Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (8 page)

Capítulo XX: Cómo Cortés se apercibió en las cosas que convenían se despachar con el armada

Pues como ya fue elegido Hernando Cortés por general, de la manera que dicho tengo, comenzó a buscar todo género de armas, ansí escopetas, pólvora y ballestas, y todos cuantos pertrechos de armas pudo haber, y buscar de rescate, y también otras cosas pertenescientes a aquel viaje, y, demás desto, se comenzó de pulir y ataviar su persona mucho más que de antes, y se puso su penacho de plumas, con su medalla y una cadena de oro, y una ropa de terciopelo, sembradas por ellas unas lazadas de oro, y, en fin, como un bravoso y esforzado capitán. Pues para hacer aquestos gastos que he dicho no tenía de qué, porque en aquella sazón estaba muy adeudado y pobre, puesto que tenia buenos indios de encomienda y sacaba oro de las minas; mas todo lo gastaba en su persona y en atavíos de su mujer, que era recién casado, y en algunos forasteros huéspedes que se le allegaban, porque era de buena conversación y apacible, y había sido dos veces alcalde de la villa de San Joan de Baracoa, donde era vecino, porque en aquestas tierras se tiene por mucha honra a quien hacen alcalde. Y como unos mercaderes amigos suyos, que se decían Jaime Tría y Jerónimo Tría e un Pedro de Jerez, le vieron con aquel cargo de capitán general, le prestaron cuatro mill pesos de oro y le dieron fiados otros cuatro mill en mercaderías sobre sus indios y hacienda y fianzas. Y luego mandó hacer dos estandartes y banderas labrados de oro con las armas reales e una cruz de cada parte con un letrero que decía: «Hermanos y compañeros: sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos». Y luego mandó dar pregones y tocar trompetas y atambores en nombre de Su Majestad y en su real nombre Diego Velázquez, y él por su capitán general, para que cualesquier personas que quisiesen ir en su compañía a las tierras nuevamente descubiertas, a las conquistar y poblar, les darían sus partes del oro y plata y riquezas que hobiere y encomiendas de indios después de pacificadas, y que para ello tenían licencia el Diego Velázquez de Su Majestad. E puesto que se pregonó aquesto de la licencia del rey nuestro señor, aún no habla venido con ella de Castilla el capellán Benito Martín, que fue el que Diego Velázquez hobo enviado para que la trujese, como dicho tengo en el capítulo que dello habla. Pues como se supo esta nueva en toda la isla de Cuba, y también Cortés escribió a todas las villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él aquel viaje, unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos, otros a hacer pan cazabe y tocinos para matalotaje, y colchaban armas de algodón. y se apercebían de lo que habían menester lo mejor que podían. De manera que nos juntamos en Santiago de Cuba, donde salimos con el armada, más de trecientos y cincuenta soldados, y de la casa del mesmo Diego Velázquez salió un su mayordomo, que se decía Diego de Ordaz, y éste el mismo Velázquez le envió para que mirase y entendiese en el armada, no hobiese alguna mala traza de, Cortés, porque siempre temió dél que se alzaría, aunque no lo daba a entender. Y vino un Francisco de Moría, y un Escobar, que llamábamos el Paje, y un Heredia, y Joan Ruano, y Pedro Escudero, y un Martín Ramos de Lares, y otros muchos, que eran amigos y paniaguados del Diego Velázquez. E yo me quiero poner aquí a la postre, que también salí de la misma casa del Diego Velázquez, porque era mi deudo, y aquestos soldados pongo aquí agora por memoria, porque después, en su tiempo y lugar, escribiré de todos los que venirnos en la armada, y de los que se me acordaren sus nombres, y de qué tierra eran de Castilla naturales. Y como Cortés andaba muy solícito en aviar su armada y en todo se daba mucha priesa, como la malicia y envidia reinaba en los deudos del Velázquez, questaban afrentados cómo no se fiaba el pariente ni hacía cuenta dellos y dio aquel cargo de capitán a Cortés, sabiendo que había sido su gran enemigo, pocos días había, sobre el casamiento de Cortés ya por mi declarado; y a esta causa andaban murmurando del pariente Diego Velázquez y aún de Cortés, y por todas las vías que podían le revolvían con el Diego Velázquez para que en todas maneras le revocasen el poder, de lo cual tenía aviso el Cortés, y no se quitaba de estar siempre en compañía del gobernador, y mostrándose muy gran su servidor, y le decía que le había de hacer, mediante Dios, muy ilustre señor e rico en poco tiempo, y demás desto, el Andrés de Duero avisaba siempre a Cortés que se diese priesa en se embarcar él y sus soldados, porque ya le tenían trastrocado al Diego Velázquez con inoportunidades de aquellos sus parientes los Velázquez. Y desque aquello vio Cortés, mandó a su mujer que todo lo que hobiese de llevar de bastimentos y regalos que [las mujeres] suelen hacer para tan largo viaje para sus maridos, se los enviase a embarcar a los navíos. E ya tenía mandado pregonar e apercebido a los maestres y pilotos y a todos los soldados que entre aquel día y la noche se fuesen a embarcar, que no quedase ninguno en tierra, y desque los vio todos embarcados, se fue a despedir del Diego Velázquez, acompañado de aquellos sus grandes amigos y de otros muchos hidalgos, y todos los más nobles vecinos de aquella villa. Y después de muchos ofrecimientos y abrazos de Cortés al gobernador y del gobernador a él, se despidió, y otro día muy de mañana, después de haber oído misa, nos fuemos a los navíos, y el mismo Diego Velázquez fue allí con nosotros; e se tornaron abrazar, y con muchos cumplimientos del uno al otro; y nos fecimos a la vela, y con próspero tiempo llegamos al puerto de la Trinidad. Y tomado puerto y saltados en tierra, nos salieron a recibir todos los más vecinos de aquella villa, y nos festejaron mucho. E aquí en esta relación verán las contrariedades que tuvo Cortés y las palabras que dice Gomara en su historia cómo son todas contrarias de lo que pasé.

Capítulo XXI: De lo que Cortés hizo desque llegó a la villa de la Trinidad, y de los soldados que de aquella salieron para ir en nuestra compañía, y de lo que más le avino

Luego llevaron los más principales de aquella villa aposentar a Cortés y a todos nosotros entre los vecinos, y en las casas del capitán Joan de Grijalba posé Cortés. Y luego mandó Cortés poner su estandarte y pendón real delante de su posada y dar pregones, como se había hecho en Santiago, y mando buscar todo género de armas y comprar otras cosas necesarias y bastimentos; y de aquella villa salieron cinco hermanos, que se decían Pedro de Alvarado y Jorge de Alvarado y Gonzalo y Gómez y Joan de Alvarado, el Viejo Bastardo. El capitán Pedro de Alvarado es el por mi otras veces ya memorado. Y también salió daquesta villa Alonso de Ávila, capitán que fue cuando lo de Grijalba; y Joan de Escalante, y Pero Sánchez Farfán, y Gonzalo Mejía, que después, el tiempo andando, fue tesorero en Méjico; y un Baena y Joanes de Fuenterrabía; y Lares, el Buen Jinete, llamámoslo así porque hobo otro Lares; y Cristóbal de Olí, el Muy Esforzado, que fue maestro de campo en las guerras mejicanas; y Ortiz, el Músico; y un Gaspar Sánchez, sobrino del tesorero de Cuba; y un Diego de Pineda o Pinedo; y un Alonso Rodríguez, que tenía unas minas ricas de oro; y un Bartolomé García, y otros hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valla. Y desde la Trinidad escribió Cortés a la villa de Santispíritus, que estaba de allí diez y ocho leguas, haciendo saber a todos los vecinos cómo iba aquel viaje a servir a Su Majestad, y con palabras sabrosas y ofrecimientos para traer a si muchas personas de calidad que estaban en aquella villa poblados, que se decían Alonso Hernández Puerto Carrero, primo del conde de Medellín; y Gonzalo de Sandoval, que después, el tiempo andando, fue en Méjico alguacil mayor y aun ocho meses fue gobernador de la Nueva Espana, y vino Joan Velázquez de León, pariente de Diego Velázquez, y Rodrigo Reogel, y Gonzalo López de Ximena, y un su hermano, y un Joan Sedeño; este Joan Sedeño era vecino de aquella villa, y declárolo ansí porque había en nuestra armada otros dos Joan Sendeños. Y todos estos que he nombrado eran personas muy generosas, y luego vinieron desde la villa de Santispíritus a la Trinidad, donde estaba Cortés, y como supo que venían los salió a recibir con todos nosotros, que estábamos en su compañía, y les mostró mucho amor, y ellos le tenían grande acato. Y estos vecinos que he nombrado tenían sus estancias de pan cazabi y manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno procuró de poner el más bastimiento que pudo. Pues estando que estábamos desta manera recogiendo soldados y comprando caballos, que en aquella sazón pocos habla y muy caros, y como aquel caballero por mí nombrado que se decía Alonso Hernández Puerto Carrero no tenía caballo ni de qué comprallo, Hernando Cortés le compró una yegua rucia, y dio por ella unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo, la cual mandó hacer en Santiago de Cuba, como dicho tengo. Y en aquel instante vino un navío de la Habana aquel puerto, que traía un Joan Sedeño, vecino de la misma Habana, cargado de pan cazabi y tocinos. que iban a vender a unas minas de oro que estaban cerca de Santiago de Cuba; y como saltó en tierra, el Joan Sedeño fue a hacer acato a Cortés, y después de muchas pláticas que tuvieron, le compró el navío y tocino y cazabe fiado, y se fue con nosotros. Ya teníamos once navíos, y todo se nos hacía prósperamente. Gracias a Dios por ello. Y estando de la manera que he dicho, envió Diego Velázquez cartas y mandamientos para que le detengan el armada a Cortés y le envíen preso, lo cual verán adelante lo que pasó.

Capítulo XXII: Como el gobernador Diego Velázquez envió en posta dos criados a la villa de la Trinidad con poderes y mandamientos para revocar a Cortés el poder y no dejar pasar el armada y lo prendiesen y le enviasen a Santiago

Quiero volver algo atrás de nuestra plática para decir cómo después que salimos de Santiago de Cuba con todos los navíos, de la manera que he dicho, dijeron al Diego Velázquez tales palabras contra Cortés, que le hicieron volver la hoja, porque le acusaban que iba alzado y que salió del puerto a cencerros tapados, y que le habían oído decir que, aunque pesare al Diego Velázquez y a sus parientes, que había de ser capitán, y que para este efecto habla embarcado todos sus soldados en los navíos de noche, para si le quisiesen detener por fuerza hacerse a la vela, y que le habían engañado al Velázquez su secretario Andrés de Duero, y el contador Amador de Lares, por tratos que había entre ellos y Cortés. Y quien más metía la mano en ello para convocar al Diego Velázquez que revocase luego el poder eran sus parientes los Velázquez y un viejo que se decía Joan Millán, que le llamaban el Astrólogo; otros decían que tenía ramo de locura, porque era atronado. Y este viejo decía muchas veces al Diego Velázquez: «Mira, señor, que Cortés se vengará agora de vos de cuando le tuvistes preso, y como es mañoso y atrevido, os ha de echar a perder si no lo remedias presto». A estas palabras y otras muchas que le decían dio oídos a ellas, y él, que siempre estaba con aquella sospecha, con mucha brevedad envió dos mozos de espuelas, de quien se fiaba, con mandamientos y provisiones para el alcalde mayor de la Trinidad, que se decía Francisco Verdugo, el cual era cuñado del mismo gobernador, y escribió cartas a otros sus amigos y parientes para que en todo caso no dejasen pasar el armada, porque decía en los mandamientos que le detuviesen o que le llevasen preso, porque ya no era capitán y le habían revocado el poder y dado a Vasco Porcallo, y también envió otras cartas para Diego de Ordaz y Francisco de Morla y otros sus criados, rogándoles mucho que no pasase el armada. Y como Cortés lo supo, habló al Ordaz y al Francisco Verdugo y a todos los soldados y vecinos de la Trinidad que le paresció que le serían contrarios y en favorescer las provisiones, y tales palabras y ofrescimientos les dijo, que les trujo a su servicio, y aun el mismo Diego de Ordaz convocó luego a Francisco Verdugo, que era alcalde mayor, que no se hablase más en el negocio, sino que lo disimulase, y púsole por delante que hasta allí no habían visto ninguna novedad en Cortés, antes se mostraba muy servidor del gobernador, y ya que en algo se quisiesen poner para quitalle el armada, que Cortés tenía muchos caballeros por amigos Y estaban mal con el Diego Velázquez, porque no les dio buenos indios, y, demás de esto, tiene gran copia de soldados y estaba muy pujante, y que sería meter cizaña en la villa, o que, por ventura, los soldados les darían sacomano, y la robarían y harían otros peores desconciertos, y ansí se quedó sin hacer bullicio. Y el un mozo de espuelas de los que traían las cartas se fue con nosotros, que se decía Pedro Laso de la Vega, y con el otro mensajero escribió Cortés muy amorosamente al Diego Velázquez que se maravillaba de su merced de haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo es servir a Dios y a Su Majestad y a él en su real nombre, y que le suplica que no oyese más aquellos señores sus deudos, ni por un viejo loco como era Joan Millán se hiciese mudanza. Y también escribió a todos sus amigos, y a Duero, y al contador, sus compañeros. Y luego mandó entender a todos los soldados en aderezar armas, y a los herreros que estaban en aquella villa que hiciesen casquillos, y a los ballesteros que desbastasen almacén e hiciesen saetas, y atrajo y convocó a los dos herreros que se fuesen con nosotros, y ansí lo hicieron. Y estuvimos en aquella villa diez días, donde lo dejaré y diré cómo nos embarcamos para ir a la Habana. También quiero que vean los que aquesto leyeren la diferencia que hay de la relación de Gomara, cuando dice que envió a mandar Diego Velázquez a Ordaz que convidase a comer a Cortés en el navío y lo llevase preso a Santiago, y pone otras cosas de trampas en su corónica, que por no me alargar lo dejo al parecer de los curiosos letores. Volvamos a nuestra materia.

Capítulo XXIII: Cómo el capitán Hernando Cortés se embarcó con todos los soldados para ir por la banda del Sur a la Habana, y envió otro navío por la banda del Norte, y lo que más le aconteció

Después que Cortés vio que en la villa de la Trinidad no teníamos en qué entender, apercibió a todos los soldados que allí se hablan juntado, para ir en su compañía... de Alvarado que se fuese por tierra desde aquella villa de la Trinidad hasta la Habana...
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recogiese unos soldados que estaban en unas estancias, y yo fui en su compañía. También mandó Cortés a un hidalgo que se decía Joan de Escalante, muy su amigo, que fuese en un navío por la banda del Norte, y mandó que todos los caballos fuesen por tierra. Pues ya despachado todo lo que dicho tengo, Cortés se embarcó en la nao capitana con todos los navíos para ir a la derrota de la Habana. Parece ser que las naos que llevaba en conserva no vieron a la capitana, donde iba Cortés, porque era de noche, y fueron al puerto. Y ansimismo llegamos por tierra con Pedro de Alvarado a la villa de la Habana en el navío que venia Joan de Escalante por la banda del Norte, y también habían venido todos los caballos que iban por tierra. Y Cortes no vino ni sabían dar razón dél. Y pasáronse cinco días, y no habla nuevas ninguna de su navío, y teníamos sospecha no se hobiese perdido en los Jardines, ques cerca de las islas de Pinos, donde hay muchos bajos que están diez o doce leguas de la Habana; y fue acordado por todos nosotros que fuesen tres navíos de los de menor porte en su busca de Cortés. Y en aderezar los navíos y en debates vaya Fulano, vaya Zutano, o Pedro o Sancho, se pasaron otros dos días, y Cortés no venía. Ya habla entre nosotros bandos y medio chirinolas sobre quién sería capitán hasta saber de Cortés, y quien más en ello metió la mano fue Diego de Ordaz, como mayordomo mayor del Velázquez, a quien enviaba para entender solamente en lo de la armada no se alzasen con ella. Dejemos esto y volvamos a Cortés, que, como venía en el navío de mayor porte, como antes tengo dicho, en el paraje de isla de Pinos o cerca de los Jardines hay muchos bajos, paresce ser tocó y quedó algo en seco el navío e no pudo navegar; y con el batel mandó descargar toda la carga que se pudo sacar porque allí cerca había tierra, donde lo descargaron. Y desque vieron que el navío estaba en flote y podía nadar, le metieron en más hondo y tornaron a cargar lo que habían sacado en tierra, y dio vela y fue su viaje hasta el Puerto de la Habana. Y cuando llegó, todos los más de los caballeros y soldados que le aguardábamos nos alegramos con su venida, salvo algunos que pretendían ser capitanes, y cesaron las chirinolas. Y después que le aposentamos en casa de Pedro Barba, que era teniente de aquella villa del Diego Velázquez, mandó sacar sus estandartes y ponellos delante de las casas donde posaba; y mandó dar pregones, según y de la manera de los pasados. Y de allí, de la Habana, vino un hidalgo que se decía Francisco de Montejo, y éste es el por mi muchas veces nombrado, que después de ganado Méjico fue adelantado y gobernador de Yucatán, y vino Diego de Soto, el de Toro, que fue mayordomo de Cortés en lo de Méjico, y vino un Angulo, y Garcicaro, y Sebastián Rodríguez, y un Pacheco, y un Fulano Gutiérrez, y un Rojas (no digo Rojas el rico), y un mancebo que se decía Santa Clara, y dos hermanos que se decían los Martínez, del Freginal, y un Joan de Nájera (no lo digo por el Sordo, el del juego de la pelota de Méjico), y todos personas de calidad, sin otros soldados que no me acuerdo sus nombres. Y cuando Cortés los vio todos aquellos hidalgos juntos, se holgó en gran manera, y luego envió un navío a la punta de Guaniguanico, a un pueblo que allí estaba de indios, adonde hacían cazabi y tenían muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos, porque aquella estancia era del gobernador Diego Velázquez. Y envió por capitán del navío a Diego de Ordaz, como mayordomo de las haciendas del Velázquez, y envióle por tenelle apartado de sí, porque Cortés supo que no se mostró mucho en su favor cuando bobo las contiendas sobre quién sería capitán cuando Cortés estaba en la isla de Pinos, que tocó su navío, y por no tener contraste en su persona le envió y le mandó que después que tuviese cargado el navío de bastimentos se estuviese aguardando en el mesmo puerto de Guaniguanico hasta que se juntase con otro navío que había de ir por la banda del Norte, y que irían ambos en conserva hasta lo de Cozumel, o le avisaría con indios en canoas lo que había de hacer. Volvamos a decir de Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos de la Habana que metieron mucho matalotaje de cazabi y tocinos, que otra cosa no habla, y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dio cargo dello a un artillero que se decía Mesa, y a un levantisco que se decía Arbengo, y a un Joan Catalán para que lo limpiasen y probasen, y que las pelotas y pólvora que todo lo tuviesen muy a punto, y dioles vino e vinagre con que lo refinasen. Y dióles por compañero a uno que se decía Bartolomé de Usagre. Ansimismo mandó aderezar las ballestas, y cuerdas, y nueces, y almacén e que tirasen a terrero, y que mirasen a cuántos pasos llegaba la fuga de cada una dellas. Y como en aquella tierra de la Habana había mucho algodón, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban, pues piedra era como granizo. Y allí en la Habana comenzó Cortés a poner casa y a tratarse como señor, y el primer maestresala que tuvo fue un Guzmán, que luego se murió o mataron indios; no digo por el mayordomo Cristóbal de Guzmán, que fue de Cortés, que prendió Guatemuz cuando la guerra de Méjico; y también tuvo Cortés por camarero a un Rodrigo Rangel, y por mayordomo a un Joan de Cáceres, que fue después de ganado Méjico hombre rico. Y todo esto ordenado, nos mandó apercibir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos; hicieron una pesebrera y metieron mucho maíz e hierba seca.

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