Hermana luz, hermana sombra (4 page)

Todavía existe cierta confusión sobre los anillos de plata con intrincados grabados hallados en los sepulcros de Arrundale. Sigel y Salmon los denominan “soportes de varillas”, dando crédito a la endeble tesis de Magon, pero existen más evidencias para creer que aquellos artefactos eran aros para servilletas, y eso está explicado convincentemente en “Los anillos de los clanes” de Cowan, Naturaleza e Historia, vol. 51

EL RELATO:

El vergonzoso comportamiento de Selna se convirtió en el tema de toda la Congregación. Aunque ya antes algunas hermanas habían discutido, pequeñas riñas que producían un momento de cólera y luego desaparecían sin siquiera dejar las cenizas del recuerdo, lo que había hecho Selna no tenía ningún precedente. Ni siquiera los registros de la sacerdotisa mencionaban nada semejante, y la Congregación tenía información de diecisiete generaciones, además de ocho grandes tapices.

Durante el día Selna permanecía bajo la brillante luz del sol y por las noches, con la niña atada al pecho o a la espalda, evitaba las habitaciones bien iluminadas de la Congregación. Una o dos veces, cuando fue absolutamente inevitable y tuvo que entrar en uno de los salones iluminados por antorchas, Marjo se deslizó tras ella como una figura delgada y debilitada. Había desaparecido la risa vigorosa de la hermana sombra, así como su voz sincera y melodiosa.

—Selna —gemía a la espalda de su hermana con la voz de un tenue suspiro—, ¿qué ocurre entre nosotras? —Era la voz de un fantasma, hueca y agonizante—. Selna...

Una vez, mientras se hallaba en la cocina suplicando un poco de leche para el bebé, Selna se volvió por un momento a la llamada de Marjo. Colocó las manos sobre los oídos de la niña como para impedir que oyese la voz de su hermana, aunque entonces ésta era ya tan débil que apenas si se oía. Detrás de ella, Donya, su propia hermana Doey y dos de las muchachas mayores observaron la escena, horrorizadas. En la figura consumida de Marjo veían su propia muerte lenta.

Los ojos color morado de Marjo lloraban lágrimas negras.

—Hermana, ¿por qué haces esto? Yo compartiría a la niña contigo. No deseo interponerme entre vosotras.

Pero Selna se volvió lenta y deliberadamente de la figura suplicante, de regreso a la luz de la cocina. Cuando advirtió la presencia de Donya, Doey y las otras dos jóvenes que la observaban con congoja, inclinó la cabeza y encogió los hombros como aguardando un golpe. Luego se volvió y regresó a la parte más oscura del vestíbulo sin la leche.

En el decimotercer día de su deshonra, la sacerdotisa la desterró de la Congregación.

—Hija mía —dijo la sacerdotisa con voz agobiada—, tú misma has provocado esta situación. No podemos impedir lo que le estás haciendo a tu propia hermana sombra. Una vez que has aceptado las enseñanzas del Libro de Luz, ya no nos corresponde darte más órdenes. Lo que ocurra entre las dos es asunto vuestro. Pero la Congregación está destrozada. No podemos continuar observando lo que haces. Por lo tanto debes dejarnos y terminar sola con lo que has iniciado en forma tan aciaga.

—¿Sola? —preguntó Selna.

Por primera vez hubo un temblor en su voz. Desde que tenía memoria jamás había estado sola. Selna apretó a la pequeña Jenna contra sí.

—Has apartado de tu lado a tu propia hermana sombra —dijo la sacerdotisa—. Nos has avergonzado a todas. La niña se queda aquí.

—¡No! —gritó Selna volviéndose.

A su lado, la sombra gris que era Marjo también se volvió. Pero se toparon con seis robustas guerreras que las encerraron contra la pared y cogieron a la niña a pesar de los gritos y súplicas de Selna.

Luego llevaron a Selna a plena luz del día, lo cual significaba que estaría completamente sola al comienzo de su travesía, sin nada más que las ropas que llevaba puestas. A sus pies arrojaron el arco, la espada y el cuchillo, en una pesada bolsa cuyo nudo le llevó casi una hora desatar. No le dijeron nada, ni siquiera una palabra de despedida, ya que la sacerdotisa les había ordenado que no lo hicieran.

Selna abandonó la Congregación de día, pero esa noche regresó como una sombra entre las sombras y se llevó a la niña.

No había guardianas junto a la cuna de Jenna. Selna sabía que no las habría. Las mujeres de la Congregación estarían seguras de que ella jamás regresaría después de la humillación que le habían infligido. Confiarían en las guardianas de los portones exteriores. Pero ella era una guerrera, la mejor de todas, y frecuentemente había jugado con Marjo en los pasadizos secretos. Por lo tanto, Selna volvió a entrar en forma más silenciosa aún que un asombra, y apagó tres luces a lo largo de los pasillos antes de que la débil voz de Marjo pudiera despertar a alguien.

Jenna despertó y reconoció el olor de su madre adoptiva. Con un sonido de satisfacción, volvió a quedarse dormida. Y fue ese pequeño sonido el que confirmó la determinación de Selna. Regresó corriendo por los pasadizos secretos y volvió a estar en la linde del bosque antes del amanecer.

Mientras recorría los antiguos senderos donde las rocas se hallaban alisadas por el paso de tantos pies, los pájaros anunciaron su llegada. Selna encontró a un costado del camino la gran piedra junto a la cual había dejado sus armas. Por muy deshonrada que estuviera, jamás hubiese alzado su espada o su arco contra las mujeres de la Congregación. Apoyándose contra la roca en un nicho que parecía haber sido hecho para su cuerpo, se bajó la túnica hasta la cintura. Ahora que verdaderamente era la madre de la niña, también podía amamantarla, y ofreció su seno a la criatura. Por unos momentos, Jenna chupó con ansiedad, pero al ver que no salía la leche giró la cabeza y comenzó a llorar.

—¡Shhh! —dijo Selna tomando el rostro de la niña entre sus dedos—. Una guerrera debe ser silenciosa.

Pero hambrienta y asustada, la niña lloró todavía más.

Selna la sacudió con violencia, inconsciente de las lágrimas que corrían por sus propias mejillas. Alarmada, la criatura dejó de llorar. Entonces Selna se levantó y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie había oído los gritos. Luego volvió a sentarse, se apoyó en la roca y se durmió con la niña en brazos.

Pero Jenna no durmió. Inquieta y hambrienta, trató de atrapar las motas de polvo suspendidas en los rayos de sol que se filtraban a través de la bóveda de álamos y abedules. Finalmente, se llevó su pequeña mano a la boca y chupó con avidez.

Pasaron varias horas antes de que Selna despertara. Cuando lo hizo, el sol se hallaba bien alto y un zorro investigaba la orilla del claro con su pequeño hocico afilado metido entre la maleza. Ante el despertar de Selna, alzó la vista con las orejas erguidas y se volvió abruptamente desapareciendo entre las sombras.

Selna se estiró y observó a la niña dormida sobre su regazo. Con una sonrisa, tocó el cabello blanco de Jenna. Bajo la luz del sol podía ver su cuero cabelludo sonrosado y el latido del pulso bajo la capa de piel.

—Eras mía —susurró ferozmente.—. Yo cuidaré de ti. Yo te protegeré. Yo te alimentaré. Yo... y ninguna otra.

Ante el sonido de su voz, Jenna despertó emitiendo un llanto débil e irritado.

—Tienes hambre. Yo también —dijo Selna con suavidad—. Encontraré algo para que comamos las dos.

Selna se levantó la túnica y ató a la niña a su espalda, lo suficientemente fuerte para que estuviera segura y lo bastante suelta para que ambas pudieran moverse. Sosteniendo el arco y la espada con la mano derecha, colocó el cuchillo en la vaina sobre su hombro derecho, donde podía alcanzarlo para un lanzamiento rápido. Entonces comenzó a trotar por los senderos del bosque.

Fue afortunada. Encontró las huellas de un conejo pequeño, se le acercó con sigilo y lo cazó con una flecha al primer intento. A pesar de que aún se hallaba demasiado cerca de la Congregación para encender un fuego grande, no tenía intenciones de comerse un conejo crudo. Por lo tanto cavó un hoyo profundo y allí encendió un fuego pequeño, suficiente al menos para tostar la carne. Después de masticar un trozo, escupió el jugo en la boca de Jenna. Después del segundo intento, la niña no rechazó la oferta y chupó con ansiedad boca a boca.

—En cuanto pueda te conseguiré leche —le prometió Selna mientras le limpiaba los labios y le hacía cosquillas en el mentón—. Obtendré empleo como guardia en uno de los pequeños pueblos de frontera. O me uniré al ejército del rey. Les gustan las guerreras de Alta. Ellos no me rechazarán.

Como respuesta, Jenna esbozó una sonrisa y agitó sus manecitas en el aire. Selna la besó en la frente sintiendo el roce de sus cabellos blancos bajo la nariz, suaves como el ala de una mariposa. Entonces volvió a colocarse la niña a la espalda.

—Esta noche debemos recorrer muchos kilómetros antes de que me sienta segura —dijo Selna.

No agregó que deseaba permanecer en el bosque porque habría luna llena y no soportaba la idea de hablar con su pálida sombra y explicarle todo lo que había hecho.

LA LEYENDA:

En el bosque sombrío cercano a Altashame existe un claro. Bajo un grupo de abedules blancos crece un iris de bordes rojos. La gente que vive en Selkirk, en la parte occidental del bosque, dice que en la segunda luna de cada año pueden verse tres fantasmas. Uno es una guerrera que lleva un collar negro en la garganta. El segundo es su doble hecho sombra. Y el tercero es un pájaro blanco como la nieve que vuela sobre ellas llorando con la voz de un bebé. Al amanecer, las dos mujeres se atacan mutuamente con sus espadas. Donde cae su sangre crece el iris, blanco como el pájaro y rojo como la sangre. “Iris de nieve” es como la tradición del este llama a la flor. “Corazón frío”, dice el folclore del oeste. Pero Selkirk la ha bautizado “Sangre de la hermana”, y la gente de ese pueblo no se acerca a las flores. Aunque el zumo del iris ayuda a aliviar a la mujer en sus momentos difíciles, los habitantes de Selkirk no tocan ni uno de sus pétalos, como tampoco entran en el claro después del atardecer.

EL RELATO:

Al borde de un pequeño claro, muy cerca del pequeño pueblo de Seldenkirk, Selna se detuvo a descansar. Apoyada contra un pequeño roble que la protegía del brillo de la luna llena, contuvo el aliento y dejó caer tanto el arco como la espada. Al principio su respiración era tan agitada que no le permitió oír el sonido. Entonces, cuando lo oyó, ya era demasiado tarde. Unas manos fuertes y callosas la cogieron por detrás y clavaron un cuchillo en el hueco bajo su mentón.

Selna se contuvo para no gritar de dolor, y entonces el cuchillo se deslizó hacia abajo dibujando un círculo de sangre como un collar sobre su garganta.

—Éstas son las únicas joyas que debería poseer una prostituta de Alta —dijo la voz ronca a sus espaldas—. Te encuentras muy lejos de las tuyas, mi niña.

Selna cayó de rodillas tratando de girar para proteger a la criatura que llevaba a la espalda, y el movimiento asustó al hombre, quien clavó el cuchillo profundamente en su garganta. Ella trató de gritar, pero no pudo emitir ningún sonido.

El hombre emitió una risa áspera y le arrancó el frente de la túnica exponiendo sus senos y su vientre.

—Pareces un muchacho —dijo con disgusto—. Las de tu clase sólo son buenas moribundas o muertas.

La tomó por una pierna y la arrastró fuera del bosque hasta el césped suave del claro iluminado por la luna. Allí trató de tenderla de espaldas.

Selna no podía gritar, pero todavía era capaz de resistirse a él. Sin embargo, otra mujer gritó detrás de ellos, un extraño sonido ahogado.

Sobresaltado, el hombre se volvió y vio a una doble de la primera mujer, su propia garganta rodeada por una línea de sangre negra. Al volverse otra vez, el hombre comprendió su error, ya que Selna había logrado cogerle el cuchillo y con las últimas fuerzas que le quedaban se lo clavó entre los ojos. Sin embargo, Selna no alcanzó a ver el resultado de su ataque, ya que al mismo tiempo giró boca abajo y murió rozando la mano de Marjo.

El hombre trató de levantarse, sólo logró ponerse de rodillas y entonces cayó muerto encima de Selna. El mango del cuchillo clavado entre sus ojos fue a posarse sobre la mano de Jenna. La niña se aferró a él y lloró.

Fueron encontrados la mañana siguiente por un pastor que siempre llevaba a su rebaño hasta ese claro, donde el pasto era más dulce. Llegó justo antes del amanecer y le pareció ver a tres personas muertas en la linde del bosque. Cuando llegó hasta ellos abriéndose paso entre las ovejas, vio que sólo eran dos: una mujer con el cuello cortado y un hombre con un cuchillo clavado entre los ojos. Una criatura silenciosa se aferraba a la empuñadura sangrienta del cuchillo como si ella misma hubiese cometido el asesinato.

El pastor corrió de regreso hasta Seldenkirk, olvidando a sus ovejas, las cuales permanecieron balando alrededor de los despojos mortales. Cuando regresó con seis robustos campesinos y el corpulento alguacil, sólo el hombre se encontraba allí, tendido de espaldas en medio de las ovejas. La mujer muerta, el bebé, el cuchillo y una de las ovejas del pastor habían desaparecido.

LA BALADA:

La balada del bebé de Selden

No vayáis al claro, jóvenes doncellas

de vestidos dorados.

No vayáis al claro

de Seldentown

Pues malvados son los hombres que os aguardan

para derribaros sin piedad.

Una doncella fue a Seldentown

y dejó de ser doncella.

El cabello suelto alrededor del cuello,

el vestido en las rodillas.

Un bebé pendía de su espalda,

un hermoso bebé.

Fue sola hasta el claro,

Se alejó demasiado del pueblo.

Un hombre se le acercó por detrás

y de un tajo cortó su cuello.

Un hombre se le acercó por detrás

y derribó a la hermosa doncella.

¿Y tú harás lo que quieras conmigo?

¿O me matarás de un tajo?

¿O lo que esperas es quitarme

mi virginidad hace tanto perdida?

¿Por qué me has traído tan lejos del pueblo

hasta este lecho de hierbas verdes?

Él no pronunció una palabra,

jamás dijo su nombre,

Tampoco habló de su origen,

ni del pueblo del que había venido.

Sólo pensaba en derribarla

y arrastrarla en su vergüenza.

Ya presto a cumplir su plan,

y cuando comenzaba a hacerlo,

El bebé a espaldas de la doncella

alcanzó la daga oculta

Y la cogió de la vaina

en la oscuridad del claro.

Y una y dos, las pequeñas manos

derribaron al hombre malvado

Que ya en el vientre de su madre

había concebido su perfidia.

Dios nos conceda a todas bebés tan hermosos,

y que nuestra vida sea tan larga como dichosa.

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