Harry Potter. La colección completa (364 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—No, supongo que tiene trabajo en el ministerio. —Y se marchó de la cocina.

—O es el tío más imbécil del mundo. Una de dos —dijo Fred—. Bueno, Vámonos, George.

—¿Qué estáis tramando? —preguntó Ron—. ¿No podéis echarnos una mano con las judías? Si usáis la varita nos veremos libres de esta lata.

—No, no puedo hacerlo —dijo Fred con seriedad—. Aprender a limpiar coles sin utilizar la magia fortalece el carácter y te ayuda a valorar lo crudo que lo tienen los
muggles
y los
squibs
.

—Y cuando quieras que alguien te eche una mano, Ron —añadió George lanzándole el avión de papel—, más vale que no le lances cuchillos. Te daré una pista: nos vamos al pueblo. Una chica preciosa que trabaja en la tienda de periódicos opina que mis trucos de cartas son maravillosos. Dice que es como si hiciera magia de verdad.

—Imbéciles —refunfuñó Ron, viendo cómo los gemelos cruzaban el nevado jardín—. Sólo habrían tardado diez segundos y nosotros también podríamos habernos marchado.

—Yo no. Le prometí a Dumbledore que no me pasearía por ahí durante mi estancia en La Madriguera —dijo Harry.

—Ya. —Ron limpió unas coles más y preguntó—: ¿Piensas contarle a Dumbledore lo que les oíste decir a Snape y Malfoy?

—Sí. Se lo contaré a cualquiera que pueda pararles los pies, y Dumbledore es la persona más indicada. Quizá hable también con tu padre.

—Es una lástima que no te enterases del plan de Malfoy.

—¿Cómo iba a enterarme? Precisamente de eso se trataba: Malfoy se negaba a revelárselo a Snape.

Hubo un silencio, y luego Ron opinó:

—Aunque ya sabes qué dirán todos, ¿no? Mi padre, Dumbledore y los demás. Dirán que no es que Snape quiera ayudar a Malfoy de verdad, sino que sólo pretende averiguar qué se trae entre manos.

—Eso porque no los oyeron hablar —repuso Harry—. Nadie puede ser tan buen actor, ni siquiera Snape.

—Sí, claro… Sólo te lo comento.

Harry se volvió y lo miró con ceño.

—Pero tú crees que tengo razón, ¿verdad?

—Pues claro —se apresuró a afirmar otra vez Ron—. ¡En serio, te creo! Pero todos dan por hecho que Snape está de parte de la Orden, ¿no?

Harry reflexionó. Ya había pensado que seguramente pondrían esa objeción a sus nuevas averiguaciones. Y también se imaginaba el comentario de Hermione: «Es evidente, Harry, que fingía ofrecerle ayuda a Malfoy para engatusarlo y sonsacarle qué está haciendo…»

Sin embargo, sólo podía imaginárselo porque aún no había tenido ocasión de contárselo. Ella se había marchado de la fiesta de Slughorn antes de que Harry regresara (al menos eso le había dicho McLaggen con evidentes señales de enojo), y ya se había acostado cuando él llegó a la sala común. Como Ron y él se habían ido a primera hora del día siguiente a La Madriguera, Harry apenas había tenido tiempo para desearle feliz Navidad a su amiga y decirle que tenía noticias muy importantes que le revelaría cuando volvieran de las vacaciones. Pero no estaba seguro de que ella le hubiera oído, porque en ese momento Ron y Lavender estaban enfrascados en una intensa despedida «no verbal», precisamente detrás de él.

Con todo, ni siquiera Hermione podría negar una cosa: era indudable que Malfoy estaba tramando algo y Snape lo sabía, de modo que Harry se sentía justificado para soltarle un: «Ya te lo decía yo», tal como ya le había dicho varias veces a Ron.

Hasta el día de Nochebuena no tuvo ocasión de hablar con el señor Weasley porque éste siempre regresaba muy tarde del ministerio. Los Weasley y sus invitados estaban sentados en el salón, que Ginny había decorado tan magníficamente que parecía una exposición de cadenetas de papel. Fred, George, Harry y Ron eran los únicos que sabían que el ángel que había en lo alto del árbol navideño era en realidad un gnomo de jardín que había mordido a Fred en el tobillo mientras él arrancaba zanahorias para la comida de Navidad. Lo habían colgado allí tras hacerle un encantamiento aturdidor, pintarlo de dorado, embutirlo en un diminuto tutú y pegarle unas pequeñas alas en la espalda; el pobre miraba a todos con rabia desde lo alto. Era el ángel más feo que Harry había visto jamás: su cabezota calva parecía una patata y tenía los pies muy peludos.

Se suponía que estaban escuchando un programa navideño interpretado por la cantante favorita de la señora Weasley, Celestina Warbeck, cuyos gorgoritos salían de la gran radio de madera. Fleur, que al parecer encontraba muy aburrida a Celestina, se hallaba en un rincón hablando en voz muy alta, y la señora Weasley, ceñuda, no paraba de subir el volumen con la varita, de modo que Celestina cada vez cantaba más fuerte. Amparados por un tema jazzístico particularmente animado, que se titulaba
Un caldero de amor caliente e intenso
, Fred y George se pusieron a jugar a los naipes explosivos con Ginny. Ron no dejaba de mirar de soslayo a Bill y Fleur, como si albergara esperanzas de aprender algo de ellos. Entretanto, Remus Lupin, más delgado y andrajoso que nunca, estaba sentado al lado de la chimenea contemplando las llamas como si no oyera la voz de Celestina.

Acércate a mi caldero

lleno de amor caliente e intenso
;

remuévelo con derroche

¡y no pasarás frío esta noche!

—¡Esto lo bailábamos cuando teníamos dieciocho años! —recordó la señora Weasley secándose las lágrimas con la labor de punto—. ¿Te acuerdas, Arthur?

—¿En? —dijo el señor Weasley, que cabeceaba sobre la mandarina que estaba pelando—. ¡Ah, sí! Es una melodía maravillosa… —Haciendo un esfuerzo, se enderezó un poco en el asiento y miró a Harry, sentado a su lado—. Lo siento, muchacho —dijo señalando con la cabeza hacia la radio mientras Celestina entonaba el estribillo—. Se acaba enseguida.

—No importa —dijo Harry, y sonrió—. ¿Hay mucho trabajo en el ministerio?

—Muchísimo. No me importaría si sirviera para algo, pero de las tres personas que hemos detenido en los dos últimos meses, dudo que ni siquiera una sea un
mortífago
de verdad. Pero no se lo digas a nadie —añadió, y dio la impresión de que se le pasaba el sueño de golpe.

—Supongo que ya no retienen a Stan Shunpike, ¿verdad? —preguntó Harry.

—Pues me temo que sí. Me consta que Dumbledore ha intentado apelar directamente a Scrimgeour acerca de Stan. Verás, todos los que lo han interrogado están de acuerdo en que ese muchacho tiene de
mortífago
lo mismo que esta mandarina. Pero los de arriba quieren aparentar que hacen algún progreso, y «tres detenciones» suena mejor que «tres detenciones erróneas y tres puestas en libertad». Pero, sobre todo, recuerda que esto es confidencial…

—No diré nada —le aseguró Harry. Vaciló un momento sobre cuál sería la mejor forma de abordar el tema del que quería hablar; mientras lo decidía, Celestina Warbeck atacó una balada titulada
Corazón hechizado
—. Señor Weasley, ¿se acuerda de lo que le conté en la estación el día que nos marchamos al colegio?

—Sí, Harry, y lo comprobé. Fui a registrar la casa de los Malfoy. No había nada, ni roto ni entero, que no debiera estar allí.

—Sí, ya lo sé, leí lo del registro en
El Profeta
. Pero esto es diferente… Quiero decir que hay algo más…

Y le explicó la conversación entre Malfoy y Snape. Mientras hablaba, Harry vio que Lupin volvía un poco la cabeza para intentar escuchar. Cuando terminó, hubo un silencio y se oyó a Celestina canturreando:

¿Qué has hecho con mi pobre corazón?

Se fue detrás de tu hechizo…

—¿No se te ha ocurrido pensar, Harry —preguntó el señor Weasley—, que a lo mejor Snape sólo estaba fingiendo…?

—¿Fingiendo que le ofrecía ayuda para averiguar qué está tramando Malfoy? Sí, ya pensé que usted me diría eso. Pero ¿cómo saberlo?

—No nos corresponde a nosotros saberlo —intervino Lupin. Se había puesto de espaldas al fuego y miraba a Harry por encima del hombro del señor Weasley—. Es asunto de Dumbledore. El confía en Severus, y eso debería ser suficiente garantía para todos.

—Pero supongamos… —objetó Harry—. Supongamos que Dumbledore se equivoca respecto a Snape…

—Esa suposición ya se ha formulado muchas veces. Se trata de si confías o no en el criterio de Dumbledore. Yo confío en él y por lo tanto confío en Severus.

—Pero Dumbledore puede equivocarse —insistió Harry—. El mismo lo reconoce. Y usted… —Miró a los ojos a Lupin y le preguntó—: ¿De verdad le cae bien Snape?

—No me cae ni bien ni mal. Te estoy diciendo la verdad, Harry —añadió al ver que éste adoptaba una expresión escéptica—. Quizá nunca lleguemos a ser íntimos amigos; después de todo lo que pasó entre James, Sirius y Severus, ambos tenemos demasiado resentimiento acumulado. Pero no olvido que durante el año que di clases en Hogwarts, él me preparó la poción de
matalobos
todos los meses; la elaboraba con gran esmero para que yo me ahorrara el sufrimiento que padezco cuando hay luna llena.

—¡Pero «sin querer» reveló que usted era un hombre lobo, y por su culpa tuvo que marcharse del colegio! —discrepó Harry con enojo.

—Se habría descubierto tarde o temprano —repuso Lupin encogiéndose de hombros—. Ambos sabemos que él ambicionaba mi empleo, pero habría podido perjudicarme mucho más adulterando la poción. Él me mantuvo sano. Debo estarle agradecido.

—Quizá no se atrevió a adulterarla porque Dumbledore lo vigilaba —sugirió Harry.

—Veo que estás decidido a odiarlo —dijo Lupin esbozando una sonrisa—. Y lo comprendo: eres el hijo de James y el ahijado de Sirius, y has heredado un viejo prejuicio. No dudes en contarle a Dumbledore lo que nos has contado a Arthur y a mí, pero no esperes que él comparta tu punto de vista sobre ese tema; no esperes siquiera que le sorprenda lo que le expliques. Es posible que Severus interrogara a Draco por orden de Dumbledore.

… y ahora lo has destrozado.

¡Devuélveme mi corazón!

Celestina terminó su canción con una nota larguísima y aguda, y por la radio se oyeron fuertes aplausos a los que la señora Weasley se sumó con entusiasmo.

—¿Ya ha
tegminado
? —preguntó Fleur—. Menos mal, qué tema tan
hoguible

—¿Os apetece una copita antes de acostaros? —preguntó la señora Weasley poniéndose en pie—. ¿Quién quiere ponche de huevo?

—¿Qué ha estado haciendo usted últimamente? —le preguntó Harry a Lupin mientras la señora Weasley iba a buscar el ponche y los demás se desperezaban y se ponían a hablar.

—He estado trabajando en la clandestinidad —respondió Lupin—. Por eso no he podido escribirte; de haberlo hecho me habría expuesto a que me descubrieran.

—¿Qué quiere decir?

—He estado viviendo entre mis semejantes —explicó Lupin—. Con los hombres lobo —añadió al ver que Harry no entendía—. Casi todos están en el bando de Voldemort. Dumbledore quería infiltrar un espía y yo le venía como anillo al dedo. —Lo dijo con cierta amargura y quizá se dio cuenta, porque suavizó el tono cuando prosiguió—: No me quejo; es un trabajo importante, ¿y quién iba a hacerlo mejor que yo? Sin embargo, me ha costado ganarme su confianza. No puedo disimular que he vivido entre los magos, ¿comprendes? En cambio, los hombres lobo han rechazado la sociedad normal y viven marginados, roban y a veces incluso matan para comer.

—¿Por qué apoyan a Voldemort?

—Creen que vivirán mejor bajo su gobierno. Y no es fácil discutir con Greyback sobre estos temas…

—¿Quién es Greyback?

—¿No has oído hablar de él? —Lupin cerró sus temblorosas manos sobre el regazo—. Creo que no me equivoco si afirmo que Fenrir Greyback es el hombre lobo más salvaje que existe actualmente. Considera que su misión en esta vida es morder y contaminar a tanta gente como sea posible; quiere crear suficientes hombres lobo para derrotar a los magos. Voldemort le ha prometido presas a cambio de sus servicios. Greyback es especialista en niños… Dice que hay que morderlos cuando son pequeños y criarlos lejos de sus padres para enseñarles a odiar a los magos normales. Voldemort ha amenazado con darle carta blanca para que desate su violencia sobre los niños; es una amenaza que suele dar buen resultado. —Hizo una pausa, y agregó—: A mí me mordió el propio Greyback.

—Pero… —se sorprendió Harry—. ¿Cuándo? ¿Cuando usted era pequeño?

—Sí. Mi padre lo había ofendido. Durante mucho tiempo yo no supe quién era el hombre lobo que me había atacado; incluso sentía lástima por él porque creía que no había podido contenerse, pues entonces ya sabía en qué consistía su transformación. Pero Greyback no es así. Cuando hay luna llena, ronda cerca de sus víctimas para asegurarse de que no se le escape la presa elegida. Lo planea todo con detalle. Y ése es el hombre a quien Voldemort está utilizando para reclutar a los hombres lobo. Greyback insiste en que los hombres lobo tenemos derecho a proveernos de la sangre que necesitamos para vivir y en que debemos vengarnos de nuestra condición en la gente normal; he de admitir que, hasta ahora, mis razonamientos no han logrado convencerlo de lo contrario.

—¡Pero si usted es normal! —exclamó Harry—. Lo único que pasa es que tiene… un problema.

Lupin soltó una carcajada.

—A veces me recuerdas a James. En público, él lo llamaba mi «pequeño problema peludo». Mucha gente creía que yo tenía un conejo travieso.

Lupin aceptó el vaso de ponche de huevo que le ofreció la señora Weasley y le dio las gracias; parecía un poco más animado. Harry, entretanto, sintió una llamarada de emoción: al referirse Lupin a su padre, había recordado que hacía tiempo que quería preguntarle una cosa.

—¿Ha oído hablar alguna vez de alguien llamado el Príncipe Mestizo?

—¿Cómo dices?

—El Príncipe Mestizo —repitió Harry y escudriñó su rostro en busca de alguna señal de reconocimiento.

—En la comunidad mágica no hay príncipes —contestó Lupin, volviendo a sonreír—. ¿Estás pensando en adoptar ese título? ¿No estás contento con eso del «Elegido»?

—No tiene nada que ver conmigo —replicó Harry—. El Príncipe Mestizo es alguien que estudiaba en Hogwarts y yo tengo su viejo libro de pociones. Anotó hechizos en sus páginas, hechizos inventados por él. Uno de ellos se llamaba
Levicorpus

—¡Ah, ése estaba muy en boga cuando yo iba a Hogwarts! —comentó Lupin con cierta nostalgia—. Recuerdo que en quinto curso hubo unos meses en que no podías dar un paso sin que alguien te dejara colgado por el tobillo.

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