Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (41 page)

Capítulo CXV: Cómo el gran Montezuma preguntó a Cortés que cómo quería ir sobre Narváez siendo los que traía el Narváez muchos e Cortés pocos, e que le pesaria si nos viniese algún mal

Como estaban platicando Cortés y el gran Montezuma, como lo tenían de costumbre, dijo el Montezuma a Cortés: «Señor Malinche: a todos vuestros capitanes e soldados os veo andar desasosegados, e también he visto que no me visitáis sino de cuando en cuando, e Orteguilla, el paje, me dice que queréis ir sobre esos vuestros hermanos que vienen en los navíos, e queréis dejar aquí en mi guarda al Tonatio; hacedme merced que me lo declaréis para que si en algo os pudiese ayudar que lo haré de buena voluntad, e también, señor Malinche, no querría que os viniese algún desmán. porque vos tenéis muy pocos teules y esos que vienen son cinco veces más, y ellos dicen que son cristianos como vosotros e vasallos e criados dese vuestro emperador, e tienen imágenes e ponen cruces e les dicen misa, e dicen e publican que sois gente que venistes huyendo de vuestro rey, e que os vienen a prender e matar; yo no os entiendo, por eso mira lo que hacéis». Cortés le respondió con un semblante de alegría e le dijo, con doña Marina, que siempre estaba con él en todos los razonamientos, e aun Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, que le dijesen que si no le había venido a dar relación dello es como le quiere mucho e por no dalle pesar con nuestra partida, e que por esta causa lo ha dejado, porque así tiene por cierto que el Montezuma le tiene buena voluntad; e que cuanto a lo que dice que todos somos vasallos de nuestro gran emperador, que es verdad, e de ser cristianos como nosotros, que sí son, e a lo que dicen que venimos huyendo de nuestro rey y señor, que no es así, sino que nuestro rey nos envió para velle y hablalle todo lo que en su real nombre le ha dicho e platicado; e a lo que dice que trae muchos soldados e noventa caballos, e muchos tiros e pólvora e que nosotros somos pocos, e que nos vienen a matar e prender, Nuestro Señor Jesucristo, en quien creemos, e Nuestra Señora Santa María, su bendita madre, nos darán fuerzas y más que no a ellos, pues que son malos e vienen de aquella manera. E que como nuestro emperador tiene muchos reinos e señoríos, hay en ellos mucha diversidad de gentes, unas muy esforzadas e otras mucho más, e que nosotros somos de dentro de Castilla, que llaman Castilla la Vieja, e nos dicen castellanos, e que el capitán que está ahora en Cempoal, y la gente que trae, es de otra provincia, que llaman Vizcaya, e se llaman vizcaínos, que hablan como los otomíes, tierra de Méjico, e quél verá cuál se lo traíamos presos; que no tuviese pesar por nuestra ida, que presto volveríamos con vitoria, e lo que agora le pide por mercer es que mire queda con él su hermano Tonatio, que así llamaban a Pedro de Alvarado, con ochenta soldados; que después que salgamos de aquella ciudad no haya algún alboroto, ni consienta a sus capitanes e papas hagan cosa que después que volvamos tengan los revoltosos que pagar con las vidas, e que todo lo que hubiese menester de bastimentos, que se lo den; e allí le abrazó Cortés dos veces al Montezuma, e ansimismo el Montezuma al Cortés. E doña Marina, como era tan avisada, se lo decía de arte que ponía tristeza con nuestra partida. Allí se ofresció que haría todo lo que Cortés le había encargado, y aun prometió que enviaría en nuestra ayuda cinco mill hombres de guerra. E Cortés le dio las gracias por ello, porque bien vio que no los había de enviar, e le dijo que no había menester más de la ayuda de Dios primeramente y de sus compañeros; e también dijo que mirase que la imagen de Nuestra Señora e la cruz que siempre lo tuviesen enramada y con candelas de cera, que tuviesen siempre encendidas de noche y de día, e que no consintiesen a ningún papa que hiciesen otra cosa, porque en aquello conoscería su buena amistad. Y después de tornados otra vez a se abrazar, le dijo que le perdonase que no podía estar más con él por entender en la partida. Y luego habló a Pedro de Alvarado e a todos los soldados que con él quedaban, e les encargó que en todo guardasen al gran Montezuma no se soltase, e que obedeciesen a Pedro de Alvarado, e que prometía que, mediante Nuestro Señor Dios, a todos les había de hacer ricos. E allí se quedó con ellos el clérigo Joan Díaz, que no fue con nosotros, e otros hombres sospechosos. E nos abrazamos los unos a los otros, e sin llevar indias ni sucio, sino a la ligera, tiramos por nuestras jornadas por Cholula. Y en el camino envió Cortés a Tascala a rogar a nuestros amigos Xicotenga y Maseescasi que nos enviasen de presto cinco mil hombres de guerra. Y enviaron a decir que si fueran para contra indios como ellos, que si hicieran, e aun muchos más, e que para contra teules como nosotros, e contra lombardas y ballestas, que no querían, y proveyeron de veinte cargas de gallinas. E también Cortés escribió a Sandoval que se juntase con todos sus soldados muy prestamente con nosotros, que íbamos a unos pueblos obra de doce leguas de Cempoal, que se dicen Tanpaniquita e Mitlanguita, que ahora son de la encomienda de Pedro Moreno Medrano, que vive en la Puebla; e que mirase muy bien el Sandoval que Narváez no le prendiese ni hobiese a las manos a él ni a ninguno de sus soldados. Pues yendo que íbamos de la manera que he dicho con mucho concierto para pelear si encontrásemos gente de guerra de Narváez o al mismo Narváez, y nuestros corredores del campo descubriendo e siempre una jornada adelante, dos de nuestros soldados, grandes peones, personas de mucha confianza, y éstos no iban por camino derecho, sino por partes que no podían ir a caballo, para saber e inquirir de indios de la gente de Narváez; pues yendo nuestros corredores del campo descubriendo, vieron venir a un Alonso de Mata, el que decían que era escribano, que venía a notificar los papeles o traslados de las provisiones, según dije atrás en el capitulo que dello habla, e a los cuatro españoles que con él venían por testigos. Y luego vinieron los dos nuestros soldados de a caballo a dar mandado, y los otros dos corredores del campo se estuvieron en palabras con el Alonso Mata e con los cuatro testigos, y en este instante nos dimos priesa en andar e alargarmos el paso. Y desque llegaron cerca de nosotros hicieron gran reverencia a Cortés y a todos nosotros. Y Cortés se apeó del caballo y supo a lo que venían; e como el Alonso de Mata quería notificar los despachos que traía, Cortés le dijo que si era escribano del rey; y dijo que sí; e mandóle e luego exhibiese el título, e que si lo traía que leyese los recaudos, e que haría lo que viese que era servicio de Dios e de Su Majestad; e si no lo traía, que no leyese aquellos papeles, e que también había de ver los originales de Su Majestad. Por manera que el Mata, medio cortado e medroso, porque no era escribano de Su Majestad, e los que con él venían no sabían qué se decir. E Cortés les mandó dar de comer porque reparamos allí; e les dijo Cortés que íbamos a unos pueblos cerca del real del señor Narváez, que se decían Tanpanequita, y que allí podía enviar a notificar lo que su capitán mandase. Y tenía Cortés tanto sufrimiento, que nunca dijo mala palabra del Narváez; e apartadamente habló con ellos e les tomó las manos e les dio cierto oro; y luego se volvieron a su Narváez diciendo bien de Cortés e de todos nosotros. E como muchos de nuestros soldados, por gentileza, en aquel instante llevábamos en las armas joyas de oro e cadenas e collares al pescuezo, e aquellos que venían a notificar los papeles las vieron, dicen en Cempoal maravillas de nosotros; e muchos había en el real de Narváez, personas principales, que querían venir a traer paces y tratar con Cortés, y desque todos los vías ir ricos. Por manera que llegamos a Panganequita e otro día llegó el capitán Sandoval con los soldados que tenía, que serían hasta sesenta, porque los demás viejos y dolientes los dejó en unos pueblos de indios de nuestros amigos que se decían Papalote, para que allí les diesen de comer; y también vinieron con él los cinco soldados parientes e amigos del licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, que se habían venido huyendo del real de Narváez y venían a besar las manos de Cortés, a los cuales con mucha alegría recibió muy bien. Y allí estuvo contando Sandoval a Cortés de lo que les acaeció con el clérigo furioso Guevara e con el Vergara e con los demás, y cómo los mandó llevar presos a Méjico según e de la manera que dicho tengo en el capitulo pasado; y también dijo cómo desde la Villa envió dos soldados como indios, puestos mantillas o mantas como indios propios, al real de Narváez, e como eran morenos dijo Sandoval que no parescían españoles sino propios indios, e cada uno llevó una carguilla de ciruelas a cuestas, que en aquella sazón era tiempo dellas cuando estaba Narváez en los arenales, antes que se pasasen al pueblo de Cempoal, e que fueron al rancho del bravo Salvatierra, e que les dio por las ciruelas un sartalejo de cuentas amarillas. E desque hobieron vendido las ciruelas, el Salvatierra les mandó que le fuesen por yerba, creyendo que eran indios, allí junto a un riachuelo questaba cerca de los ranchos, para su caballo; e fueron e cogieron unas carguillas de yerba, y esto era a hora del Ave María cuando volvieron con la yerba, y se estuvieron en el rancho en cluquillas como indios hasta que anochesció; e tenían ojo y sentido en lo que decían ciertos soldados de Narváez que vinieron a tener palacio e compañía al Salvatierra. Dizque les decía el Salvatierra: «¡Oh a qué tiempo hemos venido!, que tiene allegado ese traidor de Cortés más de siete cientos mill pesos de oro. y todos seremos ricos, pues los soldados e capitanes que consigo trae no sera menos sino que tengan mucho oro». Y decían por ahí otras palabras. E desque fue bien escuro vienen los dos de nuestros soldados que estaban hechos como indios, e callando salen del rancho y van adonde tenía el caballo, y con el freno que estaba junto con la silla le enfrenan y ensillan e cabalgan en él; e viniéndose para la villa e de camino, topan otro caballo maneado cabe el riachuelo, y también se lo trujeron. E preguntó Cortés al Sandoval por los mismos caballos. e dijo que los dejó en el pueblo de Papalote, donde quedaban los dolientes, porque por donde él venía con sus compañeros no podían pasar caballos, porque era tierra muy fragosa e de grandes sierras, e que vino por allí por no topar con gente de Narváez. E cuando Cortés supo que era el un caballo del Salvatierra, se holgó en gran manera, e dijo: «Agora braveará más desque le halle menos». Volvamos al Salvatierra, que desque amanesció e no halló a los dos indios que le trujeron a vender las ciruelas, ni halló su caballo ni la silla y el freno, dijeron después muchos soldados de los del mismo Narváez que decía cosas que los hacia reír, porque luego conosció que eran españoles de los Cortés los que les llevaron los caballos, e desde allí adelante se velaban. Volvamos a nuestra materia. Y luego Cortés con todos nuestros capitanes y soldados estuvieron platicando cómo y de qué manera daríamos en el real de Narváez. E lo que se concertó antes que fuésemos sobre Narváez diré adelante.

Capítulo CXVI: Cómo acordó Cortés con todos nuestros soldados que tornásemos a enviar al real de Narváez al fraile de la Merced, que era muy sagaz y de buenos medios, y que se hiciese muy servidor del Narváez e que se mostrase favorable a su parte más que no a la de Cortés, e que secretamente convocase al artillero que se decía Rodrigo Martín e a otro artillero que se decía Usagre, e que hablase con Andrés de Duero para que viniese a verse con Cortés, y que otra carta que escribíamos al Narváez que mirase que se la diese en sus manos, e lo que en tal caso convenía, e tuviese mucha advertencia, e para esto llevó muchantidad de tejuelos e cadenas de oro para repartir

Pues como ya estábamos en aquel pueblo todos juntos, acordamos que con el padre de la Merced se escribiese otra carta al Narváez, que decía en ella ansí o otras palabras formales como éstas: Después de puesto su acato con gran cortesía, que nos habíamos holgado de su venida, e creíamos que con su generosa persona haríamos gran servicio a Dios Nuestro Señor e a su Majestad, e que no nos ha querido responder cosa ninguna, antes nos llama de traidores, siendo muy leales servidores del rey, e ha revuelto toda la tierra con las palabras que envió a decir a Montezuma, e que le envió Cortés a pedir por merced que escogiese la provincia que en cualquiera parte que quisiese quedar con la gente que tiene o fuese adelante, e que nosotros iríamos a otras tierras y haríamos lo que buenos servidores de Su Majestad somos obligados, e que le hemos pedido por merced que si trae provisiones de Su Majestad que envíe los originales para ver y entender si vienen con la real firma e qué es lo que en ellas se contiene, para que luego que lo veamos los pechos por tierra obedescería, e que no ha querido hacer lo uno ni lo otro, sino tratarnos mal de palabra e revolver la tierra; que le pedimos e requerimos de parte de Dios y del rey nuestro señor que dentro en tres días envíe a notificar los despachos que trae con escribano de Su Majestad, e que lo cumpliremos como mandado de nuestro rey e Señor todo lo que en las reales provisiones mandare, que para aquel efecto nos hemos venido a aquel pueblo de Panguenequita, por estar más cerca de su real; e que si no trae las provisiones e se quisiere volver a Cuba, que se vuelva e no alborote más la tierra, con protestación que si otra cosa hace, que iremos contra él a le prender y enviallo preso a nuestro rey e señor, pues sin su real licencia nos viene a dar guerra e desasosegar todas las ciudades, e que todos los males e muertes e fuegos y menoscabos que sobre esto acaescieren que sea a su cargo e no al nuestro. Y esto se escribe agora por carta mensiva, porque no osa ningún escribano de Su Majestad írselo a notificar por temor no les acaesca el gran desacato como el que se tuvo con un oidor de Su Majestad; y que dónde se vio tal atrevimiento de le enviar preso, e que aliend de lo que dicho tiene, por lo que es obligado a la honra e justicia de nuestro rey, que le conviene castigar aquel gran desacato e delito como capitán general e justicia mayor que es desta Nueva España, le cita y emplaza para ello, y se lo demandará usando de justicia, pues no es crimen lege magestatis en lo que ha tratado e que hace a Dios testigo de lo que agora dice. Y también le envió a decir que luego volviese al cacique gordo las mantas e ropa e joyas de oro que le habían tomado por fuerza, e ansimismo las hijas de señores que nos habían dado sus padres, e mandase a sus soldados que no robasen a los indios de aquel pueblo ni de otros. E después de puesto su cortesía e firmada de Cortés e de nuestros capitanes e algunos soldados, iba allí mi firma. Y entonces se fue con el mismo fraile un soldado que se decía Bartolomé de Usagre, porque era hermano del artillero Usagre que tenía cargo de la artillería de Narváez. Y llegados nuestro religioso y el Usagre a Cempoal, adonde estaba el Narváez, diré lo que dizque pasó.

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