Hermana luz, hermana sombra (2 page)

El segundo día amaneció brillante y perlado. Las nubes sólo se alineaban en el horizonte. La comadrona decidió caminar junto a un arroyo de corriente rápida porque le pareció más sencillo que abrir un nuevo sendero. De haber notado las señales y haber sido capaz de leerlas, hubiese sabido que éste era el trayecto predilecto de los pumas, ya que las truchas abundaban en el arroyo y, especialmente por las tardes, emergían en busca de insectos. Pero ella era una mujer de pueblo con baja instrucción, por lo que sólo podía leer la letra impresa y nunca oyó al puma que la seguía ni notó sus punzantes advertencias sobre los árboles.

Durante esa segunda noche ocultó a la criatura en la horcadura alta de un árbol. Considerando que allí se encontraría segura, se alejó para bañarse en el arroyo. Como mujer de pueblo y comadrona, valoraba la limpieza por encima de todas las cosas.

Fue mientras se hallaba con la cabeza inclinada en el agua fría, murmurando en voz alta respecto a lo mucho que le demoraba el viaje, cuando el puma atacó. En forma rápida, silenciosa y certera. Ella jamás sintió otra cosa más que un momento de dolor. Pero ante su muerte, la niña emitió un gemido débil y agudo. Alarmado, el puma dejó caer su presa y miró a su alrededor con inquietud.

Una flecha le dio en un ojo, provocándole una muerte más dolorosa que la de la comadrona. El animal aulló y tembló durante varios minutos antes de que una de las cazadoras, compadecida, le cortara la garganta.

En el árbol la criatura volvió a gemir, y todo el bosque pareció paralizarse ante el sonido.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó la más robusta de las dos cazadoras, la que había cortado la garganta del puma.

Ambas se hallaban arrodilladas junto a la mujer muerta, buscándole en vano el pulso.

—¿Tal vez el puma tenía cachorros y están hambrientos?

—No seas tonta, Marjo; ¿A esta altura de la primavera?

La cazadora más delgada se encogió de hombros.

La niña, incómoda en su cuna improvisada, volvió a llorar.

Las cazadoras se pusieron de pie.

—Eso no es ningún cachorro de puma —dijo Marjo.

—Pero sí se trata de un cachorro —dijo su compañera.

Fueron hasta el árbol con el sentido de orientación que les brindaba su experiencia en los bosques, y allí encontraron a la niña.

—¡Por los Cabellos de Alta! —dijo la primera cazadora.

Bajó a la niña de la rama, la descubrió y observó su cuerpo suave y de piel blanca.

Marjo asintió con la cabeza.

—Una niña, Selna.

—Bendita seas —susurró Selna, pero no quedó claro si le hablaba a Marjo, a la comadrona muerta o a los oídos altos y distantes de Alta.

Enterraron a la mujer, y fue una tarea tan larga como ardua, ya que el suelo aún se hallaba parcialmente congelado. Entonces despellejaron al puma y envolvieron a la niña en su piel suave. Ésta se acomodó en su nueva envoltura y se durmió de inmediato.

—Estaba destinada a nosotras —dijo Selna—. Ni siquiera arruga la nariz con el olor del puma.

—Es demasiado pequeña para arrugar la nariz.

Selna ignoró la observación y observó a la niña.

—Entonces es cierto lo que dicen los aldeanos: “Cuando cae un árbol seco, permite que nazca uno nuevo.”

—Hablas con demasiada frecuencia por boca de otro —dijo Marjo—. Y por boca del aldeano, para colmo.

—Y tú hablas por la mía.

Después de eso guardaron silencio. Ninguna de las dos dijo una palabra mientras recorrían los senderos familiares hacia las montañas y hacia el hogar.

No esperaban ninguna gran recepción por su regreso y no obtuvieron ninguna, aunque su llegada había sido advertida por muchas observadoras ocultas. Mediante señales con las manos, indicaron sus nombres secretos en cada sitio designado, y las guardianas de cada uno de esos recodos volvieron a desparecer sin un sonido, en el bosque o entre las rocas aparentemente impenetrables.

Los mensajes o las noticias que les llegaban mientras viajaban a través de la noche eran recibidos bajo la forma de gorjeos o aullidos de lobo, a pesar de que no había ni pájaros ni lobos. Éstos les indicaban que eran bien venidas y reconocidas, y un sonido en particular les ordenó que llevasen su envoltorio al Gran Vestíbulo de inmediato. Ellas comprendieron a pesar de que no fueron emitidas palabras, al menos no palabras humanas.

Pero antes de que llegaran al vestíbulo, la luna se ocultó tras las montañas occidentales y, después de despedirse de su compañera, Marjo desapareció.

Acomodando a la niña en su abrigo de puma, Selna susurró:

—Hasta la noche. —Pero lo dijo con tanta suavidad que la niña en sus brazos si siquiera se movió.

LA CANCIÓN:

Canción de cuna para el bebé del puma

Calla pequeño puma,

Duerme en tu cubil,

Yo cantaré sobre tu madre

Que acunó a la Hermosa Jen

Yo cantaré sobre tu madre

Que cubrió la piel de Jen.

Carne de tu carne,

Para que duerma la dulce Jen.

Duerme, pequeño gatito,

Acaso vayas a soñar

Con conejos y faisanes

Y truchas en el arroyo.

Pero Jenna soñará

Con las sobras y la luz.

Tu madre la protegerá

De la noche fría.

EL RELATO:

Había cunas dispuestas alrededor del Gran Vestíbulo, algunas de roble con sus vetas rojas que corrían como ríos hacia el mar y otras de pino blanco, tan suave que las marcas de las uñas de un bebé podían verse, como runas, sobre las cabeceras. Pero, por alguna razón, Selna no colocó a la niña en ninguna de ellas. La mantuvo contra su pecho mientras la mostraba en el Gran Vestíbulo y durante todo el resto del día, esperando que los latidos regulares de su corazón la confortasen.

No era extraño que una criatura recién adoptada permaneciese todo el día en brazos de una u otra. Las mujeres de la Congregación de Alta compartían su cuidado, aunque Selna nunca antes había mostrado ningún interés en ello. Siempre se había sentido irritada por el olor de los bebés y su llanto agudo, caprichoso. Pero ésta era diferente. No olía a leche agria y a baba sino a puma, a luz de luna y a endrino, siendo éste el árbol donde había estado oculta cuando el felino atacara a su madre. Sólo había llorado en dos ocasiones, cada vez ante una muerte, y eso Selna lo consideraba un presagio. Seguramente la niña debía de tener hambre, miedo o frío. Selna estaba dispuesta a dejarla ante la primera señal de inquietud. Pero la niña sólo la miraba con sus ojos del color de una noche primaveral, como si pudiese leer en su misma alma. Por lo tanto, Selna la había mantenido corazón contra corazón hasta bien entrada la mañana. Para entonces todas lo habían notado y comentado, de tal modo que ya no podía dejar ir a la niña sin correr el riesgo de que se burlasen de ella. A Selna nunca le había preocupado el maltrato físico. En realidad estaba orgullosa de su capacidad para soportar los peores castigos. Siempre estaba en la vanguardia de cualquier frente de batalla, era la última en irse de un incendio y la primera en entrar en un río helado. Pero jamás había podido soportar las burlas de las mujeres de su Congregación.

Sin embargo, hacia media mañana la niña sintió hambre y se lo hizo saber con pequeños sonidos agudos, como los de un pollito en el gallinero. Ella la alimentó lo mejor que pudo con una de las botellas orientales tan estimadas por las cocineras. Tanto ella como la niña quedaron completamente salpicadas en el proceso, y por lo tanto Selna bajó con ella hasta los baños, donde calentó el agua por debajo de su temperatura usual y, sosteniendo a la criatura contra su propio hombro desnudo, se sumergió.

Al contacto con el agua, la niña emitió un arrullo de satisfacción y se durmió. Selna se sentó en el tercer escalón, de tal modo que sólo sus cabezas asomaban por encima del agua. Permaneció allí hasta que ésta comenzó a enfriarse, sus dedos se arrugaron y la mano con que sostenía a la niña se acalambró. Entonces salió con renuncia, secó a la niña dormida y se envolvió en una toalla para la larga caminata de regreso a su habitación. Esta vez no hubo comentarios, a pesar de que en el camino se encontró con varias de sus compañeras. Lo quisiera o no, la niña era suya.

LA HISTORIA:

Las mujeres de los clanes guerreros de las montañas no tomaban a la ligera la adopción. Cuando una niña era escogida por su madre adoptiva, ésta quedaba completamente a cargo de su cuidado. La hija de una cocinera crecía entre las marmitas; daba sus primeros pasos sobre las baldosas de la cocina; comía, dormía y pasaba sus enfermedades infantiles en un rincón que había en la cocina especial para los niños.

Del mismo modo, una niña escogida por una de las guerreras-cazadoras iba a todas partes con su madre en un morral especial. Lowentrout encuentra evidencia de esto en los famosos Tapices Baryard (su ensayo “Niños-morral de los territorios occidentales”, Naturaleza e Historia, vol. 39, es especialmente interesante) Existe un morral de cuero desenterrado del famoso sepulcro de Arrundale, y un examen preliminar conduce a especular con la posibilidad de que sea uno de los portadores de niños amazónicos. (Para más detalles sobre esta excavación, véase el vídeo de Sigel y Salmon “Saqueo de sepulcros en los Valles”) Según Lowentrout, estos morrales no entorpecían a las mujeres guerreras ni en las batallas ni durante las cacerías, y existen evidencias que apoyan su afirmación. Los tres pergaminos atribuidos al Gran Archivo de las Guerreras Garunianas describen varias batallas donde tomaron parte los clanes de las montañas. Existe uno en particular que habla de “las dobles cabezas de las amazonas” y, en otra parte, “la preciosa carga que portaban consigo”. Y aún más sorprendente: “Ella luchó, en todo momento presentando el pecho a su enemigo para no exponer a la que se hallaba a su espalda.” Vargo asegura que esto simplemente se refiere a otra guerrera, ya que la lucha espalda contra espalda era un estilo habitual en las batallas con espada. También afirma que si se hubiese tratado de una niña en un morral, se habría utilizado la palabra “sobre” en lugar de “a”. Sin embargo, Doyle, cuyo excelente trabajo sobre la lingüística Alta acaba de ser publicado, señala que en la antigua lengua las palabras “en-a-sobre” y “contra” se utilizaban en forma intercambiable.

EL RELATO:

—Tendrás que darle un nombre, sabes —dijo Marjo esa noche, tendida en el otro extremo de la cama.

El farol que pendía sobre ellas producía sombras sobre las paredes y el suelo.

Selna observó a la niña que dormía entre ellas y tocó su mejilla suave con un dedo vacilante.

—Si le doy un nombre, realmente será mía para siempre.

—Siempre es más de lo que ninguna de nosotras vivirá —dijo Marjo acariciando la otra mejilla de la niña.

—Una criatura es una clase de inmortalidad —murmuró Selna—. Un eslabón forjado. Un lazo. Aunque no sea de mi sangre.

—Lo será —respondió Marjo—. Si la reclamas.

—¿Cómo podría no hacerlo... ahora? —Selna se sentó y Marjo la imitó de inmediato—. Sea quien fuere que la sostenga, me mira a mí primero. Confía en mí. Cuando la llevé a la cocina durante la cena y todos quisieron tocarla, su pequeña cabeza no dejaba de girar para mirarme.

—Te estás volviendo sentimental —rió Marjo—. Los recién nacidos no pueden girar la cabeza. Ni siquiera pueden ver.

—Ella puede. Jenna puede.

—Así... así que ya le has dado nombre —dijo Marjo—. Y sin aguardar mi aprobación.

Tú eres mi hermana, no mi guardiana —respondió Selna con irritación. Ante la dureza de su voz, la niña se movió entre ellas. Selna esbozó una sonrisa de disculpa—. Además —dijo—, Jenna es sólo su nombre de bebé. Quero que su nombre completo sea Jo-an-enna.

—“Jo” por amada, “an” por blanca y “enna” por árbol. Eso tiene sentido ya que fue encontrada en un árbol y su cabello... el poco que tiene... es blanco. Supongo que “Jo” es porque la amas, aunque me resulta curioso lo pronto que esto ha ocurrido. Por lo general tú no amas en tan poco tiempo. Suele ser tu odio el que se despierta más rápido.

—No seas idiota. “Jo” es por ti, Marjo —dijo Selna—. Y tú lo sabes bien. —Extendió la mano por encima de la niña para tocar a su compañera.

La mano de Marjo fue a su encuentro y ambas sonrieron.

La criatura, entre ambas, emitió un sonido entre sueños.

Por la mañana, Selna llevó a Jenna con la enfermera, Kadreen, quien revisó a la niña de la cabeza a los pies.

—Es fuerte —dijo Kadreen. No sonrió, pero en realidad raras veces lo hacía. Se decía que había cosido demasiadas heridas y acomodado demasiados huesos para que la vida le diese suficientes motivos para sonreír. Pero Selna sabía que incluso de joven, cuando aún no había pasado demasiado tiempo en su profesión, Kadreen no era muy aficionada a sonreír. Tal vez, pensaba Selna, había escogido aquella profesión a causa de ello.

—Sus dedos se aferran sorprendentemente bien para una recién nacida. Y puede seguir el movimiento de mi mano. Eso es raro. Golpeé las manos para probar sus oídos y se sobresaltó de inmediato. Será una buena compañía para ti en los bosques.

Selna asintió con la cabeza.

—Asegúrate de alimentarla siempre en los mismos horarios y dormirá toda la noche en el próximo cambio de luna.

—Ya lo hizo anoche —dijo Selna.

—No volverá a hacerlo.

Pero a pesar de la advertencia de la enfermera, Jenna durmió profundamente durante toda esa noche y la siguiente. Aunque Selna trató de alimentarla según los horarios dictados por la larga experiencia de Kadreen con los infantes, siempre estaba demasiado ocupada para cumplirlos. De todos modos, la niña parecía conforme con las comidas irregulares y en los bosques, como cualquier cazadora experta.

Selna se jactaba de su hija adoptiva en cada ocasión, hasta que todas menos Marjo llegaron a cansarse de ello.

—Corres el riesgo de convertirte en una pesada —le dijo Donya, la cocinera en jefe, cuando Selna pasó a dejarle un corzo y siete conejos después de dos días de cacería—. Es una hermosa criatura, sin duda. Fuerte y de aspecto bastante agradable. Pero no es Gran Alta. No camina sobre el Lago de los Suspiros, ni cabalga el arco iris del verano, ni salta entre las gotas de lluvia.

—No dije que fuera la Diosa —masculló Selna. La niña, en sus brazos, rió encantada mientras ella le hacía cosquillas con una pata de conejo en la barbilla. Entonces se volvió hacia la cocinera y rugió—: Y no soy una pesada.

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