Ella (28 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

—¿Que pies piensas que pueden haber desgastado el peñasco, Holly? —exclamó; —pues son los míos, ¡los míos, con ser tan ligeros!.. Aún recuerdo cuando la escalerilla era nueva y sus peldaños derechos mas durante dos mil años, día por día, los he subido y los he bajado, y he ahí cómo mis sandalias han gastado las duras peñas.

No contesté, pero me figuro que nada de lo que había visto ú oído trajo a mi comprensión limitada una noción tan clara de la abrumadora antigüedad de aquel ser, como esos escalones de peña dura ahuecados por la huella de sus blancos pies tan pequeños y tan blancos. ¿Cuántos millones de veces no habría Ella transitado por aquella escalera para producir ese resultado?

Desembocaba la escalera en un túnel y a pocos pases en éste, encontrarnos una de las entradas o bocas, comunes en aquellas cuevas, encubierta por una cortina y de una mirada reconocí que era la misma ó, través de la cual presencié yo la terrible escena de la llama que saltaba. La reconocí por los dibujos de su trama y al verla representóseme vivamente en la imaginación, con todos sus detalles aquel horrible episodio, haciéndome temblar en recuerdo. Ayesha entró en el sepulcro, porque el local lo era y nosotros entramos con ella y en el fondo me alegró de que ¡se despejase el misterio del lugar, aunque a la alegría se mezclaba cierto terror de afrontarlo.

EL VIVO Y EL MUERTO

—He aquí el lugar en donde he dormido durante estos dos mil años —dijo Ayesha tomando la lámpara de manos de Leo, y sosteniéndola en alto sobre su cabeza.

A la luz, encontré el pequeño, agujero del suelo de donde yo había visto brotar la llama peregrina ausente a la sazón. Y también vimos la blanca forma humana extendida bajo su sudario sobre la entallada losa Ayesha puso la mano encima de la del opuesto lado y continuó hablando así:

—He dormido aquí, noche tras noche durante, tantas generaciones con sólo una capa para cubrirme... No me parecía bien reposar sobra blanduras, cuando mi esposo —y señaló al muerto, —allí, rígido yacía.. Noche tras noche he dormido en su helada compañía hasta que, al fin, como ver puedes, esta gruesa losa como los peldaños que acabamos de bajar, se ha desgastado por el roce de mi cuerpo... ¡Tan fiel te he sido, Kalikrates durante el espacio de tan largo sueño!... Y ahora amor mío, has de ver una cosa admirable: vivo te contemplarás muerto... que bien de ti curé en todo ese tiempo... Kalikrates ¿quieres verle?..

Nada contestamos. Aterrados estábamos en tan solemne tan atroz situación. Ayesha se adelantó, tomó la franja del sudario, y dijo:

—No tengáis espanto, aunque el hecho os parezca tremebundo... Todos cuantos vivimos ya hemos existido antes... Ni aun la forma misma que nos mantiene es nueva ante el sol... Empero, lo ignoramos, porque la memoria no conserva sus registros, y porque la tierra recobra la tierra que nos presta; que nadie, nunca pudo eximir su gloria de la sepultura... Mas yo, por mis artes y por la de esos muertos de Kor, que aprendí, te he retenido del polvo común ¡oh, mí Kalikrates! para que la deleznable belleza de tu rostro se conservará siempre ante mis ojos... Porque era una máscara que podía animar mi memoria para que surgiese tu presencia del pasado, y así robustecida vagara por las salas de mi mente como vital parodia que saciase mi hambre de amor con visiones de transcurridos días!...

Después de un momento de pausa continuó:

—Y ¡ved, ahora el muerto y el vivo se topan... A través del abismo del tiempo, son siempre uno mismo! ¡El tiempo no vence la identidad, aunque un largo sueño misericordioso borre lo escrito en las tablillas de nuestra mente, y selle con el olvido las tristezas que, si así no fuese nos perseguirían de existencia a existencia colmándonos el cerebro de acumuladas miserias para que, al fin, estallase en un frenesí de desesperación!.. ¡Son siempre uno mismo, porque las nubes del ensueño, a la postre, desaparecen como las de la atmósfera que el viento arrastra... las voces del pasado se deshelarán al cabo tomándose armonioso coro, como se deshielan tornándose torrentes las nieves de las cimas al calor del sol, y el lloro y las carcajadas de los días que ya habían volado resonarán de nuevo para que los repercutan más dulcemente los ecos de los desiertos del tiempo inconmensurable!.. ¡Ah!... el sueño desaparecerá y las voces se oirán cuando está, por fin, completa la cadena cuyos eslabones son nuestras propias existencias, cuando por ella corra el relámpago del espíritu para cumplir el propósito de nuestro ser apresurando y fundiendo entre sí esos días. separados de la vida dándoles la forma de un báculo en que tranquilos nos apoyaremos para marchar hacia nuestro final destino!.. Nada temas por ende ¡ay, Kalikrates! al contemplarte, vivo y nacido recientemente, en forma de muerto que respiró y falleció ha tanto tiempo... Yo no hago más que volver hacia atrás una hoja del libro de tu ser para enseñarte lo que en ella estaba escrito... ¡Mira!

Rápidamente quitó el sudario y acercó la lámpara.. Miré y retrocedí horrorizado. Por más que
Ella
nos hubiera preparado, el espectáculo era demasiado incomprensible. Sus explicaciones no habían podido hacer presa en nuestras mentes finitas. Su sapiencia esotérica despojada de las nieblas de su vaguedad, y puesta en contraste con el hecho horrífico, helado, no podía atenuar la tremenda maravilla.

Allí, extendido sobre la losa vestido de blanco, perfectamente conservado, estaba al parecer, el cadáver de Leo Vincey.

Yo contemplaba a Leo de pie a mi lado, respirando; y contemplaba también a Leo tendido y muerto... y no había ninguna diferencia entre los dos, aunque, quizá, el muerto parecía tener un poco más edad. Facción por facción comparó, y eran exactamente iguales todas; hasta los mismos rizos cortos de oro, distintivos de la singular hermosura de mi muchacho amado... Aún creí encontrar en el rostro del muerto la expresión del de Leo cuando dormía profundamente. Resumirá diciendo que no he encontrado nunca dos gemelos que se pareciesen más de lo que se parecían aquel muerto y aquel vivo.

Volvíme a ver el efecto que en Leo había producido la consideración de verse muerto, y encontró que había sido el de una casi estupefacción. Durante dos o tres minutos estuvo mirando silencioso, y al fin exclamó:

—¡Cúbranle y sáquenme de aquí!

—¡No, aguarda! —replicó Ayesha que, manteniéndose con la lámpara en alto para iluminar al muerto, se alumbraba también su propia asombrosa belleza y más que mujer parecía una sibila inspirada conforme iba pronunciando las palabras, con una majestad de elocución que soy incapaz de transcribir. Aguarda, voy a mostrarte algo más, para que ni un detalle de mi crimen te quede oculto. Holly, abre el traje por el pecho del muerto Kalikrates porque quizá mi dueño tema hacerlo él mismo.

Obedecíla con temblorosas, manos. Parecíame un sacrilegio tocar la imagen cadavérica del hombre que estaba vivo a mi lado. Le desnudó el pecho y, exactamente, sobre el corazón, contemplamos una herida hecha al parecer, por una lanza.

—Ya lo has visto, Kalikrates y yo misma te herí... En el Lugar de la Vida yo te di muerte. Te la di por causa de la egipcia Amenartas, a quien amabas; porque con sus artes te enajenó el corazón, y a ella no pude matarla como acabo de matar la otra que era demasiado contra mí. Cegada de ira te maté en un rapto, y durante todos estos días lo he estado lamentando y esperando tu retorno. Y ya que llegaste, nadie se pondrá entre nosotros dos, y en verdad que por aquella muerte te dará la vida; no la vida eterna que nadie puede darla pero sí la vida y juventud que durarán miles y miles de años, y con ellas el lujo, el poder y la gloria y las cosas todas que son buenas y verdaderas, como ningún hombre antes que tú ha tenido, ni tendrá ningún otro que nazca después... Mira a este cuerpo que fue el tuyo. Mi compañero ha sido durante siglos y mi consuelo, mas ya no lo necesito, pues que te tengo a ti viviente, y no serviría sino para despertar recuerdos que olvidar ya quiero. Que vuelva pues al polvo de que yo lo apartaba. Mira ahora como estaba prevenida para esta hora tan dichosa.

Dirigiéndose entonces hacía la otra losa donde dijo que había dormido noches tantísimas, tomó de sobre de ella un gran vaso de doble asa de vitrificada apariencia y cuya boca estaba cubierta con un pergamino. Inclinóse luego sobre el cadáver y besóle la blanca frente; descubrió el vaso y derramó lentamente su contenido encima del muerto, con mucho cuidado para que ni sobre ella ni nosotros cayeran gotas del líquido, la mayor parte del cual echó sobre el pecho y la cabeza Instantáneamente surgió un denso vapor, y el recinto se llenó de humo que nos ahogaba y que no nos, dejaba ver la obra del ácido sobre el cadáver, pues que supongo que la preparación tremenda sería de esa clase. Oímos un sonido rápido, chirriante y silbante, que cesó aún antes de disiparse los vapores. Estos también al fin, se desvanecieron, menos una especie de nubecilla que quedó colgante sobre el cadáver. A los dos minutos también desapareció ésta y, por extraño que parezca no vimos más, sobre el banco que durante tantos siglos había sostenido los mortales restos de Kalikrates sino unos puñados de humeantes polvos blancos. El ácido había destruido el cadáver por completo, y aun en muchos puntos corroído la piedra Ayesha se inclinó, y tornando un puñado de ese polvo en la mano, lo arrojó al aire, diciendo al mismo tiempo, con solemne gravedad:

—¡Vuelva el polvo al polvo, lo pasado a lo pasado, el muerto a los muertos; Kalikrates ha muerto y renacido!

Flotaron las cenizas un momento y cayeron luego silenciosamente sobre el rocoso suelo, y nosotros nos manteníamos callados viéndolo demasiado impresionados para hablar.

—Dejadme ahora —dijo; —id a dormir, si podéis. Yo tengo que velar y meditar, porque mañana saldremos de aquí, y hace mucho que no huello el camino por donde iremos.

Nos inclinamos ante
Ella
en silencio, y partimos.

Al dirigimos a nuestras habitaciones echó una mirada en la de Job para ver qué tal seguía, pues él nos había dejado, precisamente antes del momento en que Ustane fue asesinada bastante azorado con los terrores de la fiesta de los amajáguers. Dormido estaba profundamente, como muchacho honrado que era y yo me alegré pensando que sus nervios, débiles como son los de casi todas las personas poco educadas, no hubieran sufrido la experiencia de las terribles cosas que después sucedieron. Entramos luego en nuestra habitación, y aquí el pobre Leo que desde que había contemplado la imagen yerta de sí mismo, se encontraba como en un estado de embrutecimiento, estalló, al fin, en un acceso de doloroso llanto. Ahora que no se encontraba en presencia de Hiya su sentido de la atrocidad de cuanto había pasado, y más especialmente, del crimen cometido en Ustane, con la que le habían ligado lazos tan íntimos, desatóse como una tormenta y lo desgarró con terrores y remordimientos tan profundos, que daba lástima mirarle. Maldecíase, maldecía la hora en que por primera vez leímos la inscripción del casco de ánfora que se había comprobado, de modo tan misterioso, y maldijo más amargamente aún su propia debilidad. No se atrevía a maldecir a Ayesha ¿quién osaría hacerlo, si era posible que su conciencia nos vigilase en ese instante mismo?

—¿Qué haré, qué haré, mi viejo amigo? —murmuraba él entre gemidos, con la cabeza puesta sobre mi pecho, en medio del acceso de su dolor. —Yo dejé que la matase aunque, ¿cómo lo hubiera impedido?.. ¡a los cinco minutos besaba yo a su asesino encima de su propio cadáver!... ¡Soy una bestia un ser degradado! ¿Cómo podría resistirla? —dijo, bajando la voz. —¡Maga odiosa! ¡Mañana hará lo mismo! ¡Yo sé que ya le pertenezco para siempre!.. ¡Aunque no vuelva a verla no pensará más que en ella durante toda mi vida!.. Tengo que seguirla como una aguja al imán; aún ahora mismo no me apartaría de ella si pudiera; mis pies se negarían: mas mi mente aún está clara y con la mente la odio... así lo creo, al menos... ¡Cuán horrible fue el crimen sin embargo!... ¡y aquel otro cadáver!.. ¿Cómo podría explicarlo?... Estoy entregado a su cautiverio, amigo mío; estoy consagrado a ella y tomará mi alma para rescatar la suya...

Entonces yo, por vez primera le dije que casi me encontraba en su misma posición, y estoy obligado a decir que, a pesar de su arrobamiento, tuvo la bondad de simpatizar conmigo. Quizá no creyó que valía la pena de encelarse, pues en lo que a la dama concernía no había que temer nada. Luego, sugerí que debíamos tratar de escaparnos, pero al punto abandonamos, por necia la idea y para ser veraz, paréceme que ninguno habría abandonado a Ayesha aunque por una potencia mágica se nos hubiera ofrecido la posibilidad de volvernos a Cambridge inmediatamente. No podríamos apartarnos de
Ella
así como la mariposa no puede apartarse de la luz que va a consumirla. Éramos come los fumadores de opio desahuciados, que comprendíamos en los momentos lúcidos lo mortal de nuestro empeño, mas que no queríamos dejar de gozar sus terribles delicias.

Ella
sin duda era una perversa criatura y había asesinado a la mísera Ustane que se colocó en su camino, pero también era muy fiel y constante; y el hombre, por ley natural, se inclina a disimular siempre las faltas de las mujeres sobre todo, si la mujer es bella y si comete la falta por amor del que pretende ser su juez. Y luego, ¿cuándo a ningún hombre vivo se le había presentado una ocasión come aquella que a Leo se le presentaba?... Ciertamente que, al unirse a mujer tan terrible colocaba su vida en las manos de una persona misteriosa de malvadas tendencias; mas, eso podía resultarle en cualquier matrimonio vulgar que contrajese. Y, por otra parte, ningún matrimonio del mundo, podría darle esa belleza de Hiya tan tremenda porque ésta es únicamente la palabra que puede describirla, ni tan divino amor, ni tanta sabiduría y conocimientos, de los secretos de la Naturaleza y la jerarquía y poderío que con ellos pueden conseguirse y, finalmente, la corona imperial de la eterna juventud, si era verdad que
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podía donarla

No, no, aunque Leo estuviese entonces sumido en amarga vergüenza y doler profundo, como cualquier, otro hombre de sus prendas en iguales circunstancias, no estaba dispuesto a seguir pensando en huir de su propia y extraordinaria fortuna

PRESENTIMIENTOS DE JOB

Todo azorado Job, todavía vino como a las nueve de la mañana del siguiente día a llamarme sintiéndose dichoso al encontrarnos, vivos aún en nuestras camas, lo que no esperaba. Cuando le conté el espantoso fin que había tenido la pobre Ustane, más se regocijó aún de que no hubiéramos acabado de vivir también nosotros, pero se justificó, por otra parte, su espanto, al verlo comprobado, por más que no hubiera sido gran amigo de Ustane ni ella de él tampoco. En su chapurrado arábigo, ella le llamaba
puerco,
y él, en buen inglés, le decía
mujerzuela;
pero esas desavenencias las olvidaba ante la catástrofe en que había caído víctima la infeliz amante de Leo.

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