Authors: Homero
Cantaré a Zeus, el mejor y más grande de los dioses, largovidente, poderoso y perfecto; que tiene frecuentes coloquios con Temis, sentada a su lado e inclinada hacia él.
Senos propicio, largovidente Cronida, gloriosísimo, máximo.
Oh Hestía, que en la divinal Pilos proteges la sagrada mansión del soberano Apolo, el que hiere de lejos; de tus trenzas fluye siempre húmedo aceite. Ven a esta casa, ven con ánimo benévolo en compañía del próvido Zeus, y al mismo tiempo da gracia a mi canto.
Voy a comenzar por las Musas, Apolo y Zeus. Pues gracias a las Musas y al flechador Apolo existen en la tierra aedos y citaristas, pero los reyes proceden de Zeus. Dichoso aquel a quien las Musas aman: de su boca fluye suavemente la palabra.
Salud, oh hijas de Zeus, honrad mi canto; y yo me acordaré de vosotras y de otro canto.
Empiezo cantando al bullicioso Dióniso, coronado de hiedra, hijo preclaro de Zeus y de la gloriosa Semele, a quien criaron las ninfas de hermosas trenzas, después de recibirlo en su seno de manos del soberano padre, en los valles de Nisa; y por la voluntad de su padre creció en una perfumada cueva, figurando en el número de los inmortales. Criado por las diosas el que tenía de ser objeto de tantos himnos, solía frecuentar los selvosos vericuetos, coronado de hiedra y de laurel; las ninfas le seguían y él las guiaba; y el estrépito llenaba la inmensa selva.
Y así, salve, ¡oh Dióniso, el de los muchos racimos! Concédenos que podamos llegar nuevamente y con alegría a estas horas; y, partiendo de estas horas, a muchos años.
Canto a Ártemis, la del arco de oro, tumultuosa, virgen veneranda, que hiere a los ciervos, que se huelga con las flechas, hermana germana de Apolo, el de la espada de oro; la cual, deleitándose en la caza por los umbríos montes y las ventosas cumbres, tiende su arco, todo él de oro, y arroja dolorosas flechas; y tiemblan las cumbres de las altas montañas, resuena horriblemente la umbría selva con el bramido de las fieras y se agitan la tierra y el mar abundante en peces; y ella, con corazón esforzado, va y viene por todas partes destruyendo la progenie de las fieras. Mas cuando la que acecha las fieras y se complace en las flechas se ha deleitado, regocijando su mente, desarma su arco y se va a la gran casa de su querido hermano Febo Apolo, al rico pueblo de Delfos, para disponer el coro hermoso de las Musas y de las Gracias. Allí, después de colgar el flexible arco y las flechas, se pone al frente de los coros y los guía, llevando el cuerpo graciosamente adornado; y aquéllas, emitiendo su voz divina, cantan a Leto, la de hermosos tobillos, y cómo parió hijos que tanto superan a los demás inmortales por su inteligencia y por sus obras.
Salud, hijos de Zeus y de Leto, de hermosa cabellera; mas ya me acordaré de vosotros y de otro canto.
Comienzo cantando a Palas Atenea, deidad gloriosa, de ojos de lechuza, sapientísima, de corazón implacable, virgen veneranda, protectora de ciudades, robusta, Tritogenia, a quien el próvido Zeus engendró por sí solo en su augusta cabeza, dándola a luz revestida de armas guerreras, áureas, resplandecientes: un sentimiento de admiración se apoderó de todos los inmortales que lo contemplaron. Delante de Zeus, que lleva la égida, saltó aquélla impetuosamente desde la cabeza inmortal, blandiendo el agudo dardo; y el vasto Olimpo se estremeció terriblemente por la fuerza de la de ojos de lechuza, la tierra resonó horrendamente a su alrededor, y el ponto se conmovió revolviendo sus olas purpúreas. Pero de repente se calmó el agua salobre y el preclaro hijo de Hiperión detuvo largo tiempo los corceles de pies ligeros, hasta que la virgen Palas Atenea se hubo quitado de sus hombros inmortales las divinas armas; y alegróse el próvido Zeus.
Y así, salve, hija de Zeus que lleva la égida; mas yo me acordaré de ti y de otro canto.
Oh Hestía, tú en las excelsas mansiones de los dioses inmortales y de los hombres que andan por la tierra alcanzaste una morada eterna, honor antiguo. Tienes esta hermosa recompensa y honor, pues sin ti no hay banquetes para los mortales; que en ninguno deja de comenzarse libando el vino dulce como la miel a Hestía en primero y último lugar. Y también tú, Argifontes, hijo de Zeus y de Maya, mensajero de los bienaventurados, que llevas la varita de oro, dador de bienes, pues ambos habitáis bellas mansiones que a los dos os son gratas
* * *
séme propicio y socórreme con la veneranda y amada Hestía: ambos conocéis las bellas acciones de los hombres terrestres y sois los compañeros de la inteligencia y de la juventud.
Salve, hija de Cronos, tú y Hermes, el de la varita de oro; mas yo me acordaré de vosotros y de otro canto.
Cantaré a la Tierra, madre de todas las cosas, bien cimentada, antiquísima, que nutre sobre la tierra todos los seres que existen: cuantos seres se mueven en la tierra divina o en el mar y cuantos vuelan, todos se nutren de tus riquezas. De ti proceden los hombres que tienen muchos hijos y abundantes frutos, oh venerable; a ti te corresponde dar y quitar la vida a los mortales hombres. Feliz aquel a quien tú honras, benévola, en tu corazón, pues todo lo tiene en gran abundancia. Para hombres tales la fértil tierra se carga de frutos, en el campo abunda el ganado, y la casa se les llena de bienes; ellos reinan, con leyes justas, en ciudades de hermosas mujeres, y una gran felicidad y riqueza los acompaña; sus hijos se vanaglorian con pueril alegría; las doncellas juegan y saltan, con ánimo alegre y en coros florecientes, sobre las blandas flores de la hierba. Tales son los que tú honras, veneranda, pródiga diosa.
Salve, madre de los dioses, esposa del estrellado Cielo. Dame, benévola, por este canto una vida que sea grata a mi ánimo; mas yo me acordaré de ti y de otro canto.
Comienza, oh musa Calíope, hija de Zeus, a celebrar de nuevo al resplandeciente Sol, a quien Eurifaesa, de ojos de novilla, dio a luz para el hijo de la Tierra y del estrellado Cielo. Casó, pues, Hiperión con la gloriosa Eurifaesa, su hermana germana, la cual le dio hermosos hijos: la Aurora, de rosados brazos, la Luna, de lindas trenzas, y el infatigable Sol, parecido a los inmortales. Éste, subido en su carro, alumbra a los mortales y a los inmortales dioses y echa terribles miradas con sus ojos desde el interior del áureo casco; salen de él rayos relucientes que brillan espléndidamente; debajo de sus sienes, las mejillas centelleantes del casco encierran su faz gloriosa que resplandece de lejos; en torno de su cuerpo reluce, al soplo del viento, la hermosa y finamente labrada vestidura y, debajo, los corceles; y por la tarde detiene el carro de áureo yugo y los caballos, y los envía al Océano a través del cielo.
Salve, oh rey; dame, benévolo, una vida que sea grata a mi ánimo; y, habiendo empezado por ti, celebraré el linaje de los hombres semidioses, de voz articulada, cuyas obras mostraron los númenes a los hombres.
¡Oh Musas de suave voz, hijas de Zeus Cronida, hábiles en el canto! Enseñadme a cantar la Luna, de abiertas alas, cuyo resplandor sale de su cabeza inmortal, aparece en el cielo y envuelve la tierra, donde todo surge muy adornado por su resplandor fulgurante. El aire oscuro brilla junto a la áurea corona y los rayos resplandecen en el aire cuando la divina Luna, después de lavar su hermoso cuerpo en el Océano, se viste con vestiduras que relumbran de lejos, unce los resplandecientes caballos de enhiesta cerviz y acelera el paso de tales corceles de hermosas crines, por la noche, a mediados del mes, cuando el gran disco está en su plenitud y los rayos de la creciente Luna se hacen brillantísimos en el cielo; indicio y señal para los mortales. En otro tiempo el Cronida unióse con ella en amor y cama; y, habiendo ella quedado encinta, dio a luz la doncella Pandía, que descollaba por su belleza entre los inmortales dioses.
Salve, reina, diosa de níveos brazos, divina Luna, benévola, de hermosas trenzas; habiendo empezado por ti, cantaré las glorias de los varones semidioses, cuyas hazañas celebran con su boca amable los aedos servidores de las Musas.
Habladme, oh Musas de ojos vivos, de los Dioscuros Tindáridas, hijos preclaros de Leda, la de hermosos tobillos —Cástor, domador de caballos, y el irreprensible Polideuces—, a los cuales aquélla, habiéndose unido amorosamente con el Cronión, el de las sombrías nubes, dio a luz bajo la cumbre del gran monte Taigeto para que fueran salvadores de los hombres terrestres y de las naves de curso rápido cuando las tempestades invernales arrecian en el implacable ponto. Entonces, los que navegan invocan suplicantes a los hijos del gran Zeus y, subiendo a la parte más alta de la popa, les ofrecen blancos corderos. Y cuando ya el fuerte viento y las olas del mar empiezan a sumergir la nave, aparecen repentinamente los Dioscuros, lanzándose a través del éter con sus alas doradas, y enseguida calman los torbellinos de los terribles vientos y allanan las olas en el piélago del blanco mar, hermosas señales de su trabajo en favor de los marineros; quienes, al notarlo, se alegran y ponen fin a su penosa labor.
Salud, Tindáridas, cabalgadores de rápidos corceles; mas yo me acordaré de vosotros y de otro canto.
[1]
Véase la introducción a la
Ilíada
de esta colección, p. 21. A él se ha atribuido el himno homérico a Apolo, en alguna ocasión: véase W. Burkert, «Kynaithos, Polycrates and the homeric hymn to Apollo»,
Arkturos. Hellenic Studies presented to B. W. Knox,
Berlín 1979, pp. 53-62.
[2]
W. Burkert, «Das Lied von Ares und Aphrodite»,
Rheinisches Museum
103, 1960, pp. 130-144; R. di Donato, «Problemi di tecnica formulare a poesia orale nell'epica greca arcaica»,
Ann. Scuola Norm. Superiore di Pisa
38, 1969, pp. 277 ss.
[3]
Una historia de la cuestión en la tesis doctoral de A. Esteban Santos,
El himno homérico a Apolo,
publicada por el servicio de reprografía de la Univ. Complut. de Madrid, 1980.
[4]
parthenos,
el sustantivo que designa a una doncella, se ha defendido que era en su origen una denominación funcional, aplicada a quien tiene a su cargo el cuidado del hogar familiar, esto es, la hija de la casa antes de su matrimonio (cf. L. Deroy, «Le culte du foyer dans la Gréce mycénienne»,
Revue d'Histoire des Religions,
1950, pp. 26-43). Hestia, que significa el hogar, rechaza, pues, por esto mismo el amor. Ártemis, en cambio, lo rechaza igualmente, pero en razón de su modo de ser agreste, diosa que se agrada de las montañas (cf. M. Gr. Bonanno, «Sapph. fr. 44 A(a), 5ss. Voigt», Mus. Criticum 13-14, 1978-79, pp. 91-97). Atenea, que no conoce varón, es, ello no obstante, madre (cf. C. Miralles, «El singular nacimiento de Erictonio»,
Emérita
50, 1982, pp. 263-278).
[5]
Se vea al respecto sobre todo la introducción general de F. Cássola a su edición de los himnos
(Inni omerici,
Milán 1975).
[6]
Entiende, en cambio, que tal comparación es problemática V. Casadio, «Hom. Hymn. XXV (Mus.)»,
Museum Criticum
13-14, 1978-1979, p. 26, n. 9.
[7]
A. Gemoll pensaba
(Die homerischen Hymnen,
Leipzig 1886, p. 346 ss.) que en Hesíodo procedían del himno. Por lo genera! se piensa que al revés.
[8]
Los criterios más ponderados para la detección de imitaciones en la poesía hexamétrica antigua están, creo, en R. Janko,
Homer, Hesiod and the Hymns,
Cambridge 1982, pp. 225-228. A pesar de la posible discusión de cada uno y de algunos principios en que se basan, este lugar puede ser un buen punto de partida para repensar las dificultades que son del caso
[9]
Los filologos helenísticos que editaron la
Ilíada
y la
Odisea,
por lo general escogían entre las variantes de un mismo pasaje que les habían llegado; en los manuscritos de origen rapsódico, en cambio, las variantes se ponían las unas a continuación de las otras: el rapsodo sabía a qué atenerse. De todas formas, tampoco puede establecerse una distinción tan tajante. Se declara a favor de un manuscrito rapsódico de los himnos homéricos F. Cássola (introd. a la edición cit., p. 1XV); Allen y Halliday (también en su edición: p. 1XVII ss.) entendían que la colección que nos ha llegado procedía de un manuscrito de himnos de Homero en circulación en el tardohelenismo. Está claro que la síloge que reúne los himnos homéricos, los órficos y los de Calímaco y Proclo, es de origen reciente, u obra de Proclo mismo o de los eruditos bizantinos a partir del siglo IX.
[10]
Se vea al respecto F. R. Adrados,
Orígenes de la lírica griega,
Madrid 1976, pp. 65 y 113 ss.
[11]
U. von Wilamowitz-Moellendorf,
Die Ilias und Homer,
Berlín 1916, pp. 450 ss.
[12]
B. Gentili, «Preistoria e formazione dell'esametro»,
Quad. Urbinati di Cultura Classica
26, 1977, pp. 7 ss.
[13]
Las analogías del proemio de la
Teogonia
(w. 1-104) con los himnos homéricos se han señalado desde Wolf. Véase al respecto Wilamowitz, ob. cit., pp. 463 ss.
[14]
Sobre la posible reconstrucción del culto eleusinio y la relación de éste con el himno homérico II, cf. N. J. Richardson,
The homeric hymn to Demeter,
Oxford 1974, pp. 20 ss.
[15]
A. Hoekstra,
The sub-epic stage of the formulate tradition,
Amsterdam y Londres 1969, p. 5.
[16]
Se vea, en definitiva, R. Janko, ob. cit., p. 200.
[17]
Remito aquí a la anterior nota 8. A pesar de las diferencias entre las realizaciones concretas de la poesía hexamétrica griega, es innegable que existe una tradición común, expresada en fórmulas, escenas típicas, temas y sentidos compartidos.