Ella (32 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Y entonces gracias a ese rayo de luz que
Ella
había estado esperando, y para encontrar el cual había calculado nuestra llegada sabiendo que esta estación del año, durante miles y miles anteriores había siempre caído en esa dirección, pudimos nosotros ver lo que por delante teníamos.

A cierta distancia de la punta del trozo de roca parecida a una lengua en que yacíamos, alzábase probablemente del insondable fondo de la sima un granítico cono, como un pan de azúcar, cuyo vértice estaba exactamente en frente nuestro.

De nada nos hubiera servido este vértice solo, que era circular y ahuecado, pues que venía a quedar de nosotros a una distancia de cuarenta pies por lo menos. Mas, encima del borde de la cúspide descansaba una losa gigantesca y chata algo así como el canto de un
glacier
(lo que muy bien ser podría) y el filo de le losa se nos aproximaba a unos doce pies quizá.

Ese enorme bloque no era más que una piedra basculada sobre el borde del cono o cráter en miniatura como una moneda en el de una copa de mesa pues a la ingente luz que la alumbraba veíamosla oscilante a los embates del viento.

—Aprisa —exclamó Ayesha —poned la tabla hemos de pasar mientras la luz dure, que será poco.

—¡Señor y Dios mío! No querrá
Ella
que pasemos por ahí sobre esto —gimió Job —mientras, obedeciéndome me empujó la tabla.

—Pues eso mismo haremos, Job —le grité... —Y la idea del peligro atroz que íbamos a arrostrar me ponía en el ánimo fatídica alegría.

Dile dificultosamente la tabla a Ayesha que, rápida la colocó con mucha limpieza a través de la sima de modo que uno de sus extremos descansaba sobre la moviente losa y el otro en la punta de nuestro vibrante espolón. Entonces colocó sobre ella su pie para que el viento no la arrastrase y volviéndose a mí dijo:

—Desde que aquí estuve la última vez, ¡oh, Holly! el sostén de la vacilante piedra ha disminuido un tanto, y no sé si resistirá nuestro peso, si caerá o no. Cruzaré primero pues nada puede resultarme.

Y echóse a andar, leve aunque seguramente, por el frágil puente, y en un segundo se encontró parada y a salvo sobre la piedra suspendida.

—¡Está segura! —clamó entonces. —Sostén tú la tabla. Yo me pondré del otro lado de la piedra para que no desequilibre con vuestro peso mayor. ¡Vamos, vamos, Holly, que nos va a faltar la luz!..

Temblé sobre mis rodillas y si alguna vez me he sentido bien malo, en aquella ocasión fue. No me avergüenzo al escribir que vacilé un poco, y aun pensé retroceder.

—¡No tienes miedo, de seguro! —clamó la extraña criatura aquella en una parada del viento, desde el lugar en que estaba posada como un ave en la parte más elevada de la moviente piedra. —¡Si lo tienes deja pasar a Kalikrates!

Esto me determinó. Más vale caer en un precipicio y morir, que ser el objeto de la burla de una mujer como esa. Apreté los dientes y me lancé sobre, aquella horrible estrecha tabla que se doblaba bajo mis pies al espacio insondable.

Tocóle entonces el turno a Leo, y aunque, tenia cierta expresión rara en el rostro, pasó por la tabla como un saltimbanquis por la cuerda Ayesha extendió la mano para recibirle exclamando:

—¡Valeroso, valeroso te has portado, amor mío! ¡Aún te anima el antiguo espíritu heleno!..

Sólo el pobre Job quedaba del otro lado de la sima. Arrastróse hacia la tabla gritando:

—¡No puedo hacerlo, señor! ¡Voy a hundirme en ese atroz agujero!

—Dejemos a ese hombre que pase o que perezca ahí —dijo Ayesha. —Ved: ya la luz se apaga; dentro de un minuto estaremos en la obscuridad.

Tenía razón. El sol bajaba quizá, del nivel del agujero o grieta por donde el rayo penetraba.

—Si te quedas, Job —le gritó, —morirás ahí solo. La luz se está yendo.

—¡Vamos, sé hombre! —le gritó Leo. —Es cosa fácil.

Animado de este modo el mísero Job, dio el grito más desesperado que en mi vida oí, y se arrojó de cara contra la tabla... No trataba de andar, dicho sea sin ofensa sino, que comenzó a arrastrarse abrazado a ella dándose torpes impulsos con sus tristes piernas colgantes a ambos lados sobre el vacío.

Los violentos empujones que le daba a la tabla hacían que la losa balanceada como estaba en un filo de pocas pulgadas, oscilase de una manera atroz, y para agravar el caso, precisamente al hallarse él a medio camino, el rayo fugitivo, de la luz espectral desapareció, como una lámpara que de súbito se apaga dejándonos en medio de una desolación de tiniebla.

—¡Por el amor de Dios, Job —gritéle en la mayor agonía, —ven a prisa porque la piedra sobre que estábamos, aumentando su oscilación a cada impulso de la tabla se balanceaba ya tanto que apenas podíamos sostenernos! La situación era espantosa.

—¡Qué Dios me ampare! —gritó Job en la obscuridad... —¡la tabla se desliza!

Oí un rumor siniestro y me pareció que había caído.

Pero al mismo instante su mano extendida azotando crispada el aire a obscuras, topó con la mía... Agarréla y tiré con la fuerza que tan abundante me concedió la Providencia y Job se encontró al momento Jadeante a nuestros pies.

Pero ¿la tabla? Sentí el ruido que hizo al deslizarse y chocar contra una piedra y nada más luego. La habíamos perdido.

—¡Cielos! —exclamó, —¿cómo volveremos?..

—¡Qué se yo! —me contestó la voz de Leo en la sombra. —Bastante mal hemos tenido por hoy... ya veremos luego. Pero me alegro de estar aquí.

Ayesha entonces me tornó por la mano y me dijo:

—¡Ven!

EL ESPÍRITU DE LA VIDA

Obedecíla y me aterré al sentir que me conducía sobre el borde del cráter. Extendí las piernas a los lados y no sentí nada

—Voy a caer —murmuré.

—No, déjate conducir y confía en mi —contestó Ayesha.

—Ahora bien: si se concibe la situación, se comprenderá fácilmente que esto era pedirle a mi confianza mucho más de lo que justificaba el conocimiento que yo tenía del carácter de Ayesha. Quizá, en aquel mismo instante, estaría a punto de entregarme a un horrible sino. Mas, tenemos algunas veces que poner nuestra fe sobre peregrinas aras, y esto fue lo que entonces hice.

—¡Déjate conducir! —gritó; —y como no podía escoger otra cosa, así hice.

Sentíame deslizar como uno o dos pasos por la superficie oblicua de la peña y caer luego en medio del aire, y pasóme como un relámpago en la mente la idea de que estaba ya perdido... ¡Mas, no! Sentí que mis pies chocaron contra la peña dura que estaba parado sobre algo sólido y fuera del alcance del viento cuyo rumor seguía yo oyendo sobre mi cabeza. Y mientras le daba gracias por estos pequeños servicios a mi estrella sentí como un deslizamiento o roce, un choque y luego la voz de Leo que ¡alegremente gritaba:

—¡Hola viejo mío! ¿Estás aquí? ¿Verdad que esto se va poniendo interesante?

Y en este instante, sentirnos caer a Job, dando un tremendo chillido, sobre nosotros, arrojándonos por tierra Cuando acabábamos de levantarnos oírnos la voz de Ayesha mandándonos encender las lámparas que, afortunadamente, estaban enteras, así como el jarro de aceite de repuesto.

Saqué la caja de fósforos de cera de Bryant y May, que prendieron tan alegremente en aquel lugar atroz como en un gabinete de Londres y en un par de minutos teníamos encendidas las dos lámparas.

A su luz vimos un curioso espectáculo. Amontonados estábamos en un ensanche rocoso como de doce pies cuadrados, y en nuestros rostros se pintaba el azoramiento. Ayesha estaba de pie, tranquila en un ángulo, con los brazos cruzados, esperando que acabáramos de encender.

Aquel recinto en que nos hallábamos parecía ser en parto, natural y en parte labrado por la mano del hombre, y se hallaba en la cúspide misma del cono. El techo de la parte natural estaba formado, por la piedra moviente, y el fondo del lugar, que tenía una pendiente hacia el interior, estaba labrado en la peña viva. Por lo demás, allí no había ni humedad ni frío, y era un perfecto puerto de paz comparado a la cima de arriba azotada por los torbellinos, y a la vibrante espuela que a su alcance sobresalía en pleno abismo.

—Al fin, hemos llegado sanos y salvos —dijo Ayesha —aunque por momentos me pareció que la losa desequilibrada se precipitaba con ustedes en los abismos sin fondo, pues creo que esa grieta llega hasta la misma entraña del mundo... La peña afilada sobre donde la losa descansaba, se ha ido desgastando con el roce del balance. Y ahora que este hombre, a quien con razón llaman el puerco, porque estúpido es como esa bestia ha dejado, caer la tabla no será cosa fácil volver a pasar el abismo y tengo que pensar un medio para ello.

Job no se daba cuenta de que lo aludían. Sentado estaba en el suelo y pasándose por la frente con el aire muy fatigado un pañuelo rojo de algodón. Ayesha siguió hablando:

—Contemplad este lugar; ¿qué crees tú que sea, Holly?

—No lo se—repliqué.

—¿Creerás que un hombre escogió por habitación suya, en su tiempo, este aéreo nido, y que vivió aquí durante muchos años, saliendo de él solamente cada diez días a buscar el alimento, el agua y el aceite que el pueblo le ponía en mayor cantidad de la que necesitaba y como una ofrenda a la entrada del túnel por donde hemos venido hasta aquí?

Admirados la oímos, y
Ella
prosiguió:

—Y, sin embargo, así fue. Hubo un hombre, Noot se llamaba, que, aunque vivió en tiempos posteriores tenía el saber de los hijos de Kor. Era un ermitaño y gran filósofo, y conocedor de los secretos de la Naturaleza. El fue quien descubrió el fuego que voy a mostraros, que es la sangre y la vida de la Naturaleza y también que los que en él se bañaran y lo aspiraran, habrían de vivir en tanto que la Naturaleza viviera. Mas, como tú, ¡oh, Holly! ese hombre, Noot no quiso aprovecharse de su saber. «Mala es la vida para el hombre —decía —pues que el hombre nació para morir» Así es, que a nadie confió su secreto, y aquí se vino a vivir para atravesarse en el camino del que en busca de la vida viniera y los amajáguers de su tiempo lo adoraban como a un santo. Y cuando yo vine por primera vez a este país... —mas tú no sabes cómo vine, Kalikrates y otra vez te lo diré... es una historia extraña, —oí hablar de este filósofo, le aguardé a que viniese por sus provisiones y vine con él hasta aquí, aunque temí mucho pasar el abismo. Deslumbréle con mi hermosura y mi talento, y le lisonjeé con mis palabras de tal modo, que me condujo allá abajo y me mostró el Fuego y me contó sus arcanos; mas no permitió que en él me hundiese lo que por temor de que me matara no lo hice, pero pensé que como el hombre era muy anciano, pronto moriría. Y partí de aquí habiendo aprendido cuanto él sabía del maravilloso
Espíritu del Mundo
, que era muchísimo, porque el hombre era muy sabio y muy anciano, y por su pureza de costumbres y abstinencias, y por la contemplación de su mente inocente, había conseguido adelgazar el velo que cuelga ante, nosotros, y conocer las grandes verdades invisibles cuyo suave batir de alas algunas veces escuchamos cuando pasan a través del grosero ambiente del mundo. Sucedía esto poco antes de que yo te viera Kalikrates de que llegases aquí peregrino con la egipcia Amenartas, de que yo aprendiese a amar por vez primera y eterna. Y al verte, pensé venir aquí contigo, y que ambos participásemos del den de la vida Y así fue que yo te traje aquí; mas, la egipcia nos siguió y no hubo modo de apartarla y al llegar encontramos que el anciano Noot acababa de morir. Allí yacía y su blanca barba le cubría como una vestidura; ahí, junto a donde estás sentado, Holly, mas largo plazo habrá que su polvo lo disipó el viento.

Maquinalmente, entonces pasé la mano por el polvo del suelo y mis dedos tocaron alguna cosa dura. Examinéla y vi que era una muela humana muy amarilla mas muy sana. Se la mostré a Ayesha que al verla rió un poco.

—Sí, es suya sin duda.. Ved lo que, queda de Noot y de su gran sabiduría.. una pequeña muela. ¡Y aquel hombre, empero, tenía a su alcance, la vida eterna y no la quiso, por respeto a su conciencia!.. Pues bien, ahí yacía a la sazón muerto recientemente, y bajamos todos al lugar donde he de conduciros, y yo, reuniendo todo el valor que pude arriesgándome hasta la muerte para conquistar, quizá, la corona de la vida adelantéme a las llamas... Surgió, entonces un vigor vital en mí que no podéis concebir hasta que no lo sintáis vosotros mismos, y de ellas salí imperecedera y bella inefable inconcebiblemente. A ti tendí entonces los brazos, Kalikrates instándote a que tomaras a tu inmortal desposada y tú, al oírme deslumbrado por mi belleza volviste la mirada y rodeaste con tus brazos el cuello de Amenartas. Acometióme gran furor, enloquecí, y apoderándome de la corta lanza que portabas, te herí en el pecho; de modo, que ahí, en el recinto mismo de la vida gemiste y moriste... Entonces no sabia que podía matar con la mirada y la voluntad, y por eso, insana te mató con una lanza.. Y cuando te vi muerto ¡ay!... lloré, lloré al ver que tú habíais muerto y que yo era inmortal. Lloré ahí, en el
Lugar de la vida
y tanto, que, si hubiera sido mortal, el corazón me habría estallado... Y ella la obscura egipcia me maldijo por sus dioses... Maldíjome en nombre de Osiris, y de Isis; de Nephithys y de Hekt; y de Sekhet de cabeza de león, y de Set; llamando sobre mí los males y la desolación.. ¡Ah! aún me parece ver su negro rostro amenazándome como una tempestad, mas no podía dañarme, y... yo, yo no sabía que podía herirla. Y no traté de hacerlo; ni entonces ya me importaba hacerlo. Entre las dos te sacamos de aquí. Y después, la despedí... Ordené que la guiasen a través de los pantanos... y parece que vivió para parir un hijo, y para escribir la historia que había de traerte a ti, su esposo, junto a mí, su rival y tu matadora..

Paró de hablar un momento, y luego continuó:

—Tal es la historia amor mío, y ya llegó la hora del término que la corone... Como las cosa, todas del mundo, compónese de mal y de bien más de mal, quizá, que escrita está con letras de sangre... Tal es la verdad, nada te he ocultado, Kalikrates... Mas, escucha ahora una cosa antes del momento final de tu prueba. Vamos a ir ante la presencia de la Muerte, pues que la Vida y la Muerte, se hallan muy juntas, y... ¡quién sabe!.. ¡ah! si quedaremos apartados por otro espacio tan largo... No soy más que mujer, y no profetisa; no sé leer en el futuro... Mas, sí sé una cosa que aprendí de los labios del sabio Noot: que mi vida se ha prolongado y que se ha tornado más intensa y brillante, aunque no podré vivir eternamente... Así, Kalikrates tómame por la mano y alza mi velo, sin más temor que si yo fuese alguna muchacha campesina y no la más sabia y bella mujer de esta tierra y mírame a los ojos, y dime que me perdonas de todo corazón, y que de todo corazón me adoras.

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