Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (43 page)

Capítulo CXX: Cómo llegó Juan Velázquez de león e un mozo despuelas de Cortés, que se decía Joan del Río, al real de Narváez, y lo que en él pasó

Ya he dicho cómo envió Cortés a Juan Velázquez de León y al mozo despuelas para que le acompañase a Cempoal y a ver lo que Narváez le quería, que tanto deseo tenía de tenello en su compañía. Por manera que así como partieron de nuestro real se dio tanta priesa en el camino, que fue amanescer a Cempoal, y se fue apear el Juan Velázquez en casa del cacique gordo, porquel Joan del Río no tenía caballo y desde allí se iban a pie a la posada del Narváez. Pues como los indios le conocieron holgaron de le ver y hablar, y decían a voces a unos soldados de Narváez, que allí posaban en casa del cacique gordo, que aquél era Joan Velázquez de León, capitán de Malinche. Y así como los oyeron los soldados fueron corriendo a demandar albricias a Narváez cómo había venido Joan Velázquez de León. Y antes quel Juan Velázquez llegase a la posada de Narváez, y como de repente supo el Narváez su venida, le salió a rescebir a la calle acompañado de ciertos soldados, donde se encontraron el Juan Velázquez y el Narváez y se hicieron muy grandes acatos. Y el Narváez abrazó al Juan Velázquez y le mandó sentar en una silla, que luego trujeron sillas y asentaderos, cerca de sí, y le dijo que por que no se fue apear a su posada, y mandó a sus criados que le fuesen luego por el caballo y fardaje, si llevaba, para que en su casa e su caballeriza y posada estaría. Y Joan Velázquez dijo que luego se quería volver, que no venía sino a besalle las manos y a todos los caballeros de su real y para ver si podía dar concierto que su merced y Cortés tuviesen paz y amistad. Entonces dizque luego el Narváez apartó al Joan Velázquez, muy airado, como que tales palabras le había de decir: «¿Tener amistad y paz con un traidor, que se alzó a su primo Diego Velázquez con la armada?» Y el Juan Velázquez respondió que Cortés no era traidor, sino buen servidor de Su Majestad, y que ocurrir a nuestro rey y señor, como envió, no se le ha de atribuir a traición, y que le suplica que delante dél no se diga tal palabra. Y entonces el Narváez le comenzó a convocar con grandes prometimientos que se quedase con él, y que concierte con los de Cortés que se le diesen y vengan luego a se meter en su obidiencia, prometiéndole con juramentos que sería en todo su real el más preeminente capitán, y en el mando segunda persona. Y el Joan Velázquez respondió que mayor traición haría el dejar al capitán que tiene jurado en la guerra y desmamparalle, conociendo que en todo lo que ha hecho en la Nueva España es en servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad, que no dejar ocurrir Cortés como ocurrió a nuestro rey y señor; y que le suplica que no le hable más en ello. En aquella sazón habían venido a ver a Joan Velázquez todos los más principales capitanes del real de Narváez, y le abrazaban con gran cortesía, porquel Juan Velázquez era muy del palacio y buen cuerpo, membrudo, y buena presencia y rostro, y la barba bien puesta, y llevaba una cadena muy grande de oro echada al hombro, que le daba dos vueltas debajo del brazo; parecíale muy bien como bravoso y buen capitán. Dejemos del buen parescer de Joan Velázquez y cómo estaban mirando todos los capitanes de Narváez, y aun nuestro fraile de la Merced también le vino a ver y en secreto hablar, y ansimismo el Andrés de Duero y el alguacil mayor Bermúdez. Paresció ser que en aquel instante ciertos capitanes de Narváez, que se decían Gamara y un Juan Fuste y un Juan Bono de Quexo, vizcaíno, y Salvatierra el bravoso, aconsejaron a Narváez que luego prendiese al Joan Velázquez, porque les paresció que hablaba muy sueltamente en favor de Cortés. E ya que había mandado el Narváez secretamente a sus capitanes y alguaciles que le echasen preso, súpolo Agustín Bermúdez y el Andrés de Duero y nuestro fraile de la Merced y un clérigo que se decía Juan de León y otras personas de las que se habían dado por amigos de Cortés, y dicen al Narváez que se maravillan de su merced querer mandar prender al Juan Velázquez de León; que qué puede hacer Cortés contra él aunque tenga en su compañía otros cient Joan Velázquez, y que mire la honra y acatos que hace Cortés a todos los que de su real han ido, que les sale a rescebir y a todos les da oro y joyas y vienen cargados como abejas a las colmenas, y de otras cosas de mantas y mosqueadores, y que a Andrés de Duero y al clérigo Guevara y Amaya y a Vergara el escribano, e a Alonso de Mata y a otros que han ido a su real bien los pudiera prender y no lo hizo; antes, como dicho tienen, les hace mucha honra, y que será mejor que le tome a hablar al Joan Velázquez con mucha cortesía y le convide a comer. Por manera quel Narváez le paresció buen consejo, y luego le tornó a hablar con palabras muy amorosas para que fuese tercero en que Cortés se le diese con todos nosotros, y le convidó a comer. Y el Joan Velázquez respondió que haría lo que pudiese en aquel caso, mas que tenía a Cortés por muy porfiado y cabezudo en aquel negocio, y que sería mejor que partiesen las provincias y quescogiese la tierra que más su merced quisiese. Y esto decía el Joan Velázquez por le amansar. Entre aquellas pláticas llegóse al oído de Narváez el fraile de la Merced y díjole, como su privado y consejero que ya se había hecho: «Mande vuestra merced hacer alarde toda su artillería y caballeros y escopeteros y ballesteros y soldados para que lo vea el Juan Velázquez de León y el mozo despuelas Joan del Río, para que Cortés tema vuestros poderes e gentes y se venga a vuestra merced aunque le pese». Y esto dijo el fraile como por vía de su muy grande servidor y amigo y por hacelle que trabajasen todos los de caballo y soldados en su real. Por manera que por el dicho de nuestro fraile hizo hacer alarde delante el Juan Velázquez de León y de Joan del Río, estando presente nuestro religioso. Y desque fue acabado de hacer dijo el Joan Velázquez a Narváez: «Gran pujanza trae vuestra merced; Dios se lo acresciente». Entonces dijo Narváez: «Ahí verá vuestra merced que si quisiera haber ido contra Cortés le hobiera traído preso y a cuantos estáis con él». Entonces respondió el Joan Velázquez y dijo: «Téngale vuestra merced por tal y a los soldados que con él estamos, que sabremos muy bien defender nuestras personas». Y ansí cesaron las pláticas. E otro día llevóle convidado a comer al Joan Velázquez, y comía con el Narváez un sobrino del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que también era su capitán; y estando comiendo tratóse plática de cómo Cortés no se daba al Narváez y de la carta y requerimiento que le envió, y de unas palabras a otras desmandóse el sobrino del Diego Velázquez, que también se decía Diego Velázquez como el tío, e dijo que Cortés y todos los que con él estábamos éramos traidores, pues no se venían a someter al Narváez. Y el Joan Velázquez desque lo oyó, se levantó de la silla en questaba, y con mucho acato dijo: «Señor Capitán Narváez: ya he suplicado a vuestra mercer que no consiento que se digan palabras tales como estas que dijo de Cortés ni de ninguno de los que con él estamos, porque verdaderamente son mal dichas decir mal de nosotros, que tan lealmente hemos servido a Su Majestad». Y el Diego Velázquez respondió que eran bien dichas, y pues volvía por un traidor e traidores, debía de ser otro tal como él, y que no era de los Velázquez de los buenos. Y el Joan Velázquez, echando mano a su espada, le dijo que mentía y que era mejor caballero que no él, y de los buenos Velázquez, mejor que no él ni su tío, y que se lo haría conoscer si el señor capitán Narváez les daba licencia. Y como había allí muchos capitanes, ansí de los de Narváez y algunos amigos de los de Cortés, se metieron en medio, que de hecho le iba a dar el Juan Velázquez una estocada, y aconsejaron al Narváez que luego le mandase salir de su real, ansí a él como al fraile e a Joan del Río, porque, a lo que sentían, no hacían provecho ninguno. Y luego sin más dilación les mandaron que se fuesen, y ellos, que no veían la hora de verse en nuestro real, lopusieron por obra. Y dizque el Joan Velázquez, yendo a caballo en su buena yegua y su cota puesta, que siempre andaba con ella y con su capacete y gran cadena de oro, se fue a despedir del Narváez. Y estaba allí con el Narváez el mancebo Diego Velázquez, el de la brega, e dijo al Narváez: «¿Qué manda vuestra merced para nuestro real?». Respondió el Narváez, muy enojado, que se fuese, e que valiera más que no hobiera venido. Y dijo el mancebo Diego Velázquez palabras de amenaza e injuriosas a Joan Velázquez. Y le respondió a ellas el Joan Velázquez de León que es grande su atrevimiento y dino de castigo por aquellas palabras que le dijo, yechándose mano a las barbas: «Para estas, que yo vea antes de muchos días si vuestro esfuerzo es tanto como vuestro hablar». Y como venían con el Joan Velázquez seis o siete de los del real de Narváez, que ya estaban convocados por Cortés, que lo iban a despedir, dicen que trabaron dél como enojados, y le dijeron: «Váyase ya y no cure de más hablar». Y ansí se despidieron, y a buen andar de sus caballos se van para nuestro real, porque luego les avisaron a Joan Velázquez quel Narvéz los quería prender y apercebía muchos de caballo que fuesen tras ellos. E viniendo su camino nos encontraron al río que dicho tengo questá agora cabe la Veracruz. Estando questábamos en el río por mi ya nombrado teniendo la siesta, porque en aquella tierra hace muy recio calor, porque como caminábamos con todas nuestras armas a cuestas y cada uno con una pica, estábamos cansados, y en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a dar mandado a Cortés que veían venir buen rato de allí dos o tres personas de a caballo, y luego presumimos que serían nuestros embajadores Joan Velázquez de León y el fraile y Joan del Río. Y como llegaron adonde estábamos, qué regocijos y alegrías tuvimos todos; y Cortés cuántas caricias y buenos comedimientos hizo al Joan Velázquez y a nuestro fraile; y tenía mucha razón, porque le fueron muy servidores. Y allí contó el Joan Velázquez paso por paso todo lo por mi atrás dicho que les acaesció con Narváez, y cómo envió secretamente a dar las cadenas y tejuelos y joyas de oro a las personas que Cortés mandó. Pues oír a nuestro fraile, como era muy regocijado sabíalo muy bien representar, cómo se hizo muy servidor del Narváez, y que por hacer burla dél le aconsejó que hiciese el alarde y sacase su artillería, y con qué astucia e mañas le dio la carta. Pues cuando contaba lo que le acaescio con el Salvatierra y se le hizo muy pariente, siendo el fraile de Olmedo y el Salvatierra delante de Burgos; y de los fieros que le decía el Salvatierra que había de hacer y acontescer en prendiendo a Cortés y a todos nosotros, y aun se le quejó de los soldados que le hurtaron su caballo y el de otro capitán, y todos nosotros nos holgábamos de lo oír, como si fuéramos a bodas y regocijos, y sabíamos que otro día habíamos de entrar en batallas y que habíamos de vencer o morir en ellas, siendo como éramos docientos y sesenta y seis soldados y los de Narváez cinco veces más que nosotros. Y volvamos a nuestra relación. Y es que luego todos caminamos para Cempoal y fuimos a dormir a un riachuelo adonde estaba en aquella sazón una puente., obra de una legua de Cempoal, adonde está agora una estancia de vacas. Y dejallo he aquí, y diré lo que se hizo en el real de Narváez después que se vinieron el Joan Velázquez y el fraile y Joan del Río, y luego volveré a contar lo que hicimos en el nuestro real, porque en un instante acontece dos y tres cosas, y por fuerza he de dejar las unas por contar lo que más viene a propósito desta relación.

Capítulo CXXI: De lo que se hizo en el real de Narváez después que de allí salieron nuestros embajadores

Paresció ser que como vinieron el Joan Velázquez y el fraile y el Joan del Río, dijeron al Narváez sus capitanes que en su real sentían que Cortés había enviado muchas joyas de oro y que tenía de su parte amigos en el mismo real, y que sería bien estar muy apercebido y avisase a todos sus soldados questuviesen con sus armas y caballos prestos, y demás desto, el cacique gordo, otras veces por mí memorado, temía mucho a Cortés porque había consentido que Narváez tomase las mantas y oro y indias que le tomó, y siempre tenía espías sobre nosotros, en qué parte dormíamos y por qué camino veníamos, porque ansí se lo había mandado por fuerza el Narváez. Y como supo que ya llegábamos cerca de Cempoal, le dijo a Narváez el cacique gordo: «¿Qué hacéis questáis muy descuidado? ¿Pensáis que Malinche y los teules que trae consigo que son ansí como vosotros? Pues yo digo que cuando no os catáredes será aquí y os matará». Y aunque hacían burla de aquellas palabras que el cacique gordo les dijo, no dejaron de ser apercebir, y la primera cosa que hicieron fue pregonar guerra contra nosotros a fuego y sangre y a toda ropa franca, lo cual supimos de un soldado que llamaban el Galleguillo, que se vino huyendo del real de Narváez, o le envió el Andrés de Duero, y dio aviso a Cortés de lo del pregón y de otras cosas que convino saber. Volvamos a Narváez que luego mandó sacar toda su artillería y los de caballo y escopeteros y ballesteros a un campo obra de un cuarto de legua de Cempoal para allí nos aguardar y no dejar ninguno de nosotros que no fuese muerto o preso. Y como llovió mucho aquel día, estaban ya los de Narváez hartos destar aguardándonos al agua, y como no estaban acostumbrados a aguas ni trabajos e no nos tenían en nada, sus capitanes le aconsejaron que se volviesen a los aposentos, y que era afrenta estar allí como estaban aguardando a dos tres, y es que decían que éramos, y que asestase su artillería delante de sus aposentos, que eran diez y ocho tiros gruesos, y questuviesen toda la noche cuarenta de caballo esperando en el camino por donde habíamos de ir a Cempoal, y que tuviese al pasar del río, que era por donde habíamos de venir, sus espías, que fuesen buenos hombres de a caballo e peones ligeros para dar mandado, y que en los patios de los aposentos del Narváez anduviesen toda la noche veinte de caballo. Y este concierto que le dieron fue por hacelle volver a los aposentos, y más le decían sus capitanes: «¿Pues como, señor, por tal tiene a Cortés que se ha de atrever que con tres gatos que tiene ha de venir a este real por el dicho deste indio gordo? No lo crea vuestra merced, sino que ha hecho aquellas algaradas y muestras de venir por que vuestra merced venga a buen concierto con él». Por manera que ansí como dicho tengo se volvió Narváez a su real, y después de vuelto públicamente prometió que quien matase a Cortés o a Gonzalo de Sandoval que le daría dos mil pesos: y luego puso espías al río a un Gonzalo Carrasco, que vive agora en la Puebla, y el otro se decía Fulano Hurtado, y el nombre y apellido y señal secreta que dio cuando batallasen contra nosotros en su real había de ser «¡Santa María, Santa María!». y demás deste concierto que tenían hecho, mandó Narváez que en su aposento durmiesen muchos soldados, así escopeteros como ballesteros, y otros con partesanas; y otro tanto mandó questuviesen en el aposento del veedor Salvatierra y de Gamarra e de Joan Bono. Ya he dicho el concierto que tenía Narváez en su real, y volveré a decir la orden que se dio en el nuestro.

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