Hermana luz, hermana sombra (21 page)

Repitieron los cánticos veinte y treinta veces, y ella parecía vagar por la alcoba de la sacerdotisa sin moverse, observando los muebles que no había advertido antes: la cama dura con sus dos almohadas; un gran guardarropa de madera grabada con símbolos de la Diosa; una copia del Libro de Luz sobre un atril, con sus letras en relieve que producían extrañas sombras a la luz del atardecer; y un espejo cubierto por un lienzo del color de la sangre seca. Los cuerpos que cantaban debajo de ella pasaron a los setenta y los ochenta, y Jenna se encontró volando sobre ellos, tocando con sus dedos traslúcidos el mismo centro de sus mentes, donde latía el pulso bajo el escudo de piel y hueso. Ante el contacto... que sólo ella parecía notar... Jenna se sintió atraída hacia el interior de cada uno de sus compañeros. Madre Alta era fresca como un pozo, e igualmente oscura. Armina era una explosión de puntos brillantes, como las llamas y brasas de un leño ardiente. Por otro lado, Pynt era como un vendaval que soplaba cálido y luego frío, para volver a ser cálido en vertiginosa sucesión. Carum era... Jenna fue atraída más y más hacia su centro, pasando zonas de sosiego, de inquietud, de un extraño calor abrasador que amenazaba devorarla. Entonces se apartó y volvió a volar por el aire, giró y se enfrentó con su propia persona. De alguna manera eso era lo más extraño de todo, mirarse a sí misma, inconsciente, como un espejo secreto de...

El cántico número cien finalizó y Jenna abrió los ojos, casi sorprendida de volver a hallarse anclada en su propio cuerpo.

—Madre —comenzó con voz apenas audible—, algo extraño acaba de ocurrirme. Me he sentido como... como fuera de mi cuerpo. Flotaba por la habitación en busca de algo o de alguien.

Madre Alta habló lentamente.

—Ah, Jo-an-enna, lo que has sentido es el comienzo de la femineidad, el comienzo de la verdadera unión, aunque aún eres demasiado joven si apenas inicias tu misión. Estas iluminaciones ocurren en la Noche de Hermandad, cuando el alma vaga por un momento, descubre el espejo y se sumerge en la imagen que aguarda. La luz llama a la oscuridad, las dos partes del ser se convierten en un todo. ¿Has hallado el espejo, niña?

—Está... —Jenna miró a su alrededor y vio que, en verdad, el espejo estaba cubierto—. Hay un lienzo sobre él.

—Entonces cómo... qué extraño, mi niña. Extraño que seas tan joven. Que estemos en pleno día. Que el espejo esté oculto. —Bajó el mentón hasta el pecho y, por un momento, pareció dormir. Armina se levantó y abandonó la habitación en silencio.

—¿Cómo fue, Jenna? —susurró Pynt—. ¿Tenías miedo? ¿Era maravilloso?

Jenna se volvió para responder, pero la mano de Carum se posó sobre su brazo.

—La Madre despierta —dijo.

Los ojos opacos de la sacerdotisa estaban abiertos.

—No duermo —les dijo—. Pero sí sueño.

—Armina dice que algunas veces la Madre no está lúcida —susurró Pynt en el oído de Jenna—. ¿Será ésta una de esas veces?

—¡Shhh! —le ordenó Jenna.

—Más lúcida de lo que jamás he estado, querida Pynt —dijo la anciana—. Recuerda que aquel que no puede ver está dotado de una audición superior. Así es la naturaleza.

—Perdóname, Madre —dijo Pynt con la cabeza gacha—. No pretendía...

Madre Alta sacó una mano y restó importancia a la situación con un gesto rápido.

—Ahora todos debemos pensar. ¿Qué es lo que nos ha reunido?

—Hemos regresado, Madre, para decirte que debemos alejar a Carum de aquí —respondió Pynt.

—Temo ser un peligro para la Congregación. Vimos jinetes —comenzó Carum.

—Oh, existe más en el rompecabezas que estas pocas piezas —dijo Madre Alta—. Falta algo. El juego está incompleto. No puedo recordar todas las partes. —Comenzó a murmurar para sí misma—. Hermana luz, hermana sombra, aguja, cuchara, cuchillo, hilo...

Pynt dio un codazo a Jenna.

La anciana alzó la cabeza bruscamente.

—Ven aquí, Pynt, y háblame de ti. No qué es lo que has hecho, porque eso ya lo sé, sino quién eres.

La sacerdotisa le hizo una seña.

De mala gana, con Jenna empujándola, Pynt se acercó a la anciana y se hincó de tal modo que su cabeza quedó al alcance de sus manos de seis dedos.

—Soy Marga, llamada Pynt —comenzó—. Hija de la guerrera Amalda, cuya hermana sombra es Sammor. He escogido el camino de las guerreras y cazadoras. Yo... —Rió cuando la mano de la sacerdotisa se deslizó por su rostro.

—Bien, bien, niña. Mis dedos son mis ojos. Ellos me dicen que tú, Marga, llamada Pynt, tienes el cabello oscuro y rizado y una sonrisa pronta.

—¿Cómo sabe que tengo el cabello oscuro? Los ojos en sus dedos no pueden decirle eso.

—Por la textura de los mechones. El cabello oscuro siempre es más grueso que el rubio. Éste suele ser fino, y el pelirrojo con frecuencia confunde.

—Oh.

La anciana sonrió.

—Además, Armina me dijo que eras morena como una mujer de los Valles Inferiores. Puedo ser vieja, pero mi memoria aún funciona. Cuando estoy lúcida.

Las mejillas de Pynt se ruborizaron y la anciana rió.

—¿Estás avergonzada, niña, o te decepciona que mi magia tenga una explicación tan mundana?

Pynt no respondió.

—No importa. Adelante.

—Tengo una cicatriz en la rodilla derecha por luchar con Jenna cuando teníamos siete años, justo antes de La Elección. Y mis ojos son oscuros.

—Casi violeta —intervino Jenna.

—Y...

—Y tienes una pequeña cicatriz bajo el mentón. ¿Más peleas, Pynt?

—Estaba jugando en la cocina y me caí. Nunca dejaba de sangrar. Al menos eso es lo que me pareció.

—Bien. Eso es todo lo que necesito saber por ahora. ¿Jenna?

Jenna tomó el lugar de Pynt. Al pasar, ésta le guiñó un ojo y susurró:

—Hace cosquillas.

—Yo no tengo cosquillas.

Carum se aclaró la garganta pero no dijo nada.

Los dedos de la sacerdotisa se posaron sobre el rostro de Jenna.

—Habla, niña.

—Soy Jo-an-enna, llamada Jenna, hija de una mujer muerta por un puma y adoptada por Selna, la gran guerrera de la Congregación Selden, y su hermana sombra Marjo. Creo que me han puesto este nombre por ella.

—Crees... ¿no lo sabes?

—Murieron cuando yo no era más que un bebé.

—¿Y entonces quién te adoptó en la Congregación, niña de tres madres?

La voz de Jenna tembló.

—Nadie.

—Nuestra Madre Alta no permitió que nadie más la adoptara. Fue la vergüenza de la Congregación Selden —intervino Pynt—. Mi madre, Amalda, lo hubiese hecho encantada. Pero ocurrió algo horrible cuando murió su madre adoptiva. Algo tan horrible que no se les permitió hablar de ello. Y...

—Ya es suficiente, Pynt —dijo Jenna.

—Déjala que nos cuente —dijo Madre Alta. Pero Pynt se mordió el labio y guardó silencio.

Las manos de la sacerdotisa volvieron a posarse sobre la cabeza de Jenna. La derecha hizo la señal de la Diosa, y entonces el sexto dedo se enredó en su cabello.

—¿Tú también eres morena, Jo-an-enna? Tu cabello no es lo suficientemente fino para ello, y sin embargo Pynt dijo que eras su hermana luz.

—Y yo la llamo Blanca Jenna —observó Carum.

—¿Blanca Jenna? —De pronto la sacerdotisa se paralizó, como escuchando una canción que nadie más podía oír. Finalmente preguntó con suavidad, deteniéndose en cada palabra—: ¿Y... tu... cabello... es... blanco... puro?

—Sí, Madre —respondió Jenna.

Madre Alta esbozó una sonrisa triunfante.

—¡La pieza final del juego! —dijo—. Y si no fuera ciega, lo habría sabido de inmediato.

Entonces comenzó a cantar con una voz que resonó claramente por la habitación.

LA CANCIÓN:

Profecía

La criatura blanca como la nieve,

Se transformará en una alta doncella,

Al buey y al sabueso doblegará,

Al oso y al puma hará inclinar.

Santa, santa, santa.

EL RELATO:

Al terminar la canción y desaparecer también su eco, Jenna se puso de pie.

—Yo no soy la Criatura Blanca. Nuestra Madre Alta dijo que lo era, pero yo lo niego por completo. ¡Miradme! ¡Mirad! —Se volvió hacia sus amigos con voz suplicante—. ¿Tengo el aspecto de alguien de una profecía?

Carum la tomó por el brazo haciéndola sentar a su lado.

—Calla, Jenna —dijo mientras le acariciaba la mano—. Calla. Esto es sólo el capricho de una anciana. Deja que yo me ocupe del asunto. Es tarea de un estudioso. —Se volvió hacia la sacerdotisa—. Ésa es una profecía Garuniana, Madre. La criatura blanca, el doblegamiento del sabueso, el buey y demás. Pero nadie la toma en serio, ningún verdadero estudioso.

Carum sonrió.

—Ah, joven Longbow, ¿y piensas que eres el único estudioso, el único verdadero estudioso de las islas?

Las mejillas de Carum se ruborizaron.

—Por supuesto que no. Pero sin duda no espero encontrar a ninguno aquí.

—¿En este sitio tan atrasado quieres decir? ¿Entre las doncellas guerreras? Pero aunque no lo creas, no todas somos guerreras aquí. —Emitió una risita agradable—. Algunas de nosotras deben cocinar, otras limpiar y otras mantenernos informadas, tal como ocurre entre vosotros en el mundo exterior. Y algunas de nosotras... —se inclinó hacia adelante— somos verdaderas eruditas.

Apoyándose contra el respaldo del sillón, la anciana continuó:

—Quién sabe lo que hubiese hecho yo en tu mundo, Carum, ya que soy hija de un Lord Garun. Sí, yo. Pero mira mis manos, mira profundamente en mis ojos y verás las señales de mi abandono. —Alzó sus manos de seis dedos ante el rostro—. Fui un bebé envuelto en una tela de oro y dejado en un terreno baldío muchos años después de que Alta, la de los cabellos blancos, recorriera las colinas. Sin embargo, las mujeres de la Congregación, para honrarla, recogieron ese fruto rechazado. Fui traída aquí y criada para dirigir. Años después, cuando la estirpe de mi padre hubo llegado a su estéril final, un mensajero recorrió todas las Congregaciones preguntando si, por milagro, una niña ciega con doce dedos había logrado sobrevivir. Pero mi madre adoptiva y mis hermanas no me delataron, ni yo hubiese ido de haber sido consultada. Me había prometido a Alta y con Alta permanezco. —Se detuvo y se posó un dedo en la boca—. Para todos estaba claro que yo era una niña extraña ligada a un destino más extraño que el de morir en una colina. Sin embargo nadie sabía qué papel jugaría. Yo decidí estudiar y sentí curiosidad por el mundo de mi padre. Aprendí respecto a él del mismo modo en que aprendí todo lo demás... con mis oídos, los buenos hijos de la mente. A través de estos oídos, Carum, he aprendido más de lo que jamás aprenderás tú con tus ojos.

—Me disculpo por mi imprudencia, Madre —dijo Carum golpeándose el pecho con el puño.

—Ser imprudente es un privilegio de la juventud —respondo Madre Alta—. Pero también lo es aprender. Piensa, Carum Longbow. Es posible que tú y yo seamos parientes de sangre, pero sin duda lo somos del alma. Buscamos conexiones y eslabones. Como verás, yo conozco la profecía Garuniana.

—Sólo la canción, Madre. Y ha sido muy desautorizada.

Ella rió.

—¿Crees que sólo conozco la canción, niño? No, por cierto. Conozco toda la profecía; sobre la virgen en el invierno, aunque aquí en la Congregación creemos que virgen sólo es una palabra que reemplaza a niña. De ese modo podría ser que la madre de la criatura fuese ella misma una niña. Y también lo que se refiere a las tres madres. Y todo el resto. ¿Tú conoces tan bien la profecía de Alta?

Carum sacudió la cabeza.

—No la conozco toda —dijo—. Hay muchas cosas de Alta que están ocultas para los de fuera.

—Y así deseamos que continúe —respondió ella—. Pero puedo decirte esto: lo que han escrito nuestras profetisas... y nosotras lo creemos completamente... es que habrá una niña blanca como la nieve, negra como la noche... ¿De qué color son tus ojos, Jenna?

—Negros, Madre —respondió ella—. Pero...

—Blanca como la nieve, negra como la noche, roja como la sangre.

—¿Qué hay de rojo en ella? —preguntó Carum.

—¿Debo saberlo todo? El lenguaje de las profecías es el lenguaje de los acertijos, de los enigmas, de los sueños. Su significado no siempre es literal. Con frecuencia alcanzamos la comprensión mucho después de que han ocurrido los eventos. Tal vez el rojo era la sangre del Sabueso. Tal vez sea la primera menstruación de Jenna. Pero al igual que los Garunianos, vemos claramente que ella será la reina por encima de todo y que iniciará un mundo nuevo. La gran tarea que descansa sobre las Madres de cada Congregación es ésta: aguardarla, buscarla, buscar a la criatura blanca, la Anna.

—La Anna —murmuró Carum—. La criatura blanca, la gran diosa blanca.

Asintiendo con la cabeza, Madre Alta continuó:

—Muchos pensaron que yo misma era la Anna, ya que de la noche a la mañana mi cabello se tornó blanco cuando tenía dieciocho años. Y con sólo mirarme se tenía la certeza de que había sido tocado por la mano de Alta. Aguardamos mucho tiempo y nada ocurrió, hasta que finalmente mis hermanas me compadecieron por ser una rareza, una monstruosidad. Sin embargo, yo misma nunca perdí la esperanza de formar parte de la profecía. Si no era la propia Anna, al menos ser su heraldo, su guía, aquella que cantara sus loas. Bendita, bendita, bendita. Y ahora la Anna está aquí.

—No, Madre. No está. No soy yo —exclamó Jenna—. No soy la criatura blanca. Sólo soy Jenna, de la Congregación Selden. Cuando tengo un resfriado, se humedece mi nariz. Cuando tengo hambre, mi estómago hace ruidos. Cuando hay habas en el guisado, emito malos olores. No soy la Anna. Solamente soy una niña.

—Las señales no pueden ser ignoradas, querida —dijo Madre Alta—. Por más que tú quieras hacerlo. Aunque es cierto que ya ha habido antes niñas con tres madres. Y también bebés blancos con el cabello del color de la nieve y ojos como el vino. Pero el Sabueso fue doblegado. Eso no puede olvidarse... el Sabueso fue doblegado.

—No se doblegó, Madre. Murió —dijo Jenna—. Con mi espada en la garganta y el cuchillo de Pynt en el muslo.

—¿Y qué mayor deferencia? —preguntó Madre Alta.

—Bien podría haber dicho que la criatura de cabellos blancos se tornaría pelirroja —dijo Jenna con pesar—. O que una cabra y un caballo se inclinarían ante ella.

—Bien podría —murmuró Pynt.

Madre Alta rió con un sonido bajo y acariciante.

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