Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (87 page)

Capítulo CXCII: Cómo el licenciado Luis Ponce, después que hobo presentado las reales provisiones y fue obedescido, mandó pregonar residencia contra Cortés y los que habían tenido cargos de justicia, y cómo cayó malo de mal de modorra y dello fallesció, y lo que más avino

Después que hobo presentado las reales provisiones y con mucho acato de Cortés y el cabildo y los demás conquistadores obedescido, mandó pregonar residencia general contra Cortés y contra los que habían tenido cargo de justicia y habían sido capitanes. Y desque muchas personas que no estaban bien con Cortés, y otros que tenían justicia sobre lo que pedían, ¡qué priesa se daban de dar quejas de Cortés y de presentar testigos!, que en toda la ciudad andaban pleitos, y las demandas que le ponían. Unos decían que no les dio parte de oro como era obligado; otros le demandaban que no les dio indios conforme lo que Su Majestad mandaba, y que los dio a criados de su padre, Martín Cortés, y a otras personas sin méritos, criados de señores de Castilla; otros le demandaban caballos que les mataron en las guerras, que puesto que habían habido mucho oro de que se les pudiera pagar, que no se los satisfizo por quedarse con el oro; otros demandaban afrentas de sus personas que por miedo de Cortés les habían hecho, y un Juan Juárez, cuñado suyo, le puso una mala demanda de su mujer de Cortés, doña Catalina Juárez la Marcaida. Y [como] en aquella sazón había venido de Castilla un Fulano de Barrios, con quien casó Cortés una hermana de Juan Juárez y cuñada suya, se apaciguó por entonces aquella demanda que le había puesto el Juan Juárez. Este Barrios es con quien tuvo pleitos un Miguel Díaz sobre la mitad del pueblo de Mestitán, como dicho tengo en el capitulo que dello habla. Volvamos a nuestra residencia. Que luego que se comenzó a tomar la residencia quiso Nuestro Señor Jesucristo que por nuestros pecados y desdicha que cayó malo de modorra el licenciado Luis Ponce, y fue desta manera: que viniendo del monasterio de señor San Francisco de oír misa, le dio una muy recia calentura y echóse en la cama, y estuvo cuatro días amodorrido sin tener el sentido que convenía, y todo lo más del día y de la noche era dormir; y desque aquello vieron los médicos que le curaban, que se decían el licenciado Pero López y el doctor Ojeda y otro médico que él traía de Castilla, todos a una les paresció que era bien que se confesase y rescibiese los Santos Sacramentos, y el mismo licenciado lo tuvo en gran voluntad
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; y después de rescibidos con humildad y con gran contrición, hizo testamento y dejó por su teniente de gobernador al licenciado Marcos de Aguilar, que había traído consigo desde la isla Española. A este Marcos de Aguilar otros dijeron que era bachiller e no licenciado, e que no tenía autoridad para mandar, y dejóle el poder desta manera: que todas las cosas de pleitos, y debates, y residencias, y la provisión del fator y veedor se estuviese en el estado que lo dejaba hasta que Su Majestad fuese sabidor de lo que pasaba, y que luego hiciesen mensajeros en un navío a Su Majestad; e ya hecho su testamento y ordenado su ánima, al noveno día desque que cayó malo dio el ánima a Nuestro Señor Jesucristo. Y desque hobo fallescido fueron grandes los lutos y tristezas que todos los conquistadores a una sintieron; como si fuera padre de todos ansí lo lloraban, porque ciertamente él venia para remediar a los que hallase derechamente habían servido a Su Majestad, y antes que muriese ansí lo publicaba y lo hallaron en los capítulos e instruciones que de Su Majestad traía, que les diese de los mejores repartimientos de indios a los conquistadores, de manera que conosciesen en todo mejoría; y Cortés con todos los más caballeros de aquella ciudad se pusieron luto y le llevaron a enterrar con gran pompa a señor San Francisco; fue su enterramiento muy solene para en aquel tiempo. Oí decir a ciertos caballeros que se hallaron presentes cuando cayó malo, que como el Luis Ponce era músico y de inclinación de suyo regocijado, que por alegralle que le iban a tañer con una vigüela y a dar música, y que mandó que le tañesen una baja, y con los pies estando en la cama hacía sentido con los dedos e pies y los meneaba hasta acabar la baja, y acabada y perdida la habla, que fue todo uno. Pues como fue muerto y enterrado de la manera que dicho tengo, oí el murmurar que en Méjico había de las personas questaban mal con Cortés y con Sandoval, que dijeron y afirmaron que le dieron ponzoña con que murió; que ansí había hecho al Francisco de Garay, y quien más lo afirmaba era el fray Tomás Ortiz, ya otras veces por mi memorado, que venía por prior de ciertos frailes que traía en su compañía, que también murió de modorra de ahí a dos meses, e otros frailes. Y también quiero decir que parece ser que en los navíos en que vino el Luis Ponce que dio pestilencia en ellos, porque demás de cient personas que en él venían, les dio modorra y dolencia, de que murieron en la mar, y después que desembarcaron en la villa de Medellín murieron muchos dellos, y aun de los frailes quedaron muy pocos, y con ellos murió su provincial o prior de ahí a pocos meses, y fue fama que aquella modorra cundió en Méjico.

Capítulo CXCIII: Cómo desque murió el licenciado Luis Ponce de León comenzó a gobernar el licenciado Marcos de Aguilar, y las contiendas que sobrello hobo, y cómo el capitán Luis Marín, con todos los que venimos en su compañía, topamos con Pedro de Alvarado que andaba en busca de Cortés, y nos alegramos los unos con los otros porque estaba la tierra de guerra y no poder pasar sin tanto peligro

Pues como Marcos de Aguilar tomó la gobernación de la Nueva España, según que lo había dejado en el testamento Luis Ponce, muchas personas le las que estaban mal con Cortés y con todos sus amigos y los más conquistadores quisieran que la residencia fuera adelante como la había comenzado a tomar el licenciado Luis Ponce de León, y Cortés dijo que no se podía entender en ella, conforme al testamento de Luis Ponce de León; mas que si quería tomársela el Marcos de Aguilar, que fuese mucho en buena hora; y había otra contradición por parte del cabildo de Méjico, en que decían que no podía mandar Luis Ponce en su testamento que gobernase el licenciado Aguilar solo: lo uno, porque era muy viejo y caducaba, y estaba tullido de bubas, y era de poca autoridad, y ansí lo mostraba en su persona, y no sabía las cosas de la tierra, ni tenía noticia dellas, ni de las personas que tenían méritos, y que demás desto, que no le ternían respeto, ni le acatarían, y que sería bien que para que todos temiesen y la justicia de Su Majestad fuese de todos muy acatada, que tomase por acompañado en la gobernación a Cortés hasta que Su Majestad mandase otra cosa. Y el Marcos de Aguliar dijo que no saldría poco ni mucho de lo que Luis Ponce mandó en el testamento, y que solo había de gobernar, y que si querían poner otro gobernador por fuerza, que no hacían lo que Su Majestad mandaba; y demás desto que dijo Marcos de Aguilar, Cortés temió, si otra cosa se hiciese, por más palabras que le decían los procuradores de las ciudades y villas de la Nueva España que procurase de gobernar y que ellos atraerían con buenas palabras al Marcos de Aguilar para ello, pues questaba claro questaba muy doliente y era servicio de Dios y de Su Majestad; y por más que le decían a Cortés, nunca quiso tocar más en aquella tecla, sino quel viejo Aguilar solo gobernase, y aunque estaba tan doliente y ético que le daba de mamar una mujer de Castilla, y tenía unas cabras que también bebía la leche dellas, y en aquella sazón se le murió un hijo que traía consigo de modorra, según y de la manera que murió Luis Ponce. Dejaré esto hasta su tiempo. Quiero volver muy atrás de lo de mi relación, e diré lo quel capitán Luis Marín hizo, que quedaba con toda su gente en Naco esperando respuesta de Sandoval para saber si Cortés era embarcado o no, y nunca habíamos tenido respuesta ninguna. Ya he dicho cómo Sandoval se partió de nosotros para ir hacer embarcar a Cortés que fuese a la Nueva España, e que nos escribiría de lo que sucediese para que nos fuésemos con Luis Marín camino de Méjico. Y puesto quescribió el Sandoval y Cortés por dos partes, nunca tuvimos respuesta, porque el Sayavedra nunca nos quiso escribir, y fue acordado por Luis Marín y por todos los que con él veníamos que con brevedad fuésemos diez soldados a caballo hasta Trujillo a saber de Cortés, y fue Francisco Marmolejo por nuestro capitán, e yo fui uno de los diez. Fuimos por la tierra adentro de guerra hasta llegar a Olancho, que agora llaman Guayape, donde fueron las minas ricas de oro, y allí tuvimos nuevas de dos españoles questaban dolientes y de un negro cómo Cortés era embarcado pocos días había con todos los caballeros y conquistadores que consigo tenía, y que le envió a llamar la ciudad de Méjico, que todos los vecinos mejicanos estaban con voluntad de le servir, e que vino un fraile francisco por él, e que su primo de Cortés, Sayavedra, quedaba por capitán cerca de allí en unos pueblos de guerra, de las cuales nueva nos alegramos, y luego escrebimos al capitán Sayavedra con indios de aquel pueblo de Olancho questaba de paz, y en cuatro días vino respuesta y nos hizo relación de algunas cosas de lo que aquí va memorado, y dimos muchas gracias a Dios por ello, y a buenas jornadas volvimos adonde Luis Marín estaba. Y acuérdome que tiramos piedras a la tierra que dejamos atrás, y decíamos: «Allí quedarás, tierra mala, e con el ayuda de Dios iremos a Méjico». E yendo por nuestras jornadas hallamos a Luis Marín en un pueblo que se dice Acalteca; y ansí como llegamos con aquellas nuevas tomó mucha alegría; y luego tiramos camino de un pueblo que se dice de Maniani, y hallamos en él a seis soldados que eran de la compañía de Pedro de Alvarado, que andaban en nuestra busca, y uno dellos fue un Diego López de Villanueva, vecino que agora es de Guatimala, y desque nos conocimos nos abrazamos los unos a los otros: y preguntando por su capitán Pedro de Alvarado, dijeron que allí cerca venía con muchos caballeros que venían en busca de Cortés, y nos contaron todo lo acaescido en Méjico, lo por mí ya atrás dicho, y cómo habían enviado a llamar a Pedro de Alvarado para que fuese gobernador, y la causa por qué no fue, según memorado tengo en el capítulo que dello habla. E yendo por nuestro camino, luego de ahí a dos días nos encontramos con el Pedro de Alvarado y sus soldados, que fue junto a un pueblo que se dice Choluteca Malalaca. Pues saber decir cómo se holgó desque supo que Cortés era ido a Méjico, porque excusaba el trabajoso camino que había de llevar en su busca, fue harto descanso para todos. Y estando allí en el pueblo de la Chuluteca hablan llegado en aquella sazón ciertos capitanes de Pedrarias de Ávila, que se decían Garabito y Campañón, y otros que no se me acuerdan los nombres, que según ellos decían venía a descubrir tierras y a partir términos con el Pedro de Alvarado, y desque llegamos aquel pueblo con el capitán Luis Marín, todos estuvimos juntos tres días, los de Pedrarias de Ávila y Pedro de Alvarado y nosotros, y desde allí envió el Pedro de Alvarado a un Gaspar Arias de Ávila, vecino que fue de Guatimala, a tratar ciertos negocios con el gobernador Pedro Arias de Ávila, e oí decir que era sobre casamientos, por que el Gaspar Arias era gran servidor del Pedro de Alvarado. Y volviendo a nuestro viaje, en aquel pueblo se quedaron los de Pedrarias y nosotros fuimos camino de Guatimala, y antes de llegar a la provincia de Cuzcatán en aquella sazón llovía mucho y venía un río muy crecido, que se decía Lempa, y no le podíamos pasar en ninguna manera, y acordamos de cortar un árbol que se llama ceiba, y era de tal gordor que se hizo una canoa que otra mayor en estas partes no había visto, y con gran trabajo estuvimos cinco días en pasar el río, y aun mucha falta de maíz. Y pasado el río dimos en unos pueblos que pusimos por nombre los Chaparrastiques, que era así su nombre, adonde mataron los indios naturales de aquellos pueblos un soldado que se decía Nicuesa e hirieron otros tres de los nuestros que habían ido a buscar de comer, y les fuemos a socorrer e venían ya desbaratados, y por no nos detener se quedaron sin castigo, y esto es en la provincia donde agora está poblada la villa de San Miguel. Y desde allí entramos en la provincia de Cascacatán, questaba de guerra, y hallamos bien de comer. Y desde allí veníamos a unos pueblos cerca de Petapa, y en el camino tenían los guatimaltecas unas sierras cortadas e unas barrancas muy hondas, donde nos aguardaron, y estuvimos en se las tomar y pasar tres días; allí me hirieron de un flechazo, mas no fue nada la herida. Y luego venimos a Petapa, y otro día dimos en este valle que llamaban Del Tuerto, donde agora está poblada esta ciudad de Guatimala, que entonces todo estaba de guerra, y hallamos muchas albarradas y hoyos, e teníamos guerra con los naturales sobre pasallos. Y acuérdome que viniendo que veníamos por un repecho abajo comenzó a temblar la tierra de manera que muchos soldados cayeron en el suelo, porque duró gran rato el temblor. Y luego vamos camino del asiento de la ciudad de Guatimala, la vieja, donde solían estar los caciques que se decían Zinacán y Sacachul, y antes de entrar en la ciudad estaba una barranca muy honda y aguardándonos los escuadrones de guatimaltecas para no dejarnos pasar, y les hicimos ir con la mala ventura, y pasamos a dormir en la ciudad; y estaban los aposentos y casas tan buenas y de tan ricos edificios, en fin como de caciques que mandaban todas las provincias comarcanas. Desde allí nos salimos a lo llano e hicimos ranchos y chozas y estuvimos en ellos diez días porque el Pedro de Alvarado envió dos veces a llamar de paz a los de Guatimala y a otros pueblos questaban en aquella comarca, y hasta ver su respuesta aguardamos los días que he dicho; y de que no quisieron venir ningunos dellos, fuimos por nuestras jornadas largas sin parar hasta donde Pedro de Alvarado había dejado poblado su ejército, porque estaba la tierra de guerra, y estaba en él por capitán un su hermano que se decía Gonzalo de Alvarado; llamábase aquella poblazón donde los hallamos Olintipeque, y estuvimos descansando ciertos días, y luego fuimos a Soconusco, y desde allí a Teguantepeque; y entonces fallecieron en el camino dos vecinos españoles de Méjico que venían de aquella trabajosa jornada con nosotros, y un cacique mejicano que se decía Juan Velázquez, capitán que fue de Guatemuz, ya por mí memorado. Y en posta fuimos a Guaxaca, porque entonces alcanzamos a saber la muerte de Luis Ponce y otras cosas por mí ya dichas, y decían mucho bien de su persona y que venía para cumplir lo que Su Majestad le mandaba, y no víamos la hora de haber llegado a Méjico. Pues como veníamos sobre ochenta soldados y entrellos Pedro de Alvarado, y llegamos a un pueblo que se dice Chalco, desde allí envíamos mensajeros a hacer saber a Cortés cómo hablamos de entrar en Méjico otro día, que nos tuviesen aparejadas posadas, porque veníamos muy destrozados, porque había más de dos años y tres meses que salimos de aquella c¡udad. Y desque se supo en Méjico que llegábamos a Iztapalapa a las calzadas, salió Cortés con muchos caballeros y el cabildo a nos rescibir; y antes de ir a parte ninguno, ansí como veníamos, fuimos a la iglesia mayor a dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo que nos volvió aquella ciudad; y desde la iglesia Cortés nos llevó a sus palacios, donde nos tenían aparejada una solene comida, y muy servida, y ya tenían aderezada la posada de Pedro de Alvarado, que entonces era su casa la fortaleza, porque en aquella sazón estaba nombrado por alcaide della y de las atarazanas, y al capitán Luis Marín llevó Sandoval a posar a sus casas, e a mi e a otro amigo que se decía el capitán Miguel Sánchez nos llevó Andrés de Tapia a las suyas, y nos hizo mucha honra, y el Sandoval me envió ropas para me ataviar, e oro e cacao para gastar, y ansí hizo Cortés y otros vecinos de aquella ciudad a soldados y amigos conocidos de los que allí veníamos. Y otro día, después de nos encomendar a Dios, salimos por la ciudad yo y mi compañero el capitán Luis Sánchez, y llevamos por intercesores al capitán Sandoval y Andrés de Tapia, y fuimos a ver y hablar al licenciado Marcos de Aguilar, que, como he dicho estaba por gobernador por el poder que para ello le dejó Luis Ponce, y los intercesores que fueron con nosotros, que ya he dicho que eran el capitán Sandoval y Andrés de Tapia, hicieron relación al Marcos de Aguilar de nuestras personas y servicios para suplicalle que nos diese indios en Méjico, porque los de Guazacualco no eran de provecho. Y después de muchas palabras y ofertas que sobrello nos dio el Marcos de Aguilar, con prometimiento, dijo que no tenía poder para dar ni quitar indios ningunos, porque ansí lo dejó en el testamento Luis Ponce de León al tiempo que falleció, que todas las cosas y pleitos y vacaciones de indios de la Nueva España estuviesen en el estado en questaban hasta que Su Majestad envíe a mandar otra cosa; que si le envían poder para indios, que nos daría de lo mejor que hobiese en la tierra, y luego nos despedimos dél. En este tiempo vino de la isla de Cuba un Diego de Ordaz muchas veces por mí memorado
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y como fue el que hobo escrito las cartas al fator diciendo que todos éramos muertos cuantos habíamos salido de Méjico con Cortés, Sandoval y otros caballeros, con palabras muy desabridas, le dijeron que por qué había escrito lo que no sabía, no teniendo noticia dello, y que fueron aquellas cartas que envió al fator tan malas, que se hobiera de perder la Nueva España por ellas. Y el Diego de Ordaz respondió con grandes juramentos que nunca tal escribió, sino solamente que tuvo nueva de un pueblo que se dice Xicalango que habían reñido los pilotos y capitanes y marineros de dos navíos, y se habían muerto los de un bando con el otro, y que los indios acabaron de matar a ciertos marineros que quedaban en los navíos; y que pareciesen las mismas cartas, y verían si era ansí; que si el fator las glosó e hizo otras, que no tenía la culpa, pues para saber Cortés la verdad el fator y veedor estaban presos en las jaulas, y no se atrevía hacer justicia dellos, según lo dejó mandado el Luis Ponce de León. Y como Cortés tenía otros muchos debates, acordó de callar en lo del fator hasta que viniese mandado de Su Majestad, y temió no le viniesen más males sobrello. Y porque entonces puso demanda que volviesen mucha cantidad de sus haciendas que le vendieron y tomaron para decir misas y honrar por su ánima, y puesto que fueron hechas aquellas honras e misas con malicia y por dar crédito a toda la ciudad, e hacían bienes y honras por Cortés y por nosotros para que creyesen que era verdad que todos éramos muertos; y andando en estos pleitos, un vecino de Méjico, que se decía Juan Cáceres el Rico, compró los bienes y misas que habían hecho por el ánima de Cortés fuese por la del Cáceres. Y dejaré de contar cosas viejas y diré cómo el Diego de Ordaz, como era hombre de buenos consejos, y viendo que a Cortés ya no le tenían acato ni se daban nada por él después que vino Luis Ponce de León, y le habían quitado la gobernación, y que muchas personas se le desvergonzaban e no le tenían en nada, le aconsejó que se sirviese como señor y se llamase señoría y se pusiese dosel, y que no solamente se nombrase Cortés, sino que don Hernando Cortés. También le dijo el Ordaz que mirase quel fator fue criado del comendador mayor don Francisco de los Cobos, y que es el que mandaba a toda Castilla, y que algún día le habría menester al don Francisco de los Cobos, y quel mesmo Cortés no estaba bien acreditado con su Majestad ni con los de su Real Consejo de Indias, y que no curase de matar al fator hasta que por justicia fuese sentenciado, porque había grandes sospechas en Méjico que le quería despachar y matar en la misma jaula. Y pues viene agora a coyuntura, quiero decir antes que más pase adelante en esta mi relación, por qué tan secamente en todo lo que escribo, cuando viene a pláticas decir de Cortés, no le he nombrado ni nombro don Hernán Cortés, ni otros títulos de marqués, ni capitán, salvo Cortés a boca llena. La causa dello es porquél mismo se preciaba de que le llamasen solamente Cortés, e en aquel tiempo no era marqués, porque era tan tenido y estimado este nombre de Cortés en toda Castilla
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como en tiempo de los romanos solían tener a Julio César o a Pompeyo , y en nuestros tiempos teníamos a Gonzalo Hernández, por sobrenombre Gran Capitán, y entre los cartagineses Aníbal, o de aquel valiente nunca vencido caballero Diego García de Paredes. Dejemos de hablar en los blasones pasados, y diré cómo el tesorero Alonso de Estrada en aquella sazón casó dos hijas, la una con Jorge de Alvarado, hermano de don Pedro de Alvarado, y la otra con un caballero que se decía don Luis de Guzmán, hijo de don Juan de Sayavedra, conde de Castellar; y entonces se concertó que Pedro de Alvarado fuese a Castilla a suplicar a Su Majestad le hiciese merced de la gobernación de Guatimala, y entretanto que iba envió a Jorge de Alvarado por su capitán a las pacificaciones de Guatimala, y cuando el Jorge de Alvarado vino trujo de camino consigo sobre docientos indios de Tascala, y de Cholula, y mejicanos, y de Guacachula, y de otras provincias, y le ayudaron en las guerras; y también en aquella sazón envió el Marcos de Aguilar a poblar la provincia de Chiapa, y fue un caballero que se decía don Juan de Enríquez de Guzmán, deudo muy cercano del duque de Medina Sedonia, y también envió a poblar a la provincia de Tabasco, que es en el río que se llama de Grijalva, y fue por capitán un hidalgo que se decía Baltasar Osorio, natural de Sevilla; y ansimismo envió a pacificar los pueblos de los zapotecas questán en muy altas sierras, y fue por capitán un Alonso de Herrera, natural de Jerez, y este capitán fue de los soldados de Cortés. Y por no contar al presente lo que cada uno destos capitanes hizo en sus conquistas, lo dejaré de decir hasta que venga a tiempo y sazón, y quiero hacer relación cómo en este tiempo fallesció el Marcos de Aguilar, y lo que pasó sobre el testamento que hizo para que gobernase el tesorero.

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