Ella (7 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Cuando acabamos de pasar los primeros, escollos Leo, para mi gran satisfacción, había abierto los ojos, y barbotó en su casi letargo que las sábanas se le habían caído al suelo, y que ya era hora de ir a la capilla.

—¡A dormir! —gritéle cual si fuera un niño, —y estése usted muy quieto!... —y me obedeció sin darse cuenta de nuestra situación. Pero la referencia que en su enajenación había hecho de la capilla me hizo pensar, con amarguísima nostalgia en mis confortables habitaciones de la Universidad. ¿Por qué fui tan mentecato que las abandoné?... cuya reflexión me asaltó luego, una porción de veces más.

Corríamos de nuevo contra los otros escollos aunque con menos velocidad que antes porque el viento había caído, y la corriente sólo, o la marea —después vimos que era ésta nos arrastraba Pasó un momento más... ¡Hénos en ellos ya!... Mahomet invocó a Alá, yo a Jesús, y Job lanzó una exclamación que nada de piadosa tenía.. y vimos repetirse toda la escena anterior, mas no con tanta violencia hasta que por fin escapamos. Los compartimientos y el hábil timonear del árabe, nos salvaron la vida. En cinco minutos habíamos atravesado la línea de escollos y ya dejándonos ir con el mar, porque estábamos demasiado agotados para hacer otra cosa más que mantener derecho al ballenero, hojeamos con asombrosa rapidez el alteroso promontorio de que hablé hace poco.

Vímonos al fin a sotavento suyo, y disminuyó la rapidez con que corríamos, hasta que, por último, nos encontramos en aguas muertas.

La tempestad había pasado por completo, dejando tras sí un cielo claro y limpio. El promontorio nos defendía de la mar gruesa levantada por la borrasca y la marea que con tanta fuerza subía contra el río, porque nos hallábamos, en la boca de uno pequeño, se calmaba en aquel lugar. Así es que flotábamos dulcemente, y antes de que se pusiera del todo la luna conseguimos, achicar el agua del bote y darle alguna condición de barco manejable Leo dormía profundamente, y me pareció que no debía despertarlo de ningún modo. Verdad es que tenía toda la ropa mojada pero la noche era tan cálida ya que Job y yo creímos que esto no podría perjudicar a hombre de constitución tan vigorosa como la suya. Además, no teníamos otra ropa seca a mano.

Bajaba la luna a su ocaso; flotábamos sobre el mar, que ahora palpitaba como si fuera un seno inmenso de mujer dormida y tranquilo ya púseme a considerar cuánto en tan poco espacio habíamos sufrido, y cuán milagrosamente nos salvamos. Job se colocó a proa guardó Mahomet su puesto al timón, y yo me senté en el medio del bote, junto adonde Leo estaba echado.

Púsose al fin la luna bella y dulcemente; retiróse como casta novia que penetra en su alcoba nupcial, y larguísimas sombras se descolgaron del firmamento, cual si fueran velos entre los cuales se asomaron algunas estrellas que lucían como ojillos maliciosos. En breve, sin embargo, empezaron a palidecer ante el gran resplandor que brotó del Este, y entonces rápidamente vimos adelantarse los vibrantes pasos del alba sobre el azul de la altura de nuevo evocado para desalojar de sus puestos a las estrellas. Más y más se tranquilizaba el mar, y también los suaves vapores que se nutren en su seno, como para encubrir sus inquietudes como hacen las ilusas formas del ensueño sobre una mente adolorida para que olvide sus angustias. De Oriente a Occidente volaban los ángeles de la aurora de mar a mar, de cima a cima derramando sus resplandores con entre ambas manos. De la sombra surgían perfectos, gloriosos como el alma de los justos de la sepultura para cernerse sobre el mar tranquilizado, sobre la línea baja de la costa y los pantanos detrás de ella y los montes más lejanos aún; sobre los que dormían en paz, y sobre les que despertaban a sufrir de nuevo, sobre lo malo y lo bueno; sobre los vivos y los muertos; sobre el anchísimo mundo y sobre todo lo que vive o ha vivido en él.

Era un espectáculo extraordinariamente hermoso, y, sin embargo, triste quizá por el mismo exceso de su hermosura ¡La salida del sol! la puesta del sol... Tipo y símbolo de la humanidad que nace y que muere; tipo y símbolo de las obras que ella alza y que se desmoronan... sí, y también de la tierra de su principio y su fin... Aquella mañana el espectáculo me impresionó más que nunca. El sol que para nosotros se alzaba ahora habíase puesto ayer por última vez para dieciocho hombres que con nosotros viajaban... para dieciocho seres humanos que nosotros conocimos...

El
dhow
se había hundido arrastrándolos consigo, y ahora sus cadáveres estarían chocándose contra las rocas y enredándose con las plantas marinas, reliquias abandonadas en el gran océano de la muerte!... ¡Y nosotros cuatro nos habíamos salvado!... Pero la salida del sol se efectuará algún día cuando nosotros, nos encontremos entre los que se hayan perdido, y otros ojos contemplarán esos hermosísimos resplandores y se apenarán en medio de tanta gloria al meditar sobre la muerte, en plena explosión de la vida que está surgiendo.

Porque este es el sino del hombre.

LA CABEZA DEL ETÍOPE

Al fin, los heraldos y correos precursores de la majestad solar habían cumplido su diligencia persiguiendo y debelando a las sombras. Entonces gloriosamente, surgió el astro de su lecho del Océano, e inundó a la tierra de luz y de colores. Sentado en el bote contemplaba yo su salida oyendo el dulce murmullo del agua que lo batía y sin notar cómo, ella en suave arrastre nos iba llevando. Por fin, vino a interceptarme el espectáculo la interposición de aquel picacho de rara forma de la extremidad del cabo, que con tanto terror habíamos descubierto poco antes. Pero yo continuaba con la vista fija en ese peñasco, hasta verlo todo franjado por la intensa luz que detrás tenía..

De súbito, saltó entonces en mi asiento, porque vi que la cima que estaba como a ochenta pies de altura sobre la base ancha como unos ciento cincuenta hallábase labrada como la cabeza y rostro de un negro, cuya expresión era de una malignidad notable; No había duda: allí se veían los belfos, los gruesos carrillos y la aplastada nariz, destacados con asombrosa claridad y fijeza sobre el fondo de llamas.

Veíase también el redondo cráneo, cuya forma quizá habían perfeccionado los vientos y las tempestades durante miles de años, y para completar el parecido, sobre él crecía una escasa vegetación de hierbas malas o de líquenes que a cualquiera le asemejarían, alumbradas como entonces estaban, la lana de la cabeza colosal de piedra. Era tan rara la apariencia aquella que aun creo que no podía ser un mero capricho de la Naturaleza sino un gigantesco monumento, labrado como la conocida esfinge egipcia por un pueblo ignoto, en un peñasco cuya forma en bruto se prestaba al contorno de la figura y quizá, con el objeto de advertir o retar a cualesquiera enemigos que a su puerto se aproximasen. Nosotros no pudimos, por desgracia asegurarnos de la naturaleza verdadera de aquella forma porque el peñasco era de dificilísimo acceso, tanto por la parte de tierra como por la del mar, y teníamos además que atender a más urgentes cosas. Yo por mi parte creo, teniendo en cuenta todo lo que, vi después, y que sabrán los que lean, que el peñasco había sido labrado por la mano, del hombre. Pero, en fin, como quiera que sea allí se encuentra siempre mirando con fiereza la mar voltaria tal como se encontraba hace más de dos mil años, cuando Amenartas, la Princesa egipcia esposa de Kalikrates el remoto antepasado de Leo, contempló su diabólico rostro, y tal como se encontrará sin duda después que haya pasado el mismo número de siglos y nosotros seamos del todo olvidados.

—¿Qué piensa usted de eso Job? —pregúntele a nuestro dependiente señalándole la demoníaca y flamígera cabeza. El estaba sentado sobre la borda con su eterno aire de disgusto, tratando de tomar toda la cantidad del sol posible. Levantó los ojos y exclamó:

—¡Dios mío! ¡mister Holly!... Ese es el mismísimo retrato del caballero
Nick—
(el diablo)

Echó la carcajada y a su ruido despertó Leo.

—¡Hola! —exclamó, —¿qué demonios tengo yo en el cuerpo?... me siento todo tieso... ¿adonde está el
dhow?

—Agradécele a Dios, muchacho, el no estar más tieso aún —le contesté. —El
dhow se
ha ido a pique, y todos los de abordo se han ahogado, menos nosotros cuatro... y tú mismo no te has salvado sino, por un grandísimo milagro...

Y mientras Job buscaba en un compartimiento la botella del
brandy,
contéle rápidamente cuanto había pasado.

—¡Cielos! —murmuró al fin, con cierto desmayo. —¡ Ay, Holly! pienso en que por algo, después de todo, se nos ha dejado la vida Encontróse el
brandy
, y todos tomamos de él un buen trago, y nos cayó muy bien, a fe. También el sol empezaba ya a calentarnos los huesos, calados como los teníamos después de una mojada de más de cinco horas.

—He ahí, al fin, la peña de que habla la inscripción —dijo Leo suspirando. —La peña labrada como la cabeza de un etíope.

—Sí —conteste, —ahí está.

—¡Entonces lo demás será también cierto!...

—No veo la lógica de tu consecuencia. Probablemente no sea esta la cabeza que mienta la inscripción, y ¿qué puede probar, caso de que lo sea?

Sonrióse Leo con cierto aire de superioridad y dijo:

—¡Tío Horacio, creo que eres el judío incrédulo!... viviremos para ver.

—Exactamente, y ahora mismo notarás que estamos arribando sobre un banco de arena hacia la boca de un río. Agarre usted su remo, Job, y vamos adelante a ver cómo hallamos dónde desembarcar.

No parecía muy ancha la boca del río en que entrábamos, a lo que juzgarse era posible entre las grandes brumas que aún colgaban sobre sus márgenes. Como casi todos los ríos africanos, tenía una gran barra que ningún bote, por poco que calase habría podido cruzar soplando de tierra el viento y bajando la marea pero a la sazón la pasamos muy bien, sin embargo; ni una tasa de agua. En veinte minutos nos hallamos del otro lado, bastante adentro en el puerto, con pequeñísimo esfuerzo nuestro, gracias a una brisa fuerte, aunque intermitente. Ya el sol, que empezaba a quemar un poco más de lo justo, habíase sorbido las neblinas, y pudimos ver que el estuario en que nos hallábamos tendría como media milla de ancho, que sus márgenes eran muy bajas y cenagosas, y que estaban materialmente cundidas de cocodrilos que yacían tendidos sobre los montones de lodo. A una media milla más arriba en el puerto, veíamos, sin embargo, avanzarse una estrecha faja que parecía la tierra firme y a ella nos dirigimos.

Tardamos un cuarto de hora en alcanzarla y desembarcamos, después de amarrar el bote a un hermoso árbol que se inclinaba sobre el mar, parecido a las magnolias por sur, hojas anchas y lustrosas y por sus flores aunque éstas eran rosadas en vez de ser blancas. Incontinenti, nos bañamos bien extendiendo al sol nuestra ropa a secar, y todos los contenidos del ballenero.

Cobijados por algunos árboles almorzamos luego alegremente una lata de lengua Paysandú, de las que en gran cantidad, habíamos traído con nosotros de los almacenes proveedores del ejército y la armada y bien que, nos congratulamos de la idea que tuvimos de cargar el bote aquella mañana antes de la noche tempestuosa ya que por ella nos era permitido gozar tan sano alimento. Al acabar de comer nos pusimos de nuevo nuestra ropa seca ya sintiéndonos con ello más animosos y fuertes. Lo cierto es que aparte de algún rasguño o contusión, muy poco sufrimos en el naufragio donde tantos habían perdido la existencia Leo, únicamente, casi se ahoga mas ¿qué era esto para un atleta como él, de veinticinco años?

A explorar empezamos entonces nuestra posición. Nos encontrábamos sobre una faja de tierra soca como de doscientas yardas de anchura por quinientas de longitud, que por un lado confinaba con el río y por los otros lados con pantanos desolados, interminables que se perdían de vista. Esta faja de tierra se alzaba como unos veinticinco pies sobre el nivel del río, y por ciertas apariencias parecía una obra humana

—Esto ha sido un muelle antiguamente —dijo Leo, con énfasis.

—¡Vamos, hombre!... ¿Quién hubiera sido el tonto que fabricase muelles en medio de estos pantanos espantosos, en una comarca poblada por salvajes si es que está poblada?

—Y ¿por qué, ha de haber sido pantanoso siempre, y salvajes los habitantes? ... —murmuraba Leo, caminando el borde cortado a pico sobre el río. —Holly, ven conmigo, y mira esto; —y echó a andar hacia una magnolia que había sido desarraigada por la anterior borrasca Al caer al agua el árbol, que había crecido sobre el filo mismo del muelle arrastró consigo una gran cantidad de tierra. —Mira —dijo; —si esto no es obra de cantería lo parece mucho en verdad.

—¡Vamos, vamos, chico!.. —repetí de nuevo, metiéndome con él entre las raíces del árbol caído.

—¿Y bien? —preguntó.

Esta vez no le contesté. Púsemo a silbar. Allí, ante mi vista tenía yo indudablemente un frente de sillería muy regulas con su argamasa tan dura que no podía arrancarla ni rayarla siquiera con mi cuchillo de monte. Y no fue esto todo; notando que algo sobresalía en la parte inferior del trozo de pared que había quedado descubierta por el derrumbe, aparté con las manos un poco de tierra suelta y puse al descubierto una argolla de piedra de un poco más de un pie de diámetro, por tres pulgadas, de grueso. Quedéme a la verdad, hondamente, impresionado.

—¿Qué hay? tío, Horacio, ¿no se parece esto a un muelle al que han atracado barcos de buen tamaño?... —díjome con sorna Leo.

Traté de decirle «¡vamos, hombre!» otra vez, pero se me atragantó la frase La argolla de piedra gritaba sola Allí, sin duda en épocas pasadas habían atracado los barcos, y esta muralla de piedra pertenecía a un muelle sólidamente construido... y quizá, la ciudad a que pertenece, yaciendo, estaba hundida en ese pantano del otro lado.

—¡Pues parece que la historia no es del todo falsa tampoco, tío Horacio! —exclamó el muchacho, regocijado.

No le contesté, porque estaba pensando en la cabeza del negro, además de estar mirando al muelle

—Un país como África —dije al fin, —ha de encontrarse lleno, es natural, de las reliquias, de antiquísimas y olvidadas civilizaciones. Nadie conoce bien la edad de la de Egipto, y es racional pensar que tuviera colonias esa nación. También hay que contar con los babilonios, los fenicios y los persas y con otras clases de gentes más o menos adelanta dais, sin que mentemos a los judíos, que hoy día son tan solicitados por todo el mundo. Posible es que algunos de estos pueblos tuviera aquí una colonia o establecimiento mercantil. Recuerda esas ciudades persas que nos enseñó el cónsul de Kilva.

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