Ella (29 page)

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Authors: H. Rider Haggard

Tags: #Aventura, Fantástico, Clásico, Romántico

—No quiero decir nada que sea desagradable –dijo al fin Job, después que oyó mi relato, que salpicó de exclamaciones —pero, señor, mi opinión es que era
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es el mismo «caballero viejo», o su mujer quizá, si es que está casado, lo que me parece que así es porque no puede ser posible que él mismo, aunque sea
El enemigo,
sea tan malévolo... La bruja de Endor, mister Holly, era una niña de teta en comparación. ¡Dios me la perdone!.. Este, es un país maldito, y
Ella
es el ama de todos los diablos y mucho será, que podamos salir de aquí algún día lo que dudo... No sé cómo podríamos hacerlo. ¿Cómo va esa bruja a soltar un joven caballero tan guapo como mister Leo?

—Pero de todos modos, Job,
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le salvó la vida

—Sí, mister Holly, pero para cobrarse el servicio le tomará el alma Yo digo que es pecado entrar en tratos con esta gente. Anoche señor, me quedé despierto y me puse a leer en la pequeña Biblia que me dio mi pobre vieja sobre lo que les pasará a las brujas y gente por el estilo, hasta que el pelo ve me erizó... ¡Santo Dios! ¡qué diría mi pobre madre si viese donde se encuentra su Job!

—Sí, Job, éste es un país muy raro, y la gente, es muy rara también; tienes razón. —Así le contesté, suspirando, pues aunque, yo no soy supersticioso como él, experimento cierto natural estremecimiento que no resiste el análisis al encontrarme con cosas que son sobrenaturales.

—Tiene usted razón, señor, y yo desearía con su permiso, decirle una cosa ahora que mister Leo no está por delante.

Leo, en efecto, se había levantado temprano, y había salido a pasear.

—Me he figurado —continuó Job, —que éste es el último país que veré yo en este mundo. Anoche tuve un sueño, y soñé que veía a mi viejo padre vestido con una especie de camisón de dormir, por el estilo del que estas gentes gastan cuando se ponen de etiqueta y llevando en la mano un puñado de esa hierba que parece pluma, de la que tanto abunda aquí en la entrada de esta infame caverna. Y mi padre me dijo con voz muy profunda aunque con cierta satisfacción, como un pastor metodista que trueca en la feria su caballo lisiado por otro que está bueno, y aún saca veinte libras por el negocio: «Job —me dijo, —Job, ya era hora de que te hallara; mas nunca me figuré que vendría a visitarte por estos lugares Job. ¡Vaya que he tenido que hacer para despistarte, y que has hecho que tu padre diera un buen viaje, sin contar con que te encuentro en buena sociedad, en estas comarcas de Kor, hijo!...

—Vamos, vamos, Job —le dije seriamente. —Ya sabe usted que todas esas apariciones son cosas vanas. No debe usted dejarse entrar mas ideas en la cabeza. Cierto es que hemos visto cosas raras, y que, quizá, las sigamos viendo...

—No, señor —exclamó Job, interrumpiéndome y en un tono de convicción que me causó malestar; —no son cosas vanas. Yo soy un hombre condenado, y lo siento; lo siento, señor, y es cosa muy desagradable por cierto. Y no sé cómo puedo resistirlo. Si come usted, piensa en venenos; si anda usted por estos agujeros de conejos, piense usted en cuchillos y ¡tiene uno cada calofrío!... No es que yo sea difícil de contentar con tal de que, me despachen aprisa como a esa pobre muchacha.. Y ahora siento, señor, haberle dicho aquellas cosas aunque no estoy conforme con su conducta; porque, esa manera de casarse es demasiado viva para que sea decente... ¡Sin embargo —y el pobre Job palideció al decirlo, —no quisiera caer en ese juego de la vasija!...

—Vamos, vamos; déjese usted de tonterías —díjele haciéndome el incomodado.

—Bueno, bueno, señor; yo no debo ni puedo tener opinión distinta a la de usted; pero si usted ya a marcharse a alguna parte, lléveme consigo, Mr. Holly, porque quisiera tener siempre una cara amiga para consuelo, si llega el trance... Y ahora, me marcho a ver ese desayuno.

Y se marchó, dejándome en bastante triste disposición de ánimo. Sentíame muy apegado al buen Job, que era uno de los hombres más honrados que había conocido en toda mi vida; le quería más como amigo que como a criado, y la sola idea de que le pudiera pasar algo, me ponía un nudo en la garganta.

Comprendía que su inculto y vulgar lenguaje expresaba hondo presentimiento de males futuros, y por más que esta clase de presentimientos, muy justificados a la verdad en tan luctuosos lugares como los que habitábamos, se tornan, por lo general, en agua de cerrajas, sin embargo, no dejó de impresionarme más o menos, como impresionan todas las creencias sinceras, por absurdas que sean.

Llegó en esto el almuerzo, y también Leo, que volvía de su paseo por el exterior, hecho, según decía para aclararse la cabeza. Alegráme de ver al amigo y los platos, porque interrumpieron mis sombríos pensamientos. Después del almuerzo volvimos a salir de la cueva y nos, entretuvimos viendo a algunos amajáguers que sembraban en un paño de tierra el grano con que fabrican su cerveza. Esta operación la hacían a la usanza bíblica: un hombre con un saco hecho de piel de cabra atado a la cintura y puerto por delante, subía y bajaba por el labrantío y esparcía la semilla conforme andaba. Satisfacía en verdad, ver a algunas de estas gentes terribles ocupadas en cosa tan pacífica y casera como el sembrado de un campo, y quizá satisfacía porque éste era un acto, el único quizá, que nos ligaba al resto de la humanidad.

Conforme nos volvíamos, encontramos a Billali, el cual nos informó que
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había expresado su voluntad de que fuéramos, a su presencia lo que hicimos, y no sin alguna inquietud, por cierto. Su trato podía despertar, y despertaba en efecto, la pasión, el asombro y el horror, mas no el desdén, en verdad.

Precediéronnos a su camarín los mudos, como de costumbre, y cuando éstos se retiraron, Ayesha se desembozó y rogó a Leo que la abrazara lo que el joven hizo, a pesar de su examen de conciencia de la noche pasada con más ardor de lo que la estricta cortesía aconsejaba Ella puso la blanquísima mano sobre su cabeza y le miró de hito en hito, amorosamente.

—¿Te preguntarás asombrado, Kalikrates mío —le dijo, —que cuándo me llamaras tú, toda tuya y cuándo, en verdad, estaremos unidos ambos y para siempre? Pues he de explicártelo ahora. Primero has de ser tú como yo soy; no inmortal, porque yo no lo soy tampoco, mas sí tan encastillado y defendido en contra de los asaltos del Tiempo, que sus dardos se reflejen sobre la armadura de tu vida vigorosa como los rayos del sol sobre el espejo de las aguas. Aún todavía yo no puedo unirme a ti, porque tú y yo somos diferentes y la misma brillantez de mi esencia te haría arder y quizá te mataría. Ni tampoco debieras mirarme muy largo espacio, para que los ojos no te duelan y tus sentidos no se aneguen en el vértigo, y por ende —dijo, haciendo un mohín retrechero, —me velará de nuevo —lo que no hizo. —Y aguarda no sufrirás mucho, porque esta misma tarde una hora antes de ponerse el sol, saldremos de este lugar, y en la noche de mañana sí todo resulta conforme a mis deseos, y si no he olvidado el camino, lo que ojalá no suceda, nos colocaremos en el Lugar de la Vida y tú serás bañado por el fuego, saliendo de él glorificado cual ningún hombre lo fue antes que tú, y, entonces Kalikrates me llamarás tu esposa y yo te llamará mío.

Leo, en réplica a tan asombroso discurso, murmuró algunas palabras, qué sé yo cuáles y
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riéndose un poco de su confusión, continuó:

—Sobre ti, también, ¡oh, Holly! conferiré esa bendición, y así serás, en verdad, un árbol siempre vivo, y esto lo haré porque.. porque así lo deseo, que tú me has gustado, y no eres tonto del todo, como la mayoría de los hijos de los hombres y que tu filosofía aunque tan llena de necedades como las de los antiguos tiempos, no te ha impedido hacer lindas frases a propósito de unos ojos de mujer.

—¡Hola! viejo amigo —me dijo Leo, en voz baja volviendo a su natural temperamento alegre; –¡conque también le hiciste la corte! No lo habría pensado nunca de ti.

—¡Gracias, te doy, oh, Ayesha! —repliqué con toda la dignidad que a mi alcance estaba; —¡gracias!.. Mas, si tal lugar existe como el que dices y si en ese lugar arcano se encuentra una ígnea virtud que puede rechazará la muerte cuando venga a tomarnos por la mano, yo, sin embargo, no la deseo.

—No, Holly, no; allí sólo se encuentra el amor; el amor que las cosas todas embellece y que inspira la divinidad hasta en el propio polvo que hollamos. Con amor, la vida pasa gloriosa por los años de los años como pasa el son de alguna gran armonía que suspende el corazón de quien la escucha, con aquilinas alas por cima de la vil locura y vergüenza de la tierra.

—Así será —repliqué... —Mas, si el objeto amado se torna en una vara quebrada que nos traspasa; o si lo amado es en vano amado... ¿qué aguardar, entonces? ¿Habrá de grabar un hombre su dolor sobre la piedra cuando mejor fuera que lo escribiese sobre el agua pasajera?.. ¡No, oh, Hiya! Prefiero vivir mis días solamente, envejecer con mi generación, morir cuando mi hora suene, y ser olvidado presto! Porqué yo espero gozar después de una inmortalidad mayor que la que conferirme puedas, que no es más luenga que el dedo comparado al ámbito del mundo, y escucha esa inmortalidad a que yo aspiro, y que mi fe me promete, ¡libre será de los lazos que ahora atan mi espíritu a este suelo!... puesto que mientras dura la carne, dura también el dolor y el mal, y será herida por los escorpiones del pecado; mas cuando ella cae, entonces surge el espíritu vestido del esplendor del bien eterno, respirando, por propia atmósfera tan raro éter de nobilísimas ideas, que la más sublime aspiración de nuestra humanidad, el más puro incienso de la plegaria de una virgen no podrían flotar en él por ser demasiado terrenales cuerpos.

—Arrogante estás —contestóme Ayesha riendo; —y tus palabras suenan como toques de clarín seguro de sí mismo. Paréceme aún que acabas de mentar «lo desconocido» que nos encubren obscurísimos velos. Quizá los contemples con los ojos de tu fe, y te deslumbre su resplandor a través del cristal del color de tu imaginación. ¡Peregrinas figuras hacen los hombres de lo venidero, con ese pincel de la fe y con esos colores de la fantasía! Tan peregrinas, que no hay dos nunca que se parezcan... Podría probártelo; mas ¿para qué? ¿á qué quitarle a un loco los juguetes que le encantan?.. Mas, cuando pase tu ceguera ¡oh, Holly! y que sientas lentamente cómo la vejez te va helando y la senil confusión perturbándote el cerebro, ojalá qua no lamentes amargamente el desprecio que has hecho de la bendición inefable que darte, he querido... ¡Así siempre ha sido! No se conforma jamás el hombre con lo que está al alcance de su mano. Si tiene junto a sí una lámpara para alumbrarle las tinieblas quiébrala porque no es una estrella La felicidad se agita a un paso delante de sus ojos, como los fuegos fatuos del pantano, y se empeña en agarrar el fuego, en sujetar la estrella. La belleza no le importa porque cree que hay labios más dulces aún, y nada tampoco cuida de la riqueza porque piensa en que otros poseen más siclos; ni de la fama porque se acuerda que hubo otros más famosos aún. Tú mismo lo has dicho, ¡oh, Holly! y te vuelvo contra ti tus propias palabras... Bien tú piensas que prenderás la estrella; pues yo no lo creo, y te tengo por tonto, ya que tiras la lámpara.

No contesté porque no podía; y menos delante de Leo ¿cómo le diría que desde que había contemplado su rostro, siempre lo tendría ante mis ojos, y que no deseaba prolongar una existencia que habría de estar siempre torturada por su memoria amargada por el no saciado amor?.. Pero, así era, sin embargo, y así es aún.

—Y ahora —continuó
Ella
cambiando de tono y de conversación, —dime Kalikrates mío, pues no lo sé todavía ¿cómo es que tú viniste aquí a buscarme?.. Anoche dijiste que Kalikrates aquél que tú viste, era tu antepasado. ¿Cómo es ello?... Dímelo, que eres bien pareo en palabras.

Así obligado, Leo le refirió el cuento maravilloso del cofrecillo y del tiesto de ánfora que, escrito por su antepasada la egipcia Amenartas, había sido nuestra advertencia. Ayesha escuchaba con atención, y cuando él concluyó de hablas me dijo:

—¿No te dije un día oh, Holly, cuando hablábamos del bien y del mal, mientras que tan grave estaba mi adorado, que del bien salía el mal, y del mal el bien; que los que sembraban no sabían cómo resultaría la cosecha ni el que hería adónde su golpe mortal habría de caer?.. Pues he ahora cómo esa egipcia Amenartas, esa hija del Nilo que me odiaba tanto, que en cierto modo prevaleció contra mí; cómo ella misma hizo para echar a su propio amante en mis brazos. Por ella fue que yo le herí de muerte, y ahora mira por ella él me ha tornado. Ella quiso hacerme mal, y sembró sus semillas para que yo cosechase espinas, y me concedió, empero, más de lo que todo el mundo darme podría... ¡Ja, ja!.. mira ahí tienes un cuadrado peregrino, Holly, para que en él encajes tu circulo del bien y del mal.

Tras alguna pausa continuó:

—Ordenóle a su hijo que me matase si podía porque yo mate a su padre... Y tú, Kalikrates mío, tú mismo eres el padre y también el hijo en cierto sentido, y dime ¿quieres vengarte ahora y vengar la antiquísima madre tuya sobre mí, oh, Kalikrates? Mira —dijo, cayendo de rodillas y descubriendo todo el ebúrneo seno, —mira ¡aquí late mi corazón, y ahí, al lado tuyo, tienes una cuchilla tan larga, cortante y pesada, buena para herir a una pecadora!.. tómala ya y, ¡véngate!.. ¡Hiere, hiere, Kalikrates y vete luego feliz durante la vida después de lavar tu ultraje, de obedecer el mandato de lo pasado!

Miróla él inefablemente, y extendiendo la mano, la hizo levantar.

—¡Alzate, Ayesha! —díjole tristemente; —¡bien sabes tú que yo no puedo herirte, ni aún para vengar a la infeliz que mataste anoche mismo! ¡Yo estoy en tu poder, no soy más que tu esclavo!.. ¿Cómo te mataría?.. ¡antes me matarla a mi mismo!

—Casi comienzas a amarme Kalikrates —replicó Ella sonriendo. —Pues bien, cuéntame ahora de tu país... ¿Es un gran pueblo el tuyo, verdad, con un imperio como la antigua Roma?.. Es seguro que querrás volverte a él, y razón tienes que no pretendo guardarte en estas cavernas de Kor... ¡Ah, no! y cuando seas como yo, de aquí partiremos, ya verás de qué modo, o iremos a esa Inglaterra tuya a vivir cual nos conviene. Dos mil años aguardé el día en que tuviera de salir de estas sombrías cuevas y de esta sombría gente, y al fin ya lo alcanzo y mi corazón me salta en el pecho como el de un niño al llegar el de una fiesta. ¡Porque tú reinarás en esa Inglaterra!

—¡Pero tenemos una reina! —exclamó Leo apresuradamente.

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