Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Desque hobo pasado Cortés el gran río del Golfo Dulce de la manera que dicho tengo, fue a la villa a donde estaban poblados los españoles y Gil González de Ávila, que sería de allí dos leguas, questaban junto a la mar, y no adonde solían estar primero poblados, que llamaron San Gil de Buena Vista. Y desque vieron entre sus casas a un hombre a caballo y otros seis a pie, se espantaron en gran manera. Y desque supieron que era Cortés, que tan mentado era en todas partes de las Indias y de Castilla, no sabían qué hacer de placer, y después de le venir todos los caciques a le besar las manos y dalle el para bien venido, Cortés les habló muy amorosamente y mandó al teniente, que se decía Nieto, fuese donde daban carena al navío y trujesen dos bateles que tenían, y que si había canoas, que ansimismo las trujesen atadas de dos en dos. Y mandó que se buscase todo el pan cazabi que allí tenían y lo llevasen al capitán Sandoval, que otro pan de maíz no había, para que comiese y repartiese entre todos nosotros los de su ejército. Y el teniente lo buscó luego, y no se halló cincuenta libras dello, porque no comían sino zapotes asados y legumbres y algún marisco que pescaban; y aun aquel cazabi que dieron guardaban para el matalotaje y para irse a Cuba cuando estuviese calafeteado el navío. Y con dos bateles y ocho marineros que luego vinieron escribió Cortés luego a Sandoval que él mismo en persona y el capitán Luis Marín fuesen los postreros que pasasen aquel gran río, y que mirasen que no se embarcasen más de los quél mandase, y los bateles pasasen sin mucha carga,por causa de la gran corriente del río, que venía muy crecido y recio; y con cada batel, dos caballos; y en las canoas no pasase caballo ninguno, que se perderían y trastornarían, según la gran furia de la corriente. Y sobre el pasar adelante; uno que se decía Sayavedra, hermano de otro Ávalos, parientes de Cortés, querían pasar primero, puesto que Sandoval decía que en la primera barcada pasarían, porque pasaban en aquella sazón los religiosos franciscos, y que era justo tener primero cumplimiento con ellos. Y como el Sayavedra era pariente de Cortés y esta envidia de mandar vino desde Lucifer, no quisiera que Sandoval le pusiera impedimento, sino que callara, y respondióle no tan bien mirado como convenía. Y Sandoval, que no se las sufría, tuvieron palabras, de manera quel Sayavedra echó mano a un puñal, y puesto quel Sandoval, como estaba dentro en el río, a más de la rodilla el agua, deteniendo que en los bateles no se cargase demasiado, ansí como estaba arremetió al Sayavedra y le tenía tomada la mano donde tenia el puñal y le derrocó en el agua. Y si de presto no nos metiéramos entre ellos y los despartimos, ciertamente el Sayavedra librara mal, porque todos los más soldados mostramos de la parte del Sandoval. Dejemos esta quistión, y diré cómo cuatro días estuvimos en pasar aquel río; y de comer, ni por pensamiento, si no era de unas pacayas que nacen de unas palmillas chicas, y otras como nueces, que asábamos y las partíamos, y los meollos dellas comíamos. Y en aquel río se ahogó un soldado con su caballo, el cual soldado se decía Tarifa, que pasaba en una canoa, y no paresció más él ni el caballo. También se ahogaron dos caballos, y el uno era de un soldado que se decía Solís Casquete, que hacía bramuras por él y maldecía a Cortés y a su viaje. Quiero decir de la gran hambre que allí en el pasar del río hobo, y aun del murmurar de Cortés y de su venida, y aun de todos nosotros que le seguíamos Pues desque hobimos llegado al pueblo, no había bocado de cazabe que comer, ni aun los vecinos lo tenían, ni sabían caminos, si no era de dos pueblos que allí cerca solían estar, que se hablan ya despoblado. Y luego Cortés mandó al capitán Luis Marín que con los vecinos de Guazacualco fuésemos a buscar maíz, lo cual adelante diré.
Ya he dicho que como llegamos aquella villa que Gil González de Ávila tenía poblada no tenía que comer, y eran hasta cuarenta hombres y cuatro mujeres de Castilla y dos mulatas; y todos dolientes y las colores muy amarillas. Y como no teníamos qué comer nosotros ni ellos, no víamos la hora que illo a buscar. Y Cortés mandó que saliese el capitán Luis Marín y buscásemos maíz. Y fuimos con él sobre ochenta soldados, a pie, hasta ver si había caminos para caballos. Y llevábamos con nosotros un indio de Cuba que nos fuese guiando a unas estancias y pueblos questaban de allí ocho leguas, donde hallamos mucho maíz e infinitos cacahuatales, y frijoles, y otras legumbres, donde tuvimos bien qué comer, y aun enviamos a decir que enviase todos los indios mejicanos, y llevarían maíz. Y le socorrimos entonces con otros indios con diez hanegas dello, y enviamos por nuestros caballos. Y desque Cortés supo questábamos en buena tierra y se informó de indios mercaderes, que entonces habían prendido en el río del Golfo Dulce, que para ir a Naco, a donde degollaron a Cristóbal de Olí, era camino derecho donde estábamos, envió a Gonzalo de Sandoval, con toda la mayor parte de su ejército, que nos siguiese y que nos estuviésemos en aquella estancia hasta ver su mandado. Y como llegó el Sandoval a donde estábamos y vio que había abastadamente de comer, se holgó mucho, y luego envió a Cortés sobre treinta hanegas de maíz con indios mejicanos, lo cual repartió a los vecinos que en aquella villa quedaban, Y como estaban hambrientos y no eran acostumbrados sino a comer zapotes asados y cazabi, y como se hartaron de tortillas con el maíz que les enviamos, se les hincharon las barrigas y, como estaban dolientes, se murieron siete dellos. Y estando desta manera que ya he dicho, quiso Dios que aportó allí un navío que venia cargado de las islas de Cuba con siete caballos y cuarenta puercos y ocho pipas de tasajos salados, y pan cazabi. Y venían hasta quince pasajeros y ocho marineros, y cúya era toda la más cargazón de aquel navío se decía Antón de Carmona el Borcejero. Y Cortés compró fiado todo cuanto bastimento en él venía, y repartió dello a los vecinos. Y como estaban de antes en tanta nescesidad y debilitados, se hartaron de la carne salada y dio a muchos dellos cámaras, de que murieron catorce. Pues como vino aquel navío con la gente y marineros, parecióle a Cortés que era bien ir a ver y calar y bojar aquel tan poderoso río, si había poblazones arriba y qué tierra era. Y luego mandó calafatear un buen bergantín questaba al través, que era de los de Gil González de Ávila, y adobar un batel y hacelle como barco del descargo. Y con cuatro canoas, atadas unas con otras, y con treinta soldados, y los ocho hombres de la mar de los nuevamente venidos en el navío, y Cortés por su capitán, y con veinte indios mejicanos, se fue el ría arriba. E obra de diez leguas que hobo ido el río arriba, halló una laguna muy ancha que tenía de bajo el al agua y anchor seis leguas, y no había poblazón ninguna alrededor della, porque todo era anegadizo. Y siguiendo el río arriba venía ya muy corriente, más que de antes, y había unos saltaderos que no podían ir con el bergantín y bateles y canoas. Y acordó de las dejar allí, en un río manso, con seis españoles en guarda dellas. Y fue por tierra, por un camino angosto, y llegó a unos pueblezuelos despoblados. Y luego dio en unos maizales, y de allí tomó tres indios por guías, y le llevaron a unos pueblos chicos, donde tenían mucho maíz y gallinas, y aun tenían faisanes, que en estas tierras llaman sacachules, y perdices de la tierra, y palomas. Y esto de tener perdices desta manera yo heló visto e hallado en pueblos questán en comarca desto del Golfo Dulce, cuando fui en busca de Cortés, como adelante diré. Volvamos a nuestra relación. Que allí tomó Cortés guías y pasó adelante, y fue a otros pueblezuelos que se dicen Zinacantencintle, donde tenían grandes cacahuatales y maizales y algodón. Y antes que a ellos llegase oyeron tañer atabalejos y trompetillas haciendo fiestas y borracheras. Y por no ser sentido, Cortés estuvo escondido con sus soldados en un monte, y desque vio que era tiempo de ir a ellos, arremeten todos a una y prendieron hasta diez indios, y quince mujeres. Y todos los más indios de aquel pueblo de presto se fueron a tomar sus armas, y vuelven con arcos y flechas y lanzas, y comenzaron a flechar a los nuestros. Y Cortés con los suyos fue contra ellos y acuchillaron a ocho indios que eran principales. Y desque vían el pleito mal parado y las mujeres tomadas, enviaron cuatro hombres viejos, y los dos eran sacerdotes de ídolos, y vinieron muy mansos a rogar a Cortés que les diese los presos, y trujeron ciertas joyezuelas de oro y de poca valía. Y Cortés les habló con doña Marina, que allí iba con Juan Jaramillo, su marido, porque Cortés, sin ella, no podía entender los indios; y les dijo que llevasen el maíz y gallinas y sal y todo el bastimento que allí les señaló, y dio a entender adónde habían ido en canoas y bergantines, y que luego les daría los presos. Y ellos dijeron que sí harían, y que cerca de allí está uno como estero que salía al río. Y luego hicieron balsas y medio nadando lo llevaron hasta que dieron en fondo que pudieron nadar muy bien. Pues como Cortés había quedado de les dar todos los presos, paresció ser mandó Cortés que se quedasen tres mujeres con sus maridos para hacer pan y servirse de los indios, y no se los dieron, y sobrello se apellidan todos los indios de aquel pueblo y sobre las barrancas del río dan una buena mano de vara y piedra y flecha a Cortés y a sus soldados, de manera que hirieron al mismo Cortés en la cara y a otros doce de sus soldados. Y allí se le desbarató la una barca, y aun se perdió la mitad de lo que traía, y se ahogó un mejicano. En aquel río hay tanto de los mosquitos, que no se podía valer. Y Cortés todo lo sufría, y da vuelta para su villa, que no sé cómo se la nombró, y bastécela mucho más de lo questaba. Ya he dicho quel pueblo donde llegó Cortés se decía Sinacatenzintla, questá de Guatimala hasta setenta leguas, y tardó Cortés en este viaje y volver a la villa veinte y seis días. Y desque vio que no era bien poblar allí, por no haber pueblos de indios, y como tenía mucho bastimento, ansí de lo que antes estaba como de lo que al presente traía, acordó de escrebir a Gonzalo de Sandoval que luego se fuese a Naco, y le hizo saber todo lo por mí dicho de su vía del Golfo Dulce, según lo tengo aquí relatado, y cómo iba a poblar a Puerto de Caballos, y que le enviase diez soldados de los de Guazacualco, que sin ellos no se hallaba en las entradas.
Pues como Cortés vio que en aquel asiento que halló poblados a los de Gil González de Ávila no era bueno, acordó de se embarcar en los dos navíos y bergantín con todos cuantos en aquella villa estaban, que no quedó ninguno, y en ocho días de navegación fue a desembarcar a donde agora llaman Puerto de Caballos. Y como vio aquella bahía buena para puerto y supo de indios que había cerca poblazones, acordó de poblar una villa, que la nombró Natividad, y puso por su teniente a un Diego de Godoy. Y desde allí hizo dos entradas en la tierra adentro, a unos pueblos cercanos que agora están despoblados, y tomó lengua dellos cómo había cerca otros pueblos, y abasteció la villa de maíz, y supo questaba el pueblo de Naco, donde degollaron a Cristóbal de Olí, cerca de aquel pueblo, y escrebió a Gonzalo de Sandoval, creyendo que ya había llegado y estaba de asiento en Naco, que le enviase diez soldados de los de Guazacualco, y decía en la carta que sin ellos no se hallaba en hacer entradas; y e escribió cómo quería irse desde allí al puerto de Honduras, a donde estaba poblada la villa de Trujillo, e quel Sandoval con sus soldados pacificasen aquellas tierras y poblasen una villa; la cual carta vino a poder de Sandoval estando questábamos en las estancias por mí ya dichas, que no habíamos llegado a Naco. Y dejemos de decir de Cortés y de sus entradas que hacia desde Puerto de Caballos, y de los muchos mosquitos que en ellas les picaban, ansí de día como de noche, que, a lo que después le ola decir, tenía con ellos tan malas noches, que estaba la cabeza sin sentido de no dormir. Pues como Gonzalo de Sandoval vio las cartas, luego se fue desde aquellas estancias que dicho tengo a unos pueblezuelos que se decían Cuyuacán, questaban de allí siete leguas, y no se pudo ir luego a Naco, como Cortés le había mandado, por no dejar atrás en los caminos muchos soldados que se habían apartado a otras estancias, por tener qué comer ellos y sus caballos, y por causa de que al pasar del un río muy hondo que no se podía vadear, y era camino de las estancias, e por dejar recaudo de una canoa con que pasaban los españoles que quedaban rezagados y muchos indios mejicanos que venían dolientes. Y esto fue también por temor que de unos pueblos cercanos de las estancias, que confinaban en el río y Golfo Dulce, que venían cada día allí de guerra muchos indios de los pueblos, porque no hobiese algún mal recaudo y muertes de españoles y de indios mejicanos, mandó Sandoval que quedásemos a aquel paso ocho soldados, y a mí me dejó por caudillo dellos, y que tuviésemos una canoa del pasaje siempre varada en tierra, y que estuviésemos alerta si daban voces pasajeros de los questaban en las estancias, para luego les pasar. Y una noche vinieron muchos indios guerreros de los pueblos cercanos y de las estancias, creyendo que no nos velábamos, e por tomarnos la canoa dan de repente en los ranchos en que estábamos y les pusieron fuego. Y no vinieron tan secreto que ya les habíamos sentido, y nos recogimos todos ocho soldados y cuatro mejicanos de los questaban sanos, y arremetimos a los guerreros y a cuchilladas los hicimos volver por donde habían venido, puesto que flecharon a dos soldados y a un indio; mas no fueron mucho las heridas. Y desque aquello vimos, fuimos tres compañeros a las estancias a donde sentíamos que habían quedado indios y españoles dolientes, que seria una legua de allí, y trujimos a un Diego de Mazariegos, ya otras veces por mí nombrado, y a otros españoles questaban en su compañía, y a indios mejicanos questaban dolientes, que luego los pasamos el río, y fuimos adonde Sandoval estaba. E yendo que íbamos nuestro camino, como un español de los que habíamos recogido en las estancias iba muy malo, y era de los nuevamente venidos de Castilla, y medio isleño, hijo de ginovés, y como iba malo y sin tener qué le dar de comer, sino tortillas e pinole, e ya que llegábamos a obra de media legua donde estaba Sandoval, se murió en el camino, y no tuve gente para llevar el cuerpo muerto hasta el real. Y llegado a donde el Sandoval estaba, le dije de nuestro viaje y del hombre que se quedó muerto; y hobo enojo conmigo porque entre todos nosotros no le trujimos a cuestas o en un caballo. Y le dije que traíamos dos dolientes en cada caballo, e nos veníamos a pie, y que por esta causa no se pudo traer. Y un soldado que se decía Bartolomé de Villanueva, que era mi compañero, respondió al Sandoval muy soberbio que harto teníamos que traer nuestras personas sin traer muertos a cuestas, y que renegaba de tanto trabajo e pérdidas como Cortés nos había causado. Y luego mandó el Sandoval a mí y al Villanueva que sin más parar le fuésemos a enterrar. Y llevamos dos indios y un azadón, e hicimos su sepoltura, y lo enterramos, y le posimos una cruz, y hallamos en la cabecera del muerto una taleguilla con muchos dados y un papel escrito, una memoria dónde era natural y cúyo hijo era, e qué bienes tenía en Tenerife. Pues, el tiempo andando, se envió aquella memoria a Tenerife. E perdónele Dios, amén. Dejemos de contar cuentos, y quiero decir que luego Sandoval acordó que fuésemos a otros pueblos que agora están cerca de unas minas que descubrieron desde a tres años; y desde allí fuimos a otro pueblo que se dice Quimiztlán; y otro día, a hora de misa, fuimos a Naco; y en aquella sazón era buen pueblo, y hallámosle despoblado de aquel mismo día; y después de nos aposentar en unos patios grandes, donde habían degollado a Cristóbal de Olí, questaba el pueblo bien bastecido de maíz y de frijoles, y aji, y también hallamos un poco de sal, que era la cosa que más deseábamos, y allí asentamos con nuestro fardaje, como si hobiéramos destar en él para siempre. Hay en este pueblo la mejor agua que habíamos visto en la Nueva España, y un árbol que en mitad de la siesta, por recio sol que hiciese, parescía que la sombra del árbol refrescaba el corazón, y caía del uno como rocío muy delgado que confortaba las cabezas. Y este pueblo en aquella sazón fue muy poblado y en buen asiento, y había fruta de zapotes colorados y de los chicos, y estaba en comarca de otros pueblos. Y dejallo he aquí, y diré lo que allí nos avino.