Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Vueltos a embarcar, siguiendo la costa adelante, dende a dos días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Ayagualulco. Y andaban muchos indios de aquel pueblo por la costa, con unas rodelas hechas de concha de tortuga que relumbran con el sol que daba en ellas, y algunos de nuestros soldados porfiaban que era de oro bajo. Y los indios que las traían iban haciendo pernetas, como burlando de los navíos, como ellos estaban en salvo, por los arenales y costa adelante. Y pusimos por nombre a este pueblo La Rambla, y ansí está en las cartas de marear. E yendo más adelante, costeando, vimos una ensenada, donde se quedó el río de Tonala, que a la vuelta que volvimos entramos en él, y le posimos nombre de río de Santo Antón, y ansí está en las cartas de marcar. E yendo más adelante navegando, vimos dónde quedaba el paraje del gran río de Guacacalco, y quisiéramos entrar en la ensenada, no por saber qué cosa era, sino por el tiempo contrario. Y luego se parescieron las grandes sierras nevadas que en todo el año están cargadas de nieve, y también vimos otras sierras que están más junto a la mar, que se llaman de San Martín. Y pusímosle aqueste nombre porque el primero que las vio desde los navíos fue un soldado que se decía San Martín y era vecino de la Habana, que iba con nosotros. Y navegando nuestra costa adelante, el capitán Pedro de Alvarado se adelantó con su navío y entró en un río que en nombre de indios se dice Papaloaba, y entonces le pusimos nombre río de Alvarado, porque entró en él el mismo Alvarado. Allí le dieron pescado unos indios pescadores, que eran naturales de un pueblo que se dice Tacotalpa. Estuvímosle aguardando en el paraje del río donde entró con todos tres navíos hasta que salió dél; y a causa de haber entrado en el río sin licencia del general, se enojó mucho con él, y le mandó que otra vez no se adelantase de la armada porque no le aviniese algún contraste en parte donde no le pudiésemos ayudar. Y luego navegamos con todos cuatro navíos en conserva hasta que llegamos en paraje de otro río, que le pusimos por nombre río de Banderas, porque estaban en él muchos indios con lanzas grandes y en cada lanza una bandera de manta grande rebolándola y llamándonos, lo cual diré siguiendo adelante cómo pasó.
Ya habrán oído decir en España algunos curiosos letores y otras personas que han estado en la Nueva España cómo Méjico es tan gran ciudad y poblada en el agua como Venecia; y había en ella un gran señor que era rey en estas partes de muchas provincias y señoreaba todas aquellas tierras de la Nueva España, que son mayores que dos veces nuestra Castilla. El cual señor se decía Montezuma, y como era tan poderoso, quería saber y señorear hasta más de lo que no podía. Y tuvo noticia, de la primera vez que venimos con Francisco Hernández de Córdoba, lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en la de Chanpoton, y agora desde viaje con los mesmos de Chanpoton, y supo que siendo nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo y otros muchos confederados que se juntaron con ellos, les desbaratamos, y cómo entramos en el río de Tabasco, y lo que en él pasamos con los caciques de aquel pueblo, y, en fin, entendió que nuestra demanda era buscar oro, a trueque del rescate que traíamos, y todo se lo habían llevado pintado en unos paños que hacen de henequén, que es como de lino. Y como supo que íbamos costa a costa hacia sus provincias, mandó a sus gobernadores que si por allí aportásemos con los navíos, que procurasen de trocar oro a nuestras cuentas, especial a las verdes, que parescían algo a sus chalchuvis. que las tienen en mucho como esmeraldas, y también lo mandó para saber e inquirir más por entero de nuestras personas y qué era nuestro intento. Y lo más cierto era, según entendimos, que les habían dicho sus antepasados que habían de venir gentes de hacia donde sale el sol, con barbas, que los habían de señorear. Agora sea por lo uno o por lo otro, estaban en posta y vela muchos indios del gran Montezuma en aquel río con unas varas muy largas y en cada vara una bandera de manta de algodón blanca, enarbolándolas y llamándonos, como que parescían eran señas de paz, que fuésemos adonde estaban. Y desque vimos desde los navíos cosas tan nuevas, nos admiramos y para saber qué podía ser fue acordado por el general con todos los más capitanes que echásemos dos bateles en agua y que saltasen en ellos todos los ballesteros y escopeteros y veinte soldados de los más sueltos y prestos, y que Francisco de Montejo fuese con nosotros, y que si viésemos que era gente de guerra los que estaban con las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, o otra cualquier cosa que fuese. Y en aquella sazón quiso Dios que hacia bonanza en aquella costa, lo cual pocas veces suele acaescer, y como llegamos en tierra hallamos tres caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma, y con muchos indios de su servicio. Y tenían allí gallinas de la tierra y pan de maíz, de lo que ellos suelen comer, y frutas que eran piñas y zapotes, que en otras partes llaman a los zapotes mameyes. Y estaban debajo de una sombra de árboles e puestas esteras en el suelo, y allí, por señas, nos mandaron asentar, porque Julianillo, el de la punta de Cotoche, no entendía aquella lengua, que es mejicana, y luego trujeron braseros de barro con ascuas y nos sahuman con uno como resina. El capitán Montejo lo hizo saber todo lo aquí memorado al general y como lo supo acordó de surgir allí con todos los navíos. Y saltó en tierra con los capitanes y soldados. Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y entendieron que era el capitán general de todos a su usanza le hicieron gran acato, y él les hizo muchas quericias y les mandó dar diamantes azules y cuentas verdes, y por señas les dijo que trujesen oro a trocar a nuestros rescates. Lo cual luego el indio gobernador mandó a sus indios de que todos los pueblos comarcanos trujesen de las joyas de oro que tenían a rescatar, y en seis días que allí estuvimos trujeron más de diez y seis mill pesos en joyezuelas de oro bajo y de mucha deversidad de hechuras. Y aquesto debe ser lo que dicen los coronistas Gomara y Illescas y Jovio que dieron en Tabasco, y ansí lo escriben como si fuera verdad, porque vista cosa es que en la provincia del. río de Grijalba ni todos sus rededores no hay oro, sino muy pocas joyas de sus antepasados. Dejemos esto y pasemos adelante. Y es que tomamos posesionen aquella tierra por Su Majestad, y después de esto hecho habló el general a los indios diciendo que se querían embarcar, y les dio camisas de Castilla. Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual después que entendió nuestra lengua se volvió cristiano y se llamó Francisco, y después le vi casado con una india. Volvamos a nuestra plática. Pues como vio el general que no traían más oro que rescatar y habla seis días que estábamos allí y los navíos corrían riesgo, por ser travesía el Norte y Nordeste, nos mandó embarcar. Y corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y tenía la arena blanca y estaba, al parescer, obra de tres leguas de tierra; y posímosle nombre isla La Blanca, y ansí está en las cartas del marear. Y no muy lejos desta isleta blanca vimos otra isla que tenía muchos árboles verdes y estaba de la costa cuatro leguas, y posímosle por nombre isla Verde. E yendo más adelante vimos otra isla algo mayor que las demás, y estaría de tierra obra de legua e media y allí enfrente della había buen surgidero. Y mandó el general que surgiésemos. Y echados los bateles en el agua, fue el Joan de Grijalba, con muchos de nosotros los soldados, a ver la isleta, porque había humos en ella, y hallamos dos casas hechas de cal y canto bien labradas, y en cada casa unas gradas, por donde subían a unos como altares, y en aquellos altares tenían unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses. Y allí hallamos sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas de sangre. De todo lo cual nos admiramos en gran manera, y pusimos nombre a esta isleta isla de Sacrificios, y ansí está en las cartas del marcar. Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra y en unos arenales grandes que allí hay, adonde hecimos ranchos y chozas con rama y con las velas de los navíos. Hablan venido y allegándose en aquella costa muchos indios que traían a rescatar oro hecho pecezuelas, como en el río de Banderas. Y según después supimos, lo mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios que lo traían estaban temerosos, y era muy poco; por manera que luego el capitán mandó que los navíos alzasen anclas y diesen velas y fuésemos a surgir enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra. Y esta isla es donde agora es el puerto de la Veracruz obra de media legua de tierra. Y diré adelante lo que allí nos avino.
Desembarcados en unos arenales, hecimos chozas encima de los más altos médanos de arena, que los hay por allí grandes, por causa de los mosquitos, que había muchos. Y con los bateles sondaron muy bien el puerto y hallaron que con el abrigo de aquella isleta estarían seguros los navíos del Norte y había buen fondo. Y hecho esto fuemos a la isleta con el general treinta soldados bien apercebidos en dos bateles, y hallamos una casa de adoratorios, donde estaba un ídolo muy grande y feo, el cual le llamaban Tescatepuca, y, acompañándole, cuatro indios con mantas prietas y muy largas, con capillas que quieren parescer a las que traen los dominicos o los canónigos y aquéllos eran sacerdotes de aquel ídolo, que comúnmente en la Nueva España llamaban papas, como ya lo he memorado otra vez. Y tenían sacrificados de aquel día dos mochachos, y abiertos por los pechos y los corazones, y sangre ofrescida aquel maldito ídolo. Y aquellos sacerdotes nos venían a sahumar con lo que sahumaron aquel su Tescatepuca, porque en aquella sazón que llegamos lo estaban sahumando con uno que huele a ensencia, y no consentimos que tal sahumerio nos diesen; antes tuvimos muy gran lástima de ver muertos aquellos dos mochachos y ver tan grandísima crueldad. Y el general preguntó al indio Francisco, por mi memorado y que trujimos del río de Banderas, que parescía algo entendido, que por qué hacían aquello; y esto se lo decía medio por señas, porque entonces no teníamos lengua ninguna, como ya otra vez he dicho, porque Julianillo y. Melchorejo no entendían la mejicana. Y respondió el indio Francisco que los de Ulúa los mandaban sacrificar; y como era torpe de lengua, decía: «Ulúa, Ulúa», y como nuestro capitán estaba presente y se llamaba Joan y era por San Juan de junio, pusimos por nombre a aquella isleta San Joan de Ulúa; y este puerto es agora muy nombrado y están hechos en él grandes mamparos para que estén seguros los navíos para amor del Norte, y allí vienen a desembarcar las mercaderías de Castilla para Méjico y Nueva España. Volvamos a nuestro cuento. Que como estábamos en aquellos arenales vinieron indios de pueblos comarcanos a trocar su oro de joyas a nuestros rescates; mas era tan poco lo que traían y de poca valía, que no hacíamos cuenta dello. y estuvimos siete días de la manera que he dicho, y con los muchos mosquitos que había no nos podíamos valer, y viendo quel tiempo se nos pasaba en balde, y teniendo ya por cierto que a ellas tierras no eran islas, sino tierra firme, y que había grandes pueblos y mucha multitud de indios, y el pan cazabe que traíamos muy mohoso y sucio de fatulas y amargaba, y los soldados que allí veníamos no éramos bastantes para poblar, cuanto más que faltaban ya trece soldados que se habían muerto de las heridas, y estaban otros cuatro dolientes, y viendo todo esto por mí ya dicho, fue acordado que lo enviásemos a hacer saber al Diego Velázquez para que nos enviase socorro, porque Joan de Grijalba muy gran voluntad tenía de poblar con aquellos pocos soldados que con él estabamos, y siempre mostró ánimo de muy valeroso y esforzado capitán, y no como lo escribe el coronista Gomara. Pues para hacer aquella embajada acordamos que fuese el capitán Pedro de Alvarado en un navío muy bueno que se decía
San Sebastián,
y fue ansí acordado por dos cosas: lo uno porque el Joan de Grijalba ni los demás capitanes no estaban bien con él por la entrada que hizo con su navío en el río de Papalote, que entonces le pusimos por nombre río de Alvarado, y lo otro porque habían venido a aquel viaje de mala gana y medio doliente. Y también se concertó que llevase todo el oro que se había rescatado, y ropa de mantas y los dolientes, y los capitanes escribieron al Diego Velázquez cada uno lo que les paresció. Y luego se hizo a la vela, y fue la vuelta de la isla de Cuba, adonde lo dejaré agora, así al edro de Alvarado y a su viaje, y diré cómo el Diego Velázquez envió en nuestra busca.
Después que salimos con el armada con el capitán Joan de Grijalba de la isla de Cuba para hacer nuestro viaje, siempre el Diego Velázquez estaba pensativo no hobiese acaescido algún desastre, y deseaba saber de nosotros, y a esta causa envió un navío pequeño en nuestra busca y con ciertos soldados, y por capitán dellos a un Cristóbal de Olí, persona de valía y muy esforzado, y éste es el que fue maestre de campo cuando lo de Cortés. Y mandó el Diego Velázquez que siguiese la derrota de Francisco Hernández de Córdoba, hasta topar con nosotros. Y el Cristóbal de Olí, yendo su viaje en nuestra busca y estando surto cerca de tierra, en lo de Yucatán, le dio un recio temporal, y por no anegarse sobre las amarras, el piloto que traía mandó cortar los cables y perdió las anclas, y se volvió a Santiago de Cuba, donde estaba el Diego Velázquez. Y desque vio que no tenía nuevas de nosotros, si pensativo estaba antes que enviase a Cristóbal de Olí, muy malo estuvo después que lo vio volver sin recaudo. Y en esta sazón llegó el capitán Pedro de Alvarado a Cuba con el oro y ropa e dolientes y con entera relación de lo que habíamos descubierto. Y desque el gobernador vio el oro que llevaba el capitán Pedro de Alvarado, que [como] estaba en joyas parescía mucho más de lo que era, y estaban con el Diego Velázquez acompañándole muchos vecinos de la villa y de otras partes, que venían a negocios. Y desque los oficiales del rey tomaron el real quinto de lo que venía a Su Majestad, estaban todos espantados de cuán ricas tierras hablamos descubierto, porque el Perú no se descubrió de ahí a veinte años y como el Pedro de Alvarado se lo sabia muy bien platicar, diz que no hacía el Diego Velázquez sino abrazalle, y en ocho días tener gran regocijo y jugar cañas. Y si mucha fama tenían antes de ricas tierras, agora, con este oro, se sublimó mucho más en todas las islas y en Castilla, como adelante diré. Y dejaré al Diego Velázquez haciendo fiestas y volveré a nuestros navíos, que estábamos en San Juan de Ulúa, y allí acordamos que fuésemos descubriendo más la costa, lo cual diré adelante.