Hacia rutas salvajes (16 page)

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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Relato

Los
papar
no arriesgaron sus vidas —y las perdieron, en el caso de muchos de ellos— para conseguir riquezas y honores o para reclamar nuevos territorios en nombre de algún monarca. Tal como señaló Fridtjof Nansen, el gran explorador del Ártico galardonado con el premio Nobel, «emprendían estas extraordinarias travesías […] movidos por el deseo de encontrar lugares solitarios en los que vivir en paz como anacoretas, lejos del ruido y las tentaciones del mundo». Cuando hacia el siglo IX los primeros grupos de vikingos aparecieron en las costas de Islandia, los
papar
decidieron que había demasiada gente en el lugar, pese a que Islandia continuaba prácticamente deshabitada. Se hicieron de nuevo a la mar con sus
currachs y
pusieron rumbo a Groenlandia. Las corrientes y tempestades los arrastraron hacia el oeste
y
los
papar
fueron más allá del límite del mundo conocido, movidos sólo por su sed de espiritualidad, por una esperanza de una intensidad tan extraordinaria que supera la imaginación moderna.

Cuando uno lee la historia de estos monjes se siente conmovido por su coraje, su ingenuidad temeraria
y
la fuerza de sus anhelos. Y no puede evitar pensar en Everett Ruess
y
Chris McCandless.

10
FAIRBANKS

UN AUTOSTOPISTA MUERE EN EL BOSQUE Y DEJA ESCRITA LA HISTORIA DE SU CALVARIO

Anchorage, 12 de septiembre (AP)

El domingo pasado se encontró en un lejano campamento del interior de Alaska el cadáver abandonado de un joven autostopista que había sufrido un accidente. Su cuerpo presentaba numerosas heridas. Por el momento se desconoce su identidad. Sin embargo, en el lugar de los hechos fueron hallados un diario y dos notas que describen la estremecedora historia de sus desesperados e inútiles esfuerzos por sobrevivir
.

El diario indica que el joven, al parecer un ciudadano estadounidense de edad comprendida entre 25 y 30 años, debió de sufrir una caída y quedó abandonado a su suerte durante más de tres meses. El diario relata cómo intentó subsistir cazando y recogiendo frutos silvestres mientras iba debilitándose
.

Una de las dos notas halladas es una llamada de socorro por si alguien se acercaba al campamento mientras el autostopista se encontraba buscando comida en las inmediaciones. En la segunda nota, el joven se despide del mundo […]
.

La autopsia realizada por el laboratorio forense de Fairbanks ha revelado que murió de hambre, posiblemente a finales de julio. La policía ha descubierto entre sus pertenencias un nombre que quizá corresponde al del fallecido, pero no ha podido confirmar su identidad y se ha negado a facilitar este nombre a la espera de nuevas pruebas
.

The New York Times
,

13 de septiembre de 1992

Cuando esta noticia apareció en el
New York Times
, la policía montada de Alaska llevaba una semana intentando descubrir la identidad del fallecido. En el momento de su muerte, McCandless llevaba puesta una sudadera azul con el logotipo de una empresa de grúas de Santa Barbara; sin embargo, cuando la policía se puso en contacto con la empresa, resultó que ningún operario lo conocía ni sabía cómo había adquirido la prenda. Por otro lado, numerosos párrafos del breve y desconcertante diario que se encontró junto al cuerpo eran concisas observaciones sobre la flora y la fauna de los alrededores, lo que alimentó la sospecha de que McCandless era un biólogo que estaba realizando un trabajo de campo, una suposición que tampoco condujo a los investigadores a ninguna parte.

El 10 de septiembre, tres días antes de que la noticia apareciera en el
New York Times
, la historia del autostopista muerto en el bosque fue publicada en la primera página del
Anchorage Daily News
. Cuando Jim Gallien leyó el titular del periódico y echó una ojeada al mapa en que se indicaba que el cuerpo sin vida había sido descubierto a 40 kilómetros de Healy, en la Senda de la Estampida, sintió un escalofrío: era Alex. Aún tenía grabada en la memoria la imagen de aquel joven agradable que se alejaba con unas botas de goma que le iban dos tallas más grandes, las viejas botas Xtratufs marrones que Gallien finalmente había conseguido que el chico aceptara. «Pese a que el artículo daba muy pocos detalles, por lo que contaba parecía tratarse de la misma persona —explica Gallien—. De modo que llamé a la policía montada y les dije que creía haberlo recogido en la carretera hacía unos meses.»

—Sí, claro —respondió Roger Ellis, el agente de la policía montada que atendió la llamada—. ¿Y qué le hace creer tal cosa? Usted es el sexto que llama esta mañana para decirnos que conoce la identidad del autostopista.

Pero Gallien insistió. Cuanto más hablaba, más se disipaba el escepticismo inicial de Ellis. Gallien le describió varios objetos que el periódico no había mencionado y que coincidían con los encontrados junto al cadáver. Además, Ellis se dio cuenta de que la críptica primera entrada del diario del autostopista decía: «Salida de Fairbanks. Sentado con Gallien. Día del conejo.»

En aquel momento, la policía ya había revelado el carrete de película de la Minolta del autostopista, que incluía varias fotos que parecían autorretratos. «Me trajeron las fotos al trabajo —recuerda Gallien—. No había vuelta de hoja, el chico era Alex.»

McCandless había dicho a Gallien que era de Dakota del Sur y la policía orientó sus pesquisas en esta dirección para buscar a los familiares más cercanos. Se recibió un boletín en el que se informaba de la desaparición de un McCandless que residía en la parte oriental de Dakota del Sur, en un pequeño pueblo que por casualidad estaba situado a sólo 30 kilómetros de Carthage, donde vivía Westerberg. La policía montada creyó durante unos días haber localizado a la persona que trataba de identificar, pero la pista también resultó ser falsa.

Westerberg no había vuelto a tener noticias del amigo que conocía como Alex McCandless desde la primavera. Lo último que sabía de él era gracias a la postal que éste le había enviado desde Fairbanks. El 13 de septiembre circulaba por una estrecha carretera de las afueras de Jamestown, Dakota del Norte, conduciendo a sus peones de regreso a Carthage tras cumplir con el contrato de cuatro meses que tenía en Montana para la época de la siega, cuando oyó un grito que salía del radiotransmisor de su camión.

—¡Wayne, Wayne! ¿Me escuchas? Aquí Bob —dijo una voz angustiada desde otro de los camiones—. ¿Tienes puesta la radio?

—Sí, Bobby. Aquí Wayne. ¿Qué ocurre?

—Rápido, busca en la onda media y escucha a Paul Harvey. Habla de un chico que se murió de hambre en Alaska. La policía no sabe quién es, pero diría que se trata de Alex.

Westerberg sólo pudo sintonizar los últimos minutos del programa de Paul Harvey, pero tuvo que admitir a su pesar que Bob tenía razón: por los escasos y superficiales detalles que daban por la radio, parecía que el autostopista anónimo era su amigo.

Tan pronto como llegó a Carthage, un alicaído Westerberg telefoneó a la policía montada de Alaska ofreciéndose a contarles todo lo que sabía sobre McCandless. Sin embargo, por aquel entonces los artículos sobre el autostopista muerto, extractos de su diario incluidos, habían pasado a ocupar un lugar destacado en todos los periódicos del país. La policía montada recibió infinidad de llamadas telefónicas de gente que afirmaba conocer la identidad del autostopista, y por tanto fueron mucho menos receptivos con Westerberg de lo que lo habían sido con Gallien.

«Un policía me dijo que había recibido más de ciento cincuenta llamadas de tipos que creían que Alex era su hijo, su amigo o su hermano —explica Westerberg—. Al final, cuando ya estaba hasta las narices de que me diera largas, le dije que ya tenía bastante, que yo no era uno de esos maníacos que se dedican a hacer llamadas a la policía. Mire, sé quién es, le dije, ha trabajado para mí; incluso debo de tener su número de la Seguridad Social en algún lado.»

Westerberg hurgó en los archivos del elevador de grano hasta que consiguió encontrar los dos formularios W-4 que McCandless había rellenado. En el primero, que databa de su visita inicial a Carthage en 1990, McCandless había garabateado «EXENTO EXENTO EXENTO EXENTO» en las sucesivas casillas y había firmado como «Iris Fucyu»
[3]
. En la casilla de la dirección, había puesto «No es de vuestra incumbencia» y en la del número de la Seguridad Social «Lo he olvidado».

No obstante, en el segundo formulario, fechado el 30 de marzo de 1992, dos semanas antes de que partiera hacia Alaska, había firmado con su verdadero nombre: «Chris J. McCandless.» En la casilla del número de la Seguridad Social había puesto «228-31-6704». Westerberg llamó de nuevo a la policía montada. Esta vez se lo tomaron en serio.

El número de la Seguridad Social resultó ser el auténtico y situaba el lugar de residencia habitual de McCandless en Virginia. La policía montada de Alaska se puso en comunicación con los departamentos de policía de Virginia, que a su vez empezaron a investigar a los McCandless que figuraban en los listines telefónicos. Walt y Billie McCandless se habían mudado a la costa de Maryland y habían desaparecido de la guía telefónica de Virginia, pero el hijo mayor del primer matrimonio de Walt vivía en Annandale y figuraba en él. El 17 de septiembre, a última hora de la tarde, Sam McCandless recibió una llamada de un detective de la brigada de homicidios del condado de Fairfax.

Sam y Chris se llevaban nueve años. Unos días antes había leído un breve artículo sobre el autostopista en el
Washington Post
, pero reconoce que «no se me ocurrió pensar que podía tratarse de Chris. Nunca me pasó por la imaginación, la verdad. Resulta irónico, porque recuerdo que leí el artículo y pensé: “¡Dios mío! ¡Qué tragedia! Lo siento por la familia de este chico, sean quienes sean. ¡Qué historia más triste!”»

Sam McCandless creció en California y Colorado, en casa de su madre. No se trasladó a Virginia hasta 1987, en la época en que Chris ya se había ido a Atlanta para estudiar en la universidad, de modo que no conocía muy bien a su hermanastro. Sin embargo, según cuenta, cuando el detective le preguntó por teléfono si el autostopista se parecía a alguien que él conociese, «tuve la seguridad de que era Chris». «Que hubiera ido a Alaska, que se marchara solo… todo cuadraba.»

A petición del detective, Sam fue al departamento de policía del condado de Fairfax, donde le enseñaron una fotografía que habían recibido por fax desde Fairbanks.

«Era una ampliación de veinte por veinticinco —recuerda Sam—. Una instantánea de la cabeza. Llevaba barba y el pelo largo. Chris casi siempre llevaba el pelo corto e iba bien afeitado. Y la cara de la foto estaba muy demacrada. Pero lo reconocí enseguida. No había equivocación posible. Era Chris. Fui a casa, recogí a Michele, mi mujer, y salimos en coche hacia Maryland para comunicárselo a papá y a Billie. No sabía cómo decírselo. ¿Cómo se le dice a alguien que su hijo ha muerto?»

11
CHESAPEAKE BEACH

Todo había cambiado de repente: el tono, el clima moral. No sabías qué pensar, a quién escuchar. Era como si durante toda tu vida te hubieran llevado de la mano como a un niño pequeño y, de pronto, te encontraras solo y tuvieras que aprender a andar. Ya no quedaba nadie, ni la familia ni las personas cuya opinión merecía tu respeto. En aquel tiempo sentías la necesidad de comprometerte con algo absoluto

la vida, la verdad o la belleza

que gobernara tu vida y reemplazara unas leyes del hombre que habían sido descartadas. Sentías la necesidad de entregarte a una meta última con todas tus fuerzas, sin reservas, como no habías hecho nunca en los apacibles viejos tiempos, en la antigua vida que ahora estaba abolida y había desaparecido para siempre
.

BORIS PASTERNAK,

Doctor Zivago

[Pasaje subrayado en uno de los libros que se encontraron junto al cadáver de Chris McCandless.

En el margen superior, McCandless había escrito de su puño y letra: «Necesidad de una meta.»]

Samuel Walter McCandless Jr. tiene 56 años. Es un hombre barbudo y taciturno, con el pelo largo y entrecano peinado hacia atrás dejando al descubierto una amplia frente. Alto y bien proporcionado, lleva unas gafas de montura metálica que le confieren un aire serio y profesoral. Han transcurrido siete semanas desde que el cuerpo de Chris apareció sin vida en Alaska, envuelto en el saco de dormir azul que Billie le había comprado y cosido. Walt observa, a través de una de las ventanas de su casa frente al mar, un velero que se desliza impulsado por la brisa.

«¿Cómo es posible que un chico tan compasivo pueda causar tanto dolor a sus padres?», se pregunta en voz alta mientras contempla con mirada ausente la bahía de Chesapeake.

En el hogar de los McCandless en Chesapeake Beach, Maryland, reina la pulcritud y el orden. Los interiores están decorados con elegancia. Una gran camioneta Chevrolet Suburban y un Cadillac blanco están aparcados en la entrada; en el garaje hay un Corvette del 69 restaurado cuidadosamente. Un catamarán de nueve metros de eslora está amarrado en el embarcadero. Desde hace varias semanas, la mesa del comedor se halla ocupada por cuatro grandes tableros cuadrados, cubiertos por docenas de fotos que ilustran la corta vida de Chris.

Billie va señalando algunas de las fotos mientras se mueve con lentitud alrededor de los tableros: Chris a los dos años montado en un caballito de madera, Chris a los ocho años vestido con una chaqueta impermeable amarilla para su primera excursión, Chris en la época en que empezó el instituto. «Lo peor es no tenerlo a nuestro lado», dice Walt, deteniéndose en una instantánea en que se ve a su hijo haciendo payasadas durante unas vacaciones familiares. La voz se le quiebra de modo casi imperceptible. «Pasé mucho tiempo con Chris, quizá más que con ninguno de mis otros hijos. Pese a los disgustos que nos daba a menudo, disfrutaba mucho con él.»

Walt viste zapatillas de tenis, pantalones de chándal grises y cazadora satinada de béisbol que lleva bordado el logotipo del Jet Propulsión Laboratory de la NASA. Pese a la informalidad de su atuendo, irradia autoridad. Entre los ingenieros que conocen el complejo campo en que está especializado —el desarrollo de un avanzado aparato de radar denominado RAS, radar de apertura sintética—, se lo considera una eminencia. El RAS ha sido parte integrante de las misiones espaciales estadounidenses más destacadas desde 1978, cuando el primer satélite equipado con este aparato, el
Seasat
, fue puesto en órbita sobre la Tierra. El director del proyecto de la NASA para la construcción del
Seasat
y responsable de su lanzamiento fue Walt McCandless.

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