»Ambos contrincantes estaban bañados por el sudor y su piel brillaba al sol. El hombre rubio giró bruscamente sobre un pie apartándose para evitar un bastonazo, con el palo golpeó los pies de su contrincante, que cayó al suelo con estrépito. Sonriendo, con unos dientes alineados y blanquísimos, le dio la mano al caído para que se levantase.
»—Siempre me vences, Adalberto —afirmó el muchacho de oscuros cabellos.
»—No, Búlgar, siempre no, hoy ha habido suerte. —La sonrisa iluminó el rostro del llamado Adalberto al pronunciar estas palabras.
»Tocó una campana y cesó la salmodia que provenía de las aulas a ambos lados de la palestra. De ellas salieron, gritando, gran cantidad de adolescentes aún imberbes. Corrían persiguiéndose unos a otros entre las grandes columnas del pórtico, pero no se atrevían a pasar a la arena central, se detenían viendo el entrenamiento de los mayores.
»Detrás de los niños aparecieron Ibbas y un monje de unos cuarenta años con aspecto cansado, ambos se dirigieron hacia mí:
»—Maestro Eterio, a vuestros cuidados encomiendo a mi señor Liuva… —dijo Ibbas con un tono ceremonioso.
»Me sentí avergonzado ante el trato protocolario; sin apreciarlo, él continuó con voz estridente:
»—Es hijo del muy grande rey Recaredo, que Dios Nuestro Señor guarde muchos años. —Ante esas palabras yo bajé la cabeza confuso—. Ha crecido entre siervos pero es portador de un muy alto destino, debéis enseñarle las letras y también convertirle en el gran guerrero que es su padre.
»—Las letras se las enseñaré, sí, pero el arte de la lucha sabéis que lo hará Chindasvinto.
»El monje me observó detenidamente haciéndose cargo de mi aspecto físico. Ibbas continuó:
»—Es un muchacho enclenque y enjuto, no sé si Chindasvinto logrará convertirlo en un verdadero luchador. El rey no quiere trato de favor con su hijo, desea que se le enseñe todo lo necesario; si es preciso tratarle con mano dura, ha de hacerse así.
»Eterio llamó a uno de los chicos y le habló al oído, el muchacho salió corriendo. Al fondo de la palestra, a un lado del pórtico, se abría un pasaje entre las aulas, por allí se iba hacia las caballerizas. Ibbas y Eterio continuaron hablando. Al parecer, Ibbas había estado fuera un tiempo y no conocía las novedades que se habían producido en su ausencia. Le preguntó, entre otros, por el obispo Eufemio. Eterio le dio cumplida cuenta de todo. Esperaban al capitán Chindasvinto. Al cabo de poco tiempo, del hueco de las caballerizas apareció un hombre altísimo, con anchas espaldas y de aire germánico. El cabello de color rubio ceniza se desparramaba sobre los hombros, peinado con trenzas en la parte anterior, la barba de color más oscuro era también rizada. Su aspecto era el de un gran oso, con las piernas arqueadas por el mucho cabalgar; sus pasos eran firmes, haciendo retumbar el suelo. Cuando le vi entrar, un estremecimiento de angustia me recorrió el espinazo. La expresión de su rostro me atemorizó aún más, sus ojos de un color acerado se hundían tras unas cejas espesas, y observaban al interlocutor de una forma dominante y gélida. Los otros dos maestros de la escuela, de espaldas a él, se giraron al notar el ruido de sus pasos.
»Ibbas le tendió la mano:
»—Chindasvinto… ¡Ha llegado quien te anuncié!
»De nuevo el capitán fijó los ojos en mí, con una expresión de desprecio y superioridad.
»—Se llama Liuva, el hijo de nuestro señor el rey Recaredo… Se nos ha confiado para su educación. Nos han dicho que no debe dispensársele ningún trato de favor.
»Chindasvinto me atravesó con una mirada tan dura que hacía daño, aquellos ojos hundidos en las cuencas me amedrentaron. Al percibir mi turbación se agachó y me tomó por los hombros, noté dolor a la altura de las clavículas.
»—No eres fuerte, muchacho, yo te enreciaré.
«Entonces se volvió hacia Ibbas y dijo:
»—Irá al pabellón de los medios, allí se curtirá con Sisenando y Frogga.
»—Es muy pequeño todavía para ir con ese grupo… —protestó Ibbas.
»—No hay lugar en ningún otro lado; además, es mejor que al hijo de rey —dijo con cierta sorna— se le trate como se merece desde un principio.
«Chindasvinto gritó:
»—Sinticio, conduce a Liuva al pabellón de los medios.»
»El que había ido a por Chindasvinto, un chicuelo un tanto mayor que yo, de cabello oscuro, grandes ojos castaños y nariz recta, se acercó a nosotros. Me observó compasivamente, después me condujo por unas escaleras hacia una especie de cripta. Bajamos un piso; allí, en el semisótano, se situaban las habitaciones de los preceptores. Sinticio me explicó que en aquel lugar dormían Chindasvinto, Eterio e Ibbas. Más abajo, en el sótano, se abría un pasillo que se dividía entorno a tres grandes pabellones iluminados por hachones de cera. Eran una especie de dormitorios con catres de paja y madera, alineados a ambos lados de la pared.
»Los alumnos de las escuelas palatinas estaban distribuidos en tres grupos que se alojaban en pabellones independientes: el de los menores o infantes, ocupado por los alumnos más pequeños; el de los medios o mediocres, donde residían los adolescentes, y el de los mayores o primates, ocupado por los que estaban a punto de licenciarse y formaban ya parte del cuerpo de espatarios de la guardia real. Sinticio me condujo al pabellón del medio. Arrastré el saco con mis pertenencias al lugar que Sinticio me indicó.
»—¿Eres nuevo? —me preguntó por hablar algo.
»—Sí.
»—No te veo muy alto para estar aquí con los medios. Ten cuidado, son un poco… bueno, no sé cómo decirlo…, ¿duros? ¿Mal encarados? Mejor estarías con nosotros los pequeños.
»—¿Por qué no hay nadie aquí…? —le pregunté.
»Nuestras voces retumbaban bajo el techo abovedado.
»—Han salido a cabalgar, hoy se instruyen en saltos. Vendrán pronto.
»Sinticio me sonrió. Era la primera vez, desde que había salido de Recópolis, que alguien me trataba con familiaridad, como de igual a igual. Sentí un cierto alivio.
»—¿De dónde eres?
»—Vengo del norte… —comencé a decir, pero ahora he llegado directamente desde Recópolis.
»—Yo soy de Córduba, mi padre es de la orden romana senatorial. Antes no nos dejaban educarnos aquí, ¿sabes? Todos tenían que ser godos como tú. Con el rey Recaredo eso ha cambiado; mi padre ha pagado para que yo asista a las escuelas palatinas. A mí me da igual, pero mi padre considera un gran honor que yo esté aquí. ¿Quién es tu padre?
«Enrojecí al decirle:
»—Mi… mi padre es el rey Recaredo, yo me llamo Liuva…
»Los ojos de Sinticio se abrieron con asombro.
»—¿Eres hijo del rey?
»—Sí, lo soy…
»—Hace días que se corrió el rumor… de que había un hijo de Recaredo de madre innoble que vendría aquí…
»Me turbó la admiración que se despertó en Sinticio al conocer quién era mi padre, al tiempo que me sentía un tanto incómodo al oír decir que mi madre era innoble.
»—¿Cómo es tu padre?
»—Le conozco muy poco… ya te dije que vengo del norte.
»—Yo quisiera ser espatario real, y pertenecer a la guardia. ¿Me ayudarás?
»Me reí ante la rápida confianza que Sinticio mostraba en mí.
»—Yo no tengo influencia en mi padre, quiere que sea recio y no lo soy.
»En el rostro del chico apareció una cierta desilusión.
»—Yo de mi padre lo consigo casi todo —dijo petulante.
»—Pues yo no. Mi padre no me aprecia…
»Se oían ruidos fuera y Sinticio no entendió lo que yo le estaba diciendo.
»—Me voy, como vengan los medios y me pillen en su pabellón me van a cascar…
»—¿Podré verte otra vez? —le pregunté ingenuamente.
»—Sí, aquí nos veremos mucho. Vas a entrenarte con los medios… pero me imagino que las clases de gramática y retórica las darás con nosotros… ¿Nunca has estudiado nada? ¿No es así?
»—Tuve un preceptor en Recópolis, pero no me gustaban las letras.
»—Ya puedes espabilar, Eterio te palmeará en la cabeza al primer error.
»Las voces que habíamos oído antes se acercaban. Como una anguila, Sinticio se deslizó a la estancia que ocupaban los pequeños; temía a los medios.
»Entraron en tromba, unos veinte adolescentes de distintos tamaños y voces. Había algunos que eran casi tan altos como Chindasvinto, pero sus espaldas no se hallaban tan desarrolladas como las del capitán. Otros eran algo mayores que yo pero parecían niños. Se empujaban entre sí y hablaban a gritos. Estaban cansados del adiestramiento y algunos se tiraron a los lechos de golpe. Los que se acostaban más cerca de mí me descubrieron:
»—Mira, es un renacuajo…
»—Renacuajo, ¿qué haces aquí?
»Yo balbuceé.
»—Me ha enviado aquí el capitán Chindasvinto… —Mi voz salió defensiva, aludiendo a aquel a quien pensé tendrían respeto.
»—¡Oh! ¡Ohoo! ¡Ojó…! —se oyó la voz burlona de unos y otros—. Ha sido el capitán Chindasvinto…
«Comenzaron a burlarse de mí.
»—El famoso capitán Chindasvinto… —dijo uno inclinándose.
»—El enorme capitán Chindasvinto… —gritó otro saltando sobre un lecho.
»—No, Frogga, es el noble capitán Chindasvinto.
»Un muchacho alto hizo una reverencia y habló con el tono estridente del adolescente que aún no ha cambiado plenamente la voz:
»—El elegante capitán Chindasvinto…
»Sus ademanes resultaron graciosos. Las risotadas llenaron la estancia, mientras los muchachos rodeaban mi catre. Yo era una novedad para ellos, quienes estaban en esa edad en la que los muchachos tienen la agresividad a flor de piel y tienden a ejercitarla con el más débil.
»—Dinos, ricura, ¿cómo te llamas y cuál es tu estirpe?
»—Soy Liuva, hijo de Recaredo… —dije para defenderme.
»—Ah… —dijo otro con voz burlona—, es hijo del gran Recaredo, de estirpe real, y le han ascendido nada más llegar al grupo de los medios… pero para estar aquí se necesita hacer méritos…
»—Muy bien, vas a estar aquí muy contento… guapo… ¿A que es guapo el chiquitín?
»—Le gustará al muy noble capitán Chindasvinto.
»Me fastidiaba que me dijesen aquello.
»—Sí, es guapo, tan guapo como una nena…
»—¿Eres una nena?
«Entonces todos comenzaron a cantar a la vez:
»—Liuva es una nena… Liuva es una nena…
»—¡Dejadme en paz!
»Cambiaron la letra de la canción, pero siguieron con el mismo soniquete:
»—Hay que dejarle en paz, hay que dejarle en paz.
»Se acercaban cada vez más a mí, yo me encogía en el catre; entonces ellos, tomando la manta de mi cama, la sacudieron. Comenzaron a mantearme. Me estremecí al verme por los aires y comencé a gritar.
»Mi tortura no duró mucho tiempo, porque ante el griterío, entraron en el pabellón de los medios varios muchachos fuertes y mayores. Uno de ellos era Adalberto, el que había estado entrenando con Búlgar aquella tarde en el patio.
»—¿Qué está pasando aquí?
«Contemplé a Adalberto con profunda admiración, como un perro apaleado mira a quien se enfrenta al que le está pegando. De nuevo me pareció la viva imagen de un dios revivido. Bruscamente soltaron la manta y yo caí al suelo, lastimándome ligeramente.
»—No nos dejáis dormir… Sois unos hijos de mala madre… sólo os atrevéis con los más pequeños…
»Prosiguió increpándoles con dureza mientas levantaba sus músculos poderosos doblando el brazo hacia ellos con ademán amenazador.
»—No os atreveríais conmigo, ni con Búlgar…, ¿verdad?
«Uno de los cabecillas, un chico de mediano tamaño y aspecto insolente, pretendió disculparse.
»—Le estamos dando su merecido…
»—¿Merecido? ¿A qué te refieres, Sisenando?
»—Es que es un mentiroso… Dice que le ha enviado aquí Chindasvinto y que es hijo del rey Recaredo.
»Adalberto volvió hacia mí sus hermosos ojos claros.
»—¿Has mentido en eso?
»—No, mi señor —contesté con un temblor en la voz—, soy Liuva, hijo de Recaredo…
»Una voz clara se oyó detrás de Adalberto; era Sinticio.
»—Sí, lo es…
»Los medios lo miraron enfurecidos, agradecí en el alma al pequeño Sinticio esa muestra de valor, había vencido el pavor que le causaban mis compañeros de clase para defenderme. Adalberto le preguntó al niño:
»—¿Le envió aquí Chindasvinto?
»—Sí, lo hizo…
«Entonces Adalberto se giró a los medios y comenzó a gritarles invectivas en un latín barriobajero, lleno de tacos y palabras malsonantes. Después, seguido por Búlgar, se fue. Sinticio se esfumó sin que nadie se diera cuenta.
«Cuando se hubieron marchado, Sisenando se volvió contra mí.
»—Hoy… hoy no, pero pronto, muy pronto, nos las pagarás.
«No se atrevieron a más, cada uno se acostó en su catre. Yo no podía dormir, oía a Sisenando cuchichear con alguien que estaba a su lado, escuché sus risas contenidas, e intuí que se burlaban de mí. Rígido de temor, me revolví en el lecho. Estaba famélico porque hacía tiempo que no había comido y nadie se había acordado de proporcionarme alimento. La estancia se quedó en silencio, un siervo apagó las luces de las antorchas y fuera quedó únicamente la luz de candiles de aceite en la escalera. No podía conciliar el sueño, y a medianoche me levanté a orinar, subí por las escaleras a la palestra y tras una columna hice mis necesidades. Entonces lo vi.
«Chindasvinto abusaba de un chico pequeño.
«Era Sinticio.
«Él lloraba.
«Temblando regresé al pabellón de los medios. Estuve insomne prácticamente toda la noche, insomne y asustado. En un momento dado pude dormir y mi sueño fue intranquilo, veía a Chindasvinto avanzar hacia mí ante la mirada complaciente de Ibbas, Fanto y mi padre. Cuando él se encontraba cerca, grité. Entonces noté dolor, abrí los ojos y me di cuenta de que junto a mí estaba Sisenando, que me había golpeado en la cara.
»—No dejas dormir… Deja ya de hablar en sueños…, ¡necio!
»Las primeras luces de la mañana me sorprendieron aún despierto. Sonó una trompeta y los criados nos levantaron entre protestas; mis compañeros se dirigían corriendo a las escaleras y al llegar arriba varios siervos nos tenían preparada agua para lavarnos. Seguí al grupo como uno más sin preguntar nada. Se dirigieron a la iglesia, donde rezaron unas oraciones y el monje Eterio habló acerca de algo que no entendí. Después avanzamos al refectorio, había leche y pan oscuro con manteca. Comimos con hambre; a lo lejos, en una mesa larga, el pequeño Sinticio gritaba con los demás peleándose por algún chusco de pan. Pensé que lo que había visto en la noche habría sido quizás algún sueño. Más al fondo, busqué con la mirada a Adalberto, que se sentaba con otros chicos mayores. Hablaban animadamente discutiendo con seriedad algún tema que les preocupaba. Oí algo del rey franco Gontram y de las campañas contra Neustria, intuí que hablaban de política. La conversación era muy viva y de vez en cuando se oían risas estentóreas, los unos insultándose a los otros, desternillándose divertidos por alguna ocurrencia.