Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (77 page)

Capítulo CLXXIII: Cómo sabiendo Cortés que Cristóbal de Olí se había alzado con la armada y había hecho compañía con Diego Velázquez, gobernador de Cuba, envió contra él a un capitán que se decía Francisco de las Casas. y lo que le sucedió diré adelante

He menester volver muy atrás de nuestra relación para que bien se entienda. Ya he dicho en el capítulo que dello habla cómo Cortés envió a Cristóbal de Olí con una armada a lo de Honduras, y se alzó. Como Cortés supo quel Cristóbal de Olí se había alzado con el armada con favor [de] Velázquez, gobernador de Cuba, estaba muy pensativo; y como era animoso y no se dejaba mucho burlar en tales casos, y como ya había hecho relación dello a Su Majestad como dicho tengo, en la carta que le escribió, y que entendía de ir o enviar contra el Cristóbal de Olí a otros capitanes e en aquella sazón había venido de Castilla a Méjico un caballero que se decía Francisco de las Casas, persona de quien se podía fiar, e su deudo, acordó de le enviar contra el Cristóbal de Olí con cinco navíos bien artillados y bastecidos y cient soldados, y entrellos iban conquistadores de Méjico, de los que Cortés había traído de la isla de Cuba en su compañia, que era un Pedro Moreno Medrano, y un Juan Núñez de Mercado, y un Juan Bello, y otros que aquí no nombro, que se murieron en el camino, por excusar prolijidad. Pues ya despachado el Francisco de las Casas con poderes muy bastantes y mandamientos para prender al Cristóbal de Olí, salió del puerto de la Veracruz con sus navíos bien bastecidos, muy veleros y con sus pendones con las armas reales, y con buen tiempo llegó a una bahía que llamaron El Triunfo de la Cruz, donde el Cristóbal de Olí tenía su armada, y allí junto poblada una villa que se llamó Triunfo de la Cruz, según ya otras veces he dicho en el capitulo que dello habla. Y desque el Cristóbal de Olí vio aquellos navíos surtos en su puerto, puesto quel Francisco de las Casas ansí como llegó mandó poner banderas de paz, no lo tuvo por cierto el Cristóbal de Olí, antes mandó apercebir dos carabelas muy artilladas con muchos soldados y lo defendió el puerto para no les dejar saltar en tierra. Y desque aquello vio el de las Casas, que era hombre animoso, mandó sacar e echar a la mar sus bateles con muchos hombres bien apercebidos, y con unos tiros, alconetes y escopetas y ballestas. Y él con ellos, con pensamiento que de una manera o de otra tomar tierra, y el Cristóbal de Olí por defendella, tuvieron en la mar buena pelea; y el de las Casas echó una de las dos carabelas del contrario a fondo, y mató cuatro soldados e hirieron otros. Y desque el Cristóbal de Olí vio que no tenía allí todos sus soldados, porque los había enviado pocos días había en dos cap¡tanías a entrar en un río que llaman de Pechin a prender otro capitán questaba conquistando en aquella provincia, que se decía Gil González de Ávila, porque el río de Pechin caía en la gobernación del Golfo Dulce, y los estaba aguardando por horas a sus gentes, acordó el Cristóbal de Olí de demandar partido de paz al Francisco de las Casas porque bien creído tenía el Cristóbal de Olí que si tomaba tierra que habían de venir a las manos; y por [no] tener sus soldados juntos, demandó las paces; y el de las Casas acordó destarse aquella noche con sus navíos en la mar, apartado de tierra, al reparo o pairando, con intención de se ir a otra bahía a desembarcar, y también porque cuando andaban las diferencias y pelea de la mar le dieron al de las Casas una carta secretamente que serían en su ayuda ciertos soldados de la parte de Cortés que estaban con el Cristóbal de Olí; que no dejase de venir por tierra para prender al Cristóbal de Olí. Pues estando con este acuerdo, fue la ventura tal del Cristóbal de Olí, y desdicha del de las Casas, que hobo aquella noche un viento Norte muy recio, y como es travesía en aquella costa, dio con los navíos del Francisco de las Casas al través en tierra, de manera que se perdió cuanto traía y se ahogaron treinta soldados, y todos los demás fueron presos; y estuvieron sin comer dos días, y muy mojados del agua salada, porque en aquel tiempo llovía mucho, y tuvieron trabajo y frío. Y el Cristóbal de Olí, muy gozoso y triunfante por tener preso al Francisco de las Casas y los demás soldados que prendió, les hizo luego jurar que siempre serían en su ayuda y serían contra Cortés si viniese aquella tierra en persona. Y desque hobieron jurado, los soltó de las prisiones; solamente tuvo preso al Francisco de las Casas. Y dende a pocos días vinieron sus capitanes, que había enviado a prender al Gil González de Ávila, que, según paresció, el Gil González había venido por gobernador y capitán del Golfo Dulce y había poblado una villa que le nombraron San Gil de Buena Vista, que estaba obra de una legua del puerto que agora llaman Golfo Dulce, porque el río de Pechin en aquel tiempo era poblado de buenos pueblos, y el Gil González no tenía consigo sino muy pocos soldados, porque habían adolescido todos los más, y dejaba poblados con otros soldados la mesma villa de Buena Vista. Y como el Cristóbal de Olí tuvo noticia dello, los envió a prender; y sobre no dejarse prender le mataron ocho españoles de los de Gil González de Ávila, y a un sobrino, que se decía Gil de Ávila. Y como el Cristóbal de Olí se vio con dos prisioneros que eran capitanes, estaba muy alegre y contento, y como tenía fama desforzado, y ciertamente lo era por su persona, para que se supiese en todas las islas, lo escribió a la isla de Cuba a su amigo Diego Velázquez, y luego se fue desde el Triunfo de la Cruz, la tierra adentro, a un buen pueblo que en aquel tiempo estaba muy poblado, y había otros muchos pueblos en aquella comarca; el cual pueblo se dice Naco, que agora está destruido él y todos los demás. Y esto digo porque yo lo vi y me hallé en ello, y en San Gil de Buena Vista, y en el río de Pechin, y en río de Bahama, y lo he andado en el tiempo que fui con Cortés, según más largamente lo diré desque venga a su tiempo y lugar. Volvamos a nuestra relación. Que ya quel Cristóbal de Olí estaba de asiento en Naco con sus prisioneros y gran copia de soldados, desde allí enviaba hacer entradas a otras partes, y envió por capitán a un Briones, otras veces, por mí memorado, el cual Briones fue uno de los primeros consejeros para que se alzase el Cristóbal de Olí, y de suyo era bollicoso, y aun tenía cortadas las asillas bajas de las orejas y decía el mismo Briones que estando en una fortaleza, siendo soldado, se las habían cortado porque no se quería dar él ni otros capitanes; el cual Briones ahorcaron después en Guatimala por revolvedor y amotinador de ejércitos. Volvamos a nuestra relación. Pues yendo por capitán aquel Briones, con gran copia de soldados, túvose fama en el real de Cristóbal de Olí que se había alzado el Briones con todos los soldados que llevaba en su compañía y se iba a la Nueva España, y salió verdad. Y viendo esto el Francisco de las Casas y el Gil Gonzalez de Ávila que estaban presos, y hallaron tiempo oportuno para matar al Cristóbal de Olí, e como andaban sueltos, sin prisiones, por no tenelles en nada, porque se tenía por muy valiente el Cristóbal de Olí, muy secretamente se concertaron con los soldados y amigos de Cortés que en diciendo: «¡Aquí del Rey, y Cortés, en su real nombre, contra este tirano!», le diesen d cuchilladas. Pues hecho este concierto, el Francisco de las Casas, burlando y riendo, le decía al Cristóbal de Olí: «Señor capitán: soltame; iré a la Nueva España a hablar a Cortés y dalle razón de mi desbarate, e yo seré tercero para que vuestra merced quede con esta gobernación, y por su capitán; y mire ques su hechura, y pues mi prisión no hace a su caso, antes le estorbo en las conquistas». Y el Cristóbal de Olí respondió que él estaba bien ansí, y que se holgaba tener a un tan varón en su compañía. Y desque aquello vio el Francisco de las Casas, le dijo: «Pues mire bien por su persona, que un día o otro tengo de procurar de le matar»; y esto se lo decía medio burlando y riendo. Y el Cristóbal de Olí no se le dio nada por lo que decía, y teníalo como cosa de burla. Y como el concierto que he dicho estaba hecho con los amigos de Cortés, estando cenando a una mesa, y habiendo alzado los manteles, y se habían ido a cenar los maestresales y pajes, y estaban delante Juan Núñez de Mercado y otros soldados de la parte de Cortés, que sabían el concierto, y el Francisco de las Casas y el Gil González de Ávila cada uno tenían escondido un cuchillo de escribanía, muy agudo, como navajas, porque ningunas armas se las dejaban traer; y estando platicando con el Cristóbal de Olí de las conquistas de Méjico y ventura de Cortés, y muy descuidado el Cristóbal de Olí de lo que le avino, el Francisco de las Casas le echó mano de las barbas y le dio por la garganta con el cuchillo, que le traía hecho como una navaja para el efecto. Y juntamente con el Gil González de Ávila y los soldados de Cortés, de presto le dieron tantas heridas, que no se pudo valer. Y como era muy recio y membrudo y de muchas fuerzas, se escabulló, dando voces: «¡Aquí los míos!»; mas como todos estaban cenando, o su ventura fue tal que no acudieron tan presto, se fue huyendo a esconder entre unos matorrales, creyendo que los suyos le ayudarían. Y puesto que venieron de presto muchos dellos a le ayudar, el Francisco de las Casas daba voces, y apellidando: «¡Aquí del Rey e de Cortés, contra este tirano, que ya no es tiempo de más sufrir sus tiranías!» Pues como oyeron el nombre de Su Majestad e de Cortés, todos los que venían a favorescer la parte de Cristóbal de Olí no osaron defendelle, antes luego los mandó prender el de las Casas; y después de hecho esto se pregonó que cualquiera persona que supiese del Cristóbal de Olí y no le descubriese, muriese por ello. Y luego se supo dónde estaba, y le prendieron, y se hizo proceso contra él, y por sentencia que entrambos dos capitanes dieron le degollaron en la plaza de Naco. Y ansí murió por se haber alzado por malos consejeros, y con ser hombre muy esforzado y sin mirar que Cortés le había hecho su maestre de campo y dado muy buenos indios. Y era casado con una portuguesa que se decía Felipa de Arauz, y tenía una hija. Y porque en el capítulo pasado tengo dicho el estatura del Cristóbal de Olí y faiciones, y de qué tierra era, y qué condición tenía, en esto no diré más sino que desque el Francisco de las Casas y Gil González de Ávila se vieron libres y su enemigo muerto, juntaron sus soldados y entrambos dos fueron capitanes muy conformes; y el de las Casas pobló a Trujillo, y púsole aquel nombre porque era natural de Trujillo de Extremadura; y el Gil González envió mensajeros a San Gil de Buena Vista, que dejaba poblada, a hacer saber lo que había pasado y a mandar a un su teniente, que se decía Armenta, que se estuviesen poblados como los había dejado y no hiciese alguna novedad, porque iba a la Nueva España a demandar socorro y ayuda de soldados a Cortés, y que presto volvería. Pues ya todo esto que he dicho concertado, acordaron entrambos capitanes de se venir a Méjico a hacer saber a Cortés todo lo acaescido. Y dejallo he aquí hasta su tiempo y lugar, y diré lo que Cortés concertó sin saber cosa ninguna de lo pasado que se hizo en Naco, que arriba está referido.

Capítulo CLXXIV: Cómo Hernando Cortés salió de Méjico para ir camino de las Higueras en busca de Cristóbal, de Olí y de Francisco de las Casas y de los demás capitanes y soldados que envió; y de los caballeros y qué capitanes sacó de Méjico para ir en su compañía, y del aparato y servicio que llevó hasta llegar a la villa de Guazacualco, y de otras cosas que pasaron

Como el capitán Hernando Cortés había pocos meses que había enviado al Francisco de las Casas contra el Cristóbal de Olí, como dicho tengo en el capitulo pasado, parecióle que por ventura no habría buen suceso la armada que había enviado, y también porque le decían que aquella tierra era rica de minas de oro; y a esta causa estaba muy codicioso, ansí por las minas como pensativo en los contrastes que podían acaescer en la armada, poniéndosele por delante las desdichas que en tales jornadas la mala fortuna suele acarrear. Y como de su condición era de gran corazón, habíase arrepentido por haber enviado al Francisco de las Casas, sino haber ido él en persona; y no porque no conoscía muy bien quel que envió era varón para cualquier cosa de afrenta. Y estando en estos pensamientos, acordó de ir, y dejó en Méjico buen recaudo de artillería, ansí en la fortaleza como en las atarazanas, y por gobernadores en su lugar tenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y si supiera de las cartas que Albornoz hobo escrito a Castilla a Su Majestad diciendo mal dél no le dejara tal poder, y aún no sé yo cómo le aviniera por ello. Y dejó por su alcalde mayor al licenciado Zuazo, ya otra vez por mí nombrado, y por teniente del alguacil mayor y su mayordomo de todas sus haciendas a un Rodrigo de Paz, su deudo; y dejó el mayor recaudo que pudo en Méjico; y encomendó a todos aquellos oficiales de la hacienda del Rey, a quien dejaba el cargo de la gobernación, que tuviesen gran cuidado de la conversión de los naturales, y ansimismo lo encomendó a un fray Toribio Motolinea, de la orden de señor San Francisco y a otros buenos religiosos; y que mirasen no se alzase Méjico ni otras provincias. Y por que quedase más pacifico y sin cabeceras de los mayores caciques, trujo consigo al mayor señor de Méjico, que se decía Guatemuz, otras muchas veces por mí nombrado, que fue el que nos dio guerra cuando ganamos a Méjico, y también al señor de Tacuba, y a un Juan Velázquez, capitán del mismo Guatemuz, y a otros muchos principales, y entrellos a Tapiezuelo, que era muy principal; aun de la provincia de Mechuacán trujo otros caciques, y a doña Marina, la lengua, porque Jerónimo de Aguilar ya era fallescido; y trujo en su compañía muchos caballeros y capitanes, vecinos de Méjico, que fue Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, y Luis Marín , y Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo y Pedro de Ircio, Avalos y Sayavedra, que eran hermanos, y un Palacios Rubios, y Pedro de Saucedo el Romo, y Jerónimo Ruiz de la Mota, Alonso de Grado, Santa Cruz, burgalés; Pedro Solís Casquete, Juan Jaramillo, Alonso Valiente y un Navarrete, y un Serna, y Diego de Mazariegos, primo del tesorero, y Gil González de Benavides, y Hernán López de Ávila, y Gaspar de Garnica, y otros muchos que no se me acuerdan sus nombres; y trujo un clérigo y dos frailes franciscos, flamencos, grandes teólogos, que predicaban en el camino; y trujo por mayordomo a un Carranza, y por maestresala a Juan de Jaso, y a un Rodrigo Mañuelo, y por botiller a Serván Bejarano, y por repostero a un Fulano de San Miguel, que vivía en Guaxaca, y por despensero a un Guinea, que ansimismo fue vecino de Guaxaca; y trujo grandes vajillas de oro y de plata, y quien tenía cargo de la plata, un Tello de Medina; y por camarero, un Salazar, natural de Madrid; y por médico a un licenciado Pedro López, vecino que fue de Méjico; y zurujano, a maese Diego de Pedraza; y otros muchos pajes, y uno dellos era don Francisco de Montejo, el que fue capitán en Yucatán el tiempo andando; no digo al adelantado su padre; y dos pajes de lanza, quel uno se decía Puebla; y ocho mozos despuelas; y dos cazadores halconeros, que se decían Perales y Garci Caro, y Alvarado Montáñez; y llevó cinco chirimías y sacabuches y dulzainas, y un volteador, y otro que jugaba de manos y hacia títeres; y caballerizo, Gonzalo Rodríguez de Ocampo; y acémilas, con tres acemileros españoles; y una gran manada de puercos, que venia comiendo por el camino; y venían con los caciques que dicho tengo sobre tres mill indios mejicanos, con sus armas de guerra, sin otros muchos que eran de su servicio de aquellos caciques. Ya questaban de partida para venir su viaje, viendo el factor Salazar y el veedor Chirinos, que quedaban en Méjico, que no les dejaba Cortés cargo ninguno ni se hacia tanta cuenta dellos como quisieran, acordaron de se hacer muy amigos del licenciado Zuaco y de Rodrigo de Paz y de todos los conquistadores viejos amigos de Cortés que quedaban en Méjico, y todos juntos le hicieron un requirimiento a Cortés que no salga de Méjico, sino que gobierne la tierra, y le ponen por delante que se alzará toda la Nueva España; y sobrello pasaron grandes pláticas y respuestas de Cortés a los que hacían el requerimiento. Y desque no le pudieron convencer que se quedase, dijo el fator y veedor que le querían venir a servir y acompañarle hasta Guazacualco, que por allí era su viaje. Pues ya partidos de Méjico de la manera que he dicho, saber yo decir los grandes rescibimientos y fiestas que en todos los pueblos por donde pasaba se lo hacían fue cosa maravillosa, y más se le juntaron en el camino otros cincuenta soldados y gente extravagante, nuevamente venidos de Castilla, y Cortés les mandó ir por dos caminos hasta Guazacualco, porque para todos juntos no habría tantos bastimentos. Pues yendo por sus jornadas, el fator Gonzalo de Salazar y el veedor íbanle haciendo mill servicios a Cortés, en especial el fator, que cuando con el Cortés hablaba, la gorra quitada hasta el suelo y con muy grandes reverencias y palabras delicadas y de grande amistad, con retórica muy subida le iba diciendo que se volviese a Méjico y no se pusiese en tan largo y trabajoso camino, y poniéndolo por delante muchos inconvenientes; y aun algunas veces, por le complacer, iba cantando por el camino junto a Cortés, y decía en los cantos: «¡Ay tío, y volvámonos! ¡Ay tío, volvámonos, questa mañana he visto una señal muy mala! ¡A tío, volvámonos!» Y responde Cortés, cantando: «¡Adelante, mi sobrino! ¡Adelante, mi sobrino, y no creáis en agüeros, que será lo que Dios quisiere! ¡Adelante, mi sobrino!» E dejemos de hablar en el fator y e sus blandas y delicadas palabras, y diré cómo en el camino, en un poblezuelo de un Ojeda el Tuerto ques cerca de otro pueblo que se dice Orizaba, se casó Juan Jaramillo con doña Marina, la lengua, delante de testigos. Pasemos adelante, y diré cómo van camino de Guazacualco y llegan a un pueblo grande que se dice Guaspaltepeque que era de la encomienda de Sandoval. Y como lo supimos en Guazacualco que venía Cortés con tanto caballero, ansí alcalde mayor como capitanes y todo el cabildo y regidores fuimos treinta y tres leguas a lo rescibir a Cortés y a dalle el para bien venido como quien va a ganar beneficio. Y esto digo aquí por que vean los curiosos letores e otras personas qué tan tenido y aun temido estaba Cortés porque no se hacia más de lo que él quería, agora fuese bueno o malo. Y desde Guaspaltepeque fue caminando a nuestra villa; y en un río grande que había en el camino comenzó a tener contrastes, porque al pasar se le trastornaron dos canoas y se le perdió cierta plata y ropa, y aun al Juan Jaramillo se le perdió la mitad de su fardaje, no se pudo sacar cosa ninguna a causa questaba el río lleno de lagartos muy grandes. Y dende allí fuimos a un pueblo que se dice Uluta, y hasta llegar a Guazacualco le fuimos acompañando, y todo por poblado. Pues quiero decir el gran recaudo de canoas que teníamos ya mandado questuviesen aparejadas y atadas de dos en dos en el gran río, junto a la villa, que pasaban de trecientas. Pues el gran rescibimiento que le hecimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de cristianos e moros, y otros grandes regocijos e invenciones de juegos; y le aposentamos lo mejor que pudimos, así a Cortés como a todos los que traía en su compañía, y estuvo allí seis días. Y siempre el fator le iba diciendo que se volviese del camino que traía; que mirase a quién dejaba en su poder; que tenía al contador por muy revoltoso e doblado e amigo de novedades, y que el tesorero se jactanciaba que era hijo del rey católico, y que no sentía bien de algunas cosas e pláticas; y que en ellos vio que hablaban en secreto después que les dio el poder, y aun de antes; y, demás desto, ya en el camino tenía Cortés cartas que enviaban desde Méjico diciendo mal de su gobernación de aquellos que dejaba. Y dello avisan al factor sus amigos, y sobrello decía el fator a Cortés que también sabría él gobernar, y el veedor que allí estaba delante, como los que dejaba en Méjico, y se le ofrescieron por muy servidores. Y decía tantas cosas melosas y con tan amorosas palabras, que le convenció para que le diesen poder a el fator e a Chirinos, veedor, para que fuesen gobernadores, y fue con esta condición: que si viesen quel Estrada y el Albornoz no hacían lo que debían al servicio de Nuestro Señor y de su Majestad, gobernasen ellos solos. Estos poderes fueron causa de muchos males y revueltas que hobo en Méjico, como adelante diré después que haya pasado cuatro capítulos y hayamos hecho un muy trabajoso camino; y hasta lo ver acabado y estar en una villa que se llamaba Trujillo no contaré en esta relación cosa de lo acaescido en Méjico. Y quiero decir que a esta causa dijo el Gonzalo de Ocampo en sus libelos infamatorios:

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