Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Como el fraile de la Merced llegó al real de Narváez, sin yo gastar más palabras en tornallo a recitar, hizo lo que Cortés le mandó, que fue convocar a ciertos caballeros de los de Narváez e al artillero Rodrigo Martín, que ansí se llamaba, e al Usagre, que tenía también cargo de los tiros, y para mejor le atraer fue su hermano del Usagre con tejuelos de oro que dio de secreto al hermano, e ansimismo repartió el fraile todo el oro que Cortés le mandó; e habló al Andrés de Duero que luego se viniese a nuestro real a verse con Cortés, y demás desto ya el fraile había ido a ver e hablar al Narváez e hacérsele muy gran servidor. E andando en estos pasos tuvieron gran sospecha de lo en que andaba nuestro fraile, e aconsejaban al Narváez que luego le prendiese, e ansí lo quería hacer; y como lo supo Andrés de Duero, que era secretario del Diego Velázquez y era de Tudela de Duero y teníanse por deudos el Narváez y él, porque el Narváez también era de tierra de Valladolid, o del mismo Valladolid, y en toda la armada era muy estimado y preminente, el Andrés de Duero fue al Narváez y le dijo que le habían dicho que quería prender al fraile de la Merced, mensajero y embajador de Cortés; que mirase que, ya que se tuviese sospecha que el fraile hablaba algunas cosas en favor del Cortés, que no es bien prendelle, pues que claramente se ha visto cuánta honra e dádivas da Cortés a todos los suyos del Narváez que allá van, e que al fraile ha hablado con él después que allí ha venido, e lo que siente dél es que desea quél y otros caballeros del real de Cortés le vengan a recebir, e que todos fuesen amigos, e que mire cuánto bien dice Cortés a los mensajeros que envía, que no le sale por la boca a él ni a cuantos con él están sino el señor capitán Narváez, e que sería poquedad prender a un religioso; e que otro hombre que vino con él, ques hermano de Usagre el artillero, que le viene a ver; que convide al fraile a comer e le saque del pecho la voluntad que todos los de Cortés tienen. E con aquellas palabras e otras sabrosas que le dijo amansó al Narváez; y luego desque esto pasó se despidió Andrés de Duero del Narváez y secretamente habló al padre lo que había pasado. Y luego el Narváez envió a llamar al fraile, e como vino le hizo mucho acato, y el fraile, medio riendo, que era muy cuerdo y sagaz, le suplicó que se apartase en secreto, y el Narváez se fue con él paseando a un patio, y el fraile le dijo: «Bien entendido tengo que vuestra merced me quería mandar prender; pues hágole saber, señor, que no tiene mejor ni mayor servidor en su real que yo, e tenga por cierto que muchos caballeros e capitanes de los de Cortés le querrían ya ver en manos de vuestra merced, e ansí creo que vernemos todos, e para mas le atraer a que se desconcierte le han hecho escribir una carta de desvaríos, firmada de los soldados, que me dieron que diese a vuestra merced, que no la he querido mostrar hasta agora que viene a pláticas, que en un río la quise echar por las nescedades que en ella trae; y esto hacen sus capitanes e soldados de Cortés por verle ya desconcertar». Y el Narváez dijo que se la diese; y el fraile dijo que la dejó en su posada e que iría por ella, e ansí se despidió para ir por la carta. Y entre tanto vino al aposento de Narváez el bravoso Salvatierra, y de presto el fraile le llamó a Duero que fuese luego en casa del Narváez para dalle la carta, que bien sabía ya el Duero della, e aun otros capitanes de Narváez que se habían mostrado por Cortés, porquel fraile consigo la traía, sino por que estuviesen juntos muchos de los de aquel real e la oyesen. E luego como vino el fraile con la carta, se la dio al mismo Narváez, e dijo: «No se maraville su merced con ella, que ya Cortés anda desvariando, y sé cierto que si vuestra merced le habla con amor, que luego se le dará él e todos los que consigo trae». Dejemos de razones del fraile, que las tenía muy buenas, e digamos que le dijeron a Narváez los soldados y capitanes que leyese la carta. E desque la oyeron dizque hacían bramuras el Narváez y el Salvatierra; los demás se reían, como haciendo burla della. Y entonces dijo el Andrés de Duero: «Agora yo no sé cómo sea esto, yo no lo entiendo; porque este religioso me ha dicho que Cortés e todos se le darían a vuestra merced, y escribir agora estos desvaríos». Y luego, de buena tinta también, le ayudó al Duero un Agustín Bermúdez, que era capitán e alguacil mayor del real de Narváez, e dijo: «Ciertamente también he sabido deste fraile de la Merced muy en secreto que como enviase buenos terceros quel mismo Cortés vernía a verse con vuestra merced para que se diese con sus soldados, y será bien que envíe a su real, pues no está muy lejos, al señor veedor Salvatierra e al señor Andrés de Duero, o yo iré con ellos». Y esto dijo adrede por ver qué diría el Salvatierra. E luego dijo el Narváez que fuese el Andrés de Duero y Salvatierra. Respondió el Salvatierra que estaba mal dispuesto, e que no iría a ver a un traidor. E el fraile le dijo: «Señor veedor: bueno es tener templanza, pues está cierto que le ternéis preso antes de muchos días». Pues concertada la partida del Andrés de Duero, paresce ser muy en secreto trató el Narváez con el mismo Duero e con tres capitanes que tuviese manera con el Cortés cómo se viesen en unas estancias e casas de indios que estaban entre el real de Narváez y el nuestro, e que allí se darían conciertos dónde hablamos de ir con Cortés a poblar y partir términos, y en las vistas le prendería, y para ello tenía ya hablado el Narváez a veinte soldados de sus amigos, lo cual luego supo el fraile, e ansimismo el Andrés de Duero, e avisaron a Cortés de todo. Dejemos al fraile en el real de Narváez, que ya se había hecho muy amigo e pariente del Salvatierra, siendo el fraile de Olmedo y el Salvatierra de Burgos, e comió con él, e digamos de Andrés de Duero, que quedaba apercibiéndose para ir a nuestro real e llevar consigo a Bartolomé de Usagre, nuestro soldado, por que Narváez no alcanzase a saber dél lo que pasaba, e diré lo que en nuestro real hecimos.
Volvamos a decir algo atrás de lo dicho lo que más pasó. Ansí como Cortés tuvo noticia de la armada que traía Narváez, luego despachó un soldado que había estado en Italia, bien diestro de todas armas y más de jugar de una pica, y le envió a una provincia que se dice los Chinantecas, junto a donde estaban nuestros soldados los que fueron a buscar minas porque aquellos de aquella provincia eran muy enemigos de los mejicanos, e pocos días había que tomaron nuestra amistad, e usaban por armas muy grandes lanzas, mayores que las nuestras de Castilla, con dos brazas de pedernal e navajas, Y envióles a rogar que luego le trujesen a doquiera que estuviese trecientas dellas e quel les quitasen las navajas, e que pues tenían mucho cobre, que les hiciesen a cada una dos hierros; y llevó el soldado la manera que habían de ser los hierros. E como luego de presto buscaron las lanzas e hicieron los hierros, porque en toda la provincia a aquella sazón eran cuatro o cinco pueblos, sin muchas estancias, las recogieron e hicieron los hierros muy más perfectamente que se los enviamos a mandar. E también mandó a nuestro soldado, que se decía Tobilla, que les demandase dos mill hombres de guerra, e que para el día de Pascua de Espíritu Santo viniesen con ellos al pueblo de Panganequita, que ansí se decía, o que preguntase en qué parte estábamos, e que los dos mill hombres trujesen lanzas. Por manera que el soldado se los demandó, e los caciques dijeron que ellos vernían con la gente de guerra, y el soldado se vino luego con obra de docientos indios, que trajeron las lanzas, e con los demás indios de guerra quedó para venir con ellos otro soldado de los nuestros que se decía Barrientos, y este Barrientos estaba en la estancia e minas que descubrían, ya por mí otra vez memoradas, e allí se concertó que había de venir de la manera que está dicho a nuestro real, porque sería de andadura diez o doce leguas de lo uno a lo otro. Pues venido nuestro soldado Tobilla con las lanzas, eran muy extremadas de buenas, e allí se daba orden y nos imponía el soldado e amostraba a jugar con ellas, e cómo nos habíamos de haber con los de a caballo. E ya teníamos hecho nuestro alarde y copia y memoria de todos los soldados e capitanes de nuestro ejército, e hallamos docientos e sesenta e seis, contados atambor e pífano, sin el fraile, e con cinco de a caballo, e dos tirillos e pocos ballesteros y menos escopeteros, y a lo que tuvimos ojo para pelear con Narváez eran las picas, e fueron muy buenas, como adelante verán. E dejemos de armas en el alarde e lanzas, e diré cómo llegó Andrés de Duero, que envió Narváez a nuestro real, e trujo consigo a nuestro soldado Usagre e dos indios naborías de Cuba, e lo que dijeron y concertaron Cortés y Duero, según después alcanzamos a saber.
Y es desta manera que tengo de volver muy atrás a recitar lo pasado. ya he dicho en el capítulo muy atrás pasado que cuando estábamos en Santiago de Cuba que se concertó Cortés con Andrés de Duero y con un contador del rey, que se decía Amador de Lares, que eran grandes amigos del Diego Velázquez, y el Duero era su secretario, que tratase con el Diego Velázquez que le hiciese a Cortés capitán general para venir en aquella armada, y que partiría con ellos todo el oro y plata y joyas que le cupiese de su parte de Cortés. Y como el Andrés de Duero vio en aquel instante a Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, y so color que venía a poner paces y a favorescer a Narváez, en lo que entendió era demandar la parte de la compañía, porque ya el otro su compañero, Amador de Lares, era fallescido. Y como Cortés era sagaz y mañoso. no solamente le prometió de dalle gran tesoro, sino que también le daría mando en toda la armada, ni más ni menos que su propia persona, y que después de conquistada la Nueva España le daría otros tantos pueblos como a él, con tal que tuviese concierto con Agustín Bermúdez, que era alguacil mayor del real de Narváez, y con otros caballeros que aquí no nombro, questaban convocados, para que en todo caso fuesen en desviar al Narváez para que no saliese con la vida e con honra y le desbaratase; y como a Narváez tuviese muerto o preso y deshecho a su armada, que ellos quedarían por señores y partirían el oro y pueblos de la Nueva España, y para más le atraer y convocar a lo que dicho tengo, le cargó de oro sus dos indios de Cuba. Y según paresció, el Diego se lo prometió, y aun ya se lo tenía prometido el Agustín Bermúdez por firmezas y cartas, y también envió Cortés al Bermúdez y a un clérigo que se decía Joan de León y al clérigo Guevara, que fue el que primero envió Narváez, y otros sus amigos, muchos tejuelos y joyas de oro, y les escribió lo que le paresció que convenía para que en todo le ayudasen. Y estuvo el Andrés de Duero en nuestro real el día que llegó hasta otro día después de comer, que era día de Pascua del Espíritu Santo, y comió con Cortés, y estuvo hablando en secreto un rato, y desque hobieron comido se despidió el Duero de todos nosotros, así capitanes como soldados, y luego fue a caballo otra vez adonde Cortés estaba, y dijo: «¿Qué manda vuestra merced, que me quiero partir?» Y respondióle: «Que vaya con Dios, y mire, señor Andrés de Duero, que haya buen concierto de lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia, que ansí juraba Cortés, que antes de tres días con todos mis compañeros seré allá en vuestro real, y al primero que le eche la lanza será a vuestra merced, si otra cosa siento al contrario de lo que tenemos hablado». Y el Duero se rió y dijo: «No faltaré en cosa que sea contrario de servir a vuestra merced». Y luego se fue, y llegado a su real dizque dijo al Narváez que Cortés y todos los que estábamos con él sentía estar de buena voluntad para pasarnos con el mesmo Narváez. Dejemos de hablar desto del Duero, y diré cómo Cortés luego mandó llamar a un nuestro capitán que se decía Joan Velázquez de León, persona de mucha cuenta y amigo de Cortés, y era pariente muy cercano del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y, a lo que siempre tuviemos creído, también le tenía Cortés convocado y atraído a si con grandes dádivas y ofrescimientos que le daría mando en la Nueva España y le haría su igual, porque Juan Velázquez siempre se mostró su muy gran servidor y verdadero amigo, como adelante verán. Y desque hobo venido delante de Cortés y hecho su acato, le dijo: «¿Qué manda vuestra merced?» Y como Cortés hablaba algunas veces muy melioso y con la risa en la boca, le dijo medio riendo: «A lo que al señor Juan Velázquez le hice llamar es que me ha dicho Andrés de Duero que dice Narváez, y en todo su real hay fama, que si vuestra merced va allá que luego yo soy deshecho y desbaratado, porque creen que se ha de hacer con el Narváez, y a esta causa he acordado que, por mi vida, si bien me queréis, que luego vaya en su buena yegua rucia y que lleve todo su oro y la fanfarrona, que era muy pesada cadena de oro, y otras cositas que yo le daré que dé allá por mí a quien yo le dijese, y su fanfarrona, que pesa mucho, llevará al un hombro, y otra cadena que pesa más que ella llevará ceñida con dos vueltas, y allá verá qué le quiere Narváez, y en viniendo que se venga, luego irá allá el señor Diego de Ordaz, que le desean ver en su real, como mayordomo que era del Diego Velázquez». Y el Joan Velázquez respondió quél haría lo que su merced mandaba, mas que su oro y cadenas que no las llevaría consigo, salvo lo que le diese para dar a quien mandase, porque donde su persona estuviese es para le siempre servir más que cuanto oro ni piedras de diamantes puede haber. «Ansí lo tengo yo creído, dijo Cortes, y con esta confianza, señor, le envío; mas si no lleva todo su oro y joyas, como le mando, no quiero que vaya allá». Y el Joan Velázquez respondió: «Hágase lo que vuestra merced mandare». E no quiso llevar sus joyas. Allí le habló Cortés secretamente, y luego se partió y llevó en su compañía a un mozo despuelas de Cortés para que le sirviese que se decía Joan del Río. Y dejemos desta partida de Joan Velázquez, que dijeron que le envió Cortés por descuidar a Narváez, y volvamos a decir lo que en nuestro real pasó, que dende a dos horas que se partió el Joan Velázquez mandó Cortés tocar el atambor a Canillas, que así se llamaba nuestro atambor, y Benito de Veger, nuestro pífano, que tocase su tamborino, e mandó Gonzalo de Sandoval, que era capitán y alguacil mayor, para que llamase a todos los soldados y comenzásernos a marchar luego a paso largo camino de Cempoal. E yendo por nuestro camino se mataron dos puercos de la tierra que tienen el ombligo en el espinazo, y dijimos muchos soldados que era señal de vitoria. y dormimos en un repecho ceca de un riachuelo, y nuestros corredores del campo adelante, y espías y rondas. Y desque amanesció caminamos por nuestro camino derecho y fuimos a hora de medio día a sestear a un río adonde está agora poblada la Villa Rica de la Veracruz, donde desembarcan las barcas con mercaderías que vienen de Castilla, porque en aquel tiempo estaban pobladas junto al río unas casas de indios e arboledas. Y como en aquella tierra hace grandísimo sol, reposamos, como dicho tengo, porque traíamos nuestras armas e picas. Y dejemos agora de más caminar y digamos lo que al Juan Velázquez de León le avino con Narváez y con un su capitán que también se decía Diego Velázquez, sobrino del Velázquez gobernador de Cuba, porque allá topó con él.