Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (80 page)

Capítulo CLXXVIII: Cómo seguimos nuestro viaje, y lo que en él nos avino

Como salimos del Pueblo Cercado, que ansí le llamábamos desde allí adelante, entramos en un bueno y llano camino y todo sabanas y sin árboles; y hacia un sol tan caluroso y recio, que otro mayor resistero no habíamos tenido en todo el camino. E yendo por aquellos campos rasos, había tantos de venados y corrían tan poco, que luego los alcanzábamos a caballo, por poco que corríamos con los caballos tras ellos, y se mataron sobre veinte. Y preguntando a los guías que llevábamos cómo corrían tan poco aquellos venados y si no se espantaban de los caballos ni de otra cosa ninguna, dijeron que en aquellos pueblos, que ya he dicho que se decían los Mazatecas, que los tienen por sus dioses, porque les ha parescido en su figura, y que les ha mandado su ídolo que no les maten ni espanten, y que ansí lo han hecho, y que a esta causa no huyen. Y en aquella caza, a un pariente de Cortés, que se decía Palacios Rubios, se le murió un caballo porque se le derritió la manteca en el cuerpo de haber corrido mucho. Dejemos la caza, y digamos que luego llegamos a las poblazones por mi ya nombradas, y era mancilla vello todo destruido y quemado. E yendo por nuestras jornadas, como Cortés siempre enviaba adelante corredores del campo a caballo y sueltos peones, alcanzaron dos indios naturales de otro pueblo questaba adelante, por donde hablamos de ir, que venían de caza y cargados un gran león y muchas iguanas, que son hechura de sierpes chichas, que en estas partes ansí las llaman iguanas, que son muy buenas de comer; y les preguntaron que si estaba cerca su pueblo, y dijeron que sí, y que ellos guiarían hasta el pueblo; y estaba en una goleta cercada de agua dulce, que no podían pasar por la parte que íbamos sino en canoas, y rodeamos poco más de media legua, y tenían paso que daba el agua hasta la cinta; y hallámosle poblado con más de la mitad de los vecinos, porque los demás habíanse dado buena priesa entre unos carrizales que tenían cerca de sus sementeras , donde durmieron muchos de nuestros soldados, que se quedaron en los maizales y tuvieron bien de cenar, y se bastecieron para otros días. Y llevamos guías hasta otro pueblo, questuvimos en llegar a él dos días, y hallamos en él un gran lago de agua dulce, y tan lleno de pescados grandes que parescían como sábalos, muy desabridos, que tienen muchas espinas; y con unas mantas viejas y con redes rotas que se hallaban en aquel pueblo, porque ya estaba despoblado, se pescaron todos los peces que había en el agua, que eran más de mill. Y allí buscamos guías, las cuales se tomaron en unas labranzas, y desque Cortés les hubo hablado con doña Marina que nos encaminasen a los pueblos a donde había hombres con barbas y caballos, se alegraron de que no les hacíamos mal ninguno, y dijeron que ellos nos mostrarían el camino de buena voluntad, que de antes creían que los queríamos matar. Y fueron cinco dellos con nosotros por un camino bien ancho, y mientras más adelante íbamos se iba enangostando a causa de un gran río y estero que allí cerca estaba, que paresce ser en él se embarcaban y desembarcaban en canoas e iban por aquel pueblo a donde habíamos de ir, que se dice Tayasal, el cual está en una isleta cercado del agua, e si no es en canoas, no pueden entrar en él por tierra; y blanqueaban las casas y adoratorios de más de dos leguas que se parescían, y era cabecera de otros pueblos chicos que allí cerca están. Volvamos a nuestra relación. Que como vimos quel camino ancho que antes traíamos se había vuelto en vereda muy angosta, bien entendimos que por el estero se mandaban, e ansí nos lo dijeron las guías que traíamos. Acordamos de dormir cerca de unos altos montes, y aquella noche fueron cuatro capitanías de soldados por las veredas que salían al estero a tomar guías. Y quiso Dios que se tomaron dos canoas con diez indios y dos mujeres, y traían las canoas cargadas con maíz y sal, y luego las llevaron a Cortés, y les halagó y les habló muy amorosamente con la lengua dolía Marina. Y dijeron que eran naturales del pueblo questaba en la isleta, y questaría de allí, a lo que señalaban, obra de cuatro leguas. Y luego Cortés mandó que se quedase con nosotros la mayor canoa y cuatro indios y las dos mujeres, y la otra canoa envió al pueblo con seis indios y dos españoles a rogar al cacique que traiga canoas al pasar del río, y que no se le haría ningún enojo, y le envió unas cuentas de Castilla, y luego fuimos nuestro camino por tierra hasta el gran río e la una canoa fue por el estero hasta llegar al río, e ya estaba el cacique con otros muchos principales aguardando al pasaje con cinco canoas; y trujeron cuatro gallinas y maíz. Y Cortés les mostró gran voluntad. Y después de muchos razonamientos que hobo de los caciques a Cortés, acordó de ir con ellos a su pueblo en aquellas canoas, y llevó consigo treinta ballesteros. Y llegado a las casas, le dieron de comer, y aun trujo oro bajo y de poca valía y unas mantas; y le dijeron que había españoles ansí como nosotros en dos pueblos, que el uno ya he dicho que se decía Nito, ques en San Gil de Buena Vista, junto al Golfo Dulce, y agora le dan nuevas que hay otros muchos españoles en Naco, y que habrá de un pueblo a otro diez días de andadura, y quel Nito está en la costa del Norte, y el Naco, en la tierra adentro. Y Cortés nos dijo que por ventura Cristóbal de Olí habría repartido su gente en dos villas, que entonces no sabíamos de los de Gil González de Ávila, que pobló a San Gil de Buena Vista. Volvamos a nuestro viaje. Que todos pasamos aquel gran río en canoas y dormimos obra de dos leguas de allí, y nos anduvimos más porque aguardamos a Cortés que viniese del pueblo de Tayasal. Y desque vino, mandó que dejásemos en aquel pueblo un caballo morcillo questaba malo de la caza de los venados y se le había derretido el unto en el cuerpo y no se podía tener. Y en este pueblo se huyó un negro y dos indios naborías, y se quedaron tres españoles, que no se echaron de menos hasta de ahí a tres días, que más querían quedar entre enemigos que venir con tanto trabajo con nosotros. Este día estuve yo muy malo de calenturas y del gran sol que se me había entrado en la cabeza y en todo el cuerpo. Ya he dicho otra vez que entonces hacia gran recio sol , y bien se paresció porque luego comenzó a llover tan recias aguas, que en tres días con sus noches no dejó de llover; y no nos paramos en el camino porque aunque quisiéramos aguardar que hiciera buen tiempo, no teníamos bastimentos de maíz, y por temor no faltase íbamos caminando. Volvamos a nuestra relación. Que desde a dos días dimos en una sierra, y no era muy alta, mas era de unas piedras que cortaban como navajas. Y puesto que fueron nuestros soldados a buscar otros caminos para desechar aquella sierra de los pedernales más de una legua a una y otra parte, no hallaron otro camino sino pasar por el que íbamos; mas hicieron tanto daño aquellas piedras a los caballos, y como llovía resbalaban y caían y cortábanse piernas y brazos, y aun en los cuerpos, y mientras más íbamos, peores pedernales había, porque ya era la bajada de la serrezuela; allí se nos quedaron dos caballos muertos, y los más quescaparon, jarreteados; y se le quebró una pierna a un soldado que se decía Palacios Rubio, deudo de Cortés. Y desque nos vimos fuera de aquella Sierra de los Pedernales, que ansí la llamamos desde allí adelante, dimos muchas gracias y loores a Dios. Pues ya que llegábamos cerca de un pueblo que se dice Taica, íbamos gozosos creyendo hallar bastimentos, y antes de llegar a él había un río que venía de una sierra entre grandes peñascos y derrumbaderos, y como había llovido tres noches, venía tan furioso con tanto ruido, que bien se oía a dos leguas, por caer en tan grandes peñas; y, demás desto, venia muy hondo, y pasalle era por demás. Y acordamos de hacer una puente desde unas peñas a otras, y tanta priesa nos dimos en tenella hecha con árboles muy gruesos, que en tres días comenzamos a pasar para ir al pueblo. Y como estuvimos allí en el río en hacer la puente los tres días, los indios naturales dél tuvieron lugar desconder el maíz y todo el bastimento y ponerse en cobro, que no los podíamos hallar en todos los alrededores, y con la hambre que ya nos aquejaba, estábamos todos como atónitos, pensando en la comida. Yo digo que verdaderamente nunca había sentido tanto dolor en mi corazón como todos padecían entonces viendo que no tenía qué comer ni qué dar a mi gente, y estar con calenturas, puesto que con diligencia lo buscábamos más de dos leguas del pueblo en todos los alrededores. Y esto era víspera de Pascua de la Santa Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo. Miren los letores qué Pascua podíamos tener sin comer, que con maíz fuéramos muy contentos. Pues desque aquesto vio Cortés, luego envió de sus criados y mozos despuelas con las guías a buscar por los montes y labranzas maíz el primer día de Pascua, y trujeron obra de una hanega. Y desque vio la gran nescesidad, mandó llamar a ciertos soldados, todos los más vecinos de Guazacualco, y entre ellos me nombró a mí, y nos dijo que nos rogaba mucho que trastornásemos toda la tierra y buscásemos de comer, que ya veíamos en qué estado estaba todo el real. Y en aquella sazón estaba delante de Cortés, cuando nos lo mandaba, un Pedro de Ircio, que hablaba mucho, y dijo que le suplicaba que le enviase por nuestro capitán; y le dijo Cortés: «Id en buen hora». Y desque aquello yo entendí, que sabía que Pedro de Ircio no podía andar a pie y nos había de estorbar antes que ayudar, secretamente dije a Cortés y al capitán Sandoval que no fuese Pedro de Ircio, que no podía andar por los lodos y ciénegas con nosotros, porque era paticorto y no era para ello, sino para mucho hablar, e que no era para ir a entradas, que se pararía o sentaría en el camino de rato en rato. Y luego mandó Cortés que se quedase, y fuimos cinco soldados con dos guías por dos ríos bien hondos, y después de pasados los ríos dimos en unas ciénegas, y luego en unas estancias, donde estaba recogida toda la mayor parte de la gente de aquel pueblo, y hallamos cuatro casas llenas de maíz y muchos fríjoles, y sobre treinta gallinas y melones de la tierra, que se dicen ayotes, y apañamos cuatro indios y tres mujeres; y tuvimos buena Pascua. Y esa noche llegaron aquellas estancias sobre mill mejicanos que mandó Cortés que fuesen tras de nosotros y nos siguiesen, por que tuviesen de comer; y todos muy alegres cargamos a los mejicanos todo el maíz que pudieron de llevar, y que Cortés lo repartiese; y también le enviamos veinte gallinas para Cortés y Sandoval, y los indios y las indias, y quedamos guardando dos casas de maíz no las quemasen e llevasen de noche los naturales del pueblo. Y luego otro día pasamos más adelante con otras guías, y topamos otras estancias, y había maíz, e gallinas, y otras cosas de legumbres. Y luego
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escribí a Cortés que enviase muchos indios, porque había hallado otras estancias. Y como le envié las indias y los indios por mí dicho, y lo supieron en todo el real, otro día vinieron sobre treinta soldados y más de quinientos indios, y todos llevaron recaudo. Y desta manera, gracias a Dios, se proveyó el real; y estuvimos en aquel pueblo cinco días; ya he dicho que se dice Taica. Dejemos desto, y quiero decir que como hicimos esta puente y en todos los caminos habíamos hecho las grandes puentes ya por mí memoradas, después que aquellas tierras y provincias estuvieron de paz, los españoles que por aquellos caminos pasaban, y hasta hoy día, hallaban algunas de las puentes sin se haber deshecho al cabo de muchos años, y los grandes árboles que en ellas poníamos, se admiraban dello, y suelen decir agora que aquí son los puentes de Cortés, como si dijeran las columnas de Hércules. Dejemos destas memorias, pues no hacen a nuestro caso, y digamos cómo fuimos por nuestro camino hasta otro pueblo que se dice Tania. Y estuvimos en llegar a él dos días, y hallámosle despoblado, y buscamos de comer, y hallamos maíz y otras legumbres; mas no muy abastado. Y fuimos por los rededores dél a buscar caminos, y no le hallamos, sino todo ríos y arroyos, y las guías que hablamos traído del pueblo que dejarnos atrás se huyeron una noche a ciertos soldados que las guardaban, que eran de los recién venidos de Castilla, que paresció ser se durmieron. Y desque Cortés lo supo, quiso castigar a los soldados por ello; y por ruegos lo dejó. Y entonces envió a buscar guías y camino, y era por demás hallarlos por tierra enjuta, porque todo el pueblo estaba cercado de ríos y arroyos, y no se podían tomar ningunos indios ni indias, y, demás desto, llovía a la contina y no nos podíamos valer de tanta agua; y Cortés y todos nosotros estábamos espantados y penosos de no saber ni hallar camino por dónde ir. Y entonces, muy enojado, dijo Cortés a Pedro de Ircio y a otros capitanes, que eran de los de Méjico: «Agora querría yo que hobiese quien dijese que quería ir a buscar guías o camino, y no dejallo todo a los vecinos de Guazacualco». Y Pedro de Ircio, como oyó aquellas palabras, se apercibió con seis soldados, sus conoscidos y amigos, y fue por una parte; y Francisco Marmolejo, que era persona de calidad, con otros seis soldados, por otra; y un Santa Cruz, burgalés, regidor que fue de Méjico, fue por otra con otros soldados. Y anduvieron todos tres días, y no hallaron camino, ni guías, sino todo arroyos y ríos. Y desque hobieron venido sin recaudo ninguno quería reventar Cortés de enojo, y dijo al Sandoval que me dijese a mí el gran trabajo en questábamos y me rogase de su parte que fuese a buscar guías y camino. Y esto lo dijo con palabras amorosas y a manera de ruegos por causa que supo cierto questaba malo
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, y aun me hablan apercebido antes que Sandoval me hablase para ir con Francisco Marmolejo, que era mi amigo y dije que no podía ir por estar muy malo y cansado, y siempre me daban a mí el trabajo, y que enviasen a otro. Y luego vino Sandoval otra vez a mi rancho y me dijo por ruegos que fuese con otros dos compañeros, los que yo escogiese; porque decía Cortés que, después de Dios, en mí tenía confianza que traería recaudo. Y puesto que yo estaba malo, no le pude perder vergüenza, y demandé que fuese conmigo un Hernando de Aguilar y un Hinojosa, hombres que sabía que eran de sufrir trabajos, y todos tres salimos y fuimos por unos arroyos abajo. Y fuera de los arroyos, en el monte, había unas señales de ramas cortadas, y seguimos aquel rastro más de media legua; y luego salimos del arroyo y dimos en unos ranchos pequeños, despoblados de aquel día, y seguimos el rastro, y desde lejos, en una cuesta, vimos unos maizales y una casa, y sentimos gente en ella; y como era ya puesta del sol, estuvimos en el monte hasta buen rato de la noche, que nos parescía debrían de dormir los moradores de aquellas millpas; y muy callando dimos muy de presto en la casa y prendimos tres indios y dos mujeres mozas y hermosas para ser indias, y una vieja; y tenían dos gallinas y un poco de maíz. Y trujimos el maíz y gallinas con los indios e indias, y muy alegres volvimos al real. Y desque Sandoval lo supo, que fue el primero questaba aguardándonos en el camino sobre tarde, y fuimos delante Cortes, que lo tuvo en más que si le dieran otra buena cosa, entonces dijo Sandoval a Pedro de Ircio, que vino con el Sandoval, delante muchos caballeros: «¿Paresecos, señor Pedro de Ircio, si tuvo Bernal Díaz del Castillo razón el otro día, cuando fue a buscar maíz, en decir que no quería ir sino con hombres, y no quien vaya todo el camino muy despacio, contando lo que les acaesció al conde de Ureña y don Pedro Girón su hijo (porque estos cuentos decía el Pedro de Ircio muchas veces)? No tenéis razón de quejaros en decir que él os revolvía con el señor capitán e conmigo». Y todos se rieron dello. Y esto dijo Sandoval porquel Pedro de Ircio estaba mal conmigo. Y luego Cortés me dio las gracias por ello, y dijo: «Siempre tuve que había de traer recaudo, e yo os empeño éstas (e fueron sus barbas) que yo tenga cuenta con vuestra señoría». Quiero dejar estas alabanzas, pues son vaciadizas, que no traen provecho ninguno, que otros las dijeron en Méjico cuando contaban deste trabajoso viaje. Volvamos a decir que Cortés se informó de las guías y de las dos mujeres, y todos confirmaron que por un río abajo habíamos de ir a un pueblo questaba de allí dos días de andadura. El nombre del pueblo se decía Oculizte, que era de más de doscientas casas, y estaba despoblado de pocos días pasados. E yendo por nuestro camino río abajo, topamos unos grandes ranchos, que eran de indios mercaderes, donde hacían jornadas, e allí dormimos. E otro día entramos en el mismo río y arroyo, y fuimos obra de media legua por él, y dimos en buen camino; y aquel día allegamos al pueblo de Ocolitze, y había mucho maíz y legumbres. Y en una casa de adoratorios de ídolos se halló un bonete viejo colorado y un alpargate ofrescido a los ídolos, y ciertos soldados que fueron por las labranzas trujeron a Cortés dos indios viejos y cuatro indias, que se tomaron en los maizales de aquel pueblo. Y Cortés les preguntó con nuestra lengua doña Marina por el camino e qué tanto estaban de allí los españoles; y dijeron que dos días, y que no había poblado ninguno hasta allá, y que tenían las casas junto a la costa de la mar. Y luego incontinenti mandó Cortés al Sandoval que fuese a pie con otros seis soldados y que saliese la mar, y que de una manera o de otra procurase saber e inquirir si eran muchos españoles los que allí estaban poblados con Cristóbal de Olí, porque en aquella sazón no creíamos que hobiese otro capitán en aquella tierra. Y esto quería saber Cortés para que diésemos sobre el Cristóbal de Olí de noche, si allí estuviese, e prenderle a él e sus soldados. Y el Gonzalo de Sandoval fue con los seis soldados y tres indios por guías que para ello llevaba de aquel pueblo de Ocolizte. E yendo por la costa del Norte, vio que venía por la mar una canoa a remo y a vela, y se estuvo escondido de día en un monte, porque vieron venir por la mar la canoa, la cual era de indios mercaderes, y venia costa a costa, y traían mercaderías de sal y maíz, e iban a entrar en el río grande del Golfo Dulce. Y de noche la tomaron en un ancón que era puerto de canoas, y en la misma canoa se metió el Sandoval con dos compañeros y con los indios remeros que traía la mesma canoa, y con las tres guías, y se fue costa a costa; y los demás soldados se fueron por tierra, porque supo que estaba cerca el Río Grande. Y llegados que hobieron cerca del Río Grande, quiso la ventura que habían venido aquella mañana cuatro vecinos de la villa que estaba poblada y un indio de Cuba de los del Gil González de Ávila, en una canoa; y pasaron de la parte del río a buscar una fruta que se llaman zapotes, para comer asados, porque en la villa donde salieron pasaban mucha hambres, a causa questaban todos los más dolientes y no osaban salir a buscar bastimentos a los pueblos, porque les hablan dado guerra los indios cercanos y muerto diez soldados después que los dejó allí Gil González de Ávila. Pues estando los del Gil González de Avila derrocando los zapotes del árbol, y estaban encima del árbol los dos hombres, y desque vieron venir la canoa por la mar, en que venía el Gonzalo de Sandoval y sus compañeros, de lo cual se espantaron, e admiraron de cosa tan nueva, y no sabían si huir o esperar. Y como llegó el Sandoval a ellos, les dijo que no hobiesen miedo, que era gente de paz; y ansí estuvieron quedos y muy espantados. Y después de muy bien informados el Sandoval y sus compañeros de los dos españoles cómo y de qué manera estaban allí poblados los del Gil González de Ávila, y del mal suceso de la armada del de las Casas, que se perdió, y cómo el Cristóbal de Olí les tuvo presos al de las Casas y al Gil González de Ávila, y cómo le degollaron en Naco al Cristóbal de Olí por sentencia que dieron contra él, y cómo eran partidos para Méjico, y supieron quién y cuantos estaban en la villa y la gran hambre que pasaban, y cómo había pocos días que habían ahorcado en aquella villa al teniente y capitán que les dejó allí el Gil González de Ávila, que se decía Armenta, y por qué causa le ahorcaron, que fue porque no les dejaba ir a Cuba, acordó Sandoval de llevar luego aquellos hombres a Cortés y no hacer novedad ni ir a la villa sin él, para que de sus personas fuese informado. Y entonces un soldado que se decía Alonso Ortiz, vecino que después fue de una villa que se dice San Pedro, suplicó al Sandoval que le hiciese merced de darle licencia para adelantarse una hora para llevarle las nuevas a Cortés y a todos nosotros que con él estábamos, por que le diésemos albricias. Y ansí lo hizo, de las cuales nuevas se holgó Cortés y todo nuestro real , creyendo que allí acabáramos de pasar tantos trabajos como pasábamos; y se nos doblaron mucho más, según adelante diré. E al Alonso Ortiz que llevó estas nuevas, Cortés le dio luego un caballo muy bueno, rollizo, que llamaban Cabeza de Moro, y todos le dimos de lo que entonces teníamos. Y luego llegó el capitán Sandoval con los soldados y el indio de Cuba, y dieron relación a Cortés de todo lo por mí dicho y de otras muchas cosas que les preguntaba; y cómo tenían en aquella villa un navío questaban calafateando en un puerto obra de media legua de allí, el cual tenían en él para se embarcar todos e irse a Cuba; y que porque no les había dejado embarcar el teniente Armenta, le ahorcaron, y también que porque mandaba dar garrote a un clérigo que revolvía su villa, y alzaron por teniente a un Antonio Nieto, en lugar del Armenta que ahorcaron. Dejemos de hablar de las nuevas de los dos españoles, y digamos los lloros que en su villa se hizo viendo que no volvían aquella noche los dos vecinos y el indio de Cuba que habían ido a buscar la fruta de zapotes, que ansí se llaman, que creyeron que indios los hablan muerto, o tigres o leones; y el uno dellos era casado, y su mujer lloraba mucho por él; y todos los vecinos, e también el clérigo, que se decía el bachiller Fulano Velázquez, se juntaron en la iglesia y rogaban a Dios que les ayudase y que no viniese más males sobrellos; y no hacia la mujer sino rogar a Dios por el ánima de su marido. Volvamos a nuestra relación. Que luego Cortés nos mandó a todo nuestro ejército ir camino de la mar, que seria seis leguas, y aun en el camino había un estero muy crecido, que crescía y menguaba; y estuvimos aguardando que menguase medio día, y le pasamos a vuelapié e a nado. Y llegados al gran río del Golfo Dulce, el primero que quiso ir a la villa, questaba de allí dos leguas, fue el mismo Cortés con seis soldados, sus mozos despuelas. Y fue en las dos canoas atadas, que la una era en que habían venido los soldados del Gil González a buscar zapotes, y la otra que Sandoval había tomado en la costa a los indios, que para aquel menester de pasar se las hablan varado en tierra y escondido en el monte, y las tornaron a echar en el agua, y se ataron una con otra de manera questaban bien fijas, y en ellas pasó Cortés y sus criados. Y luego en las mismas canoas mandó que le pasasen dos caballos, y es desta manera: en las canoas, remando, y los caballos, del cabresto, nadando junto a las canoas, y con maña y no dar mucho largor al caballo por que no trastorne la canoa. Y mandó que hasta que no viésemos su carta o mandado que no pasásemos ningunos en las mismas canoas, por el gran riesgo que había en el pasaje, que Cortés se bobo arrepentido de haber ido en ellas, porque venia el río con gran furia. Y dejallo he aquí, y diré lo que más nos avino.

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