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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

Ella (37 page)

Observándolos estuvimos hasta que desaparecieron, sumiéndose en las nieblas del pantano con sus literas vacías como si llevasen en ellas cadáveres recogidos en un campo de batalla y cuando nos vimos soles abandonados en aquel vasto desierto, después que contemplamos todo el alrededor, nos miramos mutuamente con lágrimas en los ojos.

Tres semanas atrás, poco más o menos, cuatro hombres habían penetrado en los pantanos de Kor; dos de ellos habían muerto, y los supervivientes habían corrido aventuras tan raras y tremendas que la muerte misma no era más espantosa... ¡Tres semanas, tres semanas no más fueron!..

¡Ah! ¡el tiempo debe medirse más por sus acontecimientos que por sus horas!... Parecíame que hacía más de treinta años que habíamos salido de nuestro ballenero.

—Hemos de ir ahora en dirección del Zambesi, Leo —dije. —¡Pero, sabe Dios si lo alcanzaremos!..

Leo se encogió de hombros sin decir palabra. Habíase tornado muy silencioso. Empezamos, pues nuestra marcha solos sin más ropa que la puesta, una brújula nuestros revólvers y rifles de precisión, y como doscientas cápsulas. Y así terminó nuestra visita a las ruinas de la poderosa Kor.

En cuanto a las aventuras por que pasamos luego, por varias é interesantes que ser puedan, he determinado, después de pensar en ello, que, no consten en estas páginas. En ellas sólo he tratado de dar cuenta concisa y clara de un hecho que me parece único, y no con la idea de que se publique inmediatamente, sino para aprovechar la memoria reciente aún de los episodios y detalles de nuestro viaje y su resultado. Me parece que será de mucho interés, para el público cuando los conozca. Por ahora creemos que este manuscrito no se publicará mientras vivamos Leo y yo.

Además, las aventuras que pasamos se parecen a todas las de los viajeros del África Central. Baste decir que tras increíbles penalidades y privaciones llegamos al Zambesi, que estaba a unas ciento setenta millas al Sud del lugar en que nos abandonó Billali. Allí fuimos hechos prisioneros por una tribu salvaje que nos tomó por seres sobrenaturales principalmente por el aspecto de Leo, tan joven con su cabellera cana.

Escapamos, al fin, de este cautiverio, y atravesando, el Zambesi, vagando estuvimos en dirección al Sud, y un día que estábamos a punto de caer muertos de hambre, topamos, con un mestizo portugués, cazador de elefantes que, persiguiendo a una manada de éstos, se había internado más tierra adentro que nunca en su vida anteriormente. Este hombre nos acogió con mucha hospitalidad, y luego, gracias a sus auxilios, pudimos, entre sufrimientos y aventuras innumerables llegar a la bahía de Delagoa, a los dieciocho meses justos de haber salido de los pantanos de Kor.

Al siguiente día mismo nos embarcamos en uno de los vapores de la línea Donald Currie, que por el cabo de Buena Esperanza van a Inglaterra.

Próspero fue nuestro viaje por mar, de regreso, y pusimos la planta en el muelle de Southampton a los dos años precisamente, del día que salimos de la patria en pos de nuestra peregrina y ridícula investigación.

Y ahora mismo, trazando estoy estos renglones postreros de mi historia, que Leo lee sobre mi hombro, en mi antiguo cuarto de nuestro colegio de Cambridge; el mismo en que hace veintidós años, penetró vacilante mi pobre amigo Vincey, la noche memorable de su muerte, trayéndome el arca de hierro misteriosa.

¿Es realmente Leo una reencarnación del antiguo Kalikrates de que habla la que trazó la inscripción? ¿O Ayesha quizá, fue alucinada por una semejanza extraordinaria de raza? Que el lector, sobre esto, como sobre otros puntos de nuestra historia forme la opinión que le parezca más acertado. Yo tengo la mía y es que Ayesha no se equivocó.

Ya he llegado, al fin de nuestra historia; al menos en lo que a la ciencia concierne y al externo mundo. En cuanto al fin que tendrá para Leo y para mí, no puedo concebirlo, a fe. Pero sí tenemos el sentimiento de que no ha llegado aún. La historia que comenzó hace dos mil años, puede extenderse largamente por el velado y remoto futuro.

Sentado a menudo y a solas en altas horas de la noche, fijo la mental mirada en la tiniebla del tiempo que no ha nacido aún, y maravíllome meditando en el desarrollo y forma que tendrá nuestro drama en lo futuro, y en el teatro donde se representará su final escena del último acto... Y cuando, por último, ese acto y escena se efectúen de lo que no guardo yo la más mínima duda, pues que será en obediencia a un sino que jamás se tuerce, a un propósito, que jamás se altera ¿cuál será el papel que desempeñe aquella egipcia Amenartas, la princesa de la estirpe Hakor de los Faraones por cuyo, amor quebrantó sus votos a Isis el antiguo Kilikrates que, perseguido por la venganza inexorable de la ultrajada diosa huyó por la costa líbica hacia el Sud a hallar su triste suerte en las entrañas de la tierra, debajo de la ruinosa Kor?

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