Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (63 page)

Capítulo CLIV: Cómo Cortés envió tres principales mejicanos que se habían prendido en las batallas pasadas a rogar a Guatemuz que tuviséemos paces, y lo que el Guatemuz respondió, y lo que más pasó

Después que Cortés vio que íbamos ganando en la ciudad muchas puentes y calzadas y albarradas, y derrocando casas, como tenía presos tres principales personas, que eran capitanes de Méjico, les mandó que fuesen a hablar a Guatemuz para que tuviese paces con nosotros, y los principales dijeron que no osarían ir con tal mensaje, porque su señor Guatemuz les mandaría matar; en fin de más palabras, tanto se lo rogó Cortés, y con promesas que les hizo y mantas que les dio fueron, y lo que mandó que dijesen al Guatemuz fue que porque le quiere bien, y por ser deudo tan cercano del gran Montezuma, su amigo. y casado con su hija, y porque ha mancilla que aquella gran ciudad, porque no se acabe de destruir, y por excusar la gran matanza que cada día se hacía en sus vecinos y forasteros, que le ruega que vengan de paz, y que en nombre de Su Majestad les perdonará todas las muertes y daños que nos han hecho y les hará muchas mercedes, y que tengan consideración a que ya se lo ha enviado a decir cuatro veces, y quél, como mancebo, e por sus consejeros, y la más principal causa por sus malditos ídolos y papas. que le aconsejan mal, no ha querido venir sino darnos guerra, y pues que ya ha visto tantas muertes como en las batallas que nos dan les ha venido, y tenemos de nuestra parte todas las ciudades y pueblos de toda aquella comarca, y que cada día nuevamente vienen más contra ellos, que se conduela de tal perdimiento de sus vasallos y ciudad; y también les envió a decir que sabíamos que se les habían acabado los mantenimientos, y que agua no la tenían, y otras muchas palabras bien dichas. Y los tres principales lo entendieron muy bien por nuestras lenguas y demandaron a Cortés una carta, y ésta no porque la entendían, sino que ya sabían claramente que cuando enviábamos alguna mensajería o cosas que les mandábamos, era un papel de aquellos que llaman Amales, señal como mandamiento. Y desque los tres mensajeros parescieron ante su señor Guatemuz, con grandes lágrimas y sollozando le dijeron lo que Cortés les mandó, y el Guatemuz desque lo oyó, y sus capitanes que juntamente con él estaban, según supimos, que al principio rescibió pasión de que tuviesen atrevimiento de venilles con aquellas pláticas; mas como el Guatemuz era mancebo e muy gentil hombre para ser indio y de buena disposición y rostro alegre, y aun la color algo más que tiraba a blanco que a matiz de indias, que era de obra de veinte y cinco o veinte y seis años, y era casado con una muy hermosa mujer, hija del gran Montezuma, su tío, y, según después alcanzamos a saber. tenía voluntad de hacer paces, y para platicallo mandó juntar todos sus principales y capitanes y papas de los ídolos, y les dijo quél tenía voluntad de no tener guerra con Malinche y todos nosotros, y la plática que sobrello les puso fue que ya había probado todo lo que se puede hacer sobre la guerra y mudado muchas maneras de pelear, y que somos de tal manera que cuando pensaban que nos tenían vencidos, que entonces volvíamos muy más reciamente sobrellos, y que al presente sabía los grandes poderes de amigos que nuevamente nos habían venido, y que todas las ciudades eran contra ellos, y que ya los bergantines les hablan rompido sus estacadas, lo caballos corrían a rienda suelta por todas las calles de su ciudad, y les puso por delante otras muchas desventuras que tenían sobre los mantenimientos y agua: que les rogaba o mandaba que cada uno dellos diesen su parescer, y los papas también dijesen el suyo e lo que sus dioses Huichilobos y Tezcatepuca los han oído hablar e prometido, e que ninguno tuviese temor de decir la verdad de lo que sentían; y, según paresció. le dijeron: «Señor y nuestro gran señor: ya te tenemos por nuestro rey, y es muy bien empleado en ti el reinado, pues en todas tus cosas te has mostrado varón y te viene de derecho el reino; las paces que dices buenas son; mas mira y piensa en ello: desque estos teules entraron en estas tierras y en esta ciudad cuál nos ha ido de mal en peor; mira los servicios y dádivas que les dio vuestro tío el gran Montezuma en qué paró; pues vuestro primo Cacamatcín, rey de Tezcuco, por el consiguiente: pues vuestros parientes los señores de Iztapalapa e Cuyuacán. e de Tacuba y de Talatcingo qué se hicieron; pues los hijos de nuestro gran Montezuma, todos murieron; pues oro y riquezas desta ciudad, todo se ha consumido; pues ya ves que a todos tus súbditos y vasallos de Tepeaca e Chalco y aun de Tezcuco, y todas vuestras ciudades y pueblos los han hecho esclavos y señaladas las caras; mira primero lo que nuestros dioses te han prometido, toma buen consejo sobrello y no te fíes de Malinche y de sus palabras, que más vale que todos muramos en esta ciudad que no vernos en poder de quien nos harán esclavos, y nos atormentarán por oro». Y los papas también en aquel instante le dijeron que sus ídolos les habían prometido vitoria tres noches arreo cuando les sacrificaban. Y entonces el Guatemuz, medio enojado, dijo: «Pues que ansí queréis que sea, guarda mucho el maíz y bastimento que tenemos y muramos todos peleando, y desde aquí adelante ninguno sea osado a demandarme paces; si no, yo le mandaré matar». E allí todos prometieron de pelear noches y días o morir en defensa de su ciudad. Pues ya esto acordado, tuvieron trato con los de Suchimilco y otros pueblos que les metiesen agua en canoas, de noche, y abrieron otras fuentes en partes que tenían agua, aunque salobre. Dejemos ya de hablar en este su concierto; digamos de Cortés y todos nosotros, y questuvimos dos días sin entralles en su ciudad esperando la respuesta, que cuando no nos catamos vienen tantos escuadrones de indios guerreros en todos tres reales y nos dan tan recia guerra, que como leones muy bravos se venían a entrar con nosotros, que creyeron de llevarnos de vencida; esto que digo es por nuestra parte de Pedro de Alvarado, que en la de Cortés y en la de Sandoval también dijeron que les llegaron a sus reales, que no los podían defender, aunque más les mataban y herían, y cuando peleaban tocaban la corneta el Guatemuz, y entonces habíamos de tener orden en que no nos desbaratasen, porque ya he dicho otras veces se metían por las puntas de las espadas y lanzas por nos echar mano, y como ya estábamos acostumbrados a los reencuentros, puesto que cada día herían y mataban de nosotros, teníamos con ellos pie con pie, y desta manera pelearon seis o siete días arreo, y nosotros les matábamos y heríamos muchos dellos, y con todo esto no se les daba nada por morir. Acuérdome que nos decían: «¡En qué se anda Malinche cada día que tengamos paces con vosotros! Ya nuestros ídolos nos han prometido vitoria, y tenemos mucho bastimento y agua, y ninguno de vosotros hemos de dejar a vida; por eso no tornen a hablar sobre paces, pues las palabras son para las mujeres y las armas para los hombres!»; y diciendo esto viénense a nosotros como perros dañados, todo era uno, y hasta que la noche nos despartía estábamos peleando; y luego, como dicho tengo, al retraer con gran concierto, porque nos venían siguiendo grandes capitanías dellos, y echábamos los amigos fuera de la calzada, porque ya habían venido muchos más que de antes, y nos volvíamos a nuestras chozas, y luego ir a velar todos juntos, y en la vela cenábamos, como dicho tengo otras veces, y bien de madrugada pelear, porque no nos daban más espacio; y desta manera estuvimos muchos días. Y estando desta manera tuvimos otro muy malo contraste, y es que se juntaban de tres provincias, que se decían los de Mataltzingo e Malinalco y otros pueblos, que se dicen..., que ya no se me acuerdan los nombres dellos, questaban obra de ocho o diez leguas de Méjico, para venir sobre nosotros mientras estuviésemos batallando con los mejicanos darnos en las espaldas y en nuestros reales, y que entonces saldrían los poderes mejicanos, y los unos por una parte y los otros por la otra tenían pensamiento de nos desbaratar, y porque hobo otras pláticas, y lo que sobrello se hizo diré adelante.

Capítulo CLV: Cómo Guatemuz tenía concertado con las provincias de Mataltzingo e Tulapa y Malinalco y otros pueblos que le viniesen ayudar y diesen en nuestro real, ques el de Tacuba, y en el de Cortés, y que saldría todo el poder de Méjico, entretanto que peleasen con nosotros, y nos darían por las espaldas, y lo que sobrello se hizo

Y para questo se entienda bien ha menester volver atrás a decir desde que a Cortés desbarataron y le llevaron a sacrificar los sesenta y tantos soldados, y aun bien puedo decir sesenta y ocho, porque tantos fueron después que bien se contaron, y también he dicho que Guatemuz envió las cabezas de los caballos y caras que habían desollado, y pies y manos de nuestros soldados que habían sacrificado, a muchos pueblos y a Mataltzingo y Malinalco e Tulapa, y les envió a decir que ya hablan muerto más de la mitad de nuestras gentes, y que les rogaba que para que nos acabasen de matar que viniesen a le ayudar, y que darían en nuestros reales de día o de noche, y que por fuerza hablamos de pelear e nos defender; que cuando estuviésemos peleando saldrían de Méjico y nos darían guerra por otra parte, de manera que nos vencerían y ternían que sacrificar muchos de nosotros a sus ídolos, y harían hartazgas con los cuerpos; de tal manera se lo envió a decir, que lo creyeron y tuvieron por cierto, y demás desto en Mataltzingo e en Tulapa tenía el Guatemuz muchos parientes por parte de la madre, y como vieron las caras y cabezas de nuestros soldados, que he dicho, y lo que les envió a decir, luego lo pusieron por la obra de se juntar con todos los poderes que tenían e venir en socorro de Méjico y de su pariente Guatemuz, y venían ya de hecho contra nosotros, y por el camino donde pasaran estaban tres pueblos nuestros amigos, y les comenzaron a dar guerra y robar las estancias y maizales, e mataron niños para sacrificar, los cuales pueblos enviaron en posta a hacérselo saber a Cortés para que les enviase ayuda y socorro, y de presto mandó a Andrés de Tapia, que con veinte de caballo e cient soldados e muchos amigos tascaltecas los socorriese muy bien; y ansí los hizo retirar a sus pueblos y se volvió al real, de que Cortés hobo mucho placer, y ansimismo en aquel instante vinieron otros mensajeros de los pueblos de Cornavaca a demandar socorro, que los mesmos de Mataltzingo y de Malinalco e de Tulapa e otras provincias venían sobrellos, y que enviase socorro, y para ello envió a Gonzalo de Sandoval con veinte de a caballo y ochenta soldados, los más sanos que había en todos tres reales, y muchos amigos, y sabe Dios cuáles quedaban, con gran riesgo de sus personas, todos tres reales, porque todos los más estaban heridos y no tenían refrigero ninguno; y porque hay mucho que decir en lo que Sandoval hizo y que desbarató los contrarios, se dejará de decir, más de que vino muy de presto por socorrer a su real del Sandoval, e trujimos dos principales de Mataltzingo con nosotros y los dejó más de paz, y fue provechosa aquella entrada que hizo: lo uno, por evitar que nuestros amigos no recibiesen más daño del recibido: lo otro, por que no viniesen a nuestros reales a nos dar guerra como venían de hecho, y por que viese Guatemuz y sus capitanes que no tenían ya ayuda ni favor de aquellas provincias, y también cuando con los mejicanos estábamos peleando nos decían que nos habían de matar con ayuda de Mataltzingo y de otras provincias, y que sus ídolos se lo habían prometido. Dejemos ya decir de la ida y socorro que hizo Sandoval y volvamos a decir cómo Cortés envió a Guatemuz a rogalle que viniese de paz, y que le perdonaría todo lo pasado, y le envió a decir quel rey nuestro señor le envió a mandar agora nuevamente que no le destruyese más aquella ciudad, y que por esta causa los cinco días pasados no les había dado guerra ni entrado batallando, e que mire que ya no tiene bastimentos ni agua, y más de las dos partes de su ciudad por el suelo, y que los socorros quesperaba de Mataltzingo, que se informe de aquellos dos principales que entonces le envió cómo les ha ido en su venida, y le envió a decir otras cosas de muchos ofrescimientos; e fueron con estos dos mensajeros los dos indios de Mataltzingo y seis principales mejicanos que se habían preso en las batallas pasadas. Y desque Guatemuz vio los prisioneros de Mataltzingo y le dijeron lo que había pasado, no les quiso responder cosa ninguna, mas de decilles que se vuelvan a su pueblo, y luego les mandó salir de Méjico. Dejemos los mensajeros, que luego salieron los mejicanos por tres partes con la mayor furia que hasta allí habíamos visto, y se vienen a nosotros, y en todos tres reales nos dieron recia guerra, y puesto que les heríamos y matábamos muchos dellos, paréceme que deseaban morir peleando, y entonces cuando más recio andaban con nosotros pie con pie peleando, e nos mataron diez soldados, a los que les cortaron las cabezas... que habían... Y nos decían: «Que tlenquitoa, rey Castilla, quetlenquitoa», que quiere decir en su lengua: «¿Qués lo que dice agora el rey de Castílla?»; y con estas palabras tirar vara y piedra y flecha, que cubrió el suelo y calzada. Dejemos esto; que ya les íbamos ganando gran parte de la ciudad, y en ellos sentíamos que puesto que peleaban muy como varones, no se remudaban ya tantos escuadrones como solían, ni abrían zanjas ni calzadas; mas otra cosa tenían más cierta: que al tiempo que nos retraíamos nos venían siguiendo hasta nos echar mano, y también quiero decir que ya se nos había acabado la pólvora en todos tres reales, y en aquel instante había venido un navío a la Villa Rica, que era de una armada de un licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, que se perdió o desbarataron en la isla de la Florida, y el navío aportó aquel puerto, y venían en él ciertos soldados y pólvora y ballestas, y el teniente questaba en la Villa Rica, que se decía Rodrigo Rangel, que tenía en guarda a Narváez, envió luego a Cortés pólvora y ballestas y soldados. Y volvamos a nuestra conquista, por abreviar: que acordó Cortés, con todos los demás capitanes y soldados, que les entrásemos cuanto más pudiésemos hasta llegalles al Tatelulco, ques la plaza mayor, donde estaban siete altos cues y adoratorios, y Cortés por su parte, Sandoval por la suya y nosotros por la nuestra les íbamos ganando puentes y albarradas, y Cortés les entró hasta una plazuela donde tenían otros adoratorios y unas torrecillas, en una de aquellas casas estaban unas vigas puestas en lo alto, y en ellas muchas cabezas de nuestros españoles que habían muerto y sacrificado en las batallas pasadas, y tenían los cabellos y barbas crecidas, mucho mayor que cuando eran vivos, y no lo habría yo creído si no lo viera; yo conoscí a tres soldados, mis compañeros, y desque las vimos de aquella manera se nos entristecieron los corazones, y en aquella sazón se quedaron allí donde estaban, mas desde a doce días se quitaron y las pusimos aquellas y otras cabezas que tenían ofrescidas a ídolos y las enterramos en una iglesia que hecimos, que se dice agora los Mártires, junto de la puente que dicen el Salto de Alvarado. Dejemos de contar desto, y digamos cómo fuimos batallando las diez capitanías de Pedro de Alvarado, y llegamos al Tatelulco, y había tanto mejicano en guarda de sus ídolos y altos cues, y tenían tantas albarradas, questuvimos bien dos horas que no se las podíamos tomar ni entralles, y como podían correr ya caballos, puesto que a todos los más nos hirieron, nos ayudaron muy bien y alancearon muchos mejicanos, y como había tanto contrario en tres partes, fuimos las dos capitanías a batallar con ellos, y la capitanía de un capitán que se decía Gutierre de Badajoz mandó Pedro e Alvarado que les subiese en lo alto del cu del Huichilobos, que son CXIV gradas, y peleó muy bien con los contrarios y muchos papas que en las casas de los adoratorios estaban, y de tal manera le daban guerra los contrarios al Gutierre Badajoz y a su capitanía, que le hacían venir diez o doce gradas abajo rodando, y luego le fuemos a socorrer y dejamos el combate en questábamos con muchos contrarios, e yendo que íbamos nos siguieron los escuadrones con que peleábamos, e corrimos harto peligro de nuestras vidas, y todavía les subimos sus gradas arriba, que son CXIV, como otras veces lo he dicho. Aquí había bien que decir en qué peligro nos hobimos los unos y los otros en ganalles aquellas fortalezas, que ya he dicho otras muchas veces que era muy alta, y en aquellas batallas nos tornaron a herir a todos muy malamente; e todavía les posimos fuego, y se quemaron los ídolos, y levantamos nuestras banderas y estuvimos batallando en lo llano, después de puesto fuego, hasta la noche, que no nos podíamos valer con tanto guerrero. Dejemos de hablar en ello y digamos que como Cortés y sus capitanes vieron otro día, desde donde andaban batallando por sus partes, en otros barrios y calles lejos del alto cu, las llamaradas que el cu mayor se ardía, que no se habían apagado, y nuestras banderas que vieron encima, se holgó mucho e se quisiera hallar ya también en él, y aun dijeron que tuvo invidia; mas no podía, porque había un cuarto de legua de un cabo a otro y tenían muchas puentes y aberturas de agua por ganar, y por donde andaba le daban recia guerra y no podía entrar tan presto como quisiera en el cuerpo de la ciudad como hecimos los de Alvarado; mas desde a cuatro días se juntó con nosotros así Cortés como el Sandoval, y podíamos ir desde un real a otro por las calles y casas derrocadas y puentes e albarradas y aberturas de agua, todo ciego; y en este instante ya se iban retrayendo el Guatemuz con todos sus guerreros en una parte de la ciudad dentro de la laguna, porque las casas y palacios en que vivía ya estaban por el suelo, y con todo esto no dejaban cada día de salir a nos dar guerra, y al tiempo de retraer nos iban siguiendo muy mejor que de antes. E viendo esto Cortés, e que se pasaban muchos días e no venían de paz ni tal pensamiento tenían, acordó con todos nuestros capitanes que les echásemos celadas, y fue desta manera: que de todos tres reales nos juntamos hasta treinta de a caballo y cient soldados, los más sueltos y guerreros que conoscía; Cortés envió a llamar de todos tres reales mill tascaltecas y nos metimos en unas casas grandes que habían sido de un señor de Méjico, y esto fue muy de mañana, y Cortés iba entrando con los demás de a caballo que le quedaban y sus soldados y ballesteros y escopeteros por las calles y calzadas peleando como solía y haciendo que cegaba una abertura y puente de agua; ya entonces estaban peleando con él los escuadrones mejicanos que para ello estaban aparejados, y aun muchos más que Guatemuz enviaba para guardar la puente; y desque Cortés vio que había gran número de contrarios, hizo como se retraía y mandaba echar los amigos fuera de la calzada porque creyesen que se iban retrayendo; y vanle siguiendo, al principio poco a poco, y desque vieron que de hecho hacía que iba huyendo, van tras él todos los poderes que en aquella calzada le daban guerra, y desque Cortés vio que habían pasado algo adelante de las casas donde estaba la celada, mandó tirar dos tiros juntos, que era la señal cuándo habíamos de salir de la celada, y salen los de a caballo primero y salimos todos los soldados y dimos en ellos a placer; pues luego volvió Cortés con los suyos, y nuestros amigos los tascaltecas hicieron gran daño en los contrarios, por manera que se mataron e hirieron muchos, y desde allí adelante no nos seguían al tiempo de retraer. Y también en el real de Pedro de Alvarado les echó otra celada, mas no fue nada, y en aquel día no me hallé yo en nuestro real con Pedro de Alvarado por causa que Cortés me envió a mandar que para la celada fuese a su real. Dejemos desto y digamos cómo ya estábamos todos en el Tatelulco, y Cortés mandó que se pasasen todas las capitanías a estar en él y allí velásemos, por causa que veníamos más de media legua desde el real a batallar, y estuvimos allí tres días sin hacer cosa que de contar sea, porque nos mandó Cortés que no les entrásemos más en la ciudad ni les derrocásemos más casas, porque les quería tornar a demandar paces. Y en aquellos días que allí estuvimos en el Tatelulco envió Cortés a Guatemuz rogándole que se diese y no hobiese miedo, y con grandes ofrescimientos que le prometió que su persona sería mal acatada y honrada dél, y que mandaría a Méjico y todas sus tierras y ciudades como solía, y le envió bastimentos y regalos, que eran tortillas y gallinas, e cerezas, e tunas, e cacao, que no tenía otra cosa; y el Guatemuz entró en consejo con sus capitanes, y lo que le aconsejaron que dijese que quería paz y que aguardarían tres días en dar la respuesta, y que al cabo de los tres días se verían el Guatemuz e Cortés y se darían el concierto en las paces y en aquellos tres días ternían tiempo de saber más por entero la voluntad y respuesta de su Huichilobos, y de aderezar puentes y abrir calzadas, y adobar vara y piedra y flecha, y hacer albarradas; y envió Guatemuz cuatro mejicanos principales con aquella respuesta, e creíamos que eran verdaderas las paces; y Cortés les mandó dar muy bien de comer y beber a los mensajeros, y les tornó a enviar a Guatemuz, y con ellos les envió más refresco, ansí como de antes; y el Guatemuz tornó a enviar otros mensajeros, e con ellos dos mantas ricas, e dijeron que Guatemuz vernía para cuando estaba acordado; y por no gastar más razones sobre el caso, nunca quiso venir, porque le aconsejaron que no creyese a Cortés, y poniéndole por delante el fin de su tío el gran Montezuma y sus parientes y la destruición de todo el linaje noble mejicano, y dijese questaba malo, y que saliesen todos de guerra, y que placería a sus dioses que les daría vitoria, pues tantas veces se la había prometido. Pues como estábamos aguardando al Guatemuz y no vernía, vimos la malicia, y en aquel instante salen tantos batallones de mejicanos con sus devisas y dan a Cortés tanta guerra, que no se podía valer, otro tanto fue por la parte de nuestro real; pues en el de Sandoval yo mismo era, de tal manera que parescían que entonces comenzaban de nuevo a batallar; y como estábamos algo descuidados creyendo questaban ya de paz, hirieron a muchos de nuestros soldados, y tres hirieron muy malamente de las heridas, y dos caballos; mas no se fueron mucho alabando, que bien lo pagaron. Y desquesto vio Cortés, mandó que les tornásemos a dar guerrra y les entrásemos en su ciudad en la parte adonde se hablan recogido; y como vieron que les íbamos ganando toda la ciudad, envió Guatemuz dos principales a decir a Cortés que quería hablar con él desde una abertura agua, y había de ser que Cortés de la una parte y el Guatemuz de la otra, y señalaron el tiempo para otro día de mañana, y fue Cortés para hablar con él, y no quiso venir el Guatemuz al puesto, sino envió principales y dijeron que su señor no osaba venir por temor que cuando estuviesen hablando le tirasen escopetas y ballestas y le matarían, y entonces Cortés les prometió con juramento que no le enojaría en cosa
ninguna; que no aprovechó, que no le creyeron, e no le pasara lo que a Montezuma. En aquella sazón dos principales que hablaban con Cortés sacan unas tortillas de un fardalejo que traían e una pierna de gallina y cerezas, y sentáronse muy despacio a comer, y porque Cortés lo viese y creyese que no tenían hambre; y desque aquello vio les envió a decir que pues que no querían venir de paz, que presto les entraría en todas sus casas, y verían si tenían maíz, cuanto más gallinas; y desta manera sestuvieron otros cuatro o cinco días que no les dábamos guerra, y en este instante se salían cada noche muchos pobres indios que no tenían qué comer y se venían a nuestro real como aborridos de la hambre, y desque aquello vio Cortés, mandó que no les diésemos guerra, quizá se les mudaría la voluntad para venir de paz, y no venían, y aunque les enviaron a requerir con la paz. Y en el real de Cortés estaba un soldado que decía que había estado en Italia en compañía del Gran Capitán e se halló en la chirinola de Garallano e en otras grandes batallas, e decía muchas cosas de ingenios de la guerra, e que haría un trabuco en Tatelulco con que en dos días que con él tirasen a las casas y parte de la ciudad adonde Guatemuz se había retraído, que les haría que luego se diesen de paz, y tantas cosas dijo a Cortés sobrello, porque era muy allegado aquel soldado, que luego puso en obra de hacer el trabuco, y trujeron cal y piedra de la manera que la demandó el soldado, y carpinteros y clavazón y todo lo pertenesciente para hacer el trabuco, e hicieron dos hondas de recias sogas cordeles, y le trujeron grandes piedras, mayores que botijas de arroba; e ya questaba hecho y armado el trabuco según y de la manera quel soldado dio orden, y dijo questaba bueno ara tirar, y pusieron en la honda questaba hecha una piedra echiza, y lo que con ella se hizo es que fue por alto y no pasó adelante del trabuco, porque allí luego cayó adonde estaba armado, y desque aquello vio Cortés, hobo enojo con el soldado que le dio la orden para que le hiciese, y tenía pesar en sí mismo porque le creyó, e dijo conoscido tenía dél que en la guerra no era para cosa de afrentar más de hablar, e que no era para cosa ninguna sino para hablar, y que se había hallado de la manera que he dicho. Llámase el soldado, según él decía, Fulano de Sotelo, natural de Sevilla; y luego Cortés mandó deshacer el trabuco. Dejemos desto y digamos que como vio quel trabuco fue cosa de burla, acordó que con doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de Sandoval por capitán general, y entrase en la parte de la ciudad a donde estaba Guatemuz retraído, el cual estaba en parte que no podíamos llegar por tierra a sus casas y palacios, sino por el agua; y luego el Sandoval apercibió todos los capitanes de los bergantines, y lo que hizo diré adelante.

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