Hermana luz, hermana sombra (16 page)

Pynt asintió con la cabeza, se levantó y fue hasta el cuerpo de la criatura. Pensó en darle la vuelta para ocultar el horrible hocico oscuro y los ojos prominentes. Pero cuando tiró de la espada de Jenna, el borde de la hoja levantó la carne oscura, separando el mentón. Sólo entonces Pynt comprendió que se trataba de una máscara. Lentamente la echó hacia atrás, descubriendo el rostro que se hallaba debajo. Era un rostro ordinario con la barba roja y gris, los dientes rotos y amarillos, la mejilla derecha surcada de antiguas cicatrices. Pynt terminó de quitar la máscara, y los cuernos, que formaban parte de un casco, cayeron en sus manos.

—¡Jenna, mira!

—No puedo.

—No es un demonio. Es un hombre.

—Ya lo sé —susurró Jenna—. ¿Por qué crees que no puedo mirarle? Sería sencillo ver el rostro de un demonio muerto.

—Se llama Barnoo —dijo una voz a sus espaldas. Era el muchacho, quien había regresado en silencio—. Era conocido como el Sabueso. Ya no volverá a cazar. —Se inclinó junto al hombre muerto pero no lo tocó—. Qué extraño... incluso muerto me atemoriza. —Con un estremecimiento, tocó la mano de Barnoo—. Fría —dijo—. Tan fría, y tan pronto. Pensé que llevaría más tiempo. Pero claro, el Sabueso siempre fue frío. De sangre fría, él, sus hermanos y el amo a quien sirven. —Se puso de pie—. No me encuentro bien.

Jenna también se levantó y miró a Pynt con expresión significativa. Ambas escucharon cómo el joven vomitaba detrás de ellas entre los arbustos.

Finalmente, los ruidos cesaron y el muchacho regresó con el rostro algo demacrado pero tranquilo.

—Nunca pensé que sería el Sabueso quien muriera. Supuse que sería yo —dijo—. Mi única esperanza era perderlo en la niebla, aunque mis posibilidades no eran muchas. Era conocido en todo el territorio como un gran rastreador.

—El Sabueso —dijo Pynt, asintiendo con la cabeza.

—¿Cómo sabías que había niebla? —preguntó Jenna.

—Todos saben que son muy frecuentes en el Mar de Campanas. Por lo tanto, cuando descubrí que me perseguía, me dirigí directamente hacia aquí.

—Nosotras no sabíamos nada sobre la niebla.

—Y no sabemos nada del Sabueso. Ni de ti —señaló Jenna—. ¿Por qué te perseguía? ¿Eres un ladrón? No lo pareces. ¿O un asesino?

—Se ve aún menos como tal —dijo Pynt.

—Soy... —El joven vaciló—. Soy Carum. Soy... o al menos era, antes de que tuviera que escapar para conservar la vida... un estudioso. Vivo, soy una amenaza para lord Kalas, de los Dominios del Norte. Lord Kalas... ¡que quiere ser el rey! —En la voz del muchacho había un pesar y una amargura que trataba de ocultar—. He estado escapando durante toda la primavera.

Pynt se dispuso a tocarle el brazo. En el último momento, ambos retrocedieron.

—Será mejor que lo enterremos —dijo el joven—. De otro modo, cuando se levante la niebla sus hermanos lo encontrarán y harán otra marca negra en mi larga hoja de cuentas.

—¿Sus hermanos son igual de grandes? —preguntó Pynt.

El muchacho asintió con la cabeza.

—Y de horribles.

—Y... y ellos están vivos —murmuró Jenna para sí misma.

Comenzaron a cavar una tumba utilizando los cuchillos con sumo cuidado, una tarea lenta y tediosa. Carum despojó al cadáver de una daga que llevaba en el cinturón y otra que tenía en la bota. También halló una pequeña hacha atada bajo su brazo y la utilizaron para cavar. Cuando terminaron, hicieron rodar el cuerpo dentro del hoyo. Éste hubiese sido demasiado pequeño de no haber sido porque Barnoo se había contraído durante los estertores de la muerte, permaneciendo de ese modo. El Sabueso aterrizó boca abajo en el hueco.

Jenna exhaló un suspiro de alivio y arrojó la máscara tras él. Entonces comenzaron a lanzar puñados de tierra, conscientes de los bufidos y patadas del corcel en alguna parte entre la niebla.

Cuando el último terrón de tierra estuvo apisonado, Jenna susurró:

—¿Hay algo que deberíamos decir para despedirlo en su partida?

—¿En su partida hacia dónde? —preguntó Carum.

—Donde sea que creas que irá después de la muerte.

—Yo sólo creo que existe Aquí —dijo Carum—. Que no hay nada después.

—¿Es eso lo que creéis los hombres? —le preguntó Pynt, atónita.

—Eso es lo que yo creo —dijo Carum—. Y todas mis lecturas no me han hecho cambiar de idea. Pero puedo decir algunas palabras sobre lo que creen el Sabueso y sus hermanos, si lo deseas.

—Hazlo —dijo Jenna—, ya que no puedo desearle un sitio en la gruta de Alta o en su seno, donde espero ir yo al morir.

La boca de Carum se torció un poco, casi como si tratara de no sonreír. Entonces inspiró profundamente y bajó la vista hacia el sepulcro.

—Que el Dios de las Buenas Batallas, Lord Gres, te reciba a su lado en los grandes salones de ValHale. Que puedas beber de su vino y comer sus alimentos para siempre, arrojando los huesos por encima del hombro para los Perros de la Guerra.

—Qué oración tan horrible —dijo Pynt—. ¿Quién querría ir a un sitio tan poco pacífico después de la muerte?

—Quién en verdad —dijo Carum alzándose de hombros—. ¿Ahora comprendéis por qué no creo en ello?

En ese momento el corcel emitió un extraño sonido y marchó hacia ellos.

—¿Qué es eso? —susurró Pynt.

—¿Nunca habíais visto un caballo? —preguntó Carum.

—Por supuesto. —La respuesta de Pynt fue tan rápida que el joven sonrió.

—Por supuesto —repitió con tono burlón.

—Bueno, una vez —dijo Pynt—. Y eran mucho más pequeños. ¿Qué haríamos con una bestia tan grande en nuestros estrechos senderos de montaña?

Jenna se apartó de la discusión y observó la bruma impenetrable, recordando a los dos pequeños potrillos que habían ayudado a salvar de la inundación mientras el cuerpo de la yegua flotaba en el agua.

—¿Se encuentra bien? El caballo. ¿Está herido? ¿Se puede cabalgar?

La voz de Carum llegó hasta ella en medio de la bruma.

—Si está sobre sus patas, se puede cabalgar con él. Los caballos de Kalas siempre son fuertes y sólidos. Mi tío sabe mucho de corceles. —Esta vez no pudo ocultar la amargura en su voz.

—¿Puedes atraparlo? —preguntó Jenna.

—Sólo hay que coger su cabestro y vendrá. Está bien entrenado, sabes. Todos los caballos de batalla de Kalas lo están.

—Bueno, tú coge el cabestro, sea lo que fuere. Entonces podremos volver a ponernos en marcha —dijo Jenna tomando su espada y su morral.

—¿En qué dirección?

Jenna giró varias veces, tratando de penetrar la niebla con la mirada. Pynt, de rodillas en el suelo, estaba demasiado ocupada buscando el contenido de su morral para ofrecer una sugerencia. Cuando encontró todo lo que pudo, lo metió dentro y volvió a mirar a su alrededor buscando la espada. Luego fue a reunirse con los otros dos, quienes todavía trataban de deducir la dirección correcta.

Muy juntos los tres, como una pequeña isla en medio de un mar de niebla, continuaron discutiendo. Finalmente Carum se sentó con fastidio. Sólo el caballo, con su hocico gris y húmedo y sus ojos oscuros e insondables, parecía despreocupado.

—¿Os parece que acampemos aquí hasta mañana por la mañana? —preguntó Jenna.

—¿Sin comida? —replicó Carum.

—¿Y prefieres seguir en medio de esta niebla con la esperanza de hallar un puñado de setas? —preguntó Pynt.

—¿Entonces qué tal si encendemos un fuego?

—Iremos de la mano en busca de leña —dijo Jenna.

Sólo hallaron unas pocas matas secas y encendieron un fuego pequeño, tan lejos de la tumba de Barnoo como les fue posible. El caballo permaneció toda la noche en silencio junto al sepulcro.

Los tres se quedaron dormidos mucho antes de que el fuego se apagara. En su silenciosa vigilia, el corcel permaneció despierto gran parte de la noche.

LA BALADA:

Lord Gorum

¿Dónde has estado hoy, Gorum, hijo mío?

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

¿Dónde has estado hoy, hermoso hijo?

Y los hermanos me han hecho caer.

Lejos me he marchado sosteniendo mi cayado,

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

He andado por las tierras de mi difunto padre,

Y los hermanos me han hecho caer.

He buscado en las montañas, he buscado en el mar,

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

Buscando a alguien que me buscase a su vez,

Y los hermanos me han hecho caer.

¿Qué has cenado esta noche, Lord Gorum, hijo mío?

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

¿Qué has cenado esta noche, hermoso pequeño mío?

Y los hermanos me han hecho caer.

No he tomado nada en la cena, ni tampoco al despertar,

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

Pero me he nutrido en la mirada de los ojos de mi amor verdadero,

Y los hermanos me han hecho caer.

¿Y qué le dejarás a ese amor verdadero, hijo mío?

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

¿Y qué habrá de dejarte ella a ti, hermoso pequeño mío?

Y los hermanos me han hecho caer.

Mi reino, mi corona, mi nombre y mi tumba,

El toro, el oso, el puma y el sabueso.

Su cabello, su corazón, su sitio en la gruta,

Y los hermanos me han hecho caer.

EL RELATO:

Despertaron con el canto de un pájaro y el cielo del color de una perla antigua. Pynt se echó a reír, pero Jenna observó a Carum con timidez. El muchacho se había acurrucado a sus pies y se veía a la vez joven y maduro en la mañana radiante. Tenía unas largas pestañas oscuras que parecían proyectarle sombra sobre las mejillas, y la mano derecha, posada sobre su nariz, mostraba unos dedos largos y relajados. Jenna se cuidó de no molestarle al estirarse.

Pynt se acercó y lo miró.

—Pensaba... —comenzó, pero Jenna se llevó un dedo a los labios. Entonces continuó en un susurro—: Pensaba que todos los hombres eran peludos y toscos.

—Eso es porque todavía es un muchacho —dijo Jenna susurrando por encima del hombro mientras se alejaba. Pero su corazón le envió un mensaje diferente mientras recorría el bosque buscando las setas silvestres que a Pynt más le gustaban. Se alegró especialmente al hallar las favoritas de Pynt, las carnosas que eran tan buenas crudas como cocidas.

Jenna se volvió cuando una ramita crujió a sus espaldas.

—Mira —le dijo a Pynt—, aquí están las que te gustan.

—Yo encontré unos helechos —dijo Pynt—. Si sólo tuviéramos un poco de agua, podríamos cocinarlos.

Jenna sacudió la cabeza.

—Nada de fuego y nada de demoras. Sin la niebla para ocultarlo, no podemos arriesgarnos a encender un fuego. Y si es cierto que los hermanos del Sabueso lo están siguiendo, debemos abandonar este lugar y a sus fantasmas lo antes posible.

Pynt asintió con la cabeza y ambas se inclinaron para recoger las setas. Cuando tuvieron las manos y los bolsillos llenos, se levantaron y regresaron al campamento.

Carum no estaba.

La tierra estaba removida, pero sólo un poco. Podía significar una pelea.

—¿Qué piensas? —susurró Pynt—. ¿Los otros hermanos? ¿Lord Kalas? No me parece que hayan sido muchos.

—No debimos haberlo dejado solo —dijo Jenna con furia y cerró los puños aplastando las setas. Ambas dejaron caer la comida sobre el césped junto al fogón—. No puede haber llegado lejos. Supongo que tendremos la experiencia suficiente en el bosque como para rastrear a un estudioso. Y mira, no se han llevado el caballo. —Jenna se inclinó buscando sus huellas, y halló un sitio donde parecía haberse introducido entre la maleza.

No habían ido demasiado lejos cuando oyeron un ruido; ambas se arrojaron al suelo como si fuesen una sola y, avanzando lentamente, vieron la cabeza de Carum con su cabello castaño claro enmarañado. Con una mano se rascaba la cabeza y con la otra...

—¡Por los Cabellos de Alta! —exclamó Jenna con disgusto. Pynt se sentó y se echó a reír.

Carum giró la cabeza y, al verlas, sus mejillas se tornaron de un rojo brillante.

—¿Nunca habéis visto a un hombre haciendo sus necesidades?

—Entonces él también rió—. No, supongo que no. —Volvió a girar la cabeza.

—Nosotras pensamos... —comenzó Pynt.

—No le expliques nada —dijo Jenna con dureza. Se levantó, observó la espalda de Carum y entonces se volvió nuevamente hacia el campamento

—Vamos, Marga —agregó.

Pynt se puso de pie rápidamente y la siguió.

Después del magro desayuno, bordearon el bosque hasta el final del campo de lirios turnándose sobre el caballo. El ancho lomo del animal hacía que les doliesen los músculos y la pesada montura de cuero les lastimaba los muslos. Después de un par de intentos, tanto Jenna como Pynt decidieron caminar. Pero Carum cabalgaba como si hubiese nacido sobre un caballo, o como si la altura que éste le proporcionaba le diese valor en compañía de las muchachas.

—Cuéntame sobre los Hermanos —dijo Jenna en un momento en que Pynt cabalgaba el caballo mientras ella y Carum caminaban juntos como camaradas. Carum conducía al animal por su cabestro—. Para que si me encuentro con ellos no esté desprevenida. —Ya había perdonado el mal momento de la mañana... siempre y cuando él no lo mencionara.

—En realidad son hermanos. Todos tienen la misma madre, aunque se dice que cada uno ha tenido un progenitor diferente. No resulta difícil creerlo al verlos juntos, ya que son distintos en todo excepto en una cosa... su devoción por Lord Kalas. El Toro, el Oso, el Puma y el Sabueso.

—Al Sabueso lo he conocido —dijo Jenna manteniendo la voz en calma y apartando de su mente el recuerdo del hombre doblado en su tumba—. ¿Qué hay de los demás?

—El Toro es fuerte como un buey e igual de estúpido. Trata de hacer con sus brazos lo que no puede hacer con su cabeza. Puede trabajar el día entero sin cansarse. Lo he visto hacer girar una rueda de molino cuando el buey ha quedado agotado.

—¿Y el Oso?

—Un hombre peludo, tan grande como el Toro pero más listo. Un poco más listo. Tiene el cabello hasta los hombros y tanto su pecho como su espalda están completamente cubiertos de vello.

—Atractivo —dijo Jenna esbozando una sonrisa.

—Pero el Puma es el más peligroso. Es pequeño y tiene los pies ligeros. En cierta ocasión saltó sobre un abismo, de roca a roca, seguido por una jauría de perros del rey. Los perros cayeron al vacío y aullaron hasta llegar al fondo. Pude oírlos en sueños durante semanas. —Los ojos de Carum se entrecerraron al sol y Jenna no pudo leer en ellos.

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