Harry Potter y el cáliz de fuego (85 page)

Cuando él, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor, vieron enseguida que faltaba la acostumbrada decoración: para el banquete de fin de curso solía lucir los colores de la casa ganadora. Aquella noche, sin embargo, había colgaduras negras en la pared de detrás de la mesa de los profesores. Harry no tardó en comprender que eran una señal de respeto por Cedric.

El auténtico
Ojoloco
Moody estaba allí sentado, con el ojo mágico y la pata de palo puestos en su sitio. Parecía extremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba daba un respingo. Harry no se lo podía echar en cara: era lógico que el miedo de Moody a ser víctima de un ataque se hubiera incrementado tras diez meses de secuestro en su propio baúl. La silla del profesor Karkarov se encontraba vacía. Harry se preguntó, al sentarse con sus compañeros de Gryffindor, dónde estaría en aquel momento, y si Voldemort lo habría atrapado.

Madame Maxime seguía allí. Se había sentado al lado de Hagrid. Hablaban en voz baja. Más allá, junto a la profesora McGonagall, se hallaba Snape. Sus ojos se demoraron un momento en Harry mientras éste lo miraba. Era difícil interpretar su expresión, pero parecía tan antipático y malhumorado como siempre. Harry siguió observándolo mucho después de que él hubo retirado la mirada.

¿Qué sería lo que Snape había tenido que hacer, por orden de Dumbledore, la noche del retorno de Voldemort? Y ¿por qué... por qué estaba tan convencido Dumbledore de que Snape se hallaba realmente de su lado? Había sido su espía, eso había dicho Dumbledore en el
pensadero
. Y se había pasado a su lado, «asumiendo graves riesgos personales». ¿Era ése el trabajo que había tenido que hacer? ¿Había entrado en contacto con los
mortífagos
, tal vez? ¿Había fingido que nunca se había pasado realmente al bando de Dumbledore, que había estado esperando su momento, como el propio Voldemort?

Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos por el profesor Dumbledore, que se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda había estado mucho menos bullanguero de lo habitual en un banquete de fin de curso, quedó en completo silencio.

—El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.

Hizo una pausa, y posó los ojos en la mesa de Hufflepuff. Aquélla había sido la mesa más silenciosa ya antes de que él se pusiera en pie, y seguían teniendo las caras más pálidas y tristes del Gran Comedor.

—Son muchas las cosas que quisiera deciros esta noche —dijo Dumbledore—, pero quiero antes que nada lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar ahí sentada —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfrutando con nosotros este banquete. Ahora quiero pediros, por favor, a todos, que os levantéis y alcéis vuestras copas para brindar por Cedric Diggory.

Así lo hicieron. Hubo un estruendo de bancos arrastrados por el suelo cuando se pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave y sorda:

—Por Cedric Diggory.

Harry vislumbró a Cho a través de la multitud. Le caían por la cara unas lágrimas silenciosas. Cuando volvieron a sentarse, bajó la vista a la mesa.

—Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de Hufflepuff —prosiguió Dumbledore—. Era un amigo bueno y leal, muy trabajador, y se comportaba con honradez. Su muerte os ha afligido a todos, lo conocierais bien o no. Creo, por eso, que tenéis derecho a saber qué fue exactamente lo que ocurrió.

Harry levantó la cabeza y miró a Dumbledore.

—Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.

Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a Dumbledore horrorizados, sin atreverse a creerle. Él estaba tranquilo, viéndolos farfullar en voz baja.

—El Ministerio de Magia —continuó Dumbledore— no quería que os lo dijera. Es posible que algunos de vuestros padres se horroricen de que lo haya hecho, ya sea porque no crean que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se debe contar estas cosas a gente tan joven. Pero yo opino que la verdad es siempre preferible a las mentiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de Cedric por un accidente, o por el resultado de un grave error suyo, constituye un insulto a su memoria.

En aquel momento, todas las caras, aturdidas y asustadas, estaban vueltas hacia Dumbledore... o casi todas. Harry vio que, en la mesa de Slytherin, Draco Malfoy cuchicheaba con Crabbe y Goyle. Sintió un vehemente acceso de ira. Se obligó a mirar a Dumbledore.

—Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric —siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.

Un murmullo recorrió el Gran Comedor al tiempo que algunos volvían la cabeza en dirección a Harry antes de mirar otra vez a Dumbledore.

—Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dumbledore—. Arriesgó su vida para traer a Hogwarts el cuerpo de Cedric. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que muy pocos magos han demostrado al encararse con lord Voldemort, y por eso quiero alzar la copa por él.

Dumbledore se volvió hacia Harry con aire solemne, y volvió a levantar la copa. Casi todos los presentes siguieron su ejemplo, murmurando su nombre como habían murmurado el de Cedric, y bebieron a su salud. Pero, a través de un hueco entre los compañeros que se habían puesto en pie, Harry vio que Malfoy, Crabbe, Goyle y muchos otros de Slytherin permanecían desafiantemente sentados, sin tocar las copas. Dumbledore, que a pesar de todo carecía de ojo mágico, no se dio cuenta.

Cuando todos volvieron a sentarse, prosiguió:

—El propósito del Torneo de los tres magos fue el de promover el buen entendimiento entre la comunidad mágica. En vista de lo ocurrido, del retorno de lord Voldemort, tales lazos parecen ahora más importantes que nunca.

Dumbledore pasó la vista de Hagrid y Madame Maxime a Fleur Delacour y sus compañeros de Beauxbatons, y de éstos a Viktor Krum y los alumnos de Durmstrang, que estaban sentados a la mesa de Slytherin. Krum, según vio Harry, parecía cauteloso, casi asustado, como si esperara que Dumbledore dijera algo contra él.

—Todos nuestros invitados —continuó, y sus ojos se demoraron en los alumnos de Durmstrang— han de saber que serán bienvenidos en cualquier momento en que quieran volver. Os repito a todos que, ante el retorno de lord Voldemort, seremos más fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.

»La fuerza de lord Voldemort para extender la discordia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes. Las diferencias de costumbres y lengua no son nada en absoluto si nuestros propósitos son los mismos y nos mostramos abiertos.

»Estoy convencido (y nunca he tenido tantos deseos de estar equivocado) de que nos esperan tiempos difíciles y oscuros. Algunos de vosotros, en este salón, habéis sufrido ya directamente a manos de lord Voldemort. Muchas de vuestras familias quedaron deshechas por él. Hace una semana, un compañero vuestro fue aniquilado.

»Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord Voldemort. Recordad a Cedric Diggory.

···

El baúl de Harry estaba listo.
Hedwig
se encontraba de nuevo en la jaula, y la jaula encima del baúl. Con el resto de los alumnos de cuarto, él, Ron y Hermione aguardaban en el abarrotado vestíbulo los carruajes que los llevarían de vuelta a la estación de Hogsmeade. Era otro hermoso día de verano. Se imaginó que, cuando llegara aquella noche, en Privet Drive haría calor y los jardines estarían frondosos, con macizos de flores convertidos en un derroche de color. Pero pensar en ello no le proporcionó ningún placer.

—¡«Hagui»!

Miró a su alrededor. Fleur Delacour subía velozmente la escalinata de piedra para entrar en el castillo. Tras ella, vio a Hagrid ayudando a Madame Maxime a hacer recular dos de sus gigantescos caballos para engancharlos: el carruaje de Beauxbatons estaba a punto de despegar.

—Nos «volveguemos» a «veg», «espego» —dijo Fleur, tendiéndole la mano al llegar ante él—. «Quiego encontgag tgabajo» aquí «paga mejogag» mi inglés.

—Ya es muy bueno —señaló Ron con la voz ahogada.

Fleur le sonrió. Hermione frunció el entrecejo.

—Adiós, «Hagui» —se despidió Fleur, dando media vuelta para irse—. ¡Ha sido un «placeg conocegte»!

El ánimo de Harry se alegró un poco, mientras contemplaba a Fleur volviendo a la explanada con Madame Maxime. Su plateado pelo ondeaba a la luz del sol.

—Me pregunto cómo volverán los de Durmstrang —comentó Ron—. ¿Crees que podrán manejar el barco sin Karkarov?

—«Karrkarrov» no lo manejaba —dijo una voz ronca—. Se quedaba en el «camarrote» y nos dejaba «hacerr» el «trrabajo». —Krum se había acercado para despedirse de Hermione—. ¿«Podrríamos hablarr»? —le preguntó.

—Eh... claro... claro... —contestó Hermione, algo confusa, y siguió a Krum por entre la multitud hasta perderse de vista.

—¡Será mejor que te des prisa! —le gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de un minuto!

Pero dejó que Harry se ocupara de mirar si llegaban o no los carruajes, y él se pasó los minutos siguientes levantando el cuello para vigilar a Krum y Hermione por encima de la multitud. No tardaron en volver. Ron observó a Hermione, pero su rostro estaba impasible.

—Me gustaba «Diggorry» —le dijo Krum a Harry de repente—. «Siemprre erra» amable conmigo. «Siemprre.» Aunque yo «estuvierra» en «Durrmstrrang», con «Karrkarrov» —añadió, ceñudo.

—¿Tenéis ya nuevo director? —preguntó Harry.

Krum se encogió de hombros. Tendió la mano como había hecho Fleur, y estrechó la de Harry y la de Ron.

Ron parecía inmerso en una lucha interna. Krum ya se iba cuando él le gritó:

—¿Me firmas un autógrafo?

Hermione se volvió, sonriendo, y observó los carruajes sin caballos que rodaban hacia ellos, subiendo por el camino, mientras Krum, sorprendido pero halagado, le firmaba a Ron un pedazo de pergamino.

El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King's Cross de lo que había sido a la ida en septiembre. No había ni una nube en el cielo. Harry, Ron y Hermione habían conseguido un compartimiento para ellos solos.
Pigwidgeon
iba de nuevo tapado bajo la túnica de gala de Ron, para que no estuviera todo el tiempo chillando.
Hedwig
dormitaba con la cabeza bajo el ala, y
Crookshanks
se había hecho un ovillo sobre un asiento libre, y parecía un peluche de color canela. Harry, Ron y Hermione hablaron más y más libremente que en ningún momento de la semana precedente, mientras el tren marchaba hacia el sur. Parecía que el discurso de Dumbledore en el banquete de fin de curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar de lo ocurrido. Sólo dejaron de hablar de lo que Dumbledore podría hacer para detener a Voldemort cuando llegó el carrito de la comida.

Cuando Hermione regresó del carrito y guardó el dinero en la mochila, sacó un ejemplar de
El Profeta
que llevaba en ella.

Harry lo miró, no muy seguro de querer saber lo que decía, pero Hermione, al ver su actitud, le comento con voz tranquila:

—No viene nada. Puedes comprobarlo por ti mismo: no hay nada en absoluto. Lo he estado mirando todos los días. Sólo una breve nota al día siguiente de la tercera prueba diciendo que ganaste el Torneo. Ni siquiera mencionaron a Cedric. Nada de nada. Si queréis mi opinión, creo que Fudge los ha obligado a silenciarlo.

—Nunca silenciará a Rita Skeeter —afirmó Harry—. No con semejante historia.

—Ah, Rita no ha escrito absolutamente nada desde la tercera prueba —aseguró Hermione con voz extrañamente ahogada—. De hecho, Rita Skeeter no escribirá nada durante algún tiempo. No a menos que quiera que le descubra el pastel.

—¿De qué hablas? —inquirió Ron.

—He averiguado cómo se las arregla para escuchar conversaciones privadas cuando tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio —dijo Hermione rápidamente.

Harry tuvo la impresión de que ella llevaba días muriéndose de ganas de contarlo, pero que se reprimía por todo lo que había ocurrido.

—¿Cómo lo hacía? —preguntó Harry de inmediato.

—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó a su vez Ron, mirándola.

—Bueno, en realidad fuiste tú quien me dio la idea, Harry.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Con tus micrófonos ocultos —contestó Hermione muy contenta.

—Pero los micrófonos no funcionan...

—No los electrónicos. No, pero Rita Skeeter es ella misma como un minúsculo micrófono negro... Rita Skeeter es una animaga no registrada. Puede convertirse... —Hermione sacó de la mochila un pequeño tarro de cristal cerrado— en un escarabajo.

—¡Bromeas! —exclamó Ron—. Tú no has... Ella no...

—Sí, ella sí —declaró Hermione muy contenta, blandiendo el tarro ante ellos.

Dentro había ramitas, hojas y un escarabajo grande y gordo.

—Eso no puede ser... Nos estás tomando el pelo —dijo Ron, poniendo el tarro a la altura de los ojos.

—No, en serio —afirmó Hermione sonriendo—. Lo cogí en el alféizar de la ventana de la enfermería. Si lo miráis de cerca veréis que las marcas alrededor de la antena son como las de esas espantosas gafas que lleva.

Harry miró y vio que tenía razón. Recordó algo.

—¡Había un escarabajo en la estatua la noche en que oímos a Hagrid hablarle a Madame Maxime de su madre!

—¡Exacto! —confirmó Hermione—. Y Viktor Krum me quitó un escarabajo del pelo después de nuestra conversación junto al lago. Y, si no me equivoco, Rita estaría en el alféizar de la clase de Adivinación el día en que te dolió la cicatriz. Se ha pasado el año revoloteando por ahí en busca de historias.

—Cuando vimos a Malfoy debajo de aquel árbol... —dijo Ron pensativo.

—Estaba contándole cosas, la tenía en la mano —continuó Hermione—. Por supuesto, él lo sabía. Así es como ella ha obtenido esas entrevistas tan encantadoras con los de Slytherin. A ellos les daba igual que ella estuviera haciendo algo ilegal mientras pudieran contarle cosas horribles sobre nosotros y Hagrid.

Hermione cogió el tarro de cristal que le había pasado a Ron, y sonrió al escarabajo, que revoloteaba pegándose furiosos golpes contra el cristal.

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