Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Cortés llevaba la capitana.
Pedro de Alvarado y sus hermanos, un buen navío que se decía
San Sebastián.
Alonso Hernández Puerto Carrero, otro.
Francisco de Montejo, otro buen navío.
Cristóbal de Olí, otro.
Diego de Ordaz, otro.
Juan Velázquez de León, otro.
Juan de Escalante, otro.
Francisco de Morla, otro.
Otro, Escobar el Paje.
Y el más chico, como bergantín, Ginés Nortes.
En cada navío su piloto, y por piloto mayor Antón de Alaminos, las instrucciones por donde se habían de regir, y lo que habían de hacer, y de noche las señas de los faroles. Y Cortés se despidió de los caciques y papas y les encomendó aquella imagen de Nuestra Señora y a la cruz, que la reverenciasen y tuviesen limpio y enramado, y verían cuánto provecho dello les venía, y dijeron que ansí lo harían; y trajéronle cuatro gallinas y dos jarros de miel, y se abrazaron. Y embarcados que fuemos, en ciertos días del mes de marzo de mill e quinientos y diez y nueve años dimos velas, y con muy buen tiempo íbamos nuestra derrota; e aquel mismo día, a hora de las diez, dan desde una nao grandes voces, e capean y tiraron un tiro, para que todos los navíos que veníamos en conserva lo oyesen. Y como Cortés lo vio e oyó, se paró luego en el bordo de la capitana e vido ir arribando el navío en que venía Juan de Escalante, que se volvía hacia Cozumel. Y dijo Cortés a otros naos que venían allí cerca: «¿Qués aquéllo, qués aquéllo?». E un soldado que se decía Luis de Zaragoza le respondió que se anegaba el navío de Escalante, que era donde iba el cazabi; y Cortés dijo: «Plega a Dios no tengamos algún desmán». Y mandó al piloto Alaminos que hiciese señas a todos los navíos que arribasen a Cozumel. Ese mismo día volvimos al puerto donde salimos y descargamos el cazabi, y hallamos la imagen de Nuestra Señora y cruz muy limpio y puesto incienso, y dello nos alegramos. Y luego vino el cacique y papas a hablar a Cortés y le preguntaron que a qué volvíamos; y dijo que porque hacía agua un navío y le quería adobar, y que les rogaba que con todas sus canoas ayudasen a los bateles a sacar el pan cazabi, e ansí lo hicieron. Y estuvimos en adobar el navío cuatro días. Y dejemos de hablar en ello, y diré cómo lo supo el español questaba en poder de indios, que se decía Aguilar, y lo que más hicimos.
Cuando tuvo noticia cierta el español questaba en poder de indios que hablamos vuelto a Cozumel con los navíos se alegró en gran manera y dio gracias a Dios, y mucha priesa en se venir él y los dos indios que le llevaron las cartas y rescate a se embarcar en una canoa; y como la pagó bien, en cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la halló alquilada con seis indios remeros con ella; y dan tal priesa en remar, que en espacio de poco tiempo pasaron el golfete que hay de una tierra a la otra, que serían cuatro leguas, sin tener contraste de la mar. Y llegados a la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando, dijeron a Cortés unos soldados que iban a cazar, porque había en aquella isla puercos de la tierra, que había venido una canoa grande allí, junto del pueblo, y que venía de la punta de Cotoche. Y mandó Cortés a Andrés de Tapia y a otros dos soldados que fuesen a ver qué cosa nueva era venir allí junto a nosotros indios sin temor ninguno, con canoas grandes. Y luego fueron; y desque los indios que venían en la canoa que traía al Aguilar vieron los españoles, tuvieron temor y queríanse tornar a embarcar e hacer a lo largo con la canoa; y Aguilar les dijo en su lengua que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos. Y el Andrés de Tapia, como los vio que eran indios, porque Aguilar ni más ni menos era que indio, luego envió a decir a Cortés con un español que siete indios de Cozumel son los que allí llegaron en la canoa. Y después que hobieron saltado en tierra, el español, mal mascado y peor pronunciado, dijo: «Dios y Santamaría e Sevilla». Y luego le fue abrazar el Tapia; y otro soldado de los que hablan ido con el Tapia a ver qué cosa era fue a mucha priesa a demandar albricias a Cortés cómo era español el que venia en la canoa, de que todos nos alegramos. Y luego se vino el Tapia con el español adonde estaba Cortés, y antes que llegasen ciertos soldados preguntaban al Tapia: «¿Qués del español?», e aunque iban junto con él, porque le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hombro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura, y una manta vieja muy ruin, e un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas, y traía atada en la manta un bulto que eran
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muy viejas. Pues desque Cortés los vio de aquella manera también picó, como los demás soldados, que preguntó al Tapia que qué era del español; y el español, como le entendió, se puso en cuclillas, como hacen los indios, e dijo: «Yo soy». Y luego le mandó dar de vestir camisa y jubón y zaragüelles y caperuza y alparagatos, que otros vestidos no había. y le preguntó de su vida, y cómo se llamaba, y cuando vino aquella tierra. Y él dijo, aunque no bien pronunciado, que se decía Jerónimo de Aguilar, y que era natural de Écija, y que tenía órdenes de Evangelio; que había ocho años que se había perdido él y otros quince hombres y dos mujeres que iban desde el Darién a la isla de Santo Domingo, cuando hobo unas diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mill pesos de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros y dos mujeres, creyendo tornar la isla de Cuba o a Jamaica, y que las corrientes eran muy grandes, que les echó en aquella tierra, y que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre sí, e que habían sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos se hablan muerto de dolencia, y las mujeres que poco tiempo pasado había que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler; e que a él que tenían para sacrificar, y una noche se huyó y se fue aquel cacique con quien estaba; ya no se me acuerda el nombre, que allí le nombró, y que no habían quedado de todos sino él e un Gonzalo Guerrero. Y dijo que le fue a llamar y no quiso venir, y dio muchas gracias a Dios por todo. Y le dijo Cortés que dél sería bien mirado y gratificado, y le preguntó por la tierra y pueblos. Y el Aguilar dijo que, como le tenían esclavo, que no sabía sino servir de traer leña y agua y en cavar los maizales, que no había salido sino hasta cuatro leguas, que le llevaron con una carga, y que no la pudo llevar e cayó malo dello; e que ha entendido que hay muchos pueblos. Y luego le preguntó por el Gonzalo Guerrero. Y dijo questaba casado y tenía tres hijos, e que tenía labrada la cara y horadas las orejas y el bozo de abajo, y que era hombre de la mar, de Palos, y que los indios le tienen por esforzado; e que había poco más de un año que cuando vinieron a la punta de Cotoche un capitán con tres navíos (parece ser que fueron cuando venimos los de Francisco Hernández de Córdoba) que él fue inventor que nos diesen la guerra que nos dieron, e que vino él allí juntamente con un cacique de un gran pueblo, según he ya dicho en lo de Francisco Hernández de Córdoba. Y después que Cortés lo oyó, dijo: «En verdad que le querría haber a las manos, porque jamás será bueno». Y dejallo he y diré cómo los caciques de Cozumel, desque vieron al Aguilar que hablaba su lengua, le daban muy bien de comer, y el Aguilar les aconsejaba que siempre tuviesen acato y reverencia a la santa imagen de Nuestra Señora y a la cruz, y que conoscerían que por ello les venía mucho bien, y los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una carta de favor a Cortés para que si viniesen aquel puerto otros españoles, que fuesen bien tratados y no les hiciesen agravios; la cual carta luego se la dio, y después de despedidos con muchos halagos y ofrescimientos, nos hicimos a la vela para el río de Grijalba. Y desta manera que he dicho se hubo Aguilar, y no de otra, como lo escribe el coronista Gomara, y no me maravillo, pues lo que dice es por nuevas. Y volvamos a nuestra relación.
En cuatro días del mes de marzo de mill e quinientos y diez y nueve años, habiendo tan buen suceso en llevar buena lengua y fiel, mandó Cortés que nos embarcásemos, según y de la manera que habíamos venido antes que arribásemos a Cozumel y con las mismas instrucciones y señas de los faroles para de noche. E yendo navegando con buen tiempo, revuelve un viento ya que quería anochecer, tan recio y contrario, que echó cada navío por su parte con harto riesgo de dar en tierra, e quiso Dios que a media noche aflojó. Y desque amanescio luego se volvieron a juntar todos los navíos, eceto uno en que iba Juan Velázquez de León; e íbamos nuestro viaje sin saber dél hasta mediodía, de lo cual llevamos pena, creyendo fuese perdido en unos bajos. Y desque se pasaba el día y no paresció, dijo Cortés al piloto Alaminos que no era bueno ir más adelante sin saber dél; y el piloto hizo señas a todos los navíos questuviesen al reparo, aguardando si por ventura le echó el tiempo en alguna ensenada donde no Podía salir por serle el viento contrario: y desque no venía, dijo el piloto a Cortés: «Señor, tenga por cierto que se metió en uno como puerto o bahía que queda atrás y que el viento no le deja salir, porque el piloto que lleva es el que vino con Francisco Hernández y volvió con Grijalba, que se decía Joan Álvarez el Manquillo y sabe aquel puerto». Y luego fue acordado de volver a le buscar con toda la armada, y en aquella bahía donde había dicho el piloto lo hallamos anclado, de lo que todos hobimos placer. Y estuvimos allí un día, y echamos dos bateles en el agua, y saltó en tierra el piloto e un capitán que se decía Francisco de Lugo, y había por allí unas estancias donde había maizales y hacían sal, y tenían cuatro cues, que son casas de ídolos, y en ellos muchas figuras, y todas las más de mujeres, y eran altas de cuerpo; y se puso nombre aquella tierra la Punta de las Mujeres. Acuérdome que decía el Aguilar que cerca de aquellas estancia estaba el pueblo donde era esclavo, y que allí vino cargado, que lo trujo su amo, e que cayó malo de traer la carga, e que también estaba no muy lejos el pueblo donde estaba Gonzalo Guerrero, e que todos tenían oro, sino que era poco. y que si quería que le guiaría, e que fuésemos allá. Y Cortés le dijo riendo que no venía él para tan pocas cosas, sino para servir a Dios y al rey. Y luego mandó Cortés a un capitán que se decía Escobar que fuese en el navío de que era capitán, que era muy velero y demandaba poca agua, hasta Boca de Términos, y mirase muy bien qué tierra era y si era buen puerto para poblar, y si había mucha caza, como le habían informado; y esto que lo mandó fue por consejo del piloto, porque cuando por allí pasásemos con todos los navíos no nos detener en entrar en él; y que después de visto que pusiese una señal y quebrase árboles en la boca del puerto, o escribiese una carta y la pusiese donde la viésemos de una parte o de otra del puerto para que conosciésemos que había entrado dentro, o que aguardase en la mar a la armada, barloventeando después que lo hobiese visto. Y luego el Escobar partió y fue a puerto de Términos, que ansí se llama; y hizo todo lo que le fue mandado, y halló la lebrela que se hobo quedado cuando lo de Grijalba. y estaba gorda y lucia. Y dijo el Escobar que cuando la lebrela vio el navío que entraba en el puerto, que estaba halagando con la cola y haciendo otras señas de halagos, y se vino luego a los soldados y se metió con ellos en la nao; y esto hecho, se salió el Escobar del puerto a la mar, y estaba esperando el armada, y paresce ser, con viento Sur que le dio, no pudo esperar al reparo, y metióse mucho en la mar. Volvamos a nuestra armada, que quedábamos en la punta de las Mujeres, que al otro día de mañana salimos con buen terral y llegamos en Boca Términos, y desque no hallamos a Escobar mandó Cortés que sacasen el batel y con diez ballesteros le fuesen a buscar en la Boca de Términos, o a ver si había señal o carta, y luego se halló árboles cortados y una carta en que en ella decía que era muy buen puerto y buena tierra de mucha caza, y lo de la lebrela. Y dijo el piloto Alaminos a Cortés que fuésemos nuestra derrota, porque con el viento Sur se debiera haber metido en la mar, e que no podría ir muy lejos, porque había de navegar a orza. Y puesto que Cortés sintió pena no le hobiese acaescido algún desmán, mandó meter velas y luego le alcanzamos. Y dio el Escobar sus descargos a Cortés y la causa por qué no pudo aguardar. Estando en esto llegamos en el paraje del pueblo de Potonchan, y Cortés mandó al piloto que surgésemos en aquella ensenada, y el piloto respondió que era mal puerto, porque habían de estar los navíos surtos más de dos leguas lejos de tierra, que mengua mucho la mar. Porque tenía pensamiento Cortés de dalles una buena mano por el desbarate de Francisco Hernández de Córdoba e Grijalba; e muchos de los soldados que nos habíamos hallado en aquellas batallas se lo suplicamos que entrase dentro y no quedasen sin buen castigo, y aun que e detuviese allí dos o tres días . El piloto Alaminos con otros pilotos porfiaron que si allí entrábamos que en ocho días no podríamos salir por el tiempo contrario, y que agora llevábamos buen viento, e que en dos días llegaríamos a Tabasco, y ansí pasamos de largo, y en tres días que navegamos llegamos al río de Grijalba, que es nombrado en lengua de indios de Tabasco. Y lo que allí nos acaesció e las guerras que nos dieron diré adelante.
En doce días del mesmo marzo de mill e quinientos y diez y nueve años, llegamos con toda la armada al río de Grijalba, que se dice Tabasco, y como sabíamos ya, de cuando lo de Grijalba, que en aquel puerto y río no podían entrar navíos de mucho porte, surgeron en la mar los mayores y con los pequeños y los bateles fuimos todos los soldados a desembarcar a la punta de los Palmares, como cuando con Grijalba, questaba del pueblo de Tabasco obra de media legua. Y andaban por el río y en la ribera e entre unos mambrales todo lleno de indios guerreros, de lo cual nos maravillamos los que habíamos venido con Grijalba, y demás desto, estaban juntos en el pueblo más de
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doce mill guerreros aparejados para darnos guerra; porque en aquella sazón aquel pueblo era de mucho trato, y estaban sujetos a él otros grandes pueblos, y todos los tenían apercibidos con todo género de armas, según las usaban. Y la causa dello fue porque los de Potonchan y los de Lázaro y otros pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, y se lo daban en el rostro, por causa que dieron a Grijalba las joyas de oro que antes he dicho en el capítulo que dello habla, e que de medrosos no nos osaron dar guerra, pues eran más pueblos y tenían más guerreros que no ellos; y esto les decían por afrentallos, y que en sus pueblos nos habían dado guerra y muerto cincuenta y seis hombres. Por manera que con aquellas palabras que les habían dicho se determinaron a tomar las armas. Y desque Cortés los vio puestos en aquella manera, dijo a Aguilar, la lengua, que entendía bien la de Tabasco, que dijese a unos indios que parescían principales, que pasaban en una gran canoa cerca de nosotros, que para qué andaban tan alborotados, que no les veníamos a hacer ningún mal, sino decilles que les queremos dar de lo que traemos como a hermanos, e que les rogaba que mirasen no encomenzasen la guerra, porque les pesaría dello; y les dijo otras muchas cosas acerca de la paz. Y mientras más lo decía el Aguilar, más bravos se mostraban, y decían que nos matarían a todos si entrábamos en su pueblo, porque le tenían muy fortalecido todo a la redonda de árboles muy gruesos, de cercas y albarradas. Y volvió Aguilar a hablalles con la paz, y que nos dejasen tomar agua, y comprar de comer, a trueco de nuestro rescate, y también a decir los calachonis cosas que sean de su provecho y juicio de Dios Nuestro Señor. Y todavía ellos a porfiar que no pasásemos de aquellos palmares adelante, si no que nos matarían. Y desque aquello vio Cortés, mandó apercibir los bateles y navíos menores, y mandó poner en cada batel tres tiros, y repartió en ellos los ballesteros y escopeteros. Y teníamos memoria de cuando lo de Grijalba que iba un camino angosto desde los palmares al pueblo por unos arroyos. E mandó Cortés a tres soldados que aquella noche mirasen bien si iba a las casas, y que no se detuviesen mucho en traer la respuesta. Y los que fueron vieron que sí iba. Y visto todo esto, y después de bien mirado, se nos pasó aquel día dando orden en cómo y de qué manera habíamos de ir en los bateles, y otro día por la mañana, después de haber oído misa y todas nuestras armas muy a punto, mandó Cortés a Alonso de Ávila, que era capitán, que con cien soldados, y entre ellos diez ballesteros, fuese por el caminillo, el que he dicho que iba al pueblo, e que desque oyese los tiros, él por una parte y nosotros por otra diésemos en el pueblo. Y Cortés y todos los más soldados y capitanes fuimos en los bateles y navíos de menos porte por el río arriba. Y desque los indios guerreros questaban en la costa y entre los mamblares vieron que de hecho íbamos, vienen sobre nosotros con tantas canoas al puerto adonde habíamos de desembarcar, para defendernos que no saltásemos en tierra, que toda la costa no había sino indios de guerra con todo género de armas que entre ellos se usan, tañendo trompetillas y caracoles y atabalejos. Y desque así vio la cosa, mandó Cortés que nos detuviésemos un poco y que no soltasen ballesta ni escopeta ni tiros; y como todas las cosas quería llevar muy justificadas, les hizo otro requirimiento delante de un escribano del rey que se decía Diego de Godoy, e por la lengua de Aguilar, para que nos dejasen saltar en tierra y tomar agua y hablalles cosas de Dios y de Su Majestad, y que si guerra nos daban y por defendernos algunas muertes hobiese u otros cualquier daños, fuesen a su culpa e cargo, y no a la nuestra. Y ellos todavía haciendo muchos fieros, y que no saltásemos en tierra, si no que nos matarían; y luego comenzaron muy valientemente a flechar y hacer sus señas con sus tambores, y como esforzados se vienen todos contra nosotros y nos cercan con las canoas con tan gran rociada de flechas, que nos hicieron detener en el agua hasta la cinta, y otras partes no tanto; e como habla allí mucha lama y ciénaga no podíamos tan presto salir della, y cargan sobre nosotros tantos indios, que con las lanzas a manteniente y otros a flecharnos, hacían que no tomásemos tierra tan presto como quisiéramos, y también porque en aquella lama estaba Cortés peleando, y se le quedó un alpargato en el cieno que no le pudo sacar, y descalzo el un pie salió a tierra, y luego le sacaron el alpargato y se calzó. Y entre tanto que Cortés estaba en esto, todos nosotros, ansí capitanes como soldados, fuimos sobre ellos nombrando a Señor Santiago, y les hecimos retraer, y aunque no muy lejos, por amor de las albarradas y cercas que tenían hechas de maderas gruesas, adonde se mamparaban, hasta que las deshicimos y tuvimos lugar, por un portillo, de les entrar y pelear con ellos, y les llevamos por una calle adelante, adonde tenían hechas otras fuerzas, y allí tornaron a reparar y hacer cara, y peleaban muy valientemente y con gran esfuerzo, y dando voces y silbos, e decían: «Al calacheoni, al calacheoni», que en su lengua mandaban que matasen o prendiesen a nuestro capitán. Estando desta manera envueltos con ellos, vino Alonso de Ávila con sus soldados, que había ido por tierra desde los palmares, como dicho tengo, y paresce ser no acertó a venir más presto por amor de unas ciénagas y esteros; y su tardanza fue bien menester, según habíamos estado detenidos en los requirimientos y deshacer portillos en las albarradas para pelear; ansí que todos juntos les tornamos a echar de las fuerzas donde estaban y les llevamos retrayendo, y ciertamente que como buenos guerreros nos iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas hasta un gran patio donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenían tres casas de ídolos, e ya habían llevado todo cuanto hato habla. En los cues de aquel patio mandó Cortés que reparásemos y que no fuésemos más en seguimiento del alcance, pues iban huyendo, y allí tomó Cortés posesión de aquella tierra por Su Majestad y él en su real nombre, y fue desta manera: Que desenvainada su espada dio tres cuchilladas en señal de posesión en un árbol grandes que se dice ceiba, questaba en la plaza de aquel gran patio, y dijo que si había alguna persona que se lo contradijese, que él lo defendería con su espada y una rodela que tenía embrazada, y todos los soldados que presentes nos hallamos cuando aquello pasó respondimos que era bien tomar aquella real posesión en nombre de Su Majestad, e que nosotros seríamos en ayudalle si alguna persona otra cosa contradijere. E por ante un escribano del rey se hizo aquel auto.