Ella (26 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Después de las visitas a las tumbas volvimos a comer porque ya eran más de las cuatro de la tarde y necesitábamos todos y especialmente Leo, alimento y descanso. A las seis fuimos de nuevo a presentarnos a Ayesha que se divirtió aterrando a nuestro pobre criado con las imágenes evocadas en el agua clara de la pila.

Por mí supo
Ella
que Job pertenecía a una familia de diecisiete hermanos, y le ordenó que pensase en todos ellos varones y hembras, o en la mayor parte de los que acordarse pudiera; y que los concibiese reunidos en la pieza principal de la paterna casa rústica. Díjole luego que mirase al agua, y allí reflejada sobre la tranquila superficie contemplamos una escena transcurrida años atrás, tal como se representaba en el cerebro del asombradísimo fámulo. Algunos de los rostros aparecían muy claros, mas, otros eran meros borrones o manchas, indecisas, con alguna que, otra facción desmesuradamente, exagerada; cuyo hecho se atribuía a que Job era incapaz de recordar con exactitud el rostro de los individuos, o solo tenía presente alguna de sus peculiaridades y el agua únicamente reflejaba lo quo su vista mental consideraba.

Porque ha de tenerse presente que la potencia de
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estaba limitado, estrictamente en este caso: podía al parecer, fotografiar sobre el agua lo que realmente pasaba por la mente, de alguna persona que allí estuviera mas únicamente por la voluntad de esa persona. Pero si
Ella
conocía realmente alguna localidad, como en el caso nuestro del ballenero sobre el canal, podía arrojar su reflexión sobra el agua así como la de cualquier cosa que se verificase en la localidad. Sin embargo, ese poder suyo no se extendía a la mente ajena; por ejemplo: podía enseñarme el interior de la capilla de mi colegio de Cambridge tal como yo a recordaba pero no como estuviera en el instante mismo de la reflexión, pues que, con respeto a otras personas, su arte se limitaba sólo a los hechos o memorias presentes en su conciencia en el momento dado. Y tanto era esto así, que cuando queríamos mostrarle las representaciones de edificios célebres como la iglesia de San Pablo o el palacio del Parlamento en Londres el resultado era muy imperfecto, porque aun cuando nosotros tuviéramos una buena idea general de su conjunto, no podíamos tener presente la multitud de los detalles arquitectónicos, y faltaban por ende todas las minuciosidades necesarias. para una reflexión perfecta.

Pero Job era incapaz de comprender esto, y muy lejos de aceptar la explicación natural del fenómeno —que después de todo no era aunque peregrinísimo, más que un ejemplo brillante de telepatía perfeccionada sostenía que era la manifestación diabólica de la más negra magia. No olvidará jamás el aullido de terror que lanzó al ver los retratos más o menos claros de sus ausentes y esparcidos hermanos mirándolos en el agua sosegada ni la alegra carcajada con que Ayesha acogió su consternación. Tampoco a Leo le gustó mucho la cosa: pasóse los dedos entre los dorados rizos y dijo que le daban calosfríos esos arcanos.

Después de una hora que pasamos distraídos, de una manera que no, fue diversión para Job por cierto, los mudos le advirtieron a su Reina por señas que, Billali esperaba audiencia. Mandósele pasar, arrastrarse mejor dicho, lo que hizo con su torpeza acostumbrada y anunció que el baile estaba ya dispuesto, y que comenzaría cuando la Reina y los extranjeros lo quisieran.

Levantámonos todos; Ayesha se echó encima un manto negro, el mismo, dirá entre paréntesis, que le vi puesto cuando la sorprendí maldiciendo en el sepulcro de Kalikrates y salimos.

El baile se iba a verificar al aire libre, en la explanada de piedra que, estaba a la entrada de la caverna y hacia allí nos dirigimos. Como a unos quince pasos del arco de la entrada vimos colocadas tres sillas en las que nos sentamos a esperar, puesto que no se veía por allí a ningún bailarín. La noche era bastante obscura aún la luna no había salido, y. así es que nos preguntábamos cómo diablos podríamos ver la fiesta Leo le hizo la observación a Ayesha.

—Ya lo comprenderás ahora —dijo Ella riendo.

Efectivamente, lo comprendimos. Apenas había hablado cuando de todas partes surgir vimos formas obscuras, llevando lo que al principio tomamos por enormes antorchas encendidas, y que ardían tan furiosamente que las llamas tenían más de una yarda de longitud dirigidas hacia atrás de los que las llevaban. Estos se nos acercaron en número de más de cincuenta asemejándose a infernales demonios, tan prietos y con su ígnea carga Leo exclamó entonces:

—¡Cielos son cadáveres las antorchas!..

Tenía razón. Las luces que habían de alumbrarnos la fiesta no eran sino las momias de las cavernas.

Precipitáronse todos los portadores de tan fúnebres luminarias hacia un lugar dado, y arrojaron en él los cadáveres con lo que se formó una gran hoguera. ¡Cómo ardía aquello! ¡Cielo santo, y cómo surgía! ¡Ningún barril de brea hubiera ardido mejor que aquellas momias! Pero esto no fue todo: de súbito, vi que un gran amajáguer agarró un brazo ardiente que se había desprendido de su cuerpo principal, y salió corriendo por la obscuridad. Detúvose al fin, y un alto rastro de fuego brotó derecho en el aire iluminando la negrura y también la lámpara que lo producía. La lámpara era una momia de mujer atada a una gruesa estaca clavada en un agujero hecho en el suelo rocoso, y el salvaje la había encendido prendiéndole los cabellos. Anduvo unos cuantos pasos más y prendió otra y luego otra y otras, hasta que, al fin nos vimos rodeados por un gran círculo de cuerpos humanos ardiendo de furiosa manera porque la substancia con que habían sido embalsamados, era tan inflamable que de las orejas y la boca de los muertos brotaban ígneas lengüetas de más de un pie de largo.

Nerón iluminaba sus jardines con cristianos vivos untados de brea, y a nosotros se nos festejaba de un modo parecido, probablemente por vez primera desde el tiempo del romano emperador, aunque, afortunadamente, las antorchas no estaban vivas.

Pero aunque nos faltase este elemento de horror, gracias a Dios, era tan espantoso y horrible el espectáculo que se nos presentaba que apenas si me atrevo a describir la impresión que nos causó. Para empezar, diré que nos hería la susceptibilidad moral así como la física. Algo había de muy terrible aunque, también de muy fascinador, en el empleo de los muertos antiquísimos para iluminar las orgías de los vivos; la cosa en sí misma era una sátira amarga para ambos: para vivos y para muertos, para la humanidad. El polvo de César... o el de Alejandro Magno... podrá servir o no de tarugo el agujero de un barril, como dijo Hamlet, mas la función de estos otros Césares de lo pasado era alumbrar una diversión de salvajes.

A tales bajos usos somos destinados, tan poco aprecio nos reservan esas codiciosas multitudes de descendientes que creamos, muchas de las cuales en vez de venerar nuestra memoria viven sólo para maldecirnos por haberles puesto en mundo de tantas penalidades...

Además, teníamos el lado físico del espectáculo que era bien fantástico y espléndido por cierto. Estos antiguos ciudadanos de Kor, ardían como habían vivido, si juzgamos por sus inscripciones demasiado a prisa y con mayor liberalidad. Y le que es más, había una gran abundancia de ellos. Apenas ardía una momia hasta los tobillos, para lo que bastaba sólo veinte minutos, tirábanse lejos los pies y se prendía otra nueva en su lugar. La hoguera se mantenía activa con el mismo generoso, despilfarro, y sus llamas subían silbando y crujientes a una altura de veinte o treinta pies iluminando la obscuridad con grandes resplandores por los que atravesaban las amajáguers como demonios que alimentasen los infernales fuegos.

Fascinados contemplábamos el espectáculo, esperando ver aparecerse de un momento a otro los espíritus de aquellos cuerpos que así ardían, a tomar venganza de sus profanadores...

—Te prometí un espectáculo extraño, Holly —díjome riendo Ayesha cuyos nervios no parecían afectados, —y ya ves que no te he burlado. Y amonesta un tanto esa escena extranjero. No confíes —dice, en lo futuro, ¿quién sabe lo que lo futuro abriga? Vive, pues al día; no trates de evitar el polvo, que es el fin del hombre. ¿Qué crees tú que hubieran sentido esos nobles y esas señoras, ha tanto olvidados, si hubieran sabido que, habían de servir algún día para cocer la comida o alumbrar la danza de los salvajes?.. Pero, mire, a les danzantes que ya acuden... ¿alegre comparsa, no es verdad?.. ¡El escenario está ya encendido, la comedia empieza!

Vimos, entonces dos filas de amajáguers, una de mujeres y otra de hombres en número como de ciento, adelantarse vestidos únicamente con sus taparrabos de piel de leopardo. Colocáronse en perfecto silencio las des filas frente a frente y comenzó el baile que fue una especie de cancán infernal. Es casi imposible describirlo, pero aunque hubo elevación de piernas y cambio de puestos, en dosis sobrada pareciónos aquello más que un baile una como representación dramática mímica cuyo argumento era horrible; cual convenga a gentes cuyos pensamientos tenían impresa la influencia de los sepulcros, cuyas diversiones y chanzas se obtenían del inagotable repositorio de la mortalidad conservada en donde habitaban. Yo entendí que se representaba primero un asesinato frustrado y después la tentativa de enterrar viva a la víctima y la desesperada resistencia de ésta para evitarlo, siendo cada episodio del drama abominable desempeñado en silencio constante, seguido de la danza furiosa y repugnante en torno de quien hacía el papel de la víctima que se retorcía en el suelo al resplandor sangriento de la hoguera.

Interrumpióse de pronto, el desenfrenado baile y entonces una mujerona de vigoroso aspecto, que me había llamado la atención por su ardor diabólico para saltar y gesticulas salió de las filas de los danzarines al medio, é insana toda por la excitación salvaje, vino hacia nosotros tambaleándose y saltando como una furia Frente y junto a nosotros ya lanzóse al suelo acometida de un ataque como epiléptico, gritando:

—¡Yo quiero un macho cabrío negro! ¡lo necesito!.. ¡que me lo traigan!...

Retorcíase en el suelo mientras gritaba echando espuma por la boca contraídas las facciones y ofreciendo, en fin, el más horrible aspecto que pensarse puede.

Entonces acudió una gran parte de los bailadores formando corro en su torno, aunque los demás continuaban sus brincos allá en el fondo.

—¡Tiene el diablo adentro! —dijo cantando un amajáguer. —Vayan a buscarle un macho cabrío negro... ¡Diablo! ¡diablo, estáte quieta! Ahora tendrás el macho cabrío... ¡Han ido por él, diablo!

La horrible mujer, que que echando espuma se retorcía en el suelo, chilló de nuevo:

—¡Yo quiero un macho cabrío negro, negro!

—¡Bien diablo!.. ¡Ahora lo tendrás! ¡Aquiétate!

Así continuaron hasta que al fin trajeron, arrastrando por los cuernos, de un corral cercano, el macho cabrío negro, que daba lastimosos balidos.

—¿Es negro el macho?... ¿negro? ¿negro? —chilló la mujer posesa

—¡Sí! ¡sí! ¡Diablo! ¡Es negro como la noche! —clamó cantando el interlocutor, y luego, como aparte, en tono más bajo: —Ocúltenlo bien tiene una mancha blanca en la rabadilla y otra en la barriga ¡Que no las vea el diablo!.. —Y luego, alzando el tono: —¡Ahora te lo darán diablo!.. —¡Aguarda un poco!.. —Luego, más bajo: —Cortadle el cuello, ¿adónde está la vasija?..

—¡El macho, el macho, el macho!.. ¡Dadme la sangre de mi macho negro! ¿No veis que la necesito?.. ¡Dádmela!... ¡Dádmela!

En este momento, un
bee
prolongado y agudo anunció el sacrificio del macho cabrío, y una mujer vino corriendo con una taza llena de su sangre. La posesa que entonces se encontraba en el paroxismo de su ataque, la tomó y la bebió toda é inmediatamente se tranquilizó; sin que tuviera más convulsiones o histerismo o lo que fuese la espantosa dolencia de que sufría. Extendió sus brazos, se sonrió un poco y lentamente se marchó a reunirse con los demás bailadores que entonces se volvieron a colocar en una doble fila cómo la en que habían venido, y despejaron el campo, dejando vacío todo el espacio que se encontraba entre la hoguera y nuestros asientos.

Figuráme que la diversión(?) habría terminado, y sintiéndome un tanto malhumorado, estaba a punto de preguntarle a
Ella si
nos podíamos levantar, cuando se presentó un mono, al parecer, saltando en torno del fuego. Al punto se le reunió un león, o mejor dicho, un hombre vestido con una piel de león, y luego otro con la piel de un toro, alzados los cuernos de la manera más cómica del mundo. A éste siguió un impala, un koodoo, y otros ejemplares de la fauna de aquella localidad africana una muchacha inclusive, cosida en la escamosa piel luciente, de una boa constrictor, cuya cola le arrastraba muchas yardas por detrás en el suelo.

Cuando todos esos animales se hubieron congregado, comenzaron a bailar de un modo pesado, contranatural, imitando los bailarines las voces de las bestias que personificaban, hasta que todo el espacio se llenó de rugidos, mugidos, balidos y silbos de serpientes.

Esto continuó por un rato, hasta que cargado ya de la pantomina le pedí permiso a Ayesha para ir con Leo a examinar las antorchas humanas, lo que nos concedió, y salimos los dos, empezando a andar por la izquierda.

Después que contemplamos a dos o tres de las ardientes momias, íbamos a volvernos, hartos disgustados por lo grotesco y fantástico del espectáculo, cuando llamó nuestra atención uno de los bailadores un leopardo, muy activo por cierto, que se había separado del cuadro de baile y que daba vueltas en torno nuestro, pero dirigiéndose hacia donde la obscuridad era mayor, a un lugar equidistante entre dos flamantes momias.

La curiosidad nos hizo seguirlo, y entonces enderezándose el leopardo, penetró en las sombras del fondo, aún más profundas, diciéndonos muy bajito:

—Síganme.

Conocí la voz de Ustane. Leo, sin mirarme siquiera corrió tras ella y yo, con el corazón lastimado por las aprensiones de un peligro próximo, los seguí. El leopardo-Ustane anduvo unos cincuenta pasos más, distancia suficiente a que no llegaba la luz de las antorchas, si la de la hoguera y allí esperó a Leo, que al fin la alcanzó.

—¡Ah, esposo mío!.. —oíala exclamar mientras le abrazaba estrechamente. —¡Al fin, te veo y te abrazo!.. Mi vida está amenazada por
Quien debe ser obedecida.
El Babuino de seguro te habrá contado cómo
Ella
me apartó de ti. ¡Yo te amo, esposo mío, y tú me perteneces conforme á las costumbres del país! ¡Yo te salvé, además, la vida Leo mío: ¿vas a echarme de tu lado ahora?..

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