Read Ella Online

Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Ella (24 page)

—¿Qué quiere
Ella
? —murmuraba la pobre batallando, entre el terror que le tenía a su tremenda reina y su ansiedad de no separarse de Leo. —¡Una mujer, tiene sin duda el derecho de permanecer junto a su moribundo esposo!... ¡No, no me iré, mi señor Babuino!...

—¿Por qué no se marcha esa mujer, Holly? —preguntó Ayesha desde el otro extremo de la habitación, en donde con aire distraído examinaba algunas esculturas del muro.

—No quisiera separarse de Leo —contesté sin saber qué decir.

Ayesha se volvió, y señalando con el dedo a Ustane, pronunció una palabra una sola pero fue bastante; el tono con que fue dicha sugería volúmenes llenos de amenazas.

—Vete... —dijo.

Y Ustane, arrastrándose sobre sus manos y rodillas pasó ante
Ella
y salió del lugar.

—¿Ves tú, Holly mío? —dijo riendo un poco. —Ya era tiempo de que le diese a esta gente una lección de obediencia. Casi pretendió desobedecerme ahora esta muchacha, mas ella no vio esta mañana cómo castigo yo a los desobedientes. ¡Vaya; se marchó al fin! Déjame ver al joven ahora.

Deslizóse hacia el lecho en que Leo yacía, con la cabeza en la sombra y vuelta la cara hacia el muro.

—Noble cuerpo tiene —dijo al inclinarse para verle el rostro.

Entonces vi de súbito su elevada figura de sauce retroceder, tambaleándose por el cuarto como si la hubiera herido con bala ú hoja; retroceder tambaleándose hasta chocar contra el muro opuesto, brotando allí de sus labios, el grito más espantoso, más sobrehumano que en mi vida oí.

—¡Oh, Dios! ¿Qué ha sido, Ayesha?.. ¿Ha muerto?.. —exclamé.

Volvióse a mí de un salto, acometiéndome como un tigre.

—¡Perro mísero! —murmuró con su silbido de sierpe. —¿Por qué me lo ocultabas? —y extendió su brazo como para matarme.

—¿Qué ha sido... qué? ——dije, poseído del mayor espanto.

—Quizá lo ignorabas... ¡Ah! Oye, ¡Holly mío ahí yace... ahí yace mi perdido Kalikrates... Kalikrates que al fin ha vuelto a mí, como lo esperaba... como yo lo sabía!.. —Y rompió a sollozar y a reír... como todas las damas que se hallan conmovidas, murmurando: —¡Kalikrates... Kalikrates!..

—¡Vaya un disparate! —exclamé para mis adentros, pero no me atreví a repetirlo en voz alta. Yo, entonces no pensaba sino en la gravísima condición del pobre Leo, y todo lo demás me era indiferente en mi ansioso dolor. Lo que yo temía ahora era que el muchacho muriese mientras
Ella
se abandonaba al curso de su femenina emoción.

—Ayesha si no lo remedias —la dije por vía recordativa —tu Kalikrates estará en breve fuera de tu alcance... Repara que se está muriendo.

—¡Es verdad! —exclamó, y continuó angustiada —¿por qué no vine antes?... ¡No tengo fuerzas! ¡Mi mano tiembla!... ¡Mi misma mano! ¡Pero es natural!... ¡Ah! Tú, Holly, toma este frasco —y me dio una vasija delgada y pequeña de barro cocido, que sacó de los pliegues de su ropa. —¡Toma! Derrama el contenido en su boca. Si no ha muerto aún le curará... ¡Pronto, pronto, que se muere!

Lancé al enfermo una mirada; era cierto: Leo se hallaba en su postrera agonía. Vi que su rostro se tornó amarillento, y oí el rumor que hacía su aliento en la garganta. El frasco estaba tapado con una espiga de madera. Destapélo con los dientes y me cayó en la lengua una gota de líquido. Tenía un saborete dulce, y por un segundo me produjo vértigos y me cruzó una neblina por los ojos, pero afortunadamente el fenómeno pasó tan aprisa como se produjo.

Al llegar junto a Leo, expiraba realmente. Su cabeza dorada se movía lentamente de un lado para otro, y tenía la boca entreabierta Llamé a Ayesha para que le sostuviese la cabeza y consiguió hacerlo, aunque temblaba todo su cuerpo como una hoja de álamo trémulo o como potro espantado. Forzando un poco las quijadas, derramó en la boca del pobre joven el líquido que, producía un vaporcillo, como el ácido nítrico cuando se agita, y esto no aumentó mi confianza bastante débil ya en la eficacia del tratamiento.

Pero era evidente una cosa: las ansias mortales habían cesado... De pronto creí que era porque ya había pasado por ellas porque había cruza do el tremebundo río... El rostro se le puso lívido, los débiles latidos del corazón parecieron cesar; los párpados únicamente se estremecían un poco. En mi duda alcé los ojos a Ayesba cuyo rebozo se había caído al retroceder llena de excitación por el cuarto, y víla sosteniendo, aún la cabeza y mirándola con el rostro tan lívido como el del moribundo, y con, tal expresión de ansiosa agonía que aun en aquel momento, me asombró. Era evidente, que
Ella
misma no sabía si se salvaría o no el joven.

Cinco minutos pasaron, y me pareció que la esperanza también a
Ella
la abandonaba. El bello óvalo, de su rostro se alargaba visiblemente, como bajo la presión de su congoja mental, cuyo pincel trazaba obscuras manchas, en los huecos, en torno de sus ojos; apagóse el coral de sus labios, que se tornaron tan blancos como los de Leo, y palpitantes estaban que daba pena verles. Era lastimoso mirarla y aun yo mismo la compadecía.

—¿Era muy tarde ya? —murmuré.

No me contestó. Hundióse el rostro en las manos y yo me volví un poco... Mas, al hacerlo, escuchó un alentar profundísimo, y mirando a Leo vi que le subía por el rostro un imperceptible matiz, que fue aumentando hasta que.. ¡oh, maravilla de maravillas! el hombre que creíamos muerto se movió él solo echándese sobre un costado.

—¿Has visto? —pregunté murmurando.

—¡He visto! —contestó roncamente. —Ya está salvado. Me pareció que habíamos llegado tarde... Otro momento más, un pequeño instante... y se habría ido... —Y su llanto y sus sollozos, estallaron a partirle el corazón; mas vi que hacía por contenerse y parecer más bella lo que consiguió. Cesó de llorar.

—Perdóname Holly, perdona mis debilidades —dijo entonces. —Ya ves: después de todo no soy más que una mujer... Pero, medita, medita en ello... Esta mañana me hablabas del lugar de tormento inventado por esa religión tuya el infierno, como creo que lo llamaste... un lugar donde continúa viviendo la esencia vital, que retiene la memoria del individuo, y donde todos, los hierros y faltas, del vicio, las pasiones no satisfechas y los vanos terrores de la mente que alguna vez se tuvieron, acuden en tropel a perseguir, burlas mortificar retorcer el alma por los siglos y los siglos y con la visión de su propia desesperanza. Pues así, así mismo he vivido yo durante dos mil años... durante sesenta generaciones según vuestra medida del tiempo... atormentada por la memoria de un crimen atormentada día y noche por una ansia no satisfecha sin compañía sin consuelo, sin muerte y solamente, conducida en mi tristísima jornada por los fuegos fatuos de la esperanza que a veces chisporroteaban y se apagaban, y a veces revivían, cuando mi saber me aseguraba que a la larga vendría mi libertador... Piensa... piensa bien en ello, Holly; porque jamás oirás nada como esto, jamás verás escena igual, no, aunque te concediera diez mil años de existencia, que te concederá si en premio me lo pides; piensa en que al fin ha vuelto ese libertador, al que he estado aguardando con ansia durante generaciones tantas; que ha vuelto a buscarme a la hora señalada, como sabía yo que volvería porque mi saber no podía equivocarse, aunque no supiera cómo ni cuándo tornaría.. ¿Ves cuán ignorante yo era sin embargo?.. ¿cuán reducida mi ciencia y cuán débil mi potencia?.. Durante largas horas ha estado aquí enfermo a las puertas de la muerte, y yo no lo sospechaba.. Yo, que le esperaba hacía dos mil años, ¡no lo sabía! Y cuando al fin lo contemplo, mi suerte apenas si ha pendido de un cabello, aun antes de bien concebirla porque estaba casi hundido en las fauces de la muerte, de donde ningún esfuerzo mío podría arrancarlo... Y si a morir llegase.. de nuevo tendría que haberme sumido en el infierno, de nuevo tendría que arrostrar los inacabables siglos y esperar el cumplimiento del tiempo en que habría de retornar mi amado... Cuando tú le diste la medicina, y se detuvieron arrastrando esos inmensos cinco minutos, en que yo no sabía si moriría o viviría Holly, Holly, yo te digo que las sesenta generaciones transcurridas antes no me parecieron tan largas como ese corto lapso de tiempo... Pero al fin pasó, sin que él diese señales de revivir, y yo sabía que si en ese intervalo la droga no producía efecto, no lo produciría jamás... ¡yo lo sabía! Entonces volví a creer que había muerto, y todos los tormentos de todos los años se concentraron, en la punta de una sola lanza emponzoñada que me atravesó veinte veces porque otra vez perdía a Kalikrates... ¡Y entonces cuando todo había concluido!.. ¡ay! él suspiró, ¡sí, revivió, y supe que viviría porque nadie a quien la droga hace efecto muere!.. ¡Piensa en ello, Holly... piensa en lo tremendo de mi caso!... ¡El dormirá durante doce horas, y al despertar estará curado!

Cesó entonces de hablar Ayesha y puso la mano sobre la dorada cabeza. Inclinóse sobre ella luego y besó la frente con tan casto abandono y ternura que hubiera sido adorable para mí a no sentirme extrañamente herido en el alma pues... ¡sentía celos!

¡VETE!

Siguióse a esto un momento de silencio, en el que
Ella
parecía a juzgar por la angélica expresión de su rostro, que lucía en ocasiones realmente celestial, encontrarse en un éxtasis de dicha. De súbito, entonces se le cambió en la expresión más absolutamente contraria como si la hubiera asaltado un recuerdo, y murmuró con la voz conmovida por una ira que en vano pretendía disimular:

—¡Casi la había olvidado! ¿Y esa mujer, esa Ustane?.. ¿qué es ella para Kalikrates... su criada o su..?

Encogíme de hombros y contesté:

—Entiendo que es su mujer, conforme a la costumbre de los amajáguers; pero no sé hasta qué punto...

El rostro de
Ella
se obscureció, como el cielo azul por un nimbus tempestuoso. En los años que había vivido Ayesha no había logrado dominar el sentimiento de los celos.

—¡Pues ha de concluir esto!.. Esa mujer morirá ahora mismo.

—¡Ah, no, no! —exclamé. —Sería un crimen atroz, y el crimen no produce sino males... Por ti misma te conjuro, que no lo cometas...

—¿Es un crimen hombre necio, destruir lo que se nos coloca al paso al realizar nuestra voluntad?.. Nuestra vida entonces Holly, no es mas que un largo crimen porque diariamente estamos matando y destruyendo a otros para poder vivir, ya que en este mundo sólo el más fuerte sobrevive.

Pero yo estaba determinado a salvar a Ustane de la suerte atroz que la amenazaba bajo el poder de su todopoderosa rival; yo la quería y apreciaba sinceramente, y tuve valor para seguir defendiéndola

—¡Ayesha! déjala; tú eres demasiado superior a mí para que mi inteligencia pueda comprenderte: mas, tú misma me has dicho que cada uno debe formarse su propia ley y seguir sin vacilar los dictados del corazón. ¿No abriga el tuyo lástima ninguna para aquella cuyo puesto ocupar deseas?.. Piensa en que, como tú dices aunque el hecho para mí es ininteligible, ha vuelto, al fin, tras tan largos años, aquel a quien aguardabas, y a quien has arrancado de las garras de la muerte... ¿vas ahora a celebrar su regreso matando a quien tanto le amaba y a quien él ama quizá, a quien te salvó heroicamente la vida del que amas, cuando las lanzas de tus esclavos iban a herirle?... ¿No has dicho tú también que en otros días dañaste cruelmente a ese hombre, y que le mataste, con tu propia mano porque amaba a la egipcia Amenartas?

—¿Cómo sabes eso, extranjero? ¿cómo conoces tú ese nombre que yo no te he dicho? —gritó agarrándome por el brazo.

—¡Lo habré soñado quizá! —contesté. —Sueños muy raros acuden al lecho en estas cavernas de Kor... ¡Mas, parece que el sueño, era imagen de la verdad!... Y ¿qué sacaste de tu insano crimen? ¿No tuviste que aguardar por él dos mil años? ¿Quieres ahora que, se repita la historia?... Di lo que quieras, yo te afirmaré, sin embargo, que grandes males nacerán de él; porque nadie recoge más que el fruto de sus obras: del bien nace el bien del mal el mal; aunque en los días venideros del mal salga el bien. El daño tiene siempre que resultar, ¡ay! ¡empero de quien lo provoca!.. Así dijo el Mesías de quien yo te hablé, y lo que dijo es la verdad. Si tú matas a esa mujer inocente, te digo que por ello serás maldita y que no cosecharás la fruta de tu antiguo árbol de amor... Y dime ¿cómo crees tú que ese hombre, te tomará con las manos, enrojecidas por la sangre de quien tanto le amó y cuidó?..

—En cuanto a eso, bien lo sabes tú. El me habría de amar aunque te hubiera matado a ti y a ella, porque él no podría evitarlo; así como tú no podrías evitar la muerte, si yo matarte quisiera, Holly. Empero, yace la verdad en tus palabras, porque en cierto modo pesan sobre mi mente. Sea: perdonaré a esa mujer.. ¿no te he dicho que no soy cruel por el gusto de serlo? No me gusta ver sufrir ni hacer sufrir... Llámala pues... Mas, llámala presto, antes de que mi humor actual varíe...

Y así diciendo, cubrióse rápidamente el rostro con las gasas.

Satisfecho de haber obtenido este resultado, siquiera en favor de Ustane, salí a la galería en su busca. Vi su blanco traje destacarse en la sombra á unas cuantas yardas de distancia junto a una lámpara y la llamé. Vino corriendo...

—¿Ha muerto ya mi señor?.. ¡Ah, no digas que murió! —exclamaba llorando.

Miraba yo compadecido su hermoso y noble rostro, todo lleno de lágrimas, contraído por el dolor, y sus ojos que, suplicantes aguardaban una tristísima respuesta.

—No, no ha muerto.
Ella
le ha salvado —contesté. —Ven, entra conmigo.

Suspiró profundamente, entró y se dejó caer sobre sus manos y rodillas ante la terrible reina conforme a la costumbre de su pueblo.

—Ponte de pie —dijo
Ella
con su voz más fría y acércate.

Ustane obedeció, y con la cabeza inclinada sobre el pecho, se le colocó delante. Hubo una pausa

—¿Quién es ese hombre? —dijo por fin
Ella
señalando a Leo dormido.

—Ese hombre es mi esposo —contestó Ustane, en voz muy baja

—¿Quién te lo dio por esposo?

—Tomélo por tal, ¡oh Hiya! en virtud de la costumbre.

—Pues mal hiciste en ello, porque es un extranjero. No es un hombre de tu raza y la costumbre no vale en este caso... Escucha.. Quizá por ignorancia lo hiciste mujer, y por ello te perdono; si no hubieras muerto... ¡Escucha otra vez! Vete de aquí a tu propio lugar y no vuelvas a pensar ni a hablar más de este hombre: no es para ti... ¡Y escucha por tercera vez! Si violas mi mandato, morirás en ese mismo instante... ¡Vete!

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