Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
capitanías teníamos por deshonra que unos batallásemos e hiciésemos rostro a los escuadrones mejicanos y otros estuviesen cegando los pasos y aberturas y puentes, y por excusar diferencias sobre los que habíamos de batallar o cegar aberturas, mandó Pedro de Alvarado que una capitanía tuviese cargo de cegar y entender en la obra un día y las dos capitanías batallasen e hiciesen rostro contra los enemigos, y esto había de ser por rueda, un día unos y luego otro día otra capitanía, hasta que por todas tres capitanías volviese la andana y rueda: y con esta orden no quedaba cosa que les ganábamos que no dábamos con ella en el suelo, y nuestros amigos los tascaltecas que nos ayudaban, y ansí les íbamos entrando en su ciudad; mas al tiempo de retraer todas tres capitanías habíamos de pelear juntos, porque entonces era donde corríamos mucho peligro, y como otra vez he dicho, primero hacíamos salir de las calzadas todos los tascaltecas, porque cierto era demasiado embarazo para cuando peleábamos. Dejemos de hablar de nuestro real y vol vamos al de Cortés y al de Sandoval, que a la contina. ansí de día como de noche, tenían sobre si muchos contrarios por tierra y flotas de canoas por la laguna, y siempre les daban guerra, y no les podían apartar de si; pues en lo de Cortés. por les ganar una puente y abra muy honda, y era mala de ganar, y en el la tenían los mejicanos muchos mamparos y albarradas que no se podían pasar sino a nado y ya que se pusiesen a pasalla, estábanle aguardando muchos guerreros con flechas y piedra con hondas, y varas y macanas y espadas de a dos manos, y lanzas hechas como dalles y engastadas e las espadas que nos tomaron, y la laguna llena de canoas de guerra, y había junto a las albarradas muchas azoteas, y dellas les daban muchas pedradas, y los bergantines no les podían ayudar por las estacadas que tenían puestas, y sobre ganalles esta fuerza y puente y abertura pasaron los de Cortés mucho trabajo, e le mataron cuatro soldados en el combate, porque le hirieron sobre treinta soldados, y como era ya tarde cuando lo acabaron de ganar, no tuvieron tiempo de la cegar, y se volvieron retrayendo con gran trabajo y peligro y con más de treinta soldados heridos y muchos más tascaltecas descalabrados. Dejemos esto, y digamos otra manera que Guatemuz mandó pelear a sus capitanías, y mandó apercebir todos sus poderes; y es que como para otro día era la fiesta del señor San Juan de junio. que entonces se cumplía un año puntualmente que habíamos entrado en Méjico, cuando el socorro de Pedro de Alvarado e nos desbarataron, según dicho tengo en el capitulo que dello habla, parece ser tenían cuenta en ello, el Guatemuz mandó que en todos tres reales nos diesen toda la guerra con la mayor fuerza que pudiesen, con todos sus poderes, ansí por tierra como con las canoas por el agua, y manda que fuese de noche al cuarto de la modorra; y por que los bergantines no nos pudiesen ayudar, en todas las más partes del agua de la laguna tenían hechas estacadas para que en ellas zalabordasen; y vinieron con tanta furia e ímpetuo, que si no fuera por los que velábamos, que éramos sobre ciento y veinte soldados, y acostumbrados a pelear, nos entraran en el real, y corríamos harto riesgo; y con gran concierto les resistimos; y allí hirieron a quince de los nuestros, y dos murieron de ahí a ocho días de las heridas. Pues en el real de Cortés también les pusieron en gran aprieto y trabajo, y hobo muchos muertos y heridos, y en lo de Sandoval por el consiguiente. Y desta manera vinieron dos noches arreo, y también en aquellos reencuentros quedaron muchos mejicanos muertos y muchos más heridos. Y como Guatemuz y sus capitanes y papas vieron que no aprovecha nada la guerra que dieron aquellas dos noches, acordaron que con todos sus poderes juntos viniesen al cuarto del alba y diesen en nuestro real que se dice el de Tacuba; y vinieron tan bravosos, que nos cercaron por dos partes, y aun nos tenían medio desbaratados y atajados, y quiso Nuestro Señor Jesucristo damos esfuerzo que nos tornamos a hacer un cuerpo y nos mamparamos algo con los bergantines, y a buenas estocadas y cuchilladas. que andábamos pie con pie, les apartamos algo de nosotros, y los de caballo no estaban de balde, pues los ballesteros y escopeteros hacían lo que podían, que harto tuvieron que romper en otros escuadrones, que ya nos tenían tomadas las espaldas. Y en aquella batalla mataron a ocho y hirieron muchos de nuestros soldados, y aun al Pedro de Alvarado le descalabraron, y si nuestros amigos los taxcaltecas durmieran aquella noche en la calzada, corríamos gran riesgo con el embarazo que ellos nos pusieran, como eran muchos; mas la ispiriencia de lo pasado nos hacía que luego los echásemos fuera de la calzada. y se fuesen a Tacuba, quedábamos sin cuidado. Tornemos a nuestra batalla, que matamos muchos mejicanos y se prendieron cuatro personas principales. Bien tengo entendido que los curiosos letores se hartarán de ver cada día tantos combates. y no se puede menos hacer, porque noventa y tres días questuvimos sobre esta tan fuerte y gran ciudad, cada día y de noche teníamos guerra y combates; por esta causa los hemos de recitar muchas veces cómo y cuándo y de qué manera pasaban, y no los pongo por capítulos de lo que cada día hacíamos porque me paresció que era gran prolijidad, y era cosa para nunca acabar, y parescería a los libros de Amadís o Caballerías; y porque de aquí adelante no me quiero detener en contar tantas batallas y reencuentros que cada día pasábamos, lo diré lo más breve que pueda. Y porque nos paresció que llevamos vitoria e tuvimos grandes desmanes, vuelven sobre nosotros, que estuvimos en gran peligro de nos perder en todos tres reales, como adelante verán.
Como Cortés vio que no se podían cegar todas las aberturas y puentes y zanjas de agua que ganábamos cada día y de noche las tornaban abrir los mejicanos, y hacían más fuertes albarradas que de antes tenían hechas, y que era gran trabajo pelear y cegar puentes y velar todos juntos, en demás como estábamos todos los más heridos y se hablan muerto vei..., acordó Cortés de poner en pláticas con los capitanes y soldados que tenía en su real, que eran Cristóbal de Olí, y Francisco Verdugo, y Andrés de Tapia, y el alférez Corral, y Francisco de Lugo, y también nos escribió al real de Pedro de Alvarado y al de Sandoval para tomar parecer de todos nuestros capitanes y soldados, y el caso que propuso era que si nos parescía que fuésemos entrando en la ciudad muy de golpe, hasta llegar al Tatelulco, ques la plaza mayor de Méjico, ques muy más ancha y grande que no la de Salamanca, y que llegados que llegásemos a ella, que sería bien asentar en él todos tres reales, y que desde allí podríamos batallar por las calles de Méjico sin tener tantos trabajos al retraer, ni tener tanto que cegar ni velar las puentes; y como [en] las tales pláticas y, consejos suele acaescer, hobo muchos pareceres, porque unos decíamos que no era buen acuerdo ni consideración meternos tan de hecho en el cuerpo de la ciudad, sino que nos estuviésemos, como nos estábamos, batallando y derrocando y abrasando casas, y las causas más evidentes que dimos los que éramos en este parescer fue que si nos metíamos en el Tatelulco y dejábamos la calzadas y puentes sin guarda y desmamparadas, que como los mejicanos son muchos guerreros y con las muchas canoas que tienen, nos tornarían abrir las puentes y calzadas y no seríamos señores dellas, y que con sus grandes poderes nos darían guerra de noche y de día, y como siempre tiene hechas muchas estacadas, nuestros bergantines no nos podrían ayudar, y de aquella manera que Cortés decía seríamos nosotros los cercados, y ellos ternían por sí la tierra y campo y laguna; y le escribimos sobre el caso para que nos acontesciese como la pasada, que dice el refrán, de macegatos, cuando salimos huyendo de Méjico, y desque Cortés hobo visto el parescer de todos y vio las buenas razones que sobrello dábamos, en lo que se resumió en todo lo platicado fue que para otro día saliésemos de todos tres reales con toda la mayor pujanza, ansí los de caballo como ballesteros y escopeteros y soldados, y que les fuésemos ganando hasta la plaza mayor, ques el Tatelulco, muchas veces por mí nombrado. Y apercebidos en todos tres reales y a nuestros amigos los tascaltecas, y a los de Tezcuco, y a los de los pueblos de la laguna, que nuevamente hablan dado la obidiencia a Su Majestad, para que con sus canoas viniesen ayudar los bergantines, un domingo en la mañana, después de haber oído misa, salimos de nuestro real con Pedro de Alvarado, y también salió Cortés del suyo, y Sandoval con sus capitanías, y con gran pujanza iba cada capitanía ganando puentes y albarradas, y los contrarios peleaban como fuertes guerreros, y Cortés por su parte llevaba mucha vitoria, y ansimismo Gonzalo de Sandoval por la suya; pues por nuestro puesto ya les habíamos ganado otra albarrada y una puente, y esto fue con mucho trabajo, porque había grandes poderes del Guatemuz que las estaban guardando, y salimos della muchos de nuestros soldados heridos y uno murió luego de las heridas, y nuestros amigos los tascaltecas salieron más de mill dellos solamente descalabrados, y todavía íbamos siguiendo la vitoria muy ufanos. Volvamos a decir de Cortés e de todo su ejército, que ganaron una abertura de agua algo honda, y estaba en ella una calzadilla muy angosta que los mejicanos con maña e ardid la habían hecho de aquella manera, porque tenían pensado entre si lo que agora a Cortés le acontesció, y es que como llevaba vitoria él y sus capitanes y soldados y la calzada llena de amigos, e iban siguiendo a los contrarios, y aunque hacían que huían no dejaban de tirar vara y flecha y piedra, y hacían unas paradillas como que resistían a Cortés, hasta que le fueron cebando para que fuese atrás, y desque vieron que de hecho iba siguiendo la vitoria, hacían que iban huyendo dél, por manera que la adversa fortuna vuelve la rueda y a mayores prosperidades acuden muchas tristezas; y como Cortés iba vitorioso y en el alcance de los contrarios, o por su gran descuido, o Nuestro Señor Jesucristo que lo permitió, él, sus capitanes y soldados dejaron de cegar la abertura de agua que habían ganado, y como la calzadilla por do iban con maña la habían hecho muy angosta, y aun entraba en ella agua por algunas partes, y había mucho lodo y cieno, y como los mejicanos le vieron pasar aquel paso sin cegar, que no deseaban otra cosa, y aun para aquel efecto tenían apercebidos muchos escuadrones de guerreros con muy esforzados capitanes y muchas canoas en la laguna en parte que nuestros bergantines no les podían hacer daño ninguno con las grandes estacadas que les tenían puestas en que zabordasen, vuelven sobre Cortés y contra todos sus soldados tan gran furia de escuadrones mejicanos y con tales alaridos y gritos y silbos, que los nuestros no les pudieron defender su gran ímpetu y fortaleza con que vinieron a pelear contra Cortés, y acordaron todos los soldados con sus capitanes y banderas de volver retrayendo con gran concierto; mas como venían contra ellos tan rabiosos contrarios hasta que los metieron en aquel mal paso con los amigos que traían, que eran muchos, se desconcertaron, de arte que vuelven huyendo sin hacer resistencia, vueltos las espaldas; y Cortés desque así los vio volver desbaratados, les esforzaba, y decía: «¡Tene, tene, señores; tene recio! ¿Qués esto que así habéis de volver las espaldas?»; no los pudo detener. Y en aquel paso que dejaron de cegar y en la calzadilla. que era angosta y mala, y con las canoas le desbarataron e hirieron en una pierna, y le llevaron vivos sobre sesenta y seis soldados, y le mataron ocho caballos, y a Cortés ya le tenían engarrafado seis o siete capitanes mejicanos; y quiso Nuestro Señor Dios ayudallo y poner esfuerzo para se defender, puesto questaba herido de una pierna, porque en aquel instante luego llegó a él un muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja; y desque así le vido asido de tanto indio, peleó tan bravosamente el soldado Olea, que mató luego destocadas cuatro de los capitanes que tenían engarrafado a Cortés, y también le ayudó otro muy valiente soldado que se decía Lerma; e hicieron tanto por sus personas, que lo dejan, y por le defender, allí perdió la vida el Olea y aun Lerma estuvo a punto de muerte; luego acudieron muchos soldados, y aunque bien heridos echan mano a Cortés y le ayudan a salir de aquel peligro e lodo en que estaba. Entonces también vino con mucha presteza el maestre de campo Cristóbal de Olí, le tomaron por los brazos y le ayudaron a salir del agua y lodo, y le trujeron un caballo en que se escapó de la muerte; y en aquel instante también venía un su mayordomo que se decía Cristóbal de Guzmán, y le traía otro caballo. Y desde las azoteas los mejicanos guerreros, que andaban muy bravosos y vitoriosos y muy malamente, de manera que prendieron al Cristóbal de Guzmán y vivo le llevaron a Guatemuz; y todavía los mejicanos iban siguiendo a Cortés y a todos sus soldados hasta que llegaron a su real. Pues ya aquel desastre acaescido y se hallaron en su real, los escuadrones mejicanos no dejaban de seguilles dándoles caza y grita, y diciéndoles muchos vituperios, y llamándoles de cobardes. Dejemos de hablar de Cortés y de su desbarate y volvamos a nuestro ejército, ques el de Pedro de Alvarado, en la ciudad de Tacuba. Y como íbamos muy vitoriosos, y cuando no nos catamos, vimos venir contra nosotros tantos escuadrones mejicanos, y con grandes gritas y muy hermosas divisas y penachos, y nos echaron delante de nosotros cinco cabezas que entonces habían cortado de los que hablan tomado a Cortés, y venían corriendo sangre, y decían: «Así os mataremos como hemos muerto a Malinche y Sandoval y a todos los que consigo traían, y estas son sus cabezas, por eso conocellas bien». Y diciéndonos estas palabras se venían a cerrar con nosotros hasta nos echar mano, que no aprovechaban cuchilladas ni estocadas ni ballestas ni escopetas, y no hacían sino dar en nosotros como a terrero; y con esto no perdíamos punto en nuestra ordenanza al retraer, porque luego mandamos a nuestros amigos los tascaltecas que prestamente nos desembarazasen las calzadas y pasos malos; y en este tiempo ellos se lo tuvieron bien en cargo, que como vieron las cinco cabezas de nuestros compañeros corriendo sangre, que decían que ya hablan muerto a Malinche y Sandoval y a todos los teules que consigo traían, que así habían de hacer con nosotros y a los tascaltecas, temieron en gran manera, porque creyeron que era verdad, y por esta causa digo que desembarazaron la calzada muy de veras. Volvamos a decir [que] como nos íbamos retrayendo oímos tañer del cu mayor, ques donde estaban sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, que señorea el altor dél a toda la gran ciudad, y también un atambor, el más triste sonido, en fin, como instrumento de demonios, y retumbaba tanto, que se oyera dos leguas, y juntamente con él muchos atabalejos y caracoles y bocinas y silbos; entonces, según después supimos, estaban ofresciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos que dicho tengo, de nuestros compañeros. Dejemos el sacrificio y volvamos a nuestro retraer y la gran guerra que nos daban ansí por la calzada como de las azoteas y de la laguna con las canoas. Y en aquel instante vienen contra nosotros muchos escuadrones que de nuevo enviaba el Guatemuz, y manda tocar su corneta, que era una señal que cuando aquella tocasen habían de combatir sus capitanes y guerreros de manera que habían de hacer presa y morir sobrello, y retumbaba el sonido que los metían en los oídos, y desque lo oyeron aquellos sus escuadrones y capitanías, saber agora yo decir con qué rabia y esfuerzo se metían en nosotros a nos echar mano es cosa despanto, porque yo no lo sé aquí escribir, que agora que me paro a pensar en ello es como si agora lo viese y si estuviese en aquella guerra e batalla; mas torno afirmar que si Nuestro Señor Jesucristo no nos diera esfuerzo, según estábamos todos heridos, Él nos salvó, que no podíamos llegar de otra manera a nuestros ranchos, y le doy muchas gracias a Dios y loores por ello, que me escapé aquella vez y otras muchas de poder de los mejicanos. Volviendo a nuestra plática, allí los de a caballo hacían arremetidas, y con dos tiros gruesos que pusimos junto a nuestros ranchos, unos tirando y otros cebando, nos sosteníamos, porque la calzada estaba llena de bote en bote de contrarios, y nos venían hasta las casas, como cosa vencida, a echarnos vara y piedra, y, como he dicho, con aquellos tiros matábamos muchos dellos, y quien ayudó mucho aquel día fue un hidalgo que se dice Pedro Moreno Medrano, que vive agora en la Puebla, porque fue el artillero, porque nuestros artilleros que solíamos tener les habían dellos muerto y otros estaban heridos, y el Pedro Moreno, demás de siempre haber sido un muy esforzado soldado, aquel día nos fue gran ayuda. Y estando questábamos de aquella manera, bien angustiados y heridos, no sabíamos de Cortés, ni de Sandoval, ni de sus ejércitos si les habían muerto o desbaratado, como los mejicanos nos decían cuando nos arrojaron las cinco cabezas que traían asidas por los cabellos y de las barbas, y decían que ya habían muerto a Malinche y a todos los teules, e que ansí nos habían de matar a nosotros aquel mismo día, y no podíamos saber dellos porque batallábamos los unos de los otros obra de media legua, y a donde desbarataron a Cortés era más lejos, y a esta causa estábamos muy penosos, y todos juntos, ansí heridos como sanos, hechos un cuerpo estuvimos sosteniendo el empetuo de la furia de los mejicanos que sobre nosotros estaban, que creyeron que en aquel día no quedar roso ni velloso de nosotros, según la guerra que nos daban, pues a nuestros bergantines ya habían tomado a el uno y muerto tres soldados y herido el capitán y todos los más soldados que en él venían, y fue socorrido de otro bergantín donde andaba por capitán Juan Jaramillo, y también tenían zalabordado otro bergantín en parte que no podía salir, de que era capitán Juan de Limpias Caravajal, que en aquella sazón ensordeció, que agora vive en la Puebla, y peleó por su persona tan valerosamente y esforzó a los soldados que en el bergantín remaban, que rompieron las estacadas y salieron todos bien heridos, y salvaron su bergantín. Este Limpias fue el primero que rompió las estacadas, y que fue bien para todos. Volvamos a Cortés, que como estaba él y toda su gente los más muertos y heridos, les iban los escuadrones mejicanos hasta su real a darle guerra y aun le echaron delante sus soldados que resistían a los mejicanos cuando peleaban, otras cuatro cabezas corriendo sangre de los soldados que habían llevado al mismo Cortés, y les decían que eran del Tonatio, ques Pedro de Alvarado, y Sandoval y la de Bernal Díaz y de otros teules, que ya nos habían muerto a todos los de Tacuba. Entonces diz que desmayó mucho más Cortés de lo de antes estaba y se le saltaron las lágrimas por los ojos y todos los que consigo tenía, mas no de manera que sintiesen en el desmayo flaqueza, y luego mandó a Cristóbal de Olí, que era maestre de campo, y a sus capitanes que mirasen no les rompiesen el real los muchos mejicanos questaban sobrellos, y que todos juntos hiciesen cuerpo, ansí heridos como sanos, y mandó Andrés de Tapia que con tres de a caballo muy en posta viniesen por tierra y aventurasen la vida a Tacuba, ques nuestro real, y que supiese si éramos vivos, y que si no éramos desbaratados que mirásemos que en el real hobiese buen recaudo y que todos juntos hiciésemos cuerpo así! de día como en la noche en la vela; y esto que enviaba a mandar ya lo teníamos por costumbre; y el capitán Andrés de Tapia y los tres de a caballo que con él venían se dieron buena priesa
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, y aún venía herido el Tapia y dos de los que traía en su compañía, que se decían Guillén de la Loa y el otro Valdenebro, y un Juan de Cuéllar, hombres esforzados, y desque llegaron a nuestro real y nos hallaron batallando con el poder de Méjico, que todo estaba junto contra nosotros, se holgaron en el alma y nos contaron lo acaescido del desbarate de Cortés y lo que nos enviaba a decir, y no nos quisieron declarar qué tantos eran muertos, y decían que hasta veinte y cinco, y que todos los demás estaban buenos. Dejemos de hablar en esto y volvamos a Sandoval y a sus capitanes y soldados, que andaban muy vítoriosos en la parte y calles de su conquista. Y desque los mejicanos hobieron desbaratado a Cortés cargan sobre el Sandoval y su ejército y capitanes de arte que no se pudo valer, y le mataron seis soldados y le hirieron a todos los que traía, y a él le dieron tres heridas: la una en el muslo y la otra en la cabeza y otra en el brazo izquierdo, y estando batallando con los contrarios le ponen delante seis cabezas de los que mataron de Cortés, y dicen que aquellas cabezas eran del Malinche y del Tonatio y de otros capitanes, y que ansí habían de hacer al Sandoval y a los que con él estaban, y les dieron muy fuertes combates. Y el Sandoval desque aquello vio mandó a sus capitanes y soldados que todos mostrasen mucho ánimo y no desmayasen, y que mirasen al retraer no hobiese algún desconcierto en la calzada, ques angosta, y lo primero que hace mandó salir a fuera de la misma calzada a sus amigos, que tenía muchos, por que no le estorbasen, y con sus dos bergantines y con sus escopeteros y ballesteros y con mucho trabajo se retrujo a sus estancias, y toda su gente bien herida y aun desmayada y seis muertos; y como se vio fuera de la calzada, puesto questaban cercados de mejicanos, esforzó sus gentes y capitanes y les encomendó mucho que todos hiciesen cuerpo ansí de dia como de noche, y que guardasen el real no les desbaratasen, y como conoscía del capitán Luis Marín que lo harían muy bien, ansí herido y entrapajado como estaba tomó consigo otros dos de a caballo, y por tierra fue muy en posta al real de Cortés, y desque el Sandoval vio a Cortés le dijo: «Oh, señor capitán, ¿y qués esto, aquestos son los consejos y ardides de guerra que siempre nos daba? ¿Cómo ha sido este desmán?» Y Cortés le respondió saltándosele las lágrimas de los ojos: «¡Oh, hijo Sandoval, que mis pecados lo han permitido, y no soy tan culpante en ello como me ponen todos nuestros capitanes y soldados, sino es el tesorero Julián de Alderete, a quien encomendé que cegase aquel paso donde nos desbarataron, y no lo hizo, como no es acostumbrado a guerras, ni aun ser mandado de capitanes!» Y entonces respondió el mesmo tesorero, que se halló junto a Cortés, que vino a ver y hablar a Sandoval y a saber de su ejército si era muerto o desbaratado, y dijo que el mismo Cortés tenía la culpa, y no él, y la causa que dio fue que como Cortés iba con vitoria, por seguilla muy mejor decía: «Adelante, caballeros», y que no les mandó cegar puente ni paso malo, y que si se lo mandara, que su capitán y los amigos lo hicieran, y también culpaba a Cortés en no mandar salir con tiempo de las calzadas los muchos amigos que llevaba; y porque hobo otras muchas pláticas y respuestas de Cortés al tesorero, que iban dichas con enojo, se dejarán de decir, y diré cómo en aquel instante llegaron dos bergantines de los que Cortés tenía en la laguna y calzada, que no hablan venido ni sabían dellos después del desbarate y, según paresció, habían estado detenidos y zalabordados en unas estacadas, y, según dijeron los capitanes, habían estado detenidos y cercados de canoas que les daban guerra, y venían todos heridos; y dijeron que Dios primeramente que les ayudó, y con un viento y con grandes fuerzas que pusieron al remar, rompieron las estacadas, de lo cual hobo mucho placer Cortés, porque hasta entonces, y aunque no lo publicaba por no desmayar los soldados, como no sabía dellos, los tenía por perdidos. Dejemos esto y volvamos a Cortés, que luego encomendó mucho a Sandoval que luego fuese en posta a nuestro real de Pedro de Alvarado, que se dice el de Tacuba, y mirase si éramos desbaratados o de qué manera estábamos, y que si éramos vivos, que nos ayudase a poner resistencia en el real no nos rompiesen, y dijo a Francisco de Lugo que fuese en su compañía, porque bien entendido tenía que había escuadrones mejicanos en el camino, y le dijo que ya había enviado a saber de nosotros a Andrés Tapia con tres de a caballo, y temía no le hobiesen muerto en el camino, y cuando se lo dijo y se despidió, fue abrazar al Sandoval y le dijo: «Mira, hijo; pues yo no puedo ir a todas partes, ya veis questoy herido, a vos encomiendo estos trabajos para que pongáis cobro en todos tres reales; bien sé que Pedro de Alvarado y todos sus capitanes y hermanos y soldados que le di esforzados habrán batallado y hecho como caballeros; mas temo el gran poder destos perros no le hayan desbaratado, pues de mi y de mi ejército veis de la manera questoy». Y en posta vino Sandoval y el Francisco de Lugo donde estábamos, y cuando llegó era a hora poco más de vísperas, y porque, según paresció y vimos, el desbarate de Cortés fue antes de misa mayor, y cuando llegó Sandoval nos halló batallando con los mejicanos, que nos querían entrar en el real por unas casas que hablamos derrocado, y otros por la calzada, y muchas canoas por la laguna, y tenían ya un bergantín zalabordado en tierra, y los soldados que en ellos iban, los dos hablan muerto y todos los más heridos, y como Sandoval nos vio a mi y a otros seis soldados en el agua metidos a más de la cinta ayudando al bergantín a echarle en lo hondo, y estaban sobre nosotros muchos indios con espadas de las nuestras que tomaron en el desbarate de Cortés, y otros con montantes de navajas y dándonos cuchilladas, y a mí me dieron un flechazo e una cuchillada en la pierna, por que no ayudásemos al bergantín, que ya le querían llevar con sus canoas, según las fuerzas que ponían, y le tenían atado muchas sogas para llevárselo y metelle dentro a la ciudad, y como Sandoval nos vio de aquella manera, nos dijo: «¡Oh, hermanos, pone fuerzas en que no lleven el bergantín!», y tomamos tanto esfuerzo, que luego le sacamos en salvo, puesto que, como he dicho, todos los marineros salieron heridos y dos soldados muertos. En aquella sazón vinieron a la calzada muchas capitanías de mejicanos, y nos herían ansí a los de a caballo y a todos nosotros, y aun al Sandoval le dieron una buena pedrada en la cara, y entonces Pedro de Alvarado lo socorrió con otros de a caballo, y como venían tantos escuadrones e yo y otros veinte soldados les hacíamos cara, Sandoval nos mandó que poco a poco nos retrujésemos. por que no les matasen los caballos, y porque no nos retraíamos de presto como quisiera, nos dijo con furia: «¿Queréis que por amor de vosotros me maten a mi y a todos estos caballeros? Por amor de mi, hermanos queridos, que os retraigáis»; y entonces lo tornaron a herir a él y a su caballo, y en aquella sazón echamos los amigos fuera de la calzada, y poco a poco, haciendo cara y no vueltas las espaldas, como quien hace represas, unos ballesteros y escopeteros tirando y otros cebando sus escopetas, y no soltaban todos a la par, y los caballos que hacían algunas arremetidas, y el Pedro Moreno Medrano, ya por mi memorado, con sus tiros en armar y tirar, y por más mejicanos que llevaban las pelotas, no los podía apartar, sino que siempre nos iban siguiendo con pensamiento que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar. Pues ya questábamos retraídos cerca de nuestros aposentos, pasada ya una grande obra donde había mucha agua y no nos podían alcanzar las flechas y vara y piedra, y estando el Sandoval y el Francisco de Lugo y Andrés de Tapia con Pedro de Alvarado contando a cada uno lo que le había acaescido y lo que Cortés mandaba, tomó a sonar el atambor muy doloroso del Huichilobos, y otros muchos caracoles y cometas, y otras como trompetas, y todo el sonido de ellos espantable, y mirábamos al alto cu en donde las tañían y vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba a nuestros compañeros que habían tomado en la derrota que dieron a Cortés, que los llevaban a sacrificar; y desque ya los tuvieron arriba en una placeta que se hacía en el adoratorio donde estaban sus malditos ídolos, vimos que a muchos dellos les ponían plumajes en las cabezas y con unos como aventadores les hacían bailar delante del Huichilobos, y desque hablan bailado, luego les ponían despaldas encima de unas piedras, algo delgadas, que tenían hechas para sacrificar, y con unos navajones de pedernal los aserraban por los pechos y les sacaban los corazones buyendo y se los ofrescían a sus ídolos que allí presentes tenían, y los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo; y estaban aguardando abajo otros indios carniceros, que les cortaban brazos y pies, y las caras desollaban, y los adobaban después como cuero de guantes, y con sus barbas las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacían borracheras, y se comían las carnes con chilmole, y desta manera sacrificaron a todos los demás, y les comieron las piernas y brazos, y los corazones y sangre ofrescían a sus ídolos, como dicho tengo, y los cuerpos. que eran las barrigas y pies, echaban a los tigres e leones que tenían en la casa de las alimañas, como dicho tengo en el capítulo atrás dello platicado. Pues desque aquellas crueldades vimos todos los de nuestro real y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y todos los demás capitanes, miren los curiosos letores questo leyeren qué lástimas teníamos dellos, y decíamos entre nosotros: «¡Oh, gracias a Dios que no me llevaron a mí hoy a sacrificar!», y también tenían atención que no estábamos lejos dellos y no les podíamos remediar, y antes rogábamos a Dios que nos guardare de tan crudelisíma muerte. Pues en aquel instante que hacían aquellos sacrificios, vinieron de repente sobre nosotros grandes escuadrones de guerreros, y nos daban por todas partes bien qué hacer, que ni nos podíamos valer de una manera ni de otra contra ellos, y nos decían: «Mira que desta manera habéis de morir todos, que nuestros dioses nos lo han prometido muchas veces». Pues las palabras de amenazas que decían a nuestros amigos los tascaltecas eran tan lastimosas y tan malas, que les hicieron desmayar, y les echaban piernas de indios asadas y otros brazos de nuestros soldados, y les decían: «Comed de las carnes de esos teules y de vuestros hermanos, que ya bien hartos estamos dellos, y eso que nos sobra podéis hartaros dello, y mira que las casas que habéis derrocado que os hemos de traer para que las toméis a hacer muy mejores y de piedra blanca y calicanto labradas; por eso ayuda muy bien a esos teules, que todos los veréis sacrificados». Pues otra cosa mandó hacer Guatemuz: que como aquella vitoria tuvo, envió por todos los pueblos nuestros confederados y amigos y a sus parientes pies y manos de nuestros soldados, y caras desolladas con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron, y les enviaron a decir que ya éramos muertos más de la mitad de nosotros, y que presto nos acabarían, y dejasen nuestra amistad y se viniesen a Méjico, que si luego no la dejaban, que les iría a destruir, y les envió a decir otras muchas cosas para que se fuesen de nuestro real y nos dejasen, pues hablamos de ser presto muertos por sus manos. Y a la contina dándonos guerra ansí de día como de noche; y como velábamos todos los del real juntos, y Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado y los demás capitanes haciéndonos compañía en la vela, y aunque venían de noche grandes capitanías de guerreros, los resistíamos; pues los de a caballo todo el día y la noche estaban mitad dellos en lo de Tacuba y la otra mitad en las calzadas; pues otro mayor mal nos hicieron: que cuanto habíamos cegado desde que en la calzada entramos, todo lo tornaron a abrir, e hicieron albarradas muy más fuertes que de antes; pues a los amigos de las ciudades de la laguna que nuevamente habían tomado nuestra amistad y nos vinieron ayudar con las canoas, creyeron llevar lana y volvieron tresquilados, porque perdieron muchos las vidas y más de la mitad de las canoas que traían, y otros muchos volvieron heridos, y aun con todo esto, desde allí adelante no ayudaron a los mejicanos, porque estaban mal con ellos, salvo estarse a la mira. Dejemos de hablar más en contar lástimas y volvamos a decir el recaudo y manera que dende en adelante teníamos, y cómo el Gonzalo de Sandoval, y Francisco de Lugo, y Andrés de Tapia, e Juan de Cuéllar, y Valdenebro, y los demás soldados que habían venido a nuestro real les paresció que era bien volverse a sus puestos y dar relación a Cortés cómo y de qué manera estábamos; y se fueron en posta y dijeron a Cortés cómo Pedro de Alvarado y todos sus soldados teníamos muy buen recaudo, ansí en el batallar como en el velar, y aun el SandovaI, como me tenía por amigo, dijo a Cortés que me halló a mí y a otros soldados batallando el agua más de la cinta, defendiendo un bergantín questaba zabordado en tierra, que si por nuestras personas no fuera que mataran los soldados y capitán que dentro venían, y porque dijo de mi persona otras loas de cuando me mandaba a retraer, que yo aquí no lo he de decir, porque otras personas lo dijeron y se supo en todo el real de Cortés y el nuestro, no quiero aquí recitallo. Y desque Cortés lo hobo bien entendido del buen recaudo que teníamos en nuestro real, con ello descansó su corazón, y desde allí adelante mandó a todos tres reales que no batallásemos poco ni mucho con los mejicanos; entiéndese que no curásemos de tomar ningún puente ni albarrada, salvo de defender nuestros reales, no nos los rompiesen, que de batallar con ellos, aun no había bien esclarecido el día cuando estaban sobre nuestro real tirando muchas piedras con hondas y vara y flecha, y diciéndonos vituperios feos; y como teníamos junto a nuestro real una abertura de agua muy ancha y honda, estuvimos con ellos cuatro días arreo, que no la pasamos, y otro tanto se estuvo Cortés en su real y Sandoval en el suyo; y esto de no salir a batallar e procurar de ganar las albarradas que habían tornado abrir y hacer fuertes, era por causa que todos estábamos muy heridos y trabajados, ansí de velas como de las armas y sin comer cosa de sustancia. Y como faltaban del día antes sobre sesenta e tantos soldados de todos tres reales y ocho caballos, porque recibiésemos algún alivio, y por tomar maduro consejo de lo que hablamos de hacer desde allí adelante, mandó Cortés questuviésemos quedos, como dicho tengo. Y dejallo he aquí, y diré cómo y de qué manera peleábamos, y todo lo más que en nuestro real pasó.