Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Después que de nosotros se partió el capitán Pedro de Alvarado para ir a la isla de Cuba, como memorado tengo, acordó nuestro general, con los demás capitanes y soldados y parecer de los pilotos, que fuésemos costeando y descubriendo todo lo que pudiésemos por la costa. Y yendo por nuestra navegación, vimos las sierras que se dicen de Tuzla, y, más adelante, de ahí a otros dos días, vimos otras sierras muy altas, que agora se llaman las sierras de Tuzpa, porque se nombra un pueblo que está junto aquellas sierras Tuspa. Y yendo nuestra derrota vimos muchas poblazones, y estarían la tierra adentro, al parescer, dos o tres leguas, y esto es en la provincia de Pánuco. E yendo por nuestra navegación llegamos a un río grande y muy corriente, que le posimos nombre río de Canoas, y enfrente de la boca dél surgimos. Y estando surtos todos tres navíos, estábamos algo descuidados, vinieron de repente por el río abajo obra de veinte canoas muy grandes, llenas de indios de guerra, con arcos y flechas y lanzas, y vanse derechos al navío que les paresció el más chico, del cual era capitán Francisco de Montejo, y estaba más llegado a tierra, y danle una rociada de flechas que le hirieron cinco soldados, y echaban sogas al navío, pensando de lo llevar, y aun cortaron una amarra con sus hachas de cobre. Y puesto que el capitán y los soldados peleaban bien y les trastornaron tres canoas, nosotros, con gran presteza, les ayudamos con nuestros bateles y escopetas y ballestas, y herimos más de la tercia parte de aquella gente, por manera que volvieron con sus canoas con la mala aventura por donde habían venido. Y luego alzamos anclas y dimos velas, y seguimos costa a costa hasta que llegamos a una punta muy grande, y era tan mala de doblar y las corrientes muchas, que no podimos ir adelante. Y el piloto Antonio de Alaminos dijo al general que no era bien navegar más aquella derrota, y para ello dio muchas causas. Y luego se tomó consejo sobre lo que se había de hacer, y fue acordado que diésemos la vuelta a la isla de Cuba, lo uno porque ya entraba el invierno y no había bastimentos, y el un navío hacía mucha agua. Y los capitanes, desconformes, porque el Joan de Grijalba decía que quería poblar y el Alfonso Dávila y el Francisco de Montejo decían que no, que no se podrían sustentar por causa de los muchos guerreros que en la tierra había, y también todos nosotros, los soldados, estábamos muy trabajados de andar por la mar. Y por estas causas dimos vuelta a dos velas, y las corrientes que nos ayudaban, en pocos días llegamos al paraje del gran río de Guazacalco, y no pudimos entrar en él por ser el tiempo contrario, y muy abrazados con tierra entramos en el río Tonala, que se puso nombre entonces de San Antón. Y allí dimos carena al un navío que hacía mucha agua, puesto que tocó al entrar en la barra, que es muy baja. Y estando aderezando nuestro navío vinieron muchos indios del pueblo de Tonala, questá una legua de allí, y muy de paz e trujeron pan de maíz y pescado y fruta, y con buena voluntad nos lo dieron. Y el capitán les hizo muchos halagos y les mandó dar cuentas verdes y diamantes, y les dijo por señas que trujesen oro a rescatar y que les daría de nuestro rescate. Y traían joyas de oro bajo y les daban cuentas por ello. Y también vinieron los de Guazacalco y de otros pueblos comarcanos y trujeron sus joyezuelas, que todo era nonada. Pues de más de aqueste rescate traían comúnmente todos los más indios de aquellas provincias unas hachas de cobre muy lucidas, como por gentileza y a manera de galanía, con unos cabos de palos pintados, y nosotros creímos que eran de oro bajo, y comenzamos a rescatar dellas. Digo que en tres días se hobieron más de seiscientas, y estábamos muy contentos creyendo que eran de oro bajo, y los indios mucho más con las cuentas. Y todo salió vano, que las hachas eran de cobre puro y las cuentas un poco de nada. Y un marinero había rescatado siete hachas y estaba alegre con ella. También me acuerdo que un soldado que se decía Bartolomé Pardo fue a una casa de ídolos que estaba en un cerro, que ya he dicho que se dicen cues, que es como quien dice casa de sus dioses, y en aquella casa halló muchos ídolos y copal, que es como resina con que sahuman, y cuchillos de pedernal, con que sacrificaban y retajaban, y en una arca de madera halló muchas piezas de oro, que eran diademas y collares, y dos ídolos, y otras como cuentas vaciadizas. Y el oro tomó el soldado para sí, y los otros ídolos y sacrificios trujo al capitán. Y no faltó quien lo vio y lo dijo al Grijalba, y queríaselo tomar, y rogamos que se lo dejase, y como era de buena condición, mandó que, sacado el real quinto, lo demás fuese para el pobre soldado, y valdría obra de ciento y cincuenta pesos. También quiero decir
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cómo quedaron los indios de aquella provincia muy contentos, y luego nos embarcamos y vamos la vuelta de Cuba, y en cuarenta y cinco días, unas veces con buen tiempo y otras con contrario, llegamos a Santiago de Cuba, donde estaba el Diego Velázquez, y él nos hizo buen recibimiento; y desque vio el oro que traíamos, que serían cuatro mill pesos, y lo que trujo primero Pedro de Alvarado, sería por todo veinte mill; otros decían que eran más. Y los oficiales de Su Majestad sacaron el real quinto. Y también trujeron las seiscientas hachas que creímos que eran de oro bajo, y cuando las vieron estaban tan mohosas y, en fin, como cobre que era. Y allí hobo bien que reír y decir de la burla y del rescate. Y el gobernador estaba muy alegre, puesto que paresció que no estaba bien con el pariente Grijalba, y no tenía razón, sino que el Francisco de Montejo y el Pedro de Alvarado, que no estaban bien con el Grijalba, y también, el Alonso Dávila ayudó de mala. Y cuando esto pasó ya había otras pláticas para enviar otra armada y sobre quién elegirían por capitán. Y dejemos esto aparte y diré cómo Diego Velázquez envió a España para que Su Majestad le diese licencia para rescatar y conquistar y poblar y repartir las tierras que hobiese descubierto.
Aunque les paresca a los letores que va fuera de nuestra relación esto que yo traigo aquí a la memoria antes que entre en lo del valeroso y esforzado capitán Cortés, conviene que se diga, por las causas que adelante verán, y también porque en un tiempo acaecen dos y tres cosas y por fuerza hemos de hablar en la que más viene al propósito. Y el caso es que, como ya he declarado, cuando llegó el capitán Pedro de Alvarado a Santiago de Cuba con el oro que hubimos de las tierras que descubrimos, y el Diego Velázquez temió que primero que él hiciese relación dello a Su Majestad que algún caballero privado en corte le hurtaría la bendición y le diría a Su Majestad, y a esta causa, envió un su capellán que, se decía Benito Martín, hombre de negocios, a Castilla, con probanzas y cartas para don Joan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que ansí se nombraba, y para el licenciado Luis Zapata, y para el secretario Lope de Conchillos, que en aquella sazón entendían en las cosas de Indias, y el Diego Velázquez les era gran servidor, en especial del mesmo obispo, y les dio pueblos de indios en la mesma isla de Cuba, que les sacaban oro de las minas; y hacían mucho por las cosas del Diego Velázquez. Y en aquella sazón estaba Su Majestad en Flandes, y aun les envió a aquellos caballeros por mi memorados joyas de oro de las que habíamos rescatado, y no se hacia otra cosa en el Real Consejo de Indias sino lo que aquellos señores mandaban. Y lo que enviaba a negociar el Velázquez era que le diesen licencia para rescatar y conquistar y poblar en todo lo que había descubierto y en lo que más descubriese, y decía en sus relaciones y cartas que había gastado muchos miles de pesos de oro en el descubrimiento. Y el Benito Martín que envió fue a Castilla y negoció todo lo que pidió y aun más cumplidamente, porque trujo provisión para que el Diego Velázquez que fuese adelantado de Cuba. Pues ya negociado lo aquí por mí ya dicho, no vinieron tan presto los despachos que no saliese primero el valeroso Cortés con otra armada. Y quedarse ha aquí ansí los despachos del Benito Martín como el armada del capitán Cortés, y diré cómo estando escribiendo esta relación vi las corónicas de los coronistas Francisco López de Gomara y las del doctor Illescas y las del Jovio, que hablan en las conquistas de la Nueva España, y lo que sobre ello me paresciere declarar, adonde hobiere contradicción, y lo proporné clara y verdaderamente, y va muy diferente de lo que han escrito los coronistas ya por mi nombrados.
Estando escribiendo en esta mi corónica, acaso vi lo que escriben Gomara e Illescas y Jovio en las conquistas de Méjico y Nueva España, y desque las leí y entendí y vi de su policía y estas mis palabras tan groseras y sin primor, dejé de escrebir en ella, y estando presentes tan buenas historias, y con este pensamiento torné a leer y a mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias, y desde el principio y medio ni cabo no hablan lo que pasó en la Nueva España, y desque entraron a decir de las grandes ciudades tantos números que dicen había de vecinos en ellas, que tanto se les da poner ochenta mill como ocho mill; pues de aquellas matanzas que dicen que hacíamos, siendo nosotros cuatrocientos y cincuenta soldados los que andábamos en la guerra, harto teníamos que defendernos no nos matasen y nos llevasen de vencida, que aunque estuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes, en especial que tenían sus armas de algodón, que les cubrían el cuerpo, y arcos, saetas, rodelas, lanzas grandes, espadas de navajas como de a dos manos, que cortan más que nuestras espadas, y muy denodados guerreros. Escriben los coronistas por mi memorados que hacíamos tantas muertes y crueldades que Atalarico, muy bravísimo rey, y Atila, muy soberbio guerrero, según dicen y se cuentan de sus historias, en los campos catalanes no hicieron tantas muertes de hombres. Pues tornando a nuestra plática, dicen que derrocamos y abrasamos muchas ciudades y templos, que son cues, y en aquello les paresce que placen mucho a los oyentes que leen sus historias y no lo vieron ni entendieron cuando lo escribían los verdaderos conquistadores y curiosos letores que saben lo que pasó claramente les dirán que si todo lo que escriben de otras historias va como lo de la Nueva España, irá todo errado. Y lo bueno es que ensalzan a unos capitanes y abajan a otros, y los que no se hallaron en las conquistas dicen que fueron en ellas, y también dicen muchas cosas y de tal calidad, y por ser tantas y en todo no aciertan, no lo declararé. Pues otra cosa peor dicen: que Cortés mandó secretamente barrenar los navíos; no es ansí, porque por consejo de todos los más soldados y mío mandó dar con ellos al través, a ojos vistos, para que nos ayudasen la gente de la mar que en ellos estaban a velar y a guerrear. Y en todo escriben muy vicioso, y para que yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta, yo lo mal digo, puesto que lleve buen estilo. Dejemos esta plática y volveré a mi materia, que, después de bien mirado todo lo que aquí he dicho, que es todo burla lo que escriben acerca de lo acaescido en la Nueva España, torne a proseguir mi relación, porque la verdadera policía e agraciado componer es decir verdad en lo que he escrito. Y mirando esto acordé de seguir mi intento con el ornato y pláticas que verán para que salga a luz, y hallarán las conquistas de la Nueva España claramente como se han de ver. Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto que lleva la sonda descubriendo bajos por la mar adelante cuando siente que los hay; así haré yo en decir los borrones de los coronistas; mas no será todo, porque si parte por parte se hobiesen de escrebir seria más la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias. Digo que sobre esta mi relación pueden los coronistas sublimar y dar loa al valeroso y esforzado capitán Cortés y a los fuertes conquistadores, pues tan grande empresa salió de nuestras manos, y lo que sobre ello escribieron diremos los que en aquellos tiempos nos hallamos como testigos de vista ser verdad, como agora decimos las contrariedades dél; que. cómo tienen tanto atrevimiento y osadía de escrebir tan vicioso y sin verdad, pues que sabemos que la verdad es cosa bendita y sagrada, y que todo lo que contra ello dijeren va maldito. Más bien se parece que el Gomara fue aficionado a hablar tan loablemente del valeroso Cortés, y tenemos por cierto que le untaron las manos, pues que a su hijo, el marqués que agora es, le eligió su corónica, teniendo a nuestro rey y señor, que con derecho se le habla de elegir y encomendar. Y habían de mandar borrar los señores del Real Consejo de Indias los borrones que en sus libros van escritos.
Después que llegó a Cuba el capitán Joan de Grijalba, ya por mi memorado, y visto el gobernador Diego Velázquez que eran las tierras ricas, ordenó de enviar una buena armada, muy mayor que las de antes, y para ello tenía ya a punto diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba, donde el Diego Velázquez residía; los cuatro dellos eran en los que volvimos con el Joan de Grijalba, porque luego les hizo dar carena, y los otros seis recogieron de toda la isla y los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocinos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, porque era nuevamente poblada. Y este bastimento no era más que para hasta llegar a la Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matalotaje, como lo hecimos. Y dejemos de hablar en esto y diré las diferencias que se hubo para elegir capitán. Para ir aquel viaje hubo muchos debates y contrariedades, porque ciertos hidalgos decían que viniese por capitán un Vasco Porcallo, pariente del conde de Feria, y temióse el Diego Velázquez que se le alzarla con la armada, porque era atrevido; otros decían que viniese un Agustín Bermúdez, o un Antonio Velázquez Borrego, o un Bernardino Velázquez, parientes del gobernador, y todos los más soldados que allí nos hallamos decíamos que volviese el mesmo Joan de Grijalba, pues era buen capitán y no había falta en su persona y su saber mandar. Andando las cosas y conciertos desta manera que aquí he dicho, dos grandes privados del Diego Velázquez, que se decían Andrés de Duero, secretario del mesmo gobernador, e un Amador de Lares, contador de Su Majestad, hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernando Cortés. natural de Medellín, que tenía indios de encomienda en aquella isla, y poco tiempo habla que se había casado con una señora que se decía doña Catalina Suárez, la Marcaida. Esta señora fue hermana de un Joan Suárez que después que se ganó la Nueva España fue vecino de Méjico, e a lo que yo entendí y otras personas decían, se casó con ella por amores, y esto deste casamiento, muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y por esta causa no tocaré más en esta tecla, y volveré a decir acerca de la compañía. Y fue desta manera: que concertasen estos privados del Diego Velázquez que le hiciesen dar al Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres la ganancia del oro y plata y joyas de la parte que le cupiese a Cortés, porque secretamente el Diego Velázquez enviaba a rescatar y no a poblar, según después paresció por las instrucciones que dello dio, y aunque publicaba y pregono que enviaba a poblar. Pues hecho este concierto, tienen tales modos el Duero y el contador con el Diego Velázquez e le dicen tan buenas y meliosas palabras, e loando mucho a Cortés, ques persona en quien cabe el cargo para ser capitán, porque, demás de ser muy esforzado, sobre mandar y ser temido, y que le sería muy fiel en todo lo que le encomendase, ansí en lo de la armada como en lo demás, y demás desto era su ahijado, y fue su padrino cuando Cortés se veló con la doña Catalina Suárez; por manera que le persuadieron y convocaron a ello, y luego se eligió por capitán general, y el secretario Andrés de Duero hizo las provisiones, como suele deciros el refrán, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso, muy bastantes. Ya publicada su elección, a unas personas les placía y a otras les pesaba. Y un domingo, yendo a misa el Diego Velázquez, como era gobernador íbanle acompañando los más nobles vecinos que habla en aquella villa, y llevaba al Hernando Cortés a su lado derecho por le honrar. E iba delante del Diego Velázquez un truhán que se decía Cervantes, el Loco, haciendo gestos y chocarrerías, y decía: «A la gala, a la gala de mi amo Diego. ¡Oh Diego, oh Diego! ¡Qué capitán has elegido, que es de Medellín, de Extremadura, capitán de gran ventura; mas temo, Diego, no se te alce con el armada, porque todos le juzgan por muy varon en sus cosas!». Y decía otras locuras, que todas iban inclinadas a malicia, y porque lo iba diciendo de aquella manera le dio de pescozazos el Andrés de Duero, que iba allí junto al Diego Velázquez, y le dijo: «Calla, borracho loco, no seas más bellaco, que bien entendido tenemos que esas malicias, so color de gracias, no salen de ti». Y todavía el loco iba diciendo, por más pescozazes que le dieron: «¡Viva, viva la gala de mi amo Diego y del su venturoso capitán, y junto a tal mi amo Diego que por no te ver llorar el mal recaudo que agora has hecho, yo me quiero ir con él a aquellas ricas tierrasl». Túvose por cierto que le dieron los Velázquez, parientes del gobernador, ciertos pesos de oro aquel chocarrero por que dijese aquellas malicias, so color de gracias, y todo salió verdad como lo dijo. Dicen que los locos algunas veces aciertan en lo que dicen. Y verdaderamente fue elegido Hernando Cortés para ensalzar nuestra santa fe y servir a Su Majestad, como adelante diré. Antes que más pase adelante quiero decir cómo el valeroso y esforzado Hernando Cortés era hijodalgo conoscido por cuatro abolengos. El primero, de los Corteses, que ansí se llamaba su padre Martín Cortés; el segundo, por los Pizarros; el tercero, por los Monroys; el cuarto, por los Altamiranos. E puesto que fue tan valeroso y esforzado y venturoso capitán, no le nombraré de aquí adelante ninguno de estos sobrenombres de valeroso, ni esforzado, ni marqués del Valle, sino solamente Hernando Cortés, porque tan tenido y acatado fue en tanta estima el nombre de solamente Cortés, ansí en todas las Indias como en España, como fue nombrado el nombre de Alejandro en Macedonia, y entre los romanos Julio César y Pompeyo y Escipión, y entre los cartagíneses Aníbal, y en nuestra Castilla, a Gonzalo Hernández, el Gran Capitán, y el mesmo valeroso Cortés se holgaba que no le pusiesen aquellos sublimados ditados, sino solamente su nombre, y ansí le nombraré de aquí adelante. Y dejaré de hablar en esto y diré en este otro capitulo las cosas que hizo y entendió para proseguir su armada.