esperar a que ella salga de la sauna. Se vestía tan despacio… Yo terminaba de vestirme antes de que Camilla se hubiera quitado la toalla. Ayer estaba más perezosa que nunca. Ni siquiera tuvimos tiempo de ir al solárium. Así que me largué; además, no íbamos a ir en la misma dirección.

—¿Sabes si era alérgica a algo? —preguntó Maria observando atentamente el rostro de la chica—. Hemos encontrado hojas de abedul, y el informe preliminar de la autopsia señala que la causa de la muerte pudo haber sido una reacción alérgica, un ataque de asma, que el calor hizo que se le inflamaran las mucosas y le resultara aún más difícil respirar.

—No, al menos que yo sepa. Ah, espere, es alérgica al polen. Le moquea la nariz todo el tiempo. —Stina hizo un gesto de asco.

—¿Había hojas de abedul cuando entrasteis allí?

—La verdad es que no me fijé; no tengo ni idea. —Stina hizo un globo con el chicle, lo explotó y se enrolló el pegote en el dedo pequeño. Es probable que lo hiciera habitualmente, sin pensar que era una falta de respeto. Maria trató de ocultar su enojo.

—¿Había alguien en el vestuario cuando te marchaste?

—No, estaba vacío… Pero el servicio estaba cerrado. Necesitaba ir al servicio y esperé un rato, pero luego pensé que en vez de esperar podía ir al que hay en la entrada. Después me fui a casa… —Stina bajó el tono de voz— sin decir adiós.

19

Bibbi Johansson se golpeó la cabeza con la palma de la mano para indicar que eran todos unos idiotas. Se encontraba junto a la casita de Camilla Ekstróm vigilando el trabajo de la policía.

—No doy crédito a mis oídos… ¿Así que la policía tiene que hacer su trabajo con tranquilidad? ¡Anda ya! Ahí dentro hay un montón de tíos buscando. Y ya sé yo cómo buscan los hombres. Es de risa. «Échate a un lado que te voy a enseñar cómo se hace. Todas las chicas jóvenes escriben un diario, lo he visto mil veces en las series policíacas que dan por la tele. Lee el diario y sabrás quién es el asesino», le he dicho. «Es fácil. Por si quieres saberlo, está debajo del colchón». Así se lo he dicho al policía. Siempre guardan ahí los diarios. ¿Y dónde lo habéis encontrado…? Dímelo… ¿dónde lo habéis encontrado? —preguntó, triunfante—. Y seguro que en el bolso llevaba una agenda. ¿Habéis mirado en el bolso?

—Gracias por la información, comprobaremos minuciosamente ese asunto —respondió Hartman con amabilidad forzada.

Maria procuró no mirarlo mientras lo decía. Ciertamente, en el registro de la pequeña casa de Camilla Ekstróm había aparecido el diario. Lo había encontrado Erika justo después de que Bibbi Johansson dijera a todo aquel que quisiera escucharla dónde tenían que buscar. Para asombro de todos estaba debajo del colchón. De manera inexplicable Bibbi lo sabía y luego se mostró exultante y absolutamente insoportable. Cuando llegó un reportero del periódico, se abrió paso hasta llegar delante de él para darle su versión de los hechos. Maria no quería ni pensar en los titulares del día siguiente.

—¡Estoy aterrada! ¡La policía no hace nada!

Es curioso cómo reaccionan algunas personas ante las tragedias, se vuelven eufóricas, pensó Maria.

—Tal vez podríamos ir a tu casa para que me cuentes qué otras observaciones has hecho —le dijo, y consiguió que Bibbi la siguiera camino abajo.

—El primo de mi marido es vigilante de seguridad y dice que la policía tiene que buscar al culpable en el círculo más próximo a la víctima. Deberíais preguntarle a Sture, él sabe cómo hay que hacer una investigación. Lleva mucho tiempo trabajando en ello. —Bibbi hizo un gesto con la cabeza a Hartman, que no sabía qué cara poner en una situación tan seria—. A Sture no le cabe en la cabeza que haya que estudiar tantos años para un trabajo tan sencillo como el de policía. Solo hay que coger a esos cabrones y meterlos entre rejas. Eso dice Sture, y sabe de qué habla porque lleva más de veinte años trabajando de vigilante de seguridad.

—Esa es una teoría, claro —dijo Maria—. El problema está en dar con el culpable y encontrar pruebas que se sostengan en el juicio.—De lo contrario podríamos detenerte a ti y el problema de encontrar un chivo expiatorio quedaría resuelto. Esto último lo pensó, pero no lo dijo, mientras esperaba a que Bibbi atara al perro—. ¿Sabes si Camilla Ekstróm recibía visitas a menudo?

—Camilla acababa de mudarse a vivir aquí. Había alquilado la casa para el verano a Lennart Björk. Él alquila casas a más gente. En la casita roja ni siquiera hay agua caliente, así que no deja de ser extraño que consiga alquilársela a alguien. No he visto que haya tenido ninguna visita, pero como te digo no lleva mucho tiempo viviendo aquí. —Cuando Bibbi bajó la voz y empezó a hablar en un tono normal fue más fácil charlar con ella.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste? —Maria se sentó en la terraza pintada de blanco de Bibbi Johansson; Sixten, para gran satisfacción suya, estaba en la caseta dando cuenta de la comida que había dejado a medias.

—La semana pasada la vi salir al jardín en camisón. Se lo había metido por debajo del pantalón, pero vi con claridad que era un camisón. Eran las dos de la madrugada. Sixten ladró y por eso me desperté.

—¿Viste adónde iba? ¿Estuvo mucho tiempo fuera? —Maria entornó los ojos hacia el sol. Hacía calor de verdad aunque solo estaban a finales de mayo.

—Cruzó al jardín de Frida Norrby. Desde la ventana de mi habitación no podía verla bien, así que me fui a la cocina y entonces la vi al lado de la ventana del cuarto de estar de Frida. Allí mismo, al lado del seto, pero no pude ver si entró. En camisón. Imagínate… Si Lennart, el sacristán, hubiera estado mirando, podría haberla visto. Lennart es soltero.

—Seguro que habría podido soportarlo sin mayores consecuencias —dijo Maria con resignación—. ¿Esa fue la última vez que la viste?

—No sé. Cuando no trabaja, las persianas suelen estar bajadas hasta las doce, pero a las siete y media ya estaban subidas. Si hubiera tenido coche o bicicleta habría sido más fácil saber dónde estaba. Como cuando la enfermera visitaba a Frida, sabía que estaba ahí porque dejaba la bici tirada en el césped, no te creas que la dejaba bien apoyada. Pero la enfermera también está muerta. ¡Tres muertos en la misma parroquia! ¿Por qué no hace nada la policía? Exijo protección. Seguro que las violaron a todas, ¿a que sí? ¿Por qué la policía no dice las cosas como son?

—Entonces, ¿cuándo fue la última vez que la viste?

—En la piscina, iba con Stina Haglund. Solo las vi de refilón cuando estaban nadando.

—¿A qué fuiste tú allí?

—Estaba enfadada. Es increíble, francamente. Mis compañeros de trabajo me regalaron un vale para masajes, pero la cantidad que ponía en cifras no coincidía con la que ponía en letras y a mí me parece que entonces uno automáticamente tiene derecho al importe mayor, ¿no es cierto? Quería que me devolvieran el dinero y así poder comprarme algo de verdad, una maceta de cerámica para colgar, por ejemplo.

Cuando consiguió la información que necesitaba y algo más, Maria se despidió dándole las gracias y se fue hacia el cordón policial que habían levantado alrededor de la casa de Camilla Ekstróm, donde en ese momento Erika Lund estaba asegurando las pruebas. Erika se levantó del suelo con un gesto de dolor y luego se sentó en las escaleras y se frotó sus doloridas piernas. Maria se sentó a su lado.

—¿Algo nuevo?

—A simple vista, no. Enseguida termino aquí fuera. Tardaremos un poco en recibir la respuesta del Laboratorio Nacional de Investigaciones Criminológicas. ¿Y tú?

—He hablado con el taxista, Joakim Rydberg.

—He leído sobre los últimos días en el diario de Camilla. Estaba muy enamorada. Tanto que me he sentido realmente incómoda leyéndolo. Se conocieron en la fiesta de cumpleaños de Stina Haglund, la jugadora de baloncesto, ya sabes. La última página estaba llena de corazones. Habían quedado en verse después de que ella fuera a la piscina.

—Sí, lo he visto. Pero ella no llegó a esa cita con Joakim en la ciudad, no salió de la casa de baños de Roma. He entrevistado a Stina Haglund antes de venir aquí. Pero tenemos un par de testigos que vieron a Joakim en la casa de baños. Él no estaba en condiciones de responder a esa pregunta, pero por la tarde, cuando se le haya pasado la borrachera, lo interrogaremos otra vez.

20

La lluvia arreciaba contra las ventanas cuando Maria, esa misma noche, se levantó de la cama y empezó a deambular sobre el frío suelo. Le resultaba imposible conciliar el sueño. Para estar al cien por cien en el trabajo debía dormir, pero no lo conseguía. El día siguiente exigiría todo de ella y un poquito más. Quedaba un poco de Martini en el frigorífico desde la última visita de Erika. Se lo sirvió y fue a sentarse frente al televisor. Los niños dormían en casa de su padre. Krister se había llevado un chasco cuando le dijo que no podría recogerlos, como habían acordado. Él tenía otros planes para esa noche. Una dama a la que había conocido por internet, tal vez la mujer de sus sueños. Una más. Siempre había una nueva mujer en su vida, y siempre era la definitiva. ¿Pretendía ella aguarle la fiesta? ¿Acaso su trabajo era más importante que su relación? Según él, fue eso precisamente lo que provocó su separación. Pero la opinión de Maria era muy distinta. La causa fue su traición, su imperdonable deslealtad cuando, tras escuchar una cinta que ella había llevado a casa en el curso de la investigación de un asesinato, él vendió la información a los medios de comunicación. Para él aquello no tenía importancia, pero para ella había sido definitivo. No puedes vivir con alguien en quien no confías.

Maria encendió la televisión y saltó de un canal a otro. Se detuvo en el programa Granjero busca esposa y no pudo evitar soltar una lagrimita cuando confesaron lo mucho que se amaban. Por suerte, nadie fue testigo de ese ridículo acceso de sensiblería. Tenía el llanto a flor de piel; necesitaba despejar su mente y calmarse. Lo ocurrido en Roma era noticia de portada en todos los informativos. El rostro de Hartman apareció brevemente en un comentario acerca de la cualificación de la policía en la resolución de casos complicados. Hartman transmitía calma y seguridad, aunque en el fondo estaba tan desquiciado como ella. Tres víctimas en solo unos días y en un radio de pocos kilómetros. Toda la comarca se hallaba en un estado de absoluta consternación; se habían destinado todos los recursos disponibles a la investigación. A Maria todavía la perturbaba el recuerdo de los desgarradores gritos de Signe Nilsson cuando se llevaron el cuerpo de Ingrid. Fue tan atroz…

«¡No puede estar muerta! Me niego a creer que esté muerta. Creo que se movía un poco. Le ha temblado ligeramente el ojo derecho… ¿Lo han visto? Por favor, no me la quiten. No tenía que haberle dicho esas cosas tan terribles… Debía haberme callado…» Su inculpación no tenía límite. Signe afirmaba querer morir, y a Maria le preocupaba realmente que hiciera alguna barbaridad. Hubiera preferido llevarse a Signe al hospital, pero Mirja se ofreció a quedarse el tiempo que fuera necesario, y la anciana accedió.

Más tarde, en las noticias apareció una entrevista con los padres de Camilla Ekstróm. Imágenes de la sauna con una música emotiva se alternaban con tomas de la entrevista. Los medios de comunicación se habían puesto en contacto con los padres antes incluso de que la policía consiguiera localizarlos. El reportero se ensañó con la ineptitud del cuerpo policial. Conmocionados y necesitados de hablar con alguien, los padres de Camilla habían accedido a mantener una entrevista que los expuso al desnudo. A Maria se le revolvía el estómago viendo cómo se aprovechaban de ellos y exhibían su dolor con total crudeza.

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