Hablaré cuando esté muerto (19 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

—El viernes por la noche sí sé lo que hiciste. ¿A qué te dedicaste hasta el lunes?

—Si insistes en saberlo, te diré que el fin de semana me quedé en casa y pillé una terrible borrachera. Nadie sabía que Ingrid y yo…

—¿Y nadie puede tampoco corroborar que estuviste en casa?

—Nadie. El lunes fui a la casa de Mirja y Gunnar. Mirja había encargado papel para acuarela.

—De regreso, ¿pasaste quizá por los baños públicos? —preguntó Maria como si tal cosa.

—Ya veo por dónde vas… —replicó Simón estirándose cuan largo era y mirándola a los ojos—. Ni tengo nada que ver con esa muchacha ni maté a Ingrid. De hecho, la quería. Entiendo que lo mío pinta muy mal, pero soy inocente.

Maria repitió la pregunta:

—¿Estuviste el lunes en la casa de baños?

—Fui para ver los horarios de verano y preguntar por la llave de mi bicicleta, que la había perdido. Quería empezar una vida más saludable y quitarme estos michelines —dijo sujetándose la barriga que le colgaba sobre la cintura—. Pensé en la natación y consulté en la recepción el horario de piscina. En verano abren menos horas. Luego me fui a casa… Maria, tú me conoces, no creerás que lo he hecho yo…

—Estas preguntas forman parte de mi trabajo, Simón. No estoy sacando ninguna conclusión, todavía. Llegaste a casa. ¿Qué hiciste el resto de la tarde-noche?

—Estuve navegando por internet.

—O sea, que pasaste el resto del día en casa.

—¡Ya te lo he dicho antes! —Simón tenía los ojos inyectados en sangre, parecía que iban a salirse de las órbitas. Agarraba la mesa con tal fuerza que en cualquier momento podría volcársela encima—. Yo no lo hice, pero podría matar a la persona que acabó con la vida de la mujer a la que amaba.

—Tengo una pregunta —intervino Erika; se situó a un lado, por detrás de Simón. Parecía haber advertido la tensión del momento—. Hablamos con una mujer de la limpieza de la casa de baños que afirmó que en el pasado te había sorprendido tumbado en el suelo y espiando el vestuario femenino. ¿Es cierto? Nos dijo que el abrir la" puerta te dio con ella, tú te caíste y aterrizaste sobre tu mochila. ¿Sueles hacer ese tipo de cosas?

—En absoluto… No es lo que estáis pensando.

—En ese caso, tal vez podrías contarnos qué pasó —dijo Maria.

Simón emitió un sonoro quejido y agitó la cabeza como si quisiera apartar a una molesta mosca.

—La llave de la bicicleta se me cayó al suelo y se coló por debajo de la puerta, es decir, dentro del vestuario de las mujeres. Sé que suena extrañísimo, pero es cierto. Cuando me incliné para ver sí podía alcanzarla con los dedos, me dieron un portazo en la cabeza y luego me preguntaron si mi esposa estaba dentro. La situación era tan absurda que no fui capaz de contestar nada. Estaba claro lo que iban a pensar.

—¿Recuperaste la llave?

—Ese día no, pero sí el lunes por la noche. Pregunté por la llave y resultó que la tenían. Podéis hablar con los empleados.

—Ya lo hemos hecho —repuso Erika.

—Me gustaría profundizar en tu relación con lngrid —prosiguió Maria—. Si te soy sincera, me sorprendió un poco.

Simón se pasó la mano por el ojo y una lágrima se coló entre sus dedos y se internó en su barba. Permaneció un momento así, en silencio.

—Ingrid y yo habíamos decidido vivir juntos. El jueves se lo iba a contar a Signe. No sé si llegó a hacerlo, si se atrevió. Es alucinante que una madre tenga tanto poder sobre su hija, que haya manejado a su gusto a Ingrid durante toda una vida. —Simón miró hacia el cielo mientras las lágrimas recorrían sus mejillas—. Yo no la maté. Tenéis que creerme.

—Por el momento ni creemos ni dejamos de creer nada. ¿Sabías que Signe no era la madre biológica de Ingrid? ¿Y que tampoco era adoptada?

Las preguntas de Erika se sucedieron rápidamente con la esperanza de lograr una respuesta espontánea.

—No, pero eso ¿qué tiene que ver?

—¿Sabías que Ingrid no habría heredado nada de Signe a no ser que esta lo hubiera consignado expresamente en su testamento?

—Sigo sin entender qué importancia puede tener eso.

—Esa granja vale millones —señaló Erika al tiempo que sacudía la cabeza ante la torpeza de Simón.

—Entonces, ¿quién sería el heredero de Signe? —preguntó Simón sin verdadero interés por conocer la respuesta.

—Nadie lo sabe. Es posible que ni siquiera lo haya decidido.

23

E] sol de la tarde coloreó de un tono cálido la fachada de la jefatura de policía. De camino al despacho de Hartman, Maria Wern se cruzó con los padres de Camilla Ekstróm. Estaban bronceados y portaban vistosas prendas veraniegas, pero en la cara de la mujer, en sus ojos grandes y sombríos, se reflejaba una gris aflicción. El marido, cuyos rasgos parecían esculpidos en piedra, la llevaba abrazada por los hombros; su mirada apagada, fija en un punto distante, huía de cualquier contacto. Maria les saludó, pero ellos no le devolvieron el gesto. Caminaban rápido, solo querían abandonar ese lugar, dejar atrás todo aquel horror. Hallarse lejos de esas palabras que no deseaban oír, de los detalles sobre la muerte de su hija. Escucharon el relato de los hechos porque se lo debían a Camilla, pero cada palabra era una tortura. Maria deseó que pudieran ofrecerse apoyo, que en su soledad fueran capaces de expresar ese colosal dolor que no podían dejar al descubierto en público. Seguramente necesitaron hacer acopio de toda su presencia de ánimo para responder a las preguntas sobre su hija.

De una forma ciertamente inesperada, la desolación de los padres de Camilla despertó la de Maria. Pensó en Per y… Maria se dirigió a toda prisa a los aseos, y una vez allí se lavó la cara con agua helada y se pellizcó con fuerza el brazo para ahuyentar el llanto. No podía entretenerse en su propio tormento, realmente en ese momento no tenía tiempo para eso. Se recogió el pelo en una tensa cola de caballo y se abofeteó las mejillas hasta dejarlas coloradas. Tienes que sobreponerte. ¡Vamos, Maria! Respiró profundamente y luego salió al pasillo rumbo al despacho de Hartman; le agradecía que se hubiera encargado de hablar con los padres.

—¿Qué tal están? —preguntó Maria al abrir de nuevo Hartman la puerta de su despacho.

Su superior, que parecía completamente deshecho, sacudió lentamente la cabeza.

—Es duro, muy duro… Terrible. —Apretó las mandíbulas y miró fijamente el techo para contener las lágrimas—. ¿Qué tal tú, compañera? —añadió tras calmarse un poco y reparar en la cara de Maria.

Ella se encogió de hombros.

—Luego te digo.

—¿Hay algo peor que perder a un hijo? —dijo Hartman, lívido al contraluz—. Camilla era su única hija. Su madre me ha dicho que sin ella el futuro ya no tiene sentido. Hay que echar el guante a quien lo hizo, tratar de aliviar el infierno que están atravesando. Apostaremos todos nuestros recursos en atrapar al criminal, aunque eso derive en el traspaso del caso al Departamento Nacional de Policía Criminal. La cuestión del prestigio es secundaria. Vamos a proceder de un modo sistemático y minucioso, no dejaremos que se nos escape el mínimo detalle. Es una pena que no podamos traer a todos los sospechosos y mantenerlos confinados hasta completar la investigación.

—Si lo hiciéramos, los medios los condenarían. Perjudicaría a personas inocentes.

Hartman se puso en pie y se acercó a la ventana, la abrió y respiró hondo.

—¿Traes algo nuevo?

Maria hizo un breve resumen.

—Le he pedido a Eriksson que encuentre todo lo que pueda sobre Simón Bergvall.

La mirada de Hartman adquirió un matiz socarrón.

—Pero Signe sigue viva y puede legar su granja a quien le dé la gana. Me dijiste que nunca llegó a adoptar a Ingrid. ¿Sabes? No estoy nada seguro de que ese sea el motivo. De ser así, ¿por qué Simón Bergvall iba a matar a Camilla y luego quemar la casa de Frida Norrby? Hablando con los padres de Camilla se me pasó otra idea por la cabeza.

—Ah, ¿sí? —dijo Maria escuchando con atención.

—Simón era aficionado a ligar por internet. Tal vez mantuviera también una relación con Camilla. Andaba como si dijéramos a la caza, y tuvo que ver varias veces a Camilla en el supermercado. Era una chica preciosa, si te gustan las jovencitas. Frida era su vecina; es posible que, como afirma Bibbi, viera algo. Tal vez Simón temiera que Frida se fuera de la lengua con Ingrid. Desconocemos si él sabía que Ingrid no era la heredera, ¿verdad? ¿Cuánto puede valer una granja así?

—Varios millones. Pero su amor era quizá más valioso para él…

—La gente mata por sumas considerablemente más modestas que eso —dijo Hartman regresando hacia su escritorio.

Maria se preguntó si la había escuchado. Parecía completamente absorto en sus propios pensamientos.

—Es posible —continuó Hartman—. Debemos estar abiertos a todas las opciones. Cuando pregunté a los padres de Camilla acerca del día a día de la muchacha, me hablaron de los años de acoso escolar que había sufrido. Stina Haglund le hizo la vida imposible durante todo el ciclo superior de primaria. Al principio eran amigas íntimas, todo lo hacían juntas. La madre de Camilla dijo que estaban tan unidas como solo dos chicas adolescentes pueden estarlo. Se quedaban a dormir en casa de la otra, se prestaban la ropa, hablaban por teléfono durante horas… Era como una relación amorosa que se transformaba en celos cuando Camilla se encontraba con otras personas. Nunca he comprendido por qué las muchachas mantienen relaciones tan inamovibles. Los chicos no hacíamos eso. No importaba cuántos fuéramos, cualquiera podía unirse, pero las chicas funcionan a pares. Hasta cuando se jubilan. Mi esposa es incapaz de invitar a dos amigas a la vez. Tienen que verse de dos en dos.

—Probablemente tengas razón, pero no sé a qué se debe —dijo Maria, algo impaciente—. ¿Qué más te contaron?

—Camilla se mudó a tierra firme nada más terminar el bachillerato, pero en mayo volvió. Consiguió una sustitución de verano en el supermercado; se encontró con Stina por casualidad y retomaron el contacto.

—¿Qué motivo podía tener Stina para acabar con su vida? ¿Pudo tratarse de una broma pesada que se le fue de las manos?

Hartman se rascó la cabeza mientras reflexionaba. Su rizada cabellera canosa parecía estropajo metálico. Maria sospechó que en los dos últimos días no había tenido tiempo ni de ducharse.

—Stina fue la última persona que vio a Camilla con vida. Que sepamos. Según el diario, Camilla mantenía una relación sentimental con Joakim, número uno en la lista de favoritos de Stina.

—Sí, pero esas cosas ocurren a menudo en la adolescencia —dijo Maria, recordando sin dificultad varios episodios de ese tipo en su propia vida, tanto en el papel de traicionada como de traidora. Es ley de vida—. Son solo unas chiquillas. El asesinato de Camilla fue premeditado y cruel… ¿Hemos requisado el ordenador de Stina para examinarlo?

—Sí, y no sabes cómo se puso. Desde luego, resulta muy humillante que peinen tu disco duro, pero cuando hay un asesinato de por medio no queda otra. En breve sabremos qué ha encontrado Eriksson. Hemos revisado las llamadas de móvil que Camilla recibió la noche de los hechos. Tenía contrato. No hemos encontrado nada inesperado: una llamada de Joakim Rydberg, varios mensajes de texto de él y uno de Stina.

—Supongamos por un momento que Stina planeó y ejecutó el asesinato de Camilla. Espero sinceramente que no sea así, pero si lo es… —conjeturó Maria; sintió una punzada de desagrado en el estómago, un ligero malestar al pensar en la "vida que la esperaba de ser eso cierto—, si lo es, ¿cuál puede ser la conexión con la muerte de Ingrid y de Frida Norrby? ¿Crees que pudo haber acabado con las tres?

—Ingrid era enfermera del centro de salud. Como he dicho antes, las enfermeras pueden conocer muchos secretos. Ingrid no era demasiado fiel en el respeto a la confidencialidad de los pacientes. La madre de Camilla comentó que una vez, yendo en autobús hacia la ciudad, oyó que Ingrid le contaba a Frida Norrby que habían tenido que atender a una adolescente de Roma que estaba borracha. Por lo visto Frida estaba lamentándose de cómo era la juventud en estos tiempos y esa historia fue la aportación de Ingrid a la conversación. La jovencita había mantenido relaciones sexuales desenfrenadas con varios chicos y quería que le hicieran análisis para todas las enfermedades posibles. La madre de Camilla iba sentada detrás de ellas, oyéndolo todo, y enseguida adivinó que se trataba de Stina. Ingrid hablaba bastante alto, seguramente fueron varias las personas que se enteraron del asunto. Si alguno de los pasajeros del autobús se lo contó luego a Stina, es probable que esta se pusiera hecha una furia, y además con razón —señaló Hartman cambiando incómodo de posición—. Es solo una idea.

—Bueno, pero eso no basta para… llegar hasta el asesinato, ¿no? —repuso Maria, dubitativa—. Quizá esa historia ni siquiera tenía que ver con Stina.

Alguien llamó a la puerta e interrumpió la conversación. Erilca Lund asomó la cabeza con su pelo castaño crespo; Haraldsson se hizo a un lado para dejarle sitio.

—No han hallado el cuerpo de Frida Norrby en la casa incendiada —dijo Erika—. Acabo de recibir el informe de los técnicos. Según el método del carbono catorce, el esqueleto infantil es muy antiguo, como yo creía. Probablemente del siglo VIII. Una ofrenda del
Thing
, la asamblea suprema de Gocia. Sacrificaban a hijos e hijas si la cosecha era mala. ¿Para qué lo querría la anciana?

—¡Caramba! —exclamó Hartman—. Sí, ¿por qué guardaba ese esqueleto en su casa? No parece muy sensato. ¿Dónde se habrá metido Frida Norrby? —Hartman se pasó la mano por su pelo ondulado—. ¿Es posible que se fuera de su casa también en taxi después de las tres de la mañana? ¿Hemos comprobado las carreras nocturnas de Joakim Rydberg y del resto de las empresas de taxi?

—Solicité una lista a la compañía de taxis. Desde las tres de la madrugada del viernes, nadie ha visto a Frida Norrby —dijo Maria al tiempo que le ponía un papel delante.

—En ese caso, no sabemos si está viva o muerta. Tal vez encontremos su cuerpo en otra parte. En la granja hay un pozo que deberíamos inspeccionar. Podrían haberla arrojado ahí.

—Hemos examinado las casetas y el pozo —respondió Haraldsson levantando la vista de la pantalla del ordenador—. No hay nada.

—Si está viva, ¿adónde podría haber ido? ¿Tiene amigos o familiares en las proximidades a los que pudiera visitar en mitad de la noche? ¿Estará tirada en algún arcén con las piernas rotas? —especuló Hartman mientras se restregaba con fuerza el cuero cabelludo—. Se me ha ocurrido otra idea. No es atractiva, pero hay que sopesar todas las posibilidades.

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