Ella

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

 

"Ella, una historia de aventuras"
, es uno de los clásicos de la literatura imaginativa con más de 83 millones de copias vendidas en 44 idiomas diferentes, uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. La historia es una narración en primera persona que sigue el viaje de Horace Holly y su pupilo Leo Vincey a un reino perdido en el interior de África. Allí, se encuentran con una raza primitiva de nativos y una misteriosa dama blanca,
Ayesha
, que reina como la todapoderosa
"Ella"
o
"La-que-debe-ser-obedecida"
. En este trabajo, Rider Haggard desarrollo las características del subgénero de "mundos perdidos", que muchos autores como Lovecraft, Tolkien y Bulwer Lytton emularon posteriormente. La novela explora temas de la autoridad y comportamiento femenino. Ha recibido elogios y críticas por igual por su representación de género de la mujer. Extraordinariamente popular desde su lanzamiento, nunca ha estado fuera de impresión desde su primera publicación en 1887 y se considera uno de los libros clásicos del genero de aventura y fantasía.

H. Rider Haggard

Ella

Una historia de aventuras

ePUB v1.2

Superluper
23.04.12

Titulo original en ingles:
"She, A History of Adventure"

Publicada en The Graphic Magazine de octubre 1886 a enero 1887.

Reedición en español 1978

Traducción: Monserrat Neira

Portada: Superluper

Primera edicion en ePub: Abril de 2012

INTRODUCCIÓN

Al publicar esta narración, que, aun considerada como una mera novela contiene las más misteriosas y peregrinas aventuras acaecidas a seres mortales, créome obligado a explicar cuál es la verdadera relación que, con ella tengo. Hago constar, desde luego, que no soy el autor, sino el editor de tan extraordinaria historia y paso ahora a decir cómo vino a mis manos.

Algunos años hace que yo, el editor, estaba parando en casa de un hermano, en una de las universidades de Inglaterra que, para el propósito de este relato, llamaremos de Cambridge. Andando un día por las calles llamóme la atención el aspecto de dos caballeros que vi pasar de bracero.

Uno de ellos sin disputa el más Joven que mis ojos habían visto, era muy alto y ancho de hombros, muy vigoroso al parecer, y me recordaba la del ciervo montés la gracia natural de su porte.

Además, su rostro era irreprochable: tan bello como bondadoso; y al descubrirse para saludar a una señora que pasaba vi que tenía ensortijados los cabellos rubios y apretados sobre el cráneo.

—¡Por Dios! —exclamé, —ese joven parece una estatua de Apolo, ambulante... ¡Qué hombre tan hermoso!

—Tienes razón —me contestó mi hermano, que paseaba conmigo.

—Es el hombre más hermoso de la Universidad, y también uno de los más amables. Le dicen
el dios griego.
Pero mira al otro: es tutor de Vincey, así se llama el más joven; lo han puesto por apodo
Caronte,
y tiene reputación de ser persona muy instruida.

Efectivamente, vi que el otro, de más madura edad, era tan interesante, a su manera como el espléndido ejemplar de la humanidad a quien iba acompañando. Parecía tener como unos cuarenta años, y era tan feo, como el otro hermoso. Menos que mediana era su estatura un tanto estevadas sus piernas; sumido tenía el pecho, y los brazos de una largura desmesurada. Sus ojos eran pequeños, el negro pelo le crecía muy abajo en la frente, y como las espesas patillas cortadas rectamente, se le unían al pelo, apenas si le quedaba despejada una escasa parte de las facciones. Pensaba viéndolo, en el gorila y, sin embargo, la mirada me pareció tan agradable y genial, que recuerdo cómo le confesé a mi hermano mi deseo de tratar a aquel hombre.

—Nada más fácil —me contestó; —conozco a Vincey y te presentaré.

Así lo hizo, y luego estuvimos un rato hablando con ellos. De regreso estaba yo, a la sazón, del Cabo de Buena Esperanza y nuestra conversación giró sobre los zulús. En esto, se nos acercaron una señora gruesa y una linda jovencita rubia muy conocidas, al parecer, de Mr. Vincey, quien al punto se despidió de nosotros y se marchó acompañándolas. Recuerdo también que me hizo sonreír entonces el cambió de expresión que noté en el caballero de más edad, cuyo nombre, supe que era Holly, cuando reparó que las señoras se nos acercaban.

Paró súbitamente de hablas lanzó una mirada como de censura a su compañero y haciéndome una rápida inclinación de cabeza nos volvió la espalda y fuese solo cruzando la calle Dijéronme después que se le atribuía generalmente a Mr. Holly tanto terror al bello sexo, como el que le tenía la mayoría de las gentes a los perros rabiosos, y que esto explicaba la precipitación de la fuga.

En cuanto a Mr. Vincey, puedo asegurar que en aquel momento no le demostró aversión al sexo femenino Me acuerdo que riendo le hice a mi hermano la observación de que Mr. Vincey no pertenecía precisamente a la clase de esos hombres que uno no tiene reparo en presentar a la muchacha con quien pretende uno casarse ya: que sería muy probable que el conocimiento terminase por una transferencia de afectos.

La verdad es que era demasiado buen mozo, y lo que es más, no se notaba en él esa presunción que tienen generalmente los buenos mozos, y que con razón les enajena la simpatía de los demás.

Aquella misma noche me separó de mi hermano, y mucho tiempo pasó luego sin que supiera más de
Caronte
ni de
el dios griego.
Lo cierto es que desde ese día hasta la fecha no los he vuelto a ver y que, probablemente no los volveré a ver jamás. Pero hace como un mes que recibí una carta y dos bultos, uno de los cuales era un manuscrito, y al abrir la primera vi que estaba firmada por Horacio Holly, nombre que, por lo pronto, desconocí. La carta estaba concebida en estos términos:

«Universidad de Cambridge, Colegio de***, 1 de mayo de 18...

«Muy señor mío: Le sorprenderá a usted, atendido lo cortas que han sido nuestras relaciones que yo le escriba esta carta.. la verdad es que me parece conveniente empezar por recordarlo que hará hoy unos cinco años que nos conocimos, cuando le fuimos presentados a usted mi curado Mr. Leo Vincey y yo, por su señor hermano, en una calle de Cambridge. Mas, paso al asunto que me hace escribirle y le prometo que seré, breve.»

«He leído con mucho interés el libro que acaba usted de publicar sobre un viaje al África Central. Supongo que esta obra será veraz en alguna parte, y en otra un esfuerzo de la imaginación. Sea lo que fuere, me ha hecho concebir una idea.»

«El caso es que, y el cómo de ello lo sabrá usted por el manuscrito que le acompaño, que el portador le entregará con el escarabajo auténtico y el tiesto original, mi curado, o más bien mi hijo adoptivo y yo, acabamos de pasar por unas verdaderas aventuras en el África Central, de mucho más maravilloso carácter que las descritas en su libro, y tanto, que casi estoy corrido de someterlas a su consideración, por temor de que usted no me crea Ya las encontrará usted contenidas en ese manuscrito que yo, o mejor dicho, nosotros habíamos determinado que no se publicara durante, nuestras vidas. Habríase realizado esto así si no fuera por una circunstancia que ha surgido recientemente. Nosotros dos, por las razones que podrá juzgar después de leer el manuscrito, nos vamos a marchar de nuevo, al Asia Central esta vez, que es donde debe encontrarse la sabiduría caso de encontrarse sobre la tierra y calculamos que nuestra ausencia será muy larga.. quizá no volvamos.»

«Y en esa alternativa nos hemos preguntado si estaremos autorizados para ocultarle al mundo la noticia de un fenómeno singularísimo, meramente porque, en él está interesada nuestra personal existencia o por temor del ridículo, y la duda que nuestras afirmaciones inspiren. Yo tengo una opinión sobre el asunto y Leo tiene otra y, finalmente, tras largas discusiones hemos venido á parar en este compromiso, a saber: remitirle a usted la historia dándole amplia facultad para publicarla si lo cree conveniente, con la única condición de que desfigure nuestros verdaderos nombres y cuanto se refiere a nuestra identidad personal, en lo que sea posible sin perjudicar la buena fe substancial de nuestra narración.»

«¿Qué más le dirá? No sé, en verdad. A no ser que le repita que cuanto se describe en el manuscrito citado pasó tal cual en él se refiere. En cuanto a
Ella
nada puedo añadir. Lamentamos más cada día el no habernos aprovechado mejor de las oportunidades que tuvimos para enterarnos de quién fuese mujer tan maravillosa.. ¿Quién era ella?... ¿Cómo llegó por primera vez á las Cavernas de Kor, y cuál era su verdadera religión?... Nunca pudimos cerciorarnos de ello, y ya no habremos ¡ay! de saberlo... Al menos no ha llegado aún el tiempo de que lo sepamos. Estos y otros problemas surgen en mi mente, mas ¿de qué serviría el plantearlos ahora? ¿Se encargará usted de la tarea que lo encomendamos?... Le damos la más completa libertad para ello, y en recompensa obtendrá usted, sin duda el crédito de haberle dado al mundo la historia más peregrina que se conoce. Lea el manuscrito, que he copiado con letra clarísima en su obsequio, y contésteme.»

«Quedo afmo. de usted. —L. Horacio Holly»

«P. D. —Por supuesto que las ganancias que resulten de la venta de la obra quedarán a su favor de usted, para que de ellas disponga como le parezca y en el caso de que el negocio no arrojara sino pérdidas, ya están enterados los señores Geoffrey y Jordán, mis apoderados de que deben saldarlas. Confiamos el escarabajo, el tiesto y el pergamino a su custodia de usted hasta el día que le roguemos la devolución del depósito. —Vale»

Esta carta como es natural pensar, me sorprendió sobremanera cuando la recibí: pero cuando pude librarme de otros urgentes trabajos, y al cabo de unos quince, días examiné el manuscrito, mi asombro creció de punto, como espero les pasará a los lectores y, desde luego, resolví no dejar de la mano el asunto. Escribíle con ese objeto a Mr. Holly, pero como a la semana recibí otra carta de los apoderados de ese caballero en la que me devolvían la mía informándome que su cliente y Mr. Leo Vincey habían ya salido del país en dirección al Tibet, y que por el momento no sabían su dirección.

Y ya no tengo más que decir por mi parte. De la historia que sigue juzgará el lector por sí mismo. Se la ofrezco con poquísimas alteraciones del texto que recibí, hechas únicamente con el objeto de ocultar al público la identidad de los protagonistas. He tenido muy buen cuidado de suprimir los comentarios.

Inclinábame yo, al principio, a pensar que esta historia de una mujer embozada en la majestad de sus casi interminables años, sobre la cual caía la eternidad misma como si fuese la sombra del ala obscura de la noche era una gigantesca alegoría cuya significación no podía comprender.

Me figuré después que sería una audaz tentativa para pintar los resultados posibles de la inmortalidad infundida en la sustancia de un mortal, que continúa nutriéndose de la tierra y en cuyo humano pecho siguieran las pasiones surgiendo y abatiéndose siempre palpitando, como en el imperecedero mundo que la rodea se alzan, decrecen y palpitan los vientos y las marcas incesantemente. Mas, conforme iba leyendo abandoné también esta idea. Paréceme que está impreso evidentemente en el relato el sello de la veracidad. Quede su explicación para otros, y con este ligero prólogo, que, hacían indispensable las circunstancias, presento al mundo a Ayesha y a las Cavernas de Kor.

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