—Eso tendrás que preguntárselo a ella —respondió Gun batiéndose en retirada, y luego añadió—: ¿Qué dice de mí?
—Nada bonito. Cosas que no saldrán de mi boca. Naturalmente, no son ciertas en absoluto, por eso no voy comentándolas por ahí. Esas cosas no van conmigo, así que ni siquiera les presto atención. Si cada uno se ocupa de sus propios asuntos, la convivencia es más agradable. Más pacífica. El ambiente es más respirable, ¿no te parece? —Lanzó a Gun una última mirada exterminadora, expulsó el humo imaginario del cigarrillo por una de las comisuras de los labios y volvió a su sitio.
La chimenea chisporroteó y las tablas del suelo crujieron cuando Simón se acercó y puso su enorme mano sobre el hombro de Gun.
—Si no usaras tanto el lápiz y confiaras más en tu talento, yo mismo compraría tus cuadros. Hay pasión ahí dentro, y tenemos que sacarla a la luz.
A Gun le tembló ligeramente una de las comisuras de los labios, una sonrisa contenida, como cabía esperar.
—Y aquí… —continuó Simón—. Qué tenemos aquí… El sueño del paraíso… verdadera pasión o añoranza de algo que te llena… Creo que aquí has hallado la forma de expresarte, Mirja. Despierta inmediatamente mis sentimientos. Me llega aquí… —Simón se llevó la mano al pecho y puso los ojos en blanco—. Lo has conseguido, realmente. Solo me gustaría que te atrevieras a usar un poco más de color, que te atrevieras a dejar que se mezclaran… que te atrevieras a no pensar en el resultado y te dejaras llevar por el entusiasmo…, juega con los colores en toda su gama.
Mientras Gun parecía que estuviera deseando asesinar a alguien, Mirja se abría como una flor.
—Ya la tiene casi en el bote —dijo Ubbe en voz baja—. Yo escucho y aprendo para la vida. ¿Te cae bien?
—Nos da lo que queremos, ¿no? —respondió Maria.
Ubbe sonrió burlón y le guiñó un ojo. La connivencia surgió entre ellos como un premio inesperado.
Simón se colocó las gafas en la frente y estudió con detenimiento la pintura de Maria.
—¿De la Academia?
—No. —Maria se enderezó, tenía el cuerpo entumecido. Cuando se concentraba en la pintura se le pasaban las horas sentada y doblada como una escarpia.
—Bello y conmovedor. Hay melancolía en lo que pintas. Supongo que hace bastante tiempo que lo haces. Este no es el cuadro de un principiante.
—Pinto porque lo necesito. Porque me siento bien… —Maria se mordió la mejilla. Más que eso no quería compartir.
—Si quieres hablar de ello, estoy dispuesto a escuchar —dijo él con una sonrisa difícil de interpretar, y continuó hasta Ubbe—. Una técnica interesante. Si te atreves a experimentar con un poco más de agua, o si añades algo de marrón, obtendrás unos contrastes más suaves… aunque quizá no es eso lo que buscas.—Nueva sonrisa—. Tal vez sea una cuestión generacional. Blanco y negro cuando se es un gallo joven, luego se convierte uno en un viejo pardo.
Tras las palabras tranquilizadoras de Simón se produjo algo parecido a un alto el fuego. Él encarnaba una zona libre de hostilidades, un caballero de la calma, siempre dispuesto a restablecer el buen ambiente.
—Me pregunto dónde estará Ingrid esta tarde. ¿Se habrá olvidado de que teníamos clase? —dijo Gun—. Suelo esperarla en la cafetería. A menudo nos tomamos un café antes. Ya se ha convertido en una costumbre. Nos hemos hecho buenas amigas. Creo que debería haber llamado si no iba a venir. ¿Te ha llamado a ti, Simón?
—No, es la primera vez que falta desde que empezamos. Tal vez le tocaba trabajar esta tarde —comentó Simón mientras buscaba su móvil en la mochila—. Quizá deberíamos llamarla. Si se le ha olvidado que tenemos clase, aún le da tiempo a venir, y si está trabajando, pues nada… No, no contesta.
—Solo trabaja por la mañana. —Gun se revolvió inquieta—. Me hubiera gustado mucho poder hablar con una persona tranquila y sensata después de lo que ha pasado. Además, Frida era paciente de Ingrid. ¿Se habría olvidado la vieja otras veces la placa encendida? ¿Estaba bien de la cabeza? Ya sé que Ingrid tiene que guardar secreto profesional, pero seguro que nos habría aclarado algún que otro interrogante.
—No creo que sea de las que se van de la lengua —la cortó Ubbe.
—Su madre está algo achacosa —continuó Gun—. Tal vez le ha pasado algo. Es mayor. No tiene que ser fácil vivir con tu madre a cierta edad.
—Seguro que no es peor que vivir con un hombre que cree que el sentido de la vida es no dar un palo al agua. —La respuesta de Mirja fue rápida y contundente.
Maria recordó a los Fredlund en el césped. Mirja, enérgica, haciendo Chi-Kung, y su marido descansando en la hamaca sin mover un dedo. Ella le había servido el café, le había llevado las gafas de sol y el periódico. Podía ser un gesto de cariño, claro, pero, a juzgar por el tono de Mirja, al parecer esos días ya habían pasado.
Simón miró a Mirja esperando que continuara. Puso sus enormes manos sobre los hombros de Mirja y empezó a masajeárselos con cuidado. Ella se echó hacia atrás. Maria Wern los observaba hasta cierto punto divertida. De haber sido otro habría parecido algo extraño, pero Simón era Simón. Gun, sin embargo, parecía como si estuviera deseando machacarle los hombros a Mirja y apretarle la garganta con sus propias manos. Aquellos siniestros pensamientos consiguieron que le temblara todo el cuerpo, luego dijo:
—Puedo deciros que no hay mejor persona que lngrid. Seguro que habría encontrado un hombre con quien vivir si su madre no se hubiera puesto enferma. El corazón, ya sabéis. Signe, su madre, no se atreve a vivir sola. ¿No deberíamos llamar a lngrid otra vez y preguntar qué ha pasado? Así sabrá que pensamos en ella.
Mirja abrió los ojos cuando Simón terminó de darle el masaje.
—¿Alguien tiene el número de teléfono de su casa? —preguntó.
Simón volvió a sacar su móvil y marcó un número que tenía apuntado en una libreta pequeña que llevaba en el bolsillo de atrás. Le respondieron después de una señal.
—Quería hablar con Ingrid… ¿No está en casa? ¿No ha pasado la noche en casa y todavía no ha vuelto…? ¡Vaya! —Simón se echó a reír, pero en su voz se percibía la inquietud como una nota disonante. Todos lo advirtieron, pero él siguió hablando en el mismo tono jocoso—. ¿Nunca pasa la noche fuera de casa? Entonces, querida señora Nilsson, tal vez ya iba siendo hora. Su hija ya ha cumplido cincuenta… Aunque no haya ocurrido anteriormente, eso no significa que esté muerta y enterrada, ¿no?… ¿Qué suele dejar una nota?… ¿No es exagerado llamar a la policía porque una hija mayor de edad haya pasado la noche fuera de casa? Sí, comprendo que esté preocupada.
—Dile a la señora Nilsson que pasaré por allí después de la clase —dijo Mirja.
Puedes venir conmigo, Mirja. Te acompaño y así me entero de qué pasa con Ingrid, si ha aparecido o no —dijo Maria cuando ya estaban en la explanada a la luz del atardecer. Ante ellas se alzaban las ruinas del magnífico monasterio cisterciense que fue destruido tras la época de poderío sueco y cuyas piedras fueron reutilizadas en la construcción de las cuadras de la Granja Real. La cultura surge y desaparece. Tuvo que ser impresionante contemplar el monasterio en aquel tiempo, pensó Maria.
—Los monjes cistercienses vivían en una comunidad basada en el orden y el derecho —explicó Mirja—, en la cual el noble y el humilde recibían el mismo castigo por igual delito, eso en un tiempo en el que imperaba la superioridad del fuerte frente al débil. Cultivaban la tierra y eran autosuficientes. No comían carne y construyeron varios estanques para la cría de carpas. Aquí se mezclan los rasgos de varias épocas históricas. En el siglo XVIII el gobernador Gronhagen mandó construir la Granja Real imitando el modelo de la mansión campestre peninsular. Ordenó también que se abrieran paseos flanqueados por tilos, para irritación de los campesinos de Gocia, que opinaban que el tilo era un árbol peninsular. El edificio principal, de piedra caliza revocada, con sus dos alas, también está decorado con elementos tomados de otras épocas. —Mirja señaló dos bellas portadas medievales integradas en el muro de la fachada—. El material para rellenar las paredes se extrajo del cementerio que los monjes tenían más allá de la puerta oeste, por eso… —Mirja sonrió de una manera peculiar— a veces, al anochecer o al amanecer, se puede ver a alguno de aquellos desdichados monjes a los que sacaron de su descanso eterno. Se ha visto una sombra gris vagando entre los árboles en dirección al claustro. El gobernador Gronhagen la vio en su lecho de muerte, ¿comprendes? «No temáis al monje», dijo el gobernador entornando los ojos hacia lo desconocido. «Es a mí a quien ha venido a buscar». —La voz dramática de Mirja recuperó su tono normal—. Por lo visto, los demás no tenemos nada que temer.
—Vaya historia más espeluznante… Ahora parece que están haciendo una obra de teatro en las ruinas.
—Shakespeare. Este año representarán Hamlet. «Ponedme el nombre de cualquier instrumento; aunque me destempléis, no soltaré nota» —recitó Mirja con gestos teatrales y continuó—: «… el color natural de nuestro ánimo se mustia con el pálido matiz del pensamiento».
—Impresión ante. Yo solo me sé: «Ser o no ser, esa es la cuestión». Mi hermano solía sujetarme la cabeza como si fuera un cráneo y pronunciar las palabras mágicas para hacerme rabiar.
—Me sé muchas escenas de las obras de Shakespeare de memoria. Estuve muchos años en un grupo de teatro de aficionados, antes de que me decidiera por el sector de la sanidad y me convirtiera en diseñadora de nuevos estilos de vida. —Mirja siguió declamando con voz profunda—: «Soy el alma de tu padre, condenada por un tiempo a vagar en la noche y a ayunar en el fuego por el día mientras no se consuman y purguen los graves pecados que en vida cometí».—Soltó una carcajada y sacudió la cabeza de tal manera que su larga melena morena cayó hacia atrás.
Maria pensó que Mirja en su juventud tuvo que haber sido una Julia muy bella. En su rostro, de perfil acorazonado, destacaban los ojos oscuros y vivarachos y, aunque seguramente pasaba ya de los cuarenta, aún tenía el cuerpo esbelto de una quinceañera.
—¿Por qué no seguiste con el teatro?
—Demasiada inseguridad. Aparecen nuevos talentos y te quitan el trabajo, así de sencillo. Hay muchos papeles, quizá demasiados, de heroínas jóvenes y guapas, y muy pocos de viejas arpías. Me cansé de esperar a que me llamaran y decidí encaminarme yo sola hacia el éxito y la felicidad. —Mirja soltó una risa seca—. No, bueno… llevo una buena vida. Tengo un buen marido, dinero y un proyecto interesante.
—Cuenta, cuenta. —Maria abrió las puertas del coche y se sentó al volante.
—Se trata de una clínica privada: los mejores médicos y terapeutas del país y un spa con todo lo que una persona moderna pueda desear. ¿Por qué renunciar al lujo cuando se está enfermo? Hay tiendas exclusivas, entrenador personal y controles médicos cuando el cliente los desee. He contratado a buenos conferenciantes que ofrecen algo más que un rato entretenido. Además, la historia del lugar desempeña un papel decisivo. Un sueño hecho realidad con la ayuda de algunos patrocinadores.
—Parece de lo más exclusivo. —Maria se imaginó por un momento envuelta en toallas esponjosas y en aceites aromáticos. La idea de experimentar por una vez en la vida el lujo de que la cuidaran, no tener que cocinar, que le dieran masajes, le hicieran la manicura y la pedicura y darse baños termales era sencillamente fascinante. Y por supuesto tenía que ser carísimo. En Klinten ella se había tenido que conformar con una variante más modesta. Erika y ella habían organizado un spa casero con mascarilla para el cabello y sales para los pies compradas en la farmacia, velas y una botella de Riesling. Erika solía bromear diciendo que si se limaran los pies con un rallador, cuando terminaran podrían hacer una vela con las ralladuras. Luego, mientras estuvieran allí a gustito, podrían quemarse con el mechero los pelos de los dedos gordos.
—La idea es que el establecimiento sea de lujo y atraiga a gente adinerada. Nada para «el ciudadano de a pie». La estancia en el spa será prácticamente gratis mediante unas bonificaciones que se conseguirán al comprar en las tiendas y que darán ventajas en la utilización de las instalaciones. Cuanto más dinero gasten en las tiendas, más gratificaciones obtendrán en las instalaciones. Lo que se pierde en los columpios se gana en el carrusel, ¿comprendes? Ha sido un trabajo enorme organizado todo, obtener los permisos y conseguir patrocinadores y todo eso. Estábamos agotados, necesitábamos venir aquí para descansar un poco antes de que todo empiece a funcionar en serio en otoño.
Maria asintió con la cabeza, aunque en realidad no tenía ni idea del trabajo que podía suponer la organización de aquel proyecto. La energía de aquella mujer la tenía impresionada. Alguien que se atrevía a alzarse sobre la mediocridad cotidiana y a hacer algo más con su vida. El precio, al parecer, era ser la pareja de un hombre acaudalado al que no amaba. Pero ¿quién tiene derecho a juzgar las decisiones de los demás? Tal vez habían estado enamorados al principio y ahora mantenían la relación por mutuo interés. ¿Por qué moralizar acerca de ello?
—Sí, vinimos buscando la tranquilidad en el campo y ¿con qué nos encontramos? ¡Con un incendio provocado! Entre nosotras, Maria, ¿qué opinas de esto?
—¿Conoces de antes a la madre de Ingrid? —preguntó Maria para evitar un tema sobre el que no podía pronunciarse. La gente debería comprender que no podía comentar un caso en el que estaba trabajando.
Muja se encogió de hombros.
—Conocer, lo que se dice conocer…, hemos cruzado algunas palabras en la tienda. He estado en su casa tomando café y la he ayudado con algunos papeles. Un campo de labranza se asemeja a una empresa más de lo que parece. A mi marido le gusta hablar de literatura con ella, así que se han visto bastantes veces. Es una auténtica rata de biblioteca, y fue enfermera. Las mujeres como ella llevan la cultura sobre sus hombros y mantienen la vida en comunidad en los pueblos. Hornea bollos para la fiesta de Navidad que celebra el círculo de costura, es miembro de la Asociación Local y vende lotería. Se llama Signe. Mi Gunnar suele decir que le gustaría verla en
jeopardy!
—Si no te importa, ponte el cinturón —dijo Maria cuando salieron a la carretera.
—No, me gusta vivir peligrosamente. Las personas que no se atreven a correr riesgos son las que se arrepienten cuando llega el final.
—A lo mejor sobreviven hasta el final precisamente porque han sido prudentes. —Maria sintió que la embargaba una irritación que crecía por momentos. La rabia de ver a alguien que pone su vida en peligro cuando no tiene nada que ganar en ello. La vida era tan preciosa… Tan frágil… Le asaltó el recuerdo de Per. Si no hubiera sido tan temerario, ahora estaría viviendo una vida diferente—. ¡Ponte el cinturón o sal del coche!