Harry Potter. La colección completa (365 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Mi padre lo utilizaba. Lo vi en el
pensadero
; se lo hizo a Snape. —Intentó sonar indiferente, como si fuera un comentario casual, pero no creyó haberlo conseguido: la sonrisa de Lupin adquirió un matiz de complicidad.

—Sí —dijo—, pero él no era el único. Como te digo, ese hechizo era muy popular. Ya sabes que los hechizos van y vienen…

—Pero por lo visto lo inventaron cuando usted iba al colegio —insistió Harry.

—No precisamente. Los embrujos se ponen de moda o se olvidan como todo lo demás. —Miró al muchacho a los ojos y añadió en voz baja—: James era un sangre limpia, Harry, y te aseguro que nunca nos pidió que lo llamáramos «príncipe».

Harry dejó de fingir y preguntó:

—¿Y Sirius? ¿Y usted?

—No.

—Ya. —Harry se quedó mirando el fuego—. Creía… Bueno, ese príncipe me ha ayudado mucho con las clases de Pociones.

—¿Es muy viejo el libro?

—No lo sé, no he mirado la fecha que pone.

—Pues quizá eso te dé alguna pista sobre cuándo estuvo ese príncipe en Hogwarts.

Poco después, Fleur decidió imitar a Celestina y se puso a cantar
Un caldero de amor caliente e intenso
, lo cual todos interpretaron, después de ver la cara que ponía la señora Weasley, como una señal de que era hora de ir a acostarse. Harry y Ron subieron al dormitorio de éste, en el desván, donde habían puesto una cama plegable para Harry.

Ron se quedó dormido casi al instante, pero Harry sacó de su baúl el ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
y, una vez acostado, se puso a hojearlo. Encontró la fecha de su publicación en la página de créditos. El ejemplar tenía casi cincuenta años. Ni su padre ni los amigos de su padre habían estado en Hogwarts cincuenta años atrás. Decepcionado, arrojó el libro al baúl, apagó la lámpara y se dio la vuelta. Se puso a pensar en hombres lobo, Snape, Stan Shunpike y el Príncipe Mestizo, hasta que se sumió en un sueño agitado lleno de sombras sigilosas y gritos de niños mordidos…

—Se ha vuelto loca…

Harry despertó sobresaltado y encontró una abultada media encima de su cama. Se puso las gafas y miró alrededor: casi no entraba luz por la pequeña ventana a causa de la nieve, pero Ron se hallaba delante de ella, sentado en la cama, examinando lo que parecía una cadena de oro.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry.

—Me la envía Lavender —masculló Ron—. No pensará que voy a ponérmela…

Harry examinó la cadena, de la que colgaban unas gruesas letras doradas formando las palabras: «Amor mío.»

—¡Pero si es muy bonita! —exclamó tras soltar una risotada—. Muy elegante. Tendrías que ponértela y enseñársela a Fred y George.

—Si se lo dices —amenazó Ron escondiendo la cadena debajo de su almohada—, te juro que te… que te…

—Tranquilo, hombre —dijo Harry sonriendo—. ¿Acaso me crees capaz?

—¿Cómo se le habrá ocurrido que me gustaría una cosa así? —musitó Ron.

—A ver, piensa. ¿Alguna vez se te ha escapado que te encantaría pasearte por ahí con las palabras «Amor mío» colgadas del cuello?

—En realidad… no hablamos mucho. Básicamente lo que hacemos es…

—Besaros.

—Bueno, sí —admitió Ron. Titubeó un momento y añadió—: ¿Es verdad que Hermione sale con McLaggen?

—No lo sé. Fueron juntos a la fiesta de Slughorn, pero me parece que la cosa no acabó muy bien.

Ron parecía un poco más contento cuando volvió a meter la mano en la media.

Entre los regalos de Harry había un jersey con una gran
snitch
dorada bordada en la parte delantera, tejido a mano por la señora Weasley; una gran caja de productos de Sortilegios Weasley, regalo de los gemelos, y un paquete un poco húmedo que olía a moho, con una etiqueta que rezaba: «Para el amo, de Kreacher.»

Harry observó el paquete con recelo.

—¿Qué hago? ¿Lo abro? —preguntó a Ron.

—No puede ser nada peligroso. El ministerio registra nuestro correo. —Pero él también miraba el paquete con desconfianza.

—¡No se me ocurrió regalarle nada a Kreacher! ¿Sabes si la gente les hace regalos a sus elfos domésticos por Navidad? —preguntó Harry mientras daba unos cautelosos golpecitos al paquete.

—Seguro que Hermione lo haría. Pero antes de sentirte culpable, espera a ver qué es.

Unos momentos más tarde, Harry dio un grito y saltó de su cama plegable. El paquete contenía un montón de gusanos.

—¡Qué bonito! —dijo Ron desternillándose—. ¡Todo un detalle!

—Prefiero los gusanos antes que esa cadena —replicó Harry, y su amigo enmudeció.

A la hora de comer, cuando se sentaron a la mesa, todos llevaban jerséis nuevos; todos excepto Fleur (por lo visto, la señora Weasley no se había dignado tejerle uno) y la propia señora Weasley, que lucía un sombrero de bruja azul marino nuevecito, con diminutos diamantes que formaban relucientes estrellas, y un vistoso collar de oro.

—¡Regalos de Fred y George! ¿Verdad que son preciosos?

—Es que desde que nos lavamos nosotros los calcetines te valoramos más, mamá —comentó George con un ademán indolente—. ¿Chirivías, Remus?

—Tienes un gusano en el pelo, Harry —observó Ginny, risueña, y se inclinó sobre la mesa para quitárselo. A Harry se le erizó el vello de la nuca, pero esa reacción no tenía nada que ver con el gusano.

—¡Qué
hogog
! —exclamó Fleur fingiendo un escalofrío.

—Sí, ¿verdad? —corroboró Ron—. ¿Quieres salsa, Fleur?

En su afán de ayudarla, a Ron se le cayó de las manos la salsera de jugo de carne; Bill agitó la varita y la salsa se elevó y regresó dócilmente a la salsera.


Egues peog
que esa Tonks —le dijo Fleur a Ron después de besar a Bill para darle las gracias—.
Siempge
lo
tiga
todo…

—Invité a nuestra querida Tonks a que hoy comiese con nosotros —comentó la señora Weasley mientras dejaba la bandeja de las zanahorias en la mesa con un golpazo innecesario y fulminando con la mirada a Fleur—. Pero no ha querido venir. ¿Has hablado con ella últimamente, Remus?

—No, hace tiempo que no hablo con nadie —respondió Lupin—. Pero supongo que Tonks pasará la Navidad con su familia, ¿no?

—Hum. Puede ser —dijo la señora Weasley—. Pero me dio la impresión de que pensaba pasarla sola.

Le lanzó una mirada de enojo a Lupin, como si él tuviera la culpa de que su futura nuera fuera Fleur y no Tonks. A su vez Harry miró a Fleur, que en ese momento le daba a Bill trocitos de pavo con su propio tenedor, y pensó que la señora Weasley estaba librando una batalla perdida de antemano. Sin embargo, se acordó de una duda que tenía relacionada con Tonks, ¿y quién iba a resolvérsela mejor que Lupin, el hombre que lo sabía todo acerca de los
patronus
?

—El
patronus
de Tonks ha cambiado de forma —empezó—. O eso dijo Snape. No sabía que pudiera suceder algo así. ¿Por qué cambia un
patronus
?

Lupin terminó de masticar un trozo de pavo y tragó antes de contestar pausadamente:

—A veces… cuando uno sufre una fuerte conmoción… un trauma…

—Era grande y tenía cuatro patas —recordó Harry; de pronto se le ocurrió algo y bajó la voz—: Eh, ¿podría ser…?

—¡Arthur! —exclamó de pronto la señora Weasley, levantándose de la silla para mirar por la ventana de la cocina—. ¡Arthur, es Percy!

—¿Qué?

El señor Weasley se giró y todos los demás miraron también por la ventana; Ginny se levantó para ver mejor: en efecto, Percy Weasley, cuyas gafas destellaban a la luz del sol, avanzaba con dificultad por el nevado jardín. Pero no venía solo.

—¡Arthur, viene… viene con el ministro!

En efecto, el hombre al que Harry había visto en
El Profeta
avanzaba detrás de Percy cojeando ligeramente, con la melena entrecana y la negra capa salpicadas de nieve. Antes de que nadie dijera nada o los señores Weasley hicieran otra cosa que mirarse con perplejidad, la puerta trasera se abrió y Percy se plantó en el umbral.

Hubo un breve pero incómodo silencio. Entonces Percy dijo con cierta rigidez:

—Feliz Navidad, madre.

—¡Oh, Percy! —exclamó ella, y se arrojó a los brazos de su hijo.

Rufus Scrimgeour, apoyado en su bastón, se quedó en el umbral sonriendo mientras observaba la tierna escena.

—Les ruego perdonen esta intrusión —se disculpó cuando la señora Weasley lo miró secándose las lágrimas, radiante de alegría—. Percy y yo estábamos trabajando aquí cerca, ya saben, y su hijo no ha podido resistir la tentación de pasar a verlos a todos.

Sin embargo, Percy no parecía tener intención de saludar a ningún otro miembro de su familia. Se quedó quieto, tieso como un palo, muy incómodo y sin mirar a nadie en particular. El señor Weasley, Fred y George lo observaban con gesto imperturbable.

—¡Pase y siéntese, por favor, señor ministro! —dijo la señora Weasley, aturullada, mientras se enderezaba el sombrero—. Coma un moco de pavo… ¡Ay, perdón! Quiero decir un poco de…

—No, no, querida Molly —dijo Scrimgeour, y Harry supuso que el ministro le había preguntado a Percy el nombre de su madre antes de entrar en la casa—. No quiero molestar, no habría venido si Percy no hubiera insistido tanto en verlos…

—¡Oh, Percy! —exclamó de nuevo la señora Weasley, con voz llorosa y poniéndose de puntillas para besar a su hijo.

—Sólo tenemos cinco minutos —añadió el ministro—, así que iré a dar un paseo por el jardín mientras ustedes charlan con Percy. No, no, le repito que no quiero molestar. Bueno, si alguien tuviera la amabilidad de enseñarme su bonito jardín… ¡Ah, veo que ese joven ya ha terminado! ¿Por qué no me acompaña él a dar un paseo?

Todos mudaron perceptiblemente el semblante y miraron a Harry. Nadie se tragó que Scrimgeour no supiera su nombre, ni les pareció lógico que lo eligiese a él para dar un paseo por el jardín, puesto que Ginny y Fleur también tenían los platos vacíos.

—De acuerdo —asintió Harry, intuyendo la verdad: pese a la excusa de que estaban trabajando por esa zona y Percy había querido ver a su familia, el verdadero motivo de la visita era que el ministro quería hablar a solas con Harry Potter—. No importa —dijo en voz baja al pasar junto a Lupin, que había hecho ademán de levantarse de la silla—. No pasa nada —añadió al ver que el señor Weasley iba a decir algo.

—¡Estupendo! —exclamó Scrimgeour, y se apartó para que Harry saliese el primero—. Sólo daremos una vuelta por el jardín, y luego Percy y yo nos marcharemos. ¡Sigan, sigan con lo que estaban haciendo!

Se dirigieron hacia el jardín de los Weasley, frondoso y cubierto de nieve; Scrimgeour cojeaba un poco. Harry sabía que, antes que ministro, Scrimgeour había sido jefe de la Oficina de
Aurores
; tenía un aspecto severo y curtido y no se parecía en nada al corpulento Fudge con su característico bombín.

—Precioso —observó Scrimgeour, deteniéndose junto a la valla del jardín, y contempló desde allí el nevado césped y las siluetas de las plantas, que apenas se distinguían—. Realmente precioso.

Harry no comentó nada. Era consciente de que el ministro lo observaba de reojo.

—Hacía mucho tiempo que quería conocerte —dijo Scrimgeour al cabo de un momento—. ¿Lo sabías?

—No.

—Pues sí, hace mucho tiempo. Ya lo creo. Pero Dumbledore siempre te ha protegido. Es natural, desde luego, muy natural, después de todo lo que has pasado… Y especialmente después de lo sucedido en el ministerio… —Esperó a que Harry dijera algo, pero el muchacho permaneció callado, así que continuó—: Estaba deseando que se presentara una ocasión para hablar contigo desde que ocupé mi nuevo cargo, pero Dumbledore lo ha impedido una y otra vez, lo cual es muy comprensible.

Harry siguió expectante.

—¡Qué rumores han circulado de un tiempo a esta parte! —exclamó Scrimgeour—. Aunque ya se sabe que las historias se tergiversan… Todas esas murmuraciones acerca de una profecía… De que tú eras «el Elegido»…

Harry pensó que se estaban acercando al motivo por el cual el ministro había ido a La Madriguera.

—Supongo que Dumbledore te habrá hablado de estas cosas.

Harry se preguntó si debía mentir. Observó las pequeñas huellas de gnomos que había alrededor de los arriates de flores y las pisadas en la nieve que señalaban el sitio donde Fred había atrapado al gnomo que después colocaron en el árbol de Navidad ataviado con un tutú. Finalmente, decidió decir la verdad… o al menos una parte.

—Sí, hemos hablado.

—Claro, claro —comentó Scrimgeour. Harry vio que el ministro lo miraba con los ojos entornados, así que fingió estar muy interesado en un gnomo que acababa de asomar la cabeza por debajo de un rododendro congelado—. ¿Y qué te ha contado Dumbledore, Harry?

—Lo siento, pero eso es asunto nuestro.

Lo dijo con el tono más respetuoso que pudo, y Scrimgeour también empleó un tono cordial cuando repuso:

—Por supuesto, por supuesto. Si se trata de asuntos confidenciales, no quisiera obligarte a divulgar… No, no. Además, en realidad no importa que seas o no el Elegido.

Harry tuvo que pensárselo antes de responder:

—No sé a qué se refiere, señor ministro.

—Bueno, a ti te importará muchísimo, desde luego —dijo Scrimgeour y soltó una risita—. Pero para la comunidad mágica en general… Todo es muy subjetivo, ¿no? Lo que interesa es lo que cree la gente.

Harry guardó silencio. Le pareció intuir adónde quería ir a parar el ministro, pero no pensaba ayudarlo a llegar allí. El gnomo del rododendro se había puesto a escarbar buscando gusanos entre las raíces y Harry fijó la vista en él.

—Verás, la gente cree que tú eres el Elegido —prosiguió Scrimgeour—. Te consideran un gran héroe, ¡y lo eres, Harry, elegido o no! ¿Cuántas veces te has enfrentado ya a El-que-no-debe-ser-nombrado? En fin —siguió sin esperar respuesta—, el caso es que eres un símbolo de esperanza para muchas personas. El hecho de pensar que existe alguien que tal vez sería capaz de destruir a El-que-no-debe-ser-nombrado, o que incluso podría estar destinado a hacerlo… bueno, levanta bastante la moral de la gente. Y no puedo evitar la sensación de que, cuando te des plena cuenta de ello, quizá consideres que es… no sé cómo decirlo… bien, que es casi un deber colaborar con el ministerio y estimular un poco a todo el mundo.

El gnomo acababa de atrapar un gusano y tiraba de él intentando sacarlo del suelo helado. Como Harry seguía callado, Scrimgeour, mirándolo primero a él y luego al gnomo, dijo:

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