Harry Potter. La colección completa (381 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

El muchacho sintió un repentino impulso de revelar su presencia, así que se quitó la capa con un amplio movimiento del brazo.

—Buenas noches, profesor.

—¡Por las barbas de Merlín, Harry, me has asustado! —exclamó Slughorn parándose en seco y observándolo con recelo—. ¿Cómo has salido del castillo?

—Filch olvidó cerrar las puertas con llave —reveló Harry con jovialidad, y se alegró cuando Slughorn arrugó la frente y dijo:

—Tendré que informar de eso. Creo que ese conserje está más preocupado por la limpieza que por la seguridad… Pero ¿qué haces aquí?

—Verá, señor, se trata de Hagrid —contestó Harry, que sabía que en ese momento tenía que decir la verdad—. Está muy apenado… No se lo contará a nadie, ¿verdad, profesor? No quiero causarle problemas a Hagrid…

Como era de esperar, Slughorn sintió aún más curiosidad.

—Hombre, eso no puedo prometerlo —dijo con brusquedad—. Pero sé que Dumbledore confía completamente en Hagrid, o sea que no puede estar tramando nada malo…

—Bueno, se trata de esa araña gigante que tiene desde hace años. Vivía en el Bosque Prohibido y hasta sabía hablar…

—Ya había oído rumores de la presencia de acromántulas en el bosque —comentó Slughorn con voz queda, mientras dirigía la mirada hacia la masa de oscuros árboles—. Entonces, ¿es verdad que las hay?

—Sí. Pero ésta,
Aragog
, la primera que Hagrid tuvo, murió anoche. El pobre está destrozado. Necesita compañía en el entierro y le prometí que iría.

—Conmovedor, conmovedor —observó Slughorn distraídamente, con sus grandes ojos mustios fijos en las lejanas luces de la cabaña de Hagrid—. Pero el veneno de acromántula es valiosísimo… Si la bestia ha muerto hace poco quizá aún se conserve… Claro que si Hagrid está tan apenado no quisiera herir sus sentimientos, pero si hubiera alguna forma de obtener un poco… Mira, resulta prácticamente imposible extraerle veneno a una acromántula viva… —Slughorn parecía hablar sólo para sí—. Pero no recogerlo sería un tremendo desperdicio… Podría sacar cien galeones por medio litro… Y teniendo en cuenta que mi sueldo no es nada del otro mundo…

Entonces Harry comprendió qué había que hacer.

—Bueno, no sé… —dijo con un convincente titubeo—. Si quiere venir conmigo, profesor, probablemente Hagrid estaría encantado… de darle a
Aragog
una despedida más lucida, ya me entiende…

—Sí, por supuesto —dijo Slughorn, y sus ojos chispearon de entusiasmo—. Te diré lo que vamos a hacer, Harry: voy a buscar un par de botellas, me reuniré contigo allí y nos las beberemos a la salud de… Bueno, a su salud no, pero digamos que despediremos a esa pobre bestia como es debido, después de darle sepultura. Y de paso me cambiaré la corbata porque ésta es demasiado llamativa para la ocasión…

Volvió corriendo al castillo, y Harry se dirigió hacia la cabaña de Hagrid, muy satisfecho consigo mismo.

—¡Has venido! —gruñó Hagrid cuando abrió la puerta y vio al muchacho guardando la capa invisible.

—Sí, aquí estoy. Ron y Hermione no han podido venir, pero lo sienten mucho.

—No importa, no importa… A
Aragog
le habría emocionado verte aquí, Harry… —Y soltó un sonoro sollozo. Se había hecho un brazalete negro con lo que parecía un trapo untado con betún y tenía los ojos hinchados y enrojecidos.

Para consolarlo, Harry le dio unas palmaditas en el codo, la parte más alta de Hagrid a la que llegaba.

—¿Dónde vamos a enterrarlo? —preguntó—. ¿En el Bosque Prohibido?

—¡No, de eso nada! —respondió Hagrid, secándose las lágrimas con los faldones de la camisa—. Las otras arañas no dejan que me acerque por allí desde que murió
Aragog
. ¡Resulta que no me devoraban porque él se lo había prohibido! ¿Te lo puedes creer, Harry?

De haber contestado, Harry habría dicho «sí»; el muchacho recordaba con dolorosa claridad el día en que Ron y él se habían enfrentado a las acromántulas, y no les quedó ninguna duda de que
Aragog
era la única razón que les impedía comerse a Hagrid.

—¡Antes podía pasearme a mis anchas por el Bosque Prohibido! —se lamentó Hagrid meneando la cabeza—. Te aseguro que no fue fácil sacar el cadáver de
Aragog
de allí porque normalmente las acromántulas se comen a sus muertos… Pero yo quería que él tuviera un entierro bonito, una despedida apropiada.

El guardabosques rompió a sollozar de nuevo y Harry volvió a darle palmaditas en el codo, y mientras lo consolaba (puesto que la poción parecía indicar lo que correspondía hacer en cada momento) le dijo:

—Cuando venía hacia aquí me he encontrado con el profesor Slughorn.

—¡Anda! ¿Te ha regañado? —preguntó Hagrid con súbita alarma—. Ya sé que no os dejan salir del castillo por la noche, ha sido culpa mía…

—No, no. Cuando le expliqué lo que ocurría, dijo que le gustaría venir y presentarle sus respetos a
Aragog
. Creo que ha ido a ponerse ropa más adecuada para la ocasión… Y añadió que traería un par de botellas para brindar por la pobre araña…

—¿Ah, sí? —repuso Hagrid, entre asombrado y conmovido—. Qué detalle por su parte… Muy amable, y además no se va a chivar… Horace Slughorn nunca me ha caído muy bien, pero si quiere venir a despedir a
Aragog
… Seguro que a él le habría gustado.

Harry pensó que lo que más le habría gustado a
Aragog
de Slughorn habrían sido sus abundantes michelines, pero no hizo ningún comentario y se acercó a la ventana de atrás, desde donde vio la espeluznante imagen que ofrecía la enorme araña muerta, tumbada boca arriba, con las patas encogidas y enredadas unas con otras.

—¿Vamos a enterrarlo aquí, en tu jardín, Hagrid?

—Sí, detrás del huerto de las calabazas —contestó con voz entrecortada—. Ya he cavado la… la tumba. He pensado que podríamos decir algo agradable antes de enterrarlo. Mencionar algún recuerdo feliz, o algo así… —La voz le temblaba tanto que no pudo terminar.

En ese momento llamaron a la puerta y el guardabosques fue a abrir al tiempo que se sonaba con su enorme pañuelo de lunares. Slughorn, que se había puesto un lúgubre fular negro, entró rápidamente con dos botellas bajo el brazo.

—Te acompaño en el sentimiento, Hagrid —dijo con solemnidad.

—Muchas gracias. Eres muy amable. Y gracias por no castigar a Harry…

—Ni se me habría ocurrido. Qué noche tan triste, qué noche tan triste… ¿Dónde está la pobre criatura?

—Ahí fuera —respondió Hagrid con voz quebrada—, ¿Qué? ¿Queréis que empecemos ya?

Salieron al jardín trasero. La luna refulgía detrás de los árboles y, mezclada con la luz que salía de la ventana de Hagrid, iluminaba el cadáver de
Aragog
, que yacía al borde de una enorme fosa, junto a un montón de tierra de tres metros de alto.

—Magnífico —declaró Slughorn acercándose a la cabeza de la araña, donde ocho ojos blanquecinos miraban el cielo sin ver y dos enormes pinzas curvadas brillaban al claro de luna, inmóviles. A Harry le pareció oír tintineo de botellas cuando Slughorn se inclinó sobre las pinzas y fingió examinar la monumental y peluda cabeza.

—No todo el mundo supo apreciar su belleza —comentó Hagrid mientras las lágrimas le desbordaban las comisuras de los ojos, rodeados de arrugas—. No sabía que te interesaran tanto las criaturas como
Aragog
, Horace.

—¿Interesarme? ¡Las adoro, mi querido Hagrid! —repuso Slughorn y se apartó del cadáver. Harry vio el destello de una botella que desaparecía bajo la capa del profesor, aunque Hagrid, que volvía a enjugarse las lágrimas, no se dio cuenta de nada—. Y ahora… procedamos a enterrarlo.

Hagrid se adelantó unos pasos. Levantó la gigantesca araña con ambos brazos y, lanzando un sonoro resoplido, la arrojó a la oscura fosa. La bestia cayó en el fondo con un espantoso y crepitante ruido. Hagrid rompió a llorar de nuevo.

—Claro, para ti es muy duro porque eres el que mejor lo conocía —observó Slughorn, quien, como Harry, sólo llegaba al codo de Hagrid y no tenía más remedio que darle en ese punto las palmaditas de consuelo—. ¿Quieres que diga unas palabras?

Harry pensó que Slughorn debía de haberle extraído a
Aragog
una cantidad considerable de ese veneno tan valioso, porque sonreía con satisfacción cuando se acercó al borde de la fosa y, con voz lenta e imponente, recitó:

—¡Adiós,
Aragog
, rey de los arácnidos, cuya larga y fiel amistad jamás olvidarán los que te conocieron! Tu cuerpo se desintegrará, pero tu espíritu sigue vivo en los apacibles rincones del Bosque Prohibido donde antaño tejías telarañas. Que tus descendientes de muchos ojos crezcan sanos y saludables y que tus amigos humanos hallen consuelo por la pérdida que han sufrido.

—¡Qué… qué… bonito! —aulló Hagrid, y tras desplomarse en el suelo, se puso a llorar aún con mayor abatimiento.

—Vamos, vamos —dijo Slughorn; agitó su varita y el enorme montón de tierra se elevó para luego caer con un ruido sordo sobre la araña, de modo que formó un perfecto túmulo—. Entremos en la cabaña y bebamos algo. Harry, cógelo por el otro brazo… Así… Arriba, Hagrid… Bien, bien…

Sentaron a Hagrid a la mesa.
Fang
, que durante el entierro no se había movido de su cesta, se acercó con sigilo y apoyó su enorme cabeza en el regazo de Harry, como solía hacer. Slughorn descorchó una botella de vino de las que había llevado.

—Lo he analizado para asegurarme de que no está envenenado —aseguró para tranquilizar a Harry mientras vertía casi todo su contenido en una de las tazas (del tamaño de cubos) de Hagrid y se la daba al guardabosques—. Después de lo que le pasó a tu pobre amigo Rupert, hice que un elfo doméstico probara un poco de cada botella. —Harry se imaginó la cara que pondría Hermione si se enteraba de ese abuso de los elfos domésticos y decidió no mencionárselo nunca—. Bueno, pues, una para Harry… —continuó Slughorn al tiempo que repartía el contenido de la segunda botella en otras dos tazas— y una para mí. Brindemos. —Levantó la taza—. ¡Por
Aragog
!

—¡Por
Aragog
! —repitieron Harry y Hagrid.

Slughorn y Hagrid bebieron sin reparo. Harry, sin embargo, con el
Felix Felicis
guiándolo, supo que no debía beber, así que se limitó a fingir que daba un sorbo y luego dejó la taza en la mesa.

—Lo tenía desde que estaba en el huevo —explicó Hagrid con aire melancólico—. Cuando salió del cascarón era un bichito minúsculo, del tamaño de un pequinés…

—¡Qué monada! —dijo Slughorn.

—Lo guardaba en un armario, en el colegio, hasta que… bueno…

El rostro de Hagrid se ensombreció y Harry comprendió por qué: Tom Ryddle se las había ingeniado para que echaran a Hagrid del colegio, acusado de abrir la Cámara de los Secretos. Slughorn, en cambio, no parecía estar escuchando porque miraba el techo, del que colgaban varios cazos de latón y también una larga y sedosa madeja de pelo blanco y brillante.

—Eso no será pelo de unicornio, ¿verdad, Hagrid?

—Pues sí —dijo Hagrid sin mostrar el menor interés—. Se les cae de la cola, se les engancha en las ramas y los matorrales del Bosque Prohibido…

—Pero… ¿sabes cuánto vale eso, amigo mío?

—Lo uso para atar los vendajes y esas cosas cuando alguna criatura se hace daño —explicó el guardabosques encogiéndose de hombros—. Es muy útil porque es muy resistente, ¿sabes?

Slughorn bebió otro largo sorbo de vino y paseó la mirada despacio por la cabaña; Harry comprendió que estaba buscando otros tesoros que pudiera convertir en una buena reserva de hidromiel criado en barrica de roble, piña confitada y batines de terciopelo. El profesor volvió a llenar su taza y también la de Hagrid, y lo interrogó acerca de las criaturas que vivían en el Bosque Prohibido y cómo se las apañaba para cuidar de ellas. Hagrid, que estaba poniéndose muy comunicativo debido a los efectos de la bebida y del halagador interés que mostraba Slughorn, dejó de enjugarse las lágrimas e inició de buen grado una extensa disertación sobre la cría de
bowtruckles
.

Harry, gracias al
Felix Felicis
, reparó en que el vino de elfo que Slughorn había llevado se estaba terminando. Todavía no dominaba el encantamiento de relleno sin pronunciar el conjuro en voz alta, pero no tuvo dudas de que esa noche lo conseguiría; y en efecto, el muchacho sonrió cuando, sin que lo vieran Hagrid ni Slughorn (que intercambiaban historias sobre el comercio ilegal de huevos de dragón), apuntó con la varita, por debajo de la mesa, a las botellas casi vacías y éstas se rellenaron de inmediato.

Aproximadamente una hora más tarde, Hagrid y Slughorn empezaron a hacer brindis que no venían a cuento: por Hogwarts, por Dumbledore, por el vino de elfo y…

—¡Por Harry Potter! —bramó Hagrid, y vació de un trago la decimocuarta taza de vino derramándoselo en parte por la barbilla.

—¡Sí, señor! —graznó Slughorn—. Por Parry Hotter, el Elegido que… Bueno, algo por el estilo —masculló, y también vació su taza.

Poco después, Hagrid rompió a llorar de nuevo y tendió a Slughorn la cola entera de pelo de unicornio; ni lerdo ni perezoso, el profesor se la metió en el bolsillo mientras exclamaba: «¡Por la amistad! ¡Por la generosidad! ¡Por los diez galeones que me van a pagar por cada pelo!» Y después de eso, sentados uno al lado del otro y abrazados como viejos camaradas, entonaron una triste canción acerca de un mago moribundo llamado Odo.

—¿Por qué será que los mejores siempre mueren jóvenes? —farfulló Hagrid desplomándose encima de la mesa, un poco bizco, mientras Slughorn seguía canturreando el estribillo—. Mi padre era demasiado joven para morir… Igual que tus padres, Harry… —Las lágrimas volvieron a aflorarle a los ojos, rodeados de arrugas; le agarró un brazo a Harry y lo sacudió—. Eran el mejor mago y la mejor bruja de su edad que jamás conocí… Fue terrible, terrible…

Slughorn cantaba con tono lastimero:

En su pueblo natal Odo reposa
sobre un lecho de musgo, pues no había otra cosa.
¡Qué lástima da verlo bajo la luna llena
sin capa ni sombrero, hecho una pena!

—Terrible, terrible… —gruñó Hagrid, y la enorme y enmarañada cabeza le cayó hacia un lado, sobre los brazos. Se quedó dormido y empezó a roncar profundamente.

—Lo siento —se excusó Slughorn entre hipidos—. Reconozco que el canto nunca se me ha dado muy bien.

—Hagrid no se refería a su entonación —le aclaró Harry—. Hablaba de la muerte de mis padres.

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