Hermana luz, hermana sombra (8 page)

—Me gusta Kadreen —dijo Jenna—, aunque sea una Solitaria. Aunque nunca sonría. —Las Solitarias, mujeres sin una hermana sombra, no abundaban en la Congregación. Jenna se compadecía al imaginar cómo se sentía una Solitaria... sola y sin el consuelo de una compañera que conociese cada uno de sus pensamientos.

—Una vez la vi sonreír. Fue cuando Alna dejó de respirar y luego volvió a comenzar con esas toses extrañas y esas burbujas que le salen por la boca. Estábamos en el jardín cazando al conejo. Bueno, al conejo imaginario. ¡Juegos de niñas! Como tú eres la más rápida corriste a buscar a Kadreen. Cuando vino, ella colocó la oreja sobre el pecho de Alna y lo golpeó con fuerza.

—Y durante siete días Alna tuvo una marca negra grande como un puño.

—Ocho... y le encantaba mostrarla.

—Kadreen no sonrió esa vez.

—Sí lo hizo.

—No.

—Sí. De todos modos, A-ma me dio esto. —Pynt se volvió y tomó dos nuevas muñecas de maíz en una mano y dos morrales de junquillo en la otra—. Ella y Sammor nos las hicieron para celebrar La Elección.

—Oh, son más bonitas que las de Alna.

—Mucho más bonitas —dijo Pynt—. Y los morrales tienen el signo de la Congregación. —Jenna señaló el símbolo dentro del círculo.

—Ahora —dijo Pynt—, podremos ser verdaderas hermanas compartiéndolo todo, como a ti te gusta jugar. Llévate la muñeca clara y el morral claro y yo me quedaré con los oscuros.

Jenna tomó el morral sintiéndose culpable. Recordaba lo poco que en verdad había compartido con Pynt. Recordaba la forma en que se veía Madre Alta frente al gran espejo enmarcado, pronunciando las palabras que tanto la habían asustado. Recordaba todo aquello y se preguntaba si alguna vez, ella y Pynt, podrían volver a ser verdaderamente hermanas.

Entonces las muñecas resultaron ser mucho más interesantes que sus sombríos pensamientos, y colocándose en la espalda el morral con el bebé, ambas jugaron durante más de una hora a ser hermana luz y sombra hasta que oyeron la campana indicando el retorno a las lecciones.

—Esta tarde —les informó Catrona— os enseñaré el juego del Ojo Mental.

Las niñas sonrieron y Pynt dio un codazo a Jenna. Ambas habían oído hablar del juego. Las muchachas mayores solían hablar de ello secretamente a la mesa. Pero nunca nadie se lo había explicado, ya que era uno de los misterios reservados para después de La Elección.

Pynt miró a su alrededor rápidamente como para ver si alguien las observaba. Había tres niñas mayores en el patio de las guerreras, pero estaban ocupadas con sus propias cosas: la pelirroja Mina apuntaba al blanco son su flecha, mientras que Varsa y Pequeña Domina luchaban con varas de mimbre acompañadas por los gritos de Domina que las corregían.

—¡Mírame, Pynt! —exclamó Catrona con voz risueña—. Ya sé que hay muchas cosas para ver, pero debes aprender a concentrarte.

—¿Qué hay del rabillo del ojo? Amalda dijo... —Jenna vaciló.

—No os adelantéis, niñas —dijo Catrona y tiró suavemente de una de las trenzas de Jenna para captar su atención—. Primero aprended a concentraros y luego a dispersaros.

—¿Qué es dispersarse? —preguntó Pynt.

Catrona volvió a reír.

—Significa ser capaz de ver muchas cosas a la vez. Pero primero debes escuchar, Marga. —Se detuvo riendo abruptamente.

Las niñas escucharon.

Catrona se volvió hacia la pequeña mesa de madera con patas gastadas que había a su lado. Estaba cubierta por un viejo lienzo a través del cual se notaba una serie de bultos y protuberancias.

—Primero, ¿qué es lo que veis aquí? —preguntó Catrona señalando la mesa.

—Una mesa con una tela vieja —dijo Pynt, agregando rápidamente—: y raída.

—Una tela que cubre muchas cosas —dijo Jenna.

—Ambos estáis en lo cierto. Pero recordad esto... la cautela es la mayor virtud en los bosques y en la batalla. Con frecuencia las cosas no son lo que parecen. —Catrona quitó el lienzo y pudieron ver que la mesa era la representación tallada de una cumbre montañosa con sus picos y valles—. La utilizamos para enseñar el camino a través de la zona montañosa donde está asentada nuestra Congregación. Y para planear nuestras estratagemas.

Pynt aplaudió encantada mientras Jenna se acercaba con expresión pensativa para deslizar un dedo sobre las lomas y senderos.

—¿Y qué es lo que veis aquí? —preguntó Catrona conduciéndolas hasta un gabinete donde había una segunda mesa cubierta por una tela similar.

—Otra montaña —dijo Pynt, siempre ansiosa por ser la primera en responder.

—Cautela... con cautela —le recordó Catrona.

Jenna sacudió la cabeza.

—A mí no me parece una montaña. Los picos no son tan altos. Hay lugares redondos, tan redondos como... como una...

—¡Como una manzana! —intervino Pynt.

—Veamos —dijo Catrona, y alzó la tela tomándola por el centro. Sobre la mesa había una extraña colección de objetos.

—¡Oh! —dijo Pynt—. ¡Me has engañado! —Alzó la vista hacia Catrona con una sonrisa.

—Vuelve a mirar, niña. Concéntrate.

Pynt volvió a mirar justo cuando Catrona colocaba la tela nuevamente, cubriendo la mesa por completo.

—Ahora comienza el juego —dijo Catrona—. Comenzaremos con Marga. Ya que te gusta tanto ser la primera, nombrarás un objeto de los que están sobre la mesa. Luego Jenna. Entonces le tocará a Marga otra vez. Y así seguiremos hasta que ya no recordéis más. La que recuerde mayor cantidad se llevará un dulce.

Pynt aplaudió, ya que le encantaban los dulces.

—Una cuchara. Había una cuchara —dijo.

Jenna asintió con la cabeza.

—Y eso redondo era una manzana.

—Y un par de palillos para comer —dijo Pynt.

—Sólo uno —le corrigió Jenna.

—Uno —le confirmó Catrona.

—Un naipe de alguna clase —dijo Pynt.

—Una hebilla, como la que lleva A-ma... Amalda —continuó Jenna.

—Yo no la vi —dijo Pynt volviéndose para mirar a Jenna, quien se encogió de hombros.

—Estaba allí —dijo Catrona—. Continúa, Marga.

Pynt frunció el ceño mientras se concentraba. Se apoyó el puño contra la mejilla y pensó. Entonces sonrió.

—¡Eran dos manzanas!

—¡Buena chica! —Catrona sonrió.

—Sobre un plato —dijo Jenna.

—¿Dos platos? —preguntó Pynt con incertidumbre.

—Tienes suerte —respondió Catrona.

—Un cuchillo —dijo Jenna.

Pynt lo pensó durante un buen rato y finalmente se encogió de hombros.

—No había nada más —dijo.

—¿Jenna? —Catrona se volvió hacia la niña, quien se tironeaba de las trenzas.

Jenna sabía que había muchos objetos más y podía nombrarlos, pero también sabía lo mucho que Pynt deseaba ganar ese dulce. Cuánto necesitaba ganarlo. Entonces suspiró.

—Un cuenco de agua. Un alfiler. Algo de hilo.

—¿Hilo? —Catrona sacudió la cabeza—. No había hilo, Jenna.

—Sí, hilo —dijo Jenna—. Y dos o tres guijarros o bayas. Y... y eso es todo lo que puedo recordar.

Catrona sonrió.

—Eran cinco bayas, dos negras y tres rojas. Y ambas olvidasteis mencionar el fragmento de tapiz con las jugadoras de varillas, la cinta, el lápiz, la aguja de tapicería y... ¡el dulce! Pero por todo lo que habéis olvidado, recordasteis bastante. Estoy muy orgullosa de vosotras por vuestro primer intento. —Catrona quitó la tela—. Ahora volved a mirar con atención.

Fue Pynt quien señaló primero.

—¡Mira, Catrona, allí está el hilo de Jenna!

Junto al fragmento de tapiz, pero lo suficientemente lejos para ser identificado aparte, había un hilo largo y oscuro.

Catrona echó a reír.

—¡Buenos ojos, Jo-an-enna! Y yo me estoy volviendo tonta y descuidada en la vejez. Buena maestra soy. Un error como éste puede significar mi muerte en los bosques o en medio de una batalla.

Las niñas asintieron con la cabeza mientras ella cogía el dulce y se lo entregaba a Jenna con solemnidad.

—Volveremos a jugar una y otra vez hasta que podáis recordar todo lo que veáis. Mañana lo haremos con objetos diferentes bajo la tela. Para cuando hayáis aprendido este juego, podréis nombrarlo todo la primera vez, y habrá más de treinta cosas que recordar. Pero esto no es tan sólo un juego, mis niñas. Su objetivo es que aprendáis a mirarlo todo dos veces, una con el ojo externo y otra con el ojo mental. Por eso se llama el juego del Ojo Mental. Debéis aprender a volver a ver las cosas, a recordarlas con tanta claridad la segunda vez como la primera.

—¿Haremos lo mismo en los bosques? —preguntó Pynt.

Jenna no había formulado la pregunta porque ya conocía la respuesta. Por supuesto que deberían hacer lo mismo en los bosques. Y en la Congregación y en las aldeas. En todas partes. Qué pregunta tan tonta. Estaba sorprendida.

—Lo mismo —dijo con calma—. ¡Qué buenas chicas! —Tomó a ambas por los hombros y las acercó a la mesa—. Ahora volved a mirar.

Ellas obedecieron y fijaron la vista en los objetos. Al repetir los nombres de cada uno de ellos, la boca de Pynt se movía en una extraña letanía. Jenna miró con tanta intensidad que comenzó a temblar.

Por la noche, las cuatro niñas que habían realizado La Elección se reunieron en su habitación y se sentaron sobre la cama de Jenna. Todas tenían mucho que compartir.

Pynt les narró los pormenores del juego y contó que Jenna le había obsequiado la mitad de su dulce.

—Aunque en realidad fue ella quien lo ganó —terminó Pynt—. Pero mañana ganaré yo. Creo que he descubierto el secreto. —Mecía a su nueva muñeca entre los brazos mientras hablaba.

—Siempre tienes una manera secreta, Pynt —dijo Selinda—. Y casi nunca funciona.

—Sí funciona.

—No.

—Sí.

—Cuéntanos sobre la cocina, Alna —dijo Jenna.

De ponto ya no soportaba la discusión ¿Qué importaba si algunas veces Pynt trataba de descubrir caminos secretos? ¿Qué importaba si raras veces funcionaban?

Alna habló con su voz susurrante.

—Nunca imaginé que hubiese tanto para aprender en una cocina. Debo ayudar a cortar cosas. En los jardines, nunca me permitieron utilizar un cuchillo. Y no me lastimé ni una vez. Allí adentro huele bien pero... —Suspiró y no terminó la grase.

—De todos modos, hoy no te hubiese gustado estar en los jardines —dijo Selinda rápidamente—. Todo lo que hicimos fue arrancar malezas. ¡Malezas! He hecho eso desde que tengo memoria. ¿Qué ha cambiado con La Elección? Debí haber ido a la cocina. O a los bosques. O con las tejedoras. O...

—A mí me gusta arrancar malezas —susurró Alna.

—No es verdad —dijo Pynt—. Te quejabas de ello todo el tiempo.

—No me quejaba.

—Sí.

—No.

Amalda entró en la habitación.

—Es la hora de ir a la cama, pequeñas —les dijo—. Debéis ser como los pájaros. Por más alto que vuelen, siempre regresan a la tierra. —Les dio un abrazo a cada una antes de marcharse, y Jenna se lo devolvió con más fuerza que de costumbre.

Minutos después, la madre biológica de Selinda entró y permaneció sólo un momento, arropando a su hija y saludando a las otras niñas con un movimiento de cabeza. Entonces, como ya había oscurecido y Jenna había vuelto a levantarse para encender los faroles, entró la madre de Alna junto con su hermana sombra. Se acercaron a cada niña para hacerles una breve caricia pero, al menos según le pareció a Jenna, permanecieron una eternidad junto a Alna, nerviosas y preocupadas a pesar de que la niña les aseguraba que se encontraba bien.

Finalmente entraron Marna y Zo y, para alegría de todas, traían consigo sus Tembalas. El instrumento de Marna tenía un dulce sonido. El de Zo era más bajo y complementario, al igual que sus voces.

—Canta “Venid, vosotras las mujeres” —le rogó Pynt.

—Y “La balada del herrero” —susurró Alna.

—“La antigua balada” Canta “la antigua balada” —dijo Selinda saltando sobre la cama.

Jenna fue la única que permaneció en silencio mientras destrenzaba su blanca cabellera. Ésta se hallaba encrespada por el prolongado trenzado.

—¿Y tú no tienes una favorita, Jo-an-enna? —preguntó Marna con suavidad, observando las manos veloces de Jenna.

Jenna tardó unos momentos en responder, pero finalmente dijo con gran seriedad:

—¿No hay una nueva canción que podamos escuchar? Alguna especial para este día después de La Elección. —Deseaba que ese día fuese tan único como se suponía que debía ser, no tan sólo una sensación hueca en su pecho donde crecían todas las pequeñas disputas con Pynt y esa extraña distancia que la separaba de las demás niñas. Quería estar cerca de ellas y volver a ser como siempre; quería borrar el recuerdo de Madre Alta frente al gran espejo—. Algo que nunca antes hayamos escuchado.

—Por supuesto, Jenna. Cantaré algo que aprendí el año pasado, cuando nos visitó en su misión aquella cantante de la Congregación Calla’s Ford. Ellas tienen una Congregación tan vasta, con casi setecientos miembros, que allí una puede dedicarse sólo a cantar.

—¿Y tú querrías dedicarte sólo a cantar, Marna querida? —preguntó Pynt.

Fue Zo quien respondió.

—En una Congregación grande, nuestro pequeño talento apenas si sería reconocido.

—Además, ésta es nuestra Congregación —agregó Marna—. No querríamos estar en ninguna otra parte.

—Pero alguna vez estuvisteis en otra parte —dijo Jenna con expresión pensativa. Se preguntaba si se sentiría diferente, más normal, apenas reconocida en otro lugar.

—Por supuesto que sí, Jenna. Cuando salí en mi misión anual antes de La Elección final, antes de convocar a mi hermana sombra, tal como tú harás. Pero a pesar de todas las Congregaciones que visité y de todas las hermanas que hubiesen querido que me quedase, regresé aquí, a la Congregación Selden, aunque sea la más pequeña de todas.

—¿Por qué? —preguntó Pynt.

—Sí... ¿por qué? —repitieron las otras tres.

—Porque es nuestra Congregación —contestaron juntas Marna y Zo.

—Ahora basta de preguntas —dijo Marna—, o no habrá tiempo ni siquiera para una canción.

Las niñas se acurrucaron en sus camas.

—Primero cantaré la nueva canción. Se llama “La canción de Alta”. Y luego continuaré con las demás. Después de ello os dormiréis. Ya no sois mis pequeñas, vosotras lo sabéis, y os aguardan muchas cosas nuevas por la mañana.

Marna comenzó con la primera canción. Cuando finalizó con la tercera, todas las niñas estaban dormidas con excepción de Jenna. Pero Marna y Zo no lo notaron y abandonaron la habitación andando de puntillas.

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