Hermana luz, hermana sombra (20 page)

Jenna abrió los ojos de par en par y Pynt le dio un codazo en el costado. Jenna se apartó de ella, mirando a Carum.

—¡Vaya! —dijo Armina.

—El Sabueso me perseguía en nombre de su malvado amo —dijo Carum.

—Kalas —dijo Madre Alta asintiendo con la cabeza.

—¡Lo sabe! —La cabeza de Carum comenzó a moverse a ritmo con la de ella. Colocándose las manos sobre el pecho, dijo—: Madre, ¡ich crie thee merci!

—Parece ser, joven Longbow, que los eruditos no lo saben todo. —Su sonrisa le produjo más arrugas—. Ya has clamado ante dos mujeres de Alta, y me parece más que suficiente. Si han matado al Sabueso que te perseguía, ¿qué más podrían hacer?

—Estas muchachas aún no han pronunciado sus votos, Madre —le recordó Armina—. Y la promesa ante el hijo de un rey debe ser...

—No sabíamos que era hijo del rey —replicó Jenna.

—De haberlo sabido... —agregó Pynt, pero no terminó la oración ya que no sabía lo que hubiesen hecho.

Ninguna mencionó que habían matado al Sabueso porque éste las había atacado a ellas.

—¿Qué es un voto, mi querida Armina? —preguntó Madre Alta—. ¿Qué es si no la boca repitiendo lo que el corazón ya ha prometido? Estos dos jóvenes corazones no serán más firmes el año próximo, ni sus bocas más fiables después de haber tomado sus votos. Carum Longbow les clamó merci como un hombre, no como el hijo de una u otra persona. Y han matado en su causa porque se hicieron cargo de su protección. ¿Qué puede ligar más que la sangre? ¿Qué puede ser más sagrado que eso?

La Diosa sonríe.

Armina bajó la vista al suelo y guardó silencio.

—Vamos, diablillo, no te enfades. Puedo escucharlo en tu respiración. Tráenos comida para que podamos sentarnos a conversar acerca de las Congregaciones. —Madre Alta rió—. Y tú comerás con nosotros, niña de mi niña.

Armina alzó la vista.

—Pero, Madre, ¿qué hay del peligro?

—¿Tú crees que esos hombres de Kalas buscarán al muchacho aquí? Vestiremos a este joven gallo con plumas de gallina, y si tiene facciones tan delicadas como dices y es lo suficientemente joven para no tener barba...

—Lo soy, Madre —dijo Carum. Entonces se ruborizó al comprender que sonaba como si se alabase a sí mismo.

Todos rieron y él también lo hizo.

—Vamos, Armina, tráenos esa comida. Y un poco de vino dulce. Y no olvides alguna golosina para después. Pero cuidado... ni una palabra respecto a nuestros invitados salvo el hecho de que son misioneras. No quiero que este ternero se muestre ante nuestras novillas. Necesito descubrir lo que pueda sin el peligro agregado de los comentarios. Si tenemos un fallo en esta Congregación, es el hecho de que no podemos mantener nada en secreto.

—No diré, nada, Madre —prometió Armina—, y traeré la comida de inmediato—. Se levantó y fue hasta la puerta. Allí se volvió—. Hay pastel de ruibarbo, tu favorito. —Entonces partió silbando.

Madre Alta suspiró.

—Si cumple su promesa, será la primera vez que lo haga. —La anciana volvió a sacar las manos de las mangas y los llamó—. Venid más cerca de estos viejos oídos, mis niños. Contadme cómo os habéis conocido y qué ha ocurrido desde entonces.

Una sucesión de cocineras dejaron la comida al otro lado de la puerta, en bandejas adornadas con flores rojas y doradas. Pynt y Jenna ayudaron a Armina a entrarlas, pero comieron con tanta avidez que apenas si notaron las decoraciones. Y estaban tan concentradas en la historia que le narraban a la sacerdotisa, que la sucesión de panes dulces, guisado de conejo y ensaladas de lechuga con cebollas fue ingerida sin comentarios.

La anciana comía con silenciosa precisión, casi sin moverse.

Las muchachas se encontraron hablando de todo, inclusive de la desobediencia de Pynt, del disgusto de Jenna ante la muerte del Sabueso y de su temor cuando Carum había desaparecido en el bosque para hacer sus necesidades.

Después de la tercera vez en que Pynt se disculpó por abandonar a Selinda y a Alna, Madre Alta suspiró con fastidio.

—Basta de excusas, niña. Me has dicho una y otra vez que eres la sombra de Jo-an-enna, y que la oscuridad debe seguir a la luz.

—Sí, sí —respondió Pynt.

—Querida niña —dijo Madre Alta inclinándose hacia delante en su sillón—, aunque la lealtad es una gran virtud, Gran Alta nos recuerda que Una lealtad imprudente puede ser el mayor peligro. De mí puedes esperar comprensión, pero no expiación. Aún no sabemos lo que costará tu lealtad.

—¿Realmente dijo eso? —preguntó Carum irrumpiendo en la conversación. Era su primera intervención en varios minutos—. Me refiero a Gran Alta. ¿Realmente lo dijo o está escrito?

—Si ella misma no pronunció las palabras, igualmente están bien dichas —respondió la sacerdotisa con una expresión traviesa en los labios—. Pero las palabras están escritas en el Libro de Luz, capítulo treinta y siete, verso diecisiete, por una mano bastante ordinaria. —Alzó su mano izquierda y movió todos los dedos con excepción del sexto.

—No hay nada de ordinario en esa mano —dijo Carum.

—Ordinario... extraordinario —reflexionó Madre Alta inclinando la cabeza. Entonces volvió a alzar la vista con un brillo en sus ojos de mármol—. ¿No notáis que nos encontramos en un momento de la historia, en un nexo, en un giro donde lo ordinario es extraordinario? Yo sé estas cosas. Hay una luz en la habitación, una gran luz.

—Pero Madre —protestó Pynt—. Usted es ciega ¿Cómo puede ver una luz?

—No la veo, la siento —dijo la anciana.

—¿Como lo que se siente en el bosque justo antes de una tormenta? —preguntó Jenna.

—Sí, sí, niña. Tú comprendes. ¿Y también lo sientes?

Jenna sacudió la cabeza.

—Sí. No, no estoy segura.

—Bueno, no importa. La sensación ha desaparecido —dijo Madre Alta con voz cada vez más baja—. Se va... se esfuma... —La anciana cabeceó una vez y se quedó dormida.

—Vamos —dijo Armina poniéndose de pie—. Debemos dejarla descansar.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Carum.

—Tiene más años de los que puedes contar, Longbow —dijo Armina—. Y algunas veces no está del todo lúcida. Pero hoy la he visto... transformada. Siempre le sientan bien los visitantes, pero vosotros tres parecéis ser especiales por algún motivo. No la había visto tan... tan animada en mucho tiempo. —Se inclinó y sin hacer ruido comenzó a colocar los platos sobre las bandejas—. Más tarde querrá hablar con vosotros, lo sé.

La ayudaron a llevar las bandejas con el menor ruido posible, pero nada parecía perturbar a la anciana, que se hallaba sentada erguida, con los ojos cerrados y la boca un poco abierta, profundamente dormida en el sillón.

Cuando la puerta se cerró tras ellas y colocaron las bandejas contra la pared, Jenna preguntó:

—¿Pero no deberíamos llevarla a su cama? ¿No caerá del sillón?

Armina sacudió la cabeza y la gran cresta de cabello se agitó.

—Está atada al sillón. No caerá.

—¡Atada! Pero eso es... —Pynt buscó la palabra apropiada.

—Eso es lo que ella ha pedido —dijo Armina con voz extremadamente suave—. Ya que si cae, no podrá levantarse por su cuenta. No puede caminar.

Fueron a la habitación de Armina por una oscura escalera trasera, y no se cruzaron con nadie en el camino. Era una alcoba amplia y agradable, con una estrecha ventana a través de la cual se filtraba el sol de la tarde.

Una gran cama con la cabecera bajo la ventana y los cobertores arrugados ocupaban gran parte del espacio. A un lado de la cama se alzaba un guardarropa de roble, y al otro había una mesa con una lámpara. En el suelo se veían varias pilas con prendas.

Armina fue hasta una de las pilas y tomó un pantalón ancho color castaño. De otra escogió una camisa roja pero, después de llevársela a la nariz un momento, la descartó para tomar una azul con un pañuelo a tono.

—Toma —dijo—. Esto servirá. Póntelos.

Carum miró a su alrededor.

—¿Aquí? ¿Con vosotras mirando?

—Sobre tus ropas —dijo Armina—. Quiero que me las devuelvas cuando te vayas, y no podemos permitir que corras desnudo por los pasillos del refugio... —Se detuvo y echó a reír—. Aunque no sería mala idea.

Carum se puso los pantalones y la camisa pero permaneció mirando el pañuelo sin saber qué hacer. Armina se lo ató en forma experta alrededor de la cabeza. El azul hizo resaltar el color de sus ojos.

—Listo —dijo ella dando un paso atrás para admirarlo—. Nadie adivinará jamás que eres un príncipe. —Se volvió hacia Jenna y Pynt, quienes habían observado la escena desde la cama—. Ni nadie adivinará que es un hombre, con esas largas pestañas y esos ojos.

—¡Ya es suficiente! —dijo Carum arrancándose el pañuelo de la cabeza.

—Ya es bastante desagradable tener que usar estas cosas. No permitiré que se rían de mí.

—La risa, mi querido muchacho —dijo Armina—, es un don de la Diosa según se dice en esta Congregación. Y es bien sabido que las mujeres podemos reírnos de nosotras mismas, mientras que los hombres...

—Lo primero que aprende un estudioso —dijo Carum—, es a precaverse contra cualquier frase que comience con “es bien sabido que”.

—Y lo último que aprende un estudioso es a tener sentido del humor —dijo Pynt.

—Ya basta —dijo Jenna—. Todos vosotros. Basta. Las lenguas insidiosas traen esposas insidiosas. Y esta pizca de sabiduría proviene de los Valles Inferiores.

—Superiores, en realidad —dijo Carum.

—Si crees que mi lengua es insidiosa, aguarda hasta que oscurezca. La lengua de Sarmina es dos veces más rápida que la mía. —Armina se detuvo, trató de contener sus pensamientos y entonces estalló en risas. Cuando pudo volver a respirar, se encogió de hombros y les guiñó un ojo a Jenna y a Pynt—. Una broma privada. ¡Su lengua es dos veces más rápida! —Comenzó a reír otra vez y las muchachas la miraron con los ojos abiertos de par en par, completamente desconcertadas.

Carum entrecerró los ojos y alzó la cabeza.

—No me importa que las mujeres hagan bromas vulgares —le dijo—, pero...

—¡Por los Cabellos de Alta! —Armina se pasó una mano por la cabeza—. Además es un puritano. Todas nos divertiremos mucho.

—... sus bromas y sus maldiciones deberían tener al menos la gracia de la originalidad —terminó Carum de forma pensativa—. Vamos, Jenna, Pynt. Debemos partir.

—¿Pero, a dónde? —preguntó Pynt. Jenna se levantó llevando a Pynt consigo.

—Carum tiene razón. Debemos buscar a Madre Alta y decirle que es hora de llevarlo al refugio. La hospitalidad es una cosa y la seguridad, otra.

—Está seguro aquí —dijo Armina.

—¿Pero está segura la Congregación con él aquí? —preguntó Jenna. Pynt alzó el mentón.

—Él es nuestro compromiso, después de todo. Nos clamó merci a nosotras. Debemos continuar. —Entonces sonrió—. Pero podríamos llevarnos un poco de comida. Ese pastel de ruibarbo estaba maravilloso.

Armina se encogió de hombros.

—Pensé que ni siquiera lo habíais notado. Muy bien, os llevaré de regreso con Madre Alta. Nunca encontraréis el camino solos.

—Hablas con tres personas que atravesaron el Mar de Campanas en medio de la niebla —dijo Pynt.

—Eso es un juego de niños comparado con el laberinto de esta Congregación. —Armina sonrió— Se dice que una joven misionera de Calla’s Ford estuvo perdida veinte años en nuestros pasadizos. —Su voz se torno muy baja—. Y nunca ha sido encontrada.

—¿Nunca puedes hablar en serio? —preguntó Carum.

—¿Para qué? —Armina volvió a encogerse de hombros—. Quienes ríen más, viven más dice la gente de las colinas. Pero antes de que salgamos a los pasillos, ponte el pañuelo, Longbow. Es el requisito principal. Además... —Volvió a reír—. ¡Va tan bien con tus ojos! —Su risa fue tan carente de malicia que se vieron forzados a reír con ella, primero Pynt, luego Jenna y finalmente, con renuencia, las siguió Carum.

Los cuatro salieron de la habitación y recorrieron rápidamente los intrincados pasillos saludando a las mujeres que encontraban con un movimiento de cabeza. Armina los condujo hasta una escalera ancha y luego pasaron frente a varias habitaciones hasta que estuvieron nuevamente ante la puerta tallada de la sacerdotisa. Las bandejas que habían dejado en el pasillo ya no estaban allí.

—Aquí estamos. ¿La hubierais encontrado? —preguntó Armina.

—Nos has traído por un camino diferente —dijo Jenna—. Hubiésemos podido encontrar el que recorrimos ayer.

—O podríamos habernos perdido sin que nos hallaran jamás —intervino Carum, utilizando el mismo tono sepulcral que Armina había usado antes.

—Lo veis —dijo Armina con una amplia sonrisa—, ¡ahora Longbow vivirá más tiempo! —De pronto su rostro se tornó serio—. Pero cuidado, debéis permanecer sentados en silencio hasta que se despierte sola. Su carácter no es tan dulce cuando interrumpen su sueño. ¡Yo lo sé!

Pero la anciana sacerdotisa ya estaba despierta cuando entraron. Dos mujeres mayores le acomodaban la ropa y la peinaban, no sin cierta resistencia por parte de Madre Alta.

—Dejadme —les dijo de forma imperiosa agitando una mano. El signo azul de la sacerdotisa brilló claramente en su palma—. Quiero hablar a solas con estas tres misioneras. Armina, custodia la puerta. No deseo que nos molesten. —Ahora su voz tenía un aire autoritario. Las tres mujeres corrieron para cumplir con su petición.

Cuando la puerta tallada estuvo cerrada, las manos de Madre Alta volvieron a desaparecer en las mangas de su túnica. Movió la cabeza y su voz fue nuevamente un suave zumbido.

—Venid, niños, y sentaos. Debemos hablar. He estado pensando mucho en vuestros problemas.

—¡Pero estaba dormida, Madre! —dijo Pynt.

—¿No está escrito que el sueño sirve para desenmarañar los nudos? Y no preguntes en qué volumen, joven Carum. Lo he olvidado. Pero de esto estoy segura, aquí es donde pienso mejor, donde el color y las líneas estallan tras mis ojos ciegos. Todo se vuelve más claro para mí, así como un viajero ve su hogar con más claridad cuando se encuentra en tierra extraña.

Ellos se sentaron a sus pies y aguardaron instrucciones.

—Primero respiremos con los cien cánticos —dijo Madre Alta—. Y tú, joven Longbow, síguenos lo mejor que puedas. Es un antiguo ejercicio que calma la mente y libera los sentidos, despejándonos para la tarea que nos aguarda. Con él, la Diosa sonríe.

Al comenzar la respiración profunda, Jenna sintió una extraña ligereza, como si su verdadero ser se hubiese liberado de su cuerpo para flotar por encima de éste.

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