Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (13 page)

Cata Francia, Montesinos;

cata París, la ciudad;

cata las aguas del Duero

do van a dar en la mar.

Yo digo que mire las tierras ricas y sabeos bien gobernar luego».

Cortés bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas, y respondió: «Denos Dios ventura en armas, como al paladín Roldán, que en lo demás, teniendo a vuesa merced y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender». Y deiémoslo Y no pasemos de aquí. Y esto es lo que pasó, y Cortés no 'entró en el río de Alvarado, como lo dice Gomara.

Capítulo XXXVII: Cómo Doña Marina era cacica, e hija de grandes señores, y señora de pueblos y vasallos, y de la manera que fue traída a Tabasco

Antes que más meta la mano en lo del gran Montezuma y su gran Méjico y mejicanos, quiero decir lo de doña Marina: como desde su niñez fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos; y es desta manera: Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Paynala, y tenía otros pueblos sujetos a él obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hobieron un hijo, y, según paresció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de dalle el cacicazgo después de sus días, y por que en ello no hobiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya, y publicaron que era la heredera; por manera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés. Y conoscí a su madre y a su hermano de madre, hijo de la vieja, que era ya hombre y mandaba juntamente con la madre a su pueblo, porquel marido postrero de la vieja ya era fallescido. Y después de vueltos cristianos se llamó la vieja Marta y el hijo Lázaro, y esto sélo muy bien, porque en el año de mill e quinientos. y veinte y tres años, después de conquistado Méjico y otras provincias y se había alzado Cristóbal de Olí en las Higueras, fue Cortés allí y pasé por Guazacualco. Fuimos con él aquel viaje toda la mayor parte de los vecinos de aquella villa, como diré en su tiempo y lugar; y como doña Marina en todas las guerras de la Nueva España y Tascala y Méjico fue tan ecelente mujer y de buena lengua, como adelante diré, a esta causa la traía siempre Cortés consigo. Y en aquella sazón y viaje se casó con ella un hidalgo que se decía Juan Jaramillo, en un pueblo que se decía Orizaba, delante ciertos testigos, que uno dellos se decía Aranda, vecino que fue de Tabasco, y aquél contaba el casamiento y no como lo dice el coronista Gomara. Y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba asolutamente entre los indios en toda la Nueva España. Y estando Cortés en la villa de Guazacualco, envió a llamar a todos los caciques de aquella provincia para hacerles un parlamento acerca de la santa dotrina, y sobre su buen tratamiento, y entonces vino la madre de doña Marina y su hermano de madre, Lázaro, con otros caciques. Días había que me habla dicho la doña Marina que era de aquella provincia y señora de vasallos, y bien lo sabia el capitán Cortés y Aguilar, la lengua. Por manera que vino la madre e su hijo y el hermano, y se conoscieron, que claramente era su hija, porque se le parescía mucho. Tuvieron miedo della, que creyeron que los enviaba hallar para matallos, y lloraban. Y como ansí los vio llorar la doña Marina, les consoló y dijo que no hobiesen miedo, que cuando la traspusieron con los de Xicalango que no supieron lo que hacían, y se lo perdonaba, y les dio muchas joyas de oro y ropa, y que se volviesen a su pueblo; y que Dios la había hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos agora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Joan Jaramillo; que aunque la hicieran cacica de todas cuantas provincias había en la Nueva España, no lo sería, que en más tenía servir a su marido e a Cortés que cuanto en el mundo hay. Y todo esto que digo sólo yo muy certificadamente
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, y esto me paresce que quiere remedar lo que le acaesció con sus hermanos en Egito a Josef, que vinieron en su poder cuando lo del trigo. Esto es lo que pasó, y no la relación que dieron al Gomara, y también dice otras cosas que dejo por alto. E volviendo a nuestra materia, doña Marina sabía la lengua de Guazacualco, que es la propia de Méjico, y sabía la de Tabasco, como Jerónimo Aguilar sabia la de Yucatán y Tabasco, que es toda una. Entendíanse bien, y el Aguilar lo declaraba en castilla a Cortés; fue gran principio para nuestra conquista, y ansí se nos hacían todas las cosas, loado sea Dios, prósperamente. He querido declarar esto porque sin ir doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y Méjico. Donde lo dejaré y volveré a decir cómo nos desembarcamos en el puerto de San Juan de Ulúa.

Capítulo XXXVIII: Cómo llegamos con todos los navíos a San Juan de Ulúa, y lo que allí pasamos

En Jueves Santo de la Cena de mill e quinientos y diez y nueve años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa, y como el piloto Alaminos lo sabía muy bien desde cuando vinimos con Joan de Grijalba, luego mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del Norte, y pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas. Y dende obra de media hora que hobimos surgido vinieron dos canoas muy grandes, que en aquellas partes a las canoas grandes llaman piraguas, y en ellas vinieron muchos indios mejicanos, y como vieron los estandartes y el navío grande, conoscieron que allí habían de ir a hablar al capitán. Y fuéronse derechos al navío, y entran dentro y preguntan cuál era el tatuan, que en su lengua dicen el señor, y doña Marina, que bien lo entendió, porque sabía muy bien la lengua, se le mostró a Cortés, y los indios hicieron mucho acato a Cortés a su usanza, y le dijeron que fuese bien venido, e que un criado del gran Montezuma, su señor, les enviaba a saber qué hombres éramos e qué buscábamos, e que si algo hobiésemos menester para nosotros y los navíos, que se lo dijésemos, que traerán recaudo para ello. Y Cortés respondió con las dos lenguas, Aguilar y dolía Marina, que se lo tenía en merced, y luego les mandó dar de comer y beber vino, y unas cuentas azules; y desde hobieron bebido les dijo que veníamos para vellos y contratar, y que no se les haría enojo ninguno, e que hobiesen por buena nuestra llegada aquella tierra. Y los mensajeros se volvieron muy contentos. Y otro día, que fue Viernes Santo de la Cruz, desembarcamos ansí caballos como artillería en unos montones e médanos de arena que allí hay altos, que no había tierra llana, sino todos arenales, y asestaron los tiros como mejor le pareció al artillero, que se decía Mesa, y hecimos un altar, adonde se dijo luego misa; e hicieron chozas y ramadas para Cortés y para los capitanes, y entre trescientos soldados acarreábamos madera, e hecimos nuestras chozas, y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros, y en esto se pasó aquel Viernes Santo. Y otro día, sábado víspera de Pascua de la Santa Resurrección, vinieron muchos indios que envió un principal que era gobernador de Montezuma, que se decía Pitalpitoque, que después le llamamos Obandillo, y trujeron hachas y adobaron las chozas del capitán Cortés y los ranchos que más cerca hallaron, y les pusieron mantas grandes encima por amor del sol, que era Cuaresma e hacía muy gran calor, y trujeron gallinas y pan de maíz y cirgüelas, que era tiempo dellas, y paréscerne que entonces trujeron unas joyas de oro, y todo lo presentaron a Cortés e dijeron que otro día había de venir un gobernador a traer más bastimento. Cortés se lo agradesció mucho y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que fueron muy contentos. Y otro día, Pascua Santa de Resurrección, vino el gobernador que habían dicho, que se decía Tendile, hombre de negocios, e trujo con él a Pitalpitoque. que también era persona entrellos principal, y traían detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres, y a éstos que lo traían mandó Tendile que se apartasen un poco a un cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias a Cortés a su usanza
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, y después a todos los soldados que más cercanos nos hallamos. Y Cortés les dijo con las lenguas que fuesen bien venidos, y les abrazó y les dijo que esperasen, y que luego les hablaría. Y entre tanto mandó hacer un altar, lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer, y dijo misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, que era gran cantor, y la beneficiaba el padre Joan Díaz
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, y estuvieron a la misa los dos gobernadores y otros principales de los que traían en su compañía. y oído misa comió Cortés y ciertos capitanes y los dos indios criados del gran Montezuma, y alzadas las mesas, se apartaron Cortés con las dos lenguas y con aquellos caciques, y les dijo cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo, que se dice el emperador don Carlos, e que tiene por vasallos y criados a muchos grandes señores, e que por su mandado venimos a aquestas tierras, porque ha muchos años que tiene noticia dellos y del gran señor que les manda, y que le quiere tener por amigo y decille muchas cosas en su real nombre; y desque las sepa y haya entendido, se holgará; y también para contratar con él e sus indios e vasallos de buena amistad; y que querría saber dónde manda su merced que se vean. Y el Tendile respondió algo soberbio, y dijo: «Aun agora has llegado e ya le quieres hablar; recibe agora este presente que te damos en nombre de nuestro señor, y después me dirás lo que te cumpliere». Y luego sacó de una petaca, que es como caja, muchas piezas de oro y le buenas labores e ricas, y mandó traer diez cargas de ropa blanca de algodón y de pluma, cosas muy de ver, y otras cosas que ya no me acuerdo, y mucha comida, que eran gallinas, fruta y pescado asado. Cortés les recibió riendo con buena gracia, y les dio cuentas torcidas y otras cuentezuelas de las de Castilla, y les rogó que mandasen en sus pueblos que viniesen a contratar con nosotros, porque él traía muchas cuentas a trocar por oro; y dijeron que ansí lo mandarían. Y según después supimos , estos Tendile y Pitalpitoque eran gobernadores de unas provincias que se dicen Cotustan e Tustepeque e Guazpitepeque y Tataltelco, y de otros pueblos que nuevamente tenían sojuzgados. Y luego Cortés mandó traer una silla de cadera con entalladuras de taracea y unas piedras margaritas, que tienen dentro de sí muchas labores, y envueltas en unos algodones que tenían almizcle por que oliesen bien, e un sartal de diamantes torcidos, y una gorra de carmesí con una medalla de oro de San Jorge como que estaba a caballo con su lanza, que mata un dragón, y dijo a Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el señor Montezuma, que ya sabíamos que ansí se llamaba, para cuando le vaya a ver y hablar, y que aquella gorra que la ponga en la cabeza, e que aquella piedra y todo lo demás le manda dar el rey nuestro señor en señal de amistad, porque sabe que es gran señor, e que mande señalar para qué día y en qué parte quiere que le vaya a ver. Y el Tendile lo rescibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran señor que holgara de conoscer a nuestro gran rey, y que lo llevará presto aquel presente y traerá respuesta. Y paresce ser el Tendile traía consigo grandes pintores, que los hay tales en Méjico, y mandó pintar al natural la cara y rostro e cuerpo y faiciones de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas y caballos, y a doña Marina e Aguilar, y hasta dos lebreles, e tiros y pelotas, y todo el ejército que traíamos, y lo llevó a su señor. Y luego mandó Cortés a los artilleros que tuviesen muy bien cebadas las lombardas, con buen golpe de pólvora, para que hiciese gran trueno cuando lo soltasen. Y mandó a Pedro de Alvarado quél y todos los de a caballo se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles, y también Cortés cabalgó y dijo: «Si en estos médanos de arena pudiéramos correr, bueno fuera; mas ya verán que a pie atollamos en el arena; salgamos a la playa desque sea menguante y correremos de dos en dos». E al Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo; todo lo cual se hizo delante de aquellos dos embajadores, y para que viesen salir los tiros hizo Cortés que los quería tornar a hablar con otros muchos principales, y ponen fuego las lombardas. Y en aquella sazón hacia calma, y van las piedras por los montes retumbando con gran ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y todo lo mandaron pintar a sus pintores para que su señor Montezuma lo viese. Y paresce ser que un soldado tenía un casco medio dorado, y aunque mohoso; e viole Tendile, que era más entremetido indio quel otro, y dijo que le quería ver, que parescía a uno que ellos tenían que les habían dejado sus antepasados e linaje donde venían, lo cual tenían puesto a sus dioses huychilobos, e que su señor Montezuma se holgaría de lo ver. Y luego se lo dieron, y les dijo Cortés que por que quería saber si el oro desta tierra es como lo que sacan en la nuestra de los ríos, que le envíen aquel casco lleno de granos de oro para enviarlo a nuestro gran emperador. Y después de todo esto el Tendile se despidió de Cortés y de todos nosotros, y después de muchos ofrescimientos que le hizo Cortés se despidió dél y dijo quél volvería con la respuesta con toda brevedad. E ya ido Tendile, alcanzamos a saber que, después de ser indio de grandes negocios, fue el más suelto peón que su amo Montezuma tenía. El cual fue en posta y dio relación de todo a su señor, y le mostró todo el debujo que llevó pintado y el presente que le envió Cortés; e diz que el gran Montezuma, desque lo vio, quedó admirado y rescibió por otra parte mucho contento, y desque vio el casco y el que tenía su huychilobos tuvo por cierto que éramos de los que le habían dicho sus antepasados que vernían a señorear aquella tierra.

Aquí es donde dice el coronista Gomara muchas cosas que no le dieron buena relación. Y dejallo he, e diré lo que más acaesció.

Capítulo XXXIX: Cómo fue Tendile a hablar a su señor Montezuma y llevar el presente, y lo que se hizo en nuestro real

Desque fue Tendile con el presente que el capitán Cortés le dio para su señor Montezuma e había quedado en nuestro real el otro gobernador, que se decía Pitalpitoque, quedó en unas chozas apartadas de nosotros, y allí trujeron indias para que hiciesen pan de su maíz, y gallinas y fruta y pescado, y de aquello proveían a Cortés y a los capitanes que comían con él, que a nosotros los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar, no lo teníamos. Y en aquella sazón vinieron muchos indios de los pueblos por mí nombrados, donde eran gobernadores aquellos criados del gran Montezuma, y traían algunos dellos oro y joyas de poco valor y gallinas a trocar por nuestros rescates, que eran cuentas verdes y diamantes y otras joyas, y con aquello nos sustentábamos, porque comúnmente todos los soldados traíamos rescate, como teníamos aviso cuando lo de Grijalba que era bueno traer cuentas. Y en esto se pasaron seis o siete días. Y estado en esto vino Tendile una mañana con más de cien indios cargados; y venía con ellos un gran cacique mejicano, y en el rostro y faiciones y cuerpo se parescía al capitán Cortés, y adrede le envió el gran Montezuma, porque, según dijeron, que cuando a Cortés te llevó Tendile dibujado su misma figura, todos los principales questaban con Montezuma dijeron que un principal que se decía Quintalbor se le parescía a lo propio a Cortés, que ansí se llamaba aquel gran cacique que venia con Tendile, y como parescía a Cortés, ansí le llamábamos en el real Cortés, acá; Cortés, acullá. Volvamos a su venida y lo que hicieron. Que en llegando donde nuestro capitán estaba, besó la tierra, y con braseros que traían de barro, y en ellos de su encensio, le sahumaron, y a todos los demás soldados que allí cerca nos hallamos. Y Cortés les mostró amor, y asentólos cabe sí. E aquel principal que venía con aquel presente traía cargo de hablar juntamente con el Tendile; ya he dicho que se decía Quintalbor, y después de haber dado el para bien venido a aquella tierra y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar el presente que traían, y encima de las esteras que llaman petates tendidas otras mantas de algodón encima dellas, y lo primero que dio fue una rueda de hechura de sol de oro muy fino, que sería tamaña como una rueda de carreta, con muchas maneras de pinturas, gran obra de mirar, que valía, a lo que después dijeron que la habían pesado, sobre diez mil pesos, y otra mayor rueda de plata, figurada la luna, y con muchos resplandores y otras figuras en ella, y ésta era de gran peso, que valía mucho, y trujo el casco lleno de oro en granos chicos, como le sacan de las minas, que valía tres mill pesos. Aquel oro del casco tuvimos en más, por saber cierto que había buenas minas, que si trujeran veinte mill pesos; más trajo veinte ánades de oro, muy prima labor y muy al natural, e unos como perros de los que entrellos tienen, y muchas piezas de oro de tigres y leones y monos, y diez collares hechos de una hechura muy prima, e otros pinjantes, y doce flechas y un arco con su cuerda, y dos varas como de justicia de lagor de cinco palmos, y todo esto que he dicho de oro muy fino y de obra vaciadiza. Y luego mandó traer penachos de oro y de ricas plumas verdes e otras de plata, y aventadores de lo mismo; pues venados de oro, sacados de vaciadizos, e fueron tantas cosas que como ha ya tantos años que pasé no me acuerdo de todo. Y luego mandó traer allí sobre treinta cargas de ropa de algodón, tan prima y de muchos géneros, de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantas no quiero en ello meter más la pluma porque no lo sabré escrebir. Y desque lo hobo dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor, y el Tendile, a Cortés que resciba aquello con la gran voluntad que su señor se lo envía, e que lo reparta con los teules e hombres que consigo trae. Y Cortés con alegría lo rescibió. Y dijeron a Cortés aquellos embajadores que le querían hablar lo que su señor le envía a decir, y lo primero que le dijeron que se ha holgado que hombres tan esforzados vengan a su tierra, como le han dicho que somos, porque sabía lo de Tabasco, y que deseara mucho ver a nuestro gran emperador, pues tan gran señor es, pues de tan lejos tierras como venimos tiene noticias dél, e que le enviará un presente de piedras ricas, e que entre tanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede servir que lo hará de buena voluntad; e cuanto a las vistas, que no curasen dellas, que no había para qué, poniendo muchos inconvenientes. Cortés les tornó a dar las gracias con buen semblante por ello, y con muchos halagos y ofrescimientos dio a cada gobernador dos camisas de Holanda, y diamantes azules y otras cosillas, y les rogó que volviesen por su embajador a Méjico a decir a su señor, el gran Montezuma, que pues habíamos pasado tantas mares y veníamos de tan lejos tierras solamente por le ver y hablar de su persona a la suya, que si ansí se volviese que no le rescibiría de buena manera nuestro gran rey y señor, e que adonde quiera que estuviera le quiere ir a ver y hacer lo que mandare. Y los gobernadores dijeron que ellos irían y se lo dirían, mas que las vistas que dice, que entienden que son por demás. Y envió Cortés con aquellos mensajeros a Montezuma de la pobreza que traíamos, que era una copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada con muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y tres camisas de Holanda, y otras cosas, y les encomendó la respuesta. Y fuéronse estos dos gobernadores, y quedó en el real Pitalpitoque, que paresce ser le dieron cargo los demás criados de Montezuma para que trujese la comida de los pueblos más cercanos. Y dejallo he aquí, y diré lo que en nuestro real pasó.

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