Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Desque hobimos allegado al pueblo de Naco y recogido maíz fríjoles y ají, y con tres principales de aquel pueblo que allí en los maizales prendimos, los cuales Sandoval halagó y dio cuentas de Castilla y les rogó que fuesen a llamar a los demás caciques y no se les haría enojo ninguno, y fueron ansí como se lo mandó y vinieron dos caciques; mas no pudo con ellos que se poblase el pueblo, salvo traer de cuando en cuando poca comida, ni nos hicieron bien ni mal, ni nosotros a ellos. Y ansí estuvimos los primeros días. Y Cortés había escrito al Sandoval, como dicho tengo, que luego le enviase a Puerto de Caballos diez soldados de los de Guazacualeo, y todos nombrados por sus nombres, y entrellos era yo uno, y en aquella sazón estaba algo malo y dije a Sandoval que me excusase, pues estaba mal dispuesto, y él que lo había a gana, ansí quedé. Y envió ocho soldados muy buenos varones para cualquiera afrenta, y aun fueron de tan mala voluntad, que renegaban de Cortés y aun de su viaje, y tenían mucha razón. Y porque no sabían si la tierra por donde habían de ir estaba de paz, acordó Sandoval de demandar a los caciques de Naco cinco principales indios que fuesen con ellos hasta Puerto de Caballos, y les puso temores que si algún enojo rescibían algunos de los soldados, que les quemaría el pueblo y que les iría a buscar y dar guerra; y mandó que en todos los pueblos por donde pasasen les diesen muy bien de comer. Y fueron su viaje hasta Puerto de Caballos, a donde hallaron a Cortés que se quería embarcar para ir a Trujillo, y se holgó con ello, y supo cómo quedábamos buenos, y les llevó consigo en los navíos, y luego se embarcó y dejó en aquella villa del Puerto de Caballos a un Diego de Godoy por su capitán, con hasta cuarenta vecinos, que eran todos los más de los que solían ser de Gil González de Ávila y de los nuevamente venidos de las islas. Y desque Cortés se hobo embarcado y su teniente Godoy se quedó en la villa, con los soldados que más sanos tenía hacían entradas en los pueblos comarcanos. Trujo dos dellos de paz; mas como los indios vieron que los soldados que allí quedaban estaban todos los más dellos dolientes y se morían cada día, no hacían cuenta dellos, y a esta causa no le acudían con comida, ni ellos eran para illo a buscar, y pasaban gran necesidad de hambre, y aun en pocos días se murieron la mitad dellos y despoblaron otros tres soldados, que se vinieron huyendo a donde estábamos con Sandoval. Y dejallo he aquí en este estado, y volveré a Naco. Que como Sandoval había visto que no querían venir a poblar el pueblo los indios vecinos y naturales, de Naco, y aunque los enviaba a llamar muchas veces, y que los demás pueblos, comarcanos no venían ni hacían cuenta de nosotros, acordó de ir en persona hacer de manera que viniesen. Y fuimos luego a unos pueblos que se decían Girimonga y Azula, y a otros pueblos questaban cerca de Naco, y todos vinieron a dar la obidiencia a Su Majestad. Y luego fuimos a Quismistán y otros pueblos de la sierra, y ansimismo vinieron. Por manera que todos los indios de aquella comarca venían, y como no se les demandaba cosa ninguna más de lo que ellos querían dar, no tenían pesadumbre de ven¡r; y desta manera estaba todo de paz hasta donde pobló Cortés la villa que agora se dice Puerto de Caballos. Y dejemos desta manera, porque por fuerza tengo de volver a decir de Cortés, que fue a desembarcar al puerto de Trujillo, y porque en una sazón acaescen dos aun tres cosas, como otras veces he dicho en los capítulos pasados, y tengo de meter la pluma por los pasos contados, dónde y de que manera conquistábamos y poblamos, y aunque se deje por ahora de decir de Sandoval y lo que en Naco le vino, quiero decir lo que Cortés hizo en Trujillo.
Como Cortés hubo embarcado en el Puerto de Caballos, llevó en su compañía muchos soldados de los que trujo de Méjico y los que le envió Gonzalo de Sandoval, y con buen tiempo, en seis días llego al puerto de Trujillo. Y desque los vecinos que allí vivían, que dejó poblados Francisco de las Casas, supieron que era Cortés, todos fueron a la mar, questaba cerca, a lo rescebir y le besar las manos, porque muchos de aquellos vecinos eran bandoleros de los que echaron de Pánuco y fueron en dar consejo a Cristóbal de Olí para que se alzase, y los habían desterrado de Pánuco, según dicho tengo en el capítulo que dello habla, y como se hallaban culpantes suplicaron a Cortés que les perdonase. Y Cortés con muchas quiricias y ofrescimientos les abrazó a todos y les perdonó, y luego se fue a la iglesia, y después de hecha oración le aposentaron lo mejor que pudieron y le dieron cuenta de todo lo acaescido del Francisco de las Casas y del Gil González de Avila, y por qué causa degollaron al Cristóbal de Olí, y cómo se habían ido camino de Méjico, y cómo habían pacificado algunos pueblos de aquella provincia. Y desque Cortés bien lo hobo entendido a todos les honró de palabra y con dejalles los cargos según y de la manera que los tenían, eceto que hizo capitán general de aquellas provincias a su primo Sayavedra, que ansí se llamaba, lo cual tuvieron por bien, y luego envió a llamar a todos los pueblos comarcanos. Y como tuvieron nueva que era el capitán Malinche, que ansí le llamaban, y sabían que había conquistado a Méjico, luego vinieron a su llamado y le trujeron presentes de bastimentos. Y desque se hobieron juntado los caciques de cuatro pueblos más principales, Cortés les habló, con doña Marina, y les dijo las cosas tocantes a nuestra santa fe, y que todos éramos vasallos del gran emperador que se dice don Carlos de Austria, y que tiene muchos grandes señores por vasallos, y que nos envió a estas partes para quitar sodomías y robos e idolatrías, y para que no consienta comer carne humana ni hobiese sacrificio, ni se robasen ni se diesen guerras unos a otros, sino que fuesen hermanos y como tales se tratasen; y también venía para que diesen la obidiencia a tan alto rey y señor como les ha dicho que tenemos, y le contribuyan con servicios y de lo que tuvieren, como hacemos todos sus vasallos; y les dijo otras muchas cosas la doña Marina, que las sabía bien decir, y los que no quisieron venir a se someter al dominio de Su Majestad, que los castigaría, y aun los dos religiosos franciscos que Cortés traía les predicó cosas muy santas y buenas, lo cual se lo declaraban dos indios mejicanos que sabían la lengua española con otros intérpretes de aquella lengua; y más les dijo, que en todo les guardaría justicia por que ansí lo mandaba nuestro rey señor. Y porque hobo otros muchos razonamientos y los entendieron muy bien los caciques, dijeron que se daban por vasallos de Su Majestad, y que harían lo que Cortés les mandaba; luego les dijo que trujesen bastimento aquella villa, y también les mandó que viniesen muchos indios y trujesen hachas y que talasen un monte questaba dentro en la villa para que desde ella se pudiese ver la mar y puerto. Y también les mandó que fuesen en canoas a llamar tres o cuatro pueblos questán en unas isletas, que se llaman los Guanajes, que en aquella sazón estaban pobladas, y que trujesen pescado, pues tenían mucho. Y ansí lo hicieron, que dentro de cinco días vinieron los pueblos de las isletas, y todos traían presentes de pescado y gallinas. Y Cortés les mandó dar unas puercas y un berraco que se hallaron en Trujillo y de los que traía de Méjico que hiciesen casta, porque le dijo un español que era buena tierra para multiplicar con soltalles en la isleta sin ponerles guarda. Y ansí fue como dijo, que dentro en dos años hobo muchos puercos, y los iban a montear. Dejemos esto, pues no hace a nuestra relación y no me lo tengan por prolijidad en contar cosa viejas, y diré que vinieron tantas indios a talar los montes de la villa que Cortés les mandó, que en dos días se vio claramente muy bien la mar, y hicieron quince casas, y una para Cortés, muy buena. Y esto hecho se informó Cortés qué pueblos y tierras estaban rebeldes y no querían venir de paz, y unos caciques de un pueblo que se dice Papayeca, que era cabecera de otros pueblos, que en aquella sazón era grande pueblo, que agora está con muy poca gente o casi ninguna, le dio a Cortés una memoria de muchos pueblos que no querían venir de paz, questaban en grandes sierras y tenían fuerzas hechas. Y luego Cortés envió a llamar al capitán Sayavedra con los soldados que les paresció que convenían ir con él, [e] con los ocho de Guazacualco fue por su camino hasta que llegó a las poblazones que solían estar de guerra; y les salieron de paz los más dellos, eceto tres pueblos que no quisieron venir, y tan temido era Cortés de los naturales y tan nombrado, que hasta los pueblos de Olancho, donde fueron las minas ricas que después se descubrieron, era temido y acatado, y llamábanle en todas aquellas provincias el capitán Hue Hue de Marina, e lo que quiere decir es: el capitán viejo que trae a doña Marina. Dejemos al Sayavedra, questaba con su gente sobre los pueblos que no se querían dar, que me parece que se decían los acaltecas, y volvamos a Cortés, questaba en Trujillo y ya le habían adolescido los frailes franciscos y un su primo que se decía Ávalos, y el licenciado Pero López, y Carranza el mayordomo y Guinea el despensero, y un Juan Flamenco, y otros muchos soldados, ansí de los que Cortés traía como de los que halló en Trujillo, y aun el Antón de Carmona, que trujo el navío con el bastimento, y acordó de los enviar a la isla de Cuba, a la Habana o Santo Domingo, si viesen quel tiempo sería bueno en la mar, y para ello les dio el un navío bien aderezado y calafeteado, con el mejor matalotaje que se puedo haber, y escribió a la Audiciencia Real de Santo Domingo y a los frailes jerónimos y a la Habana dando cuenta cómo había salido de Méjico en busca de Cristóbal de Olí, y cómo dejó sus poderes a los oficiales de Su Majestad, y del trabajoso camino que había traído; y cómo el Cristóbal de Olí hobo preso a un capitán que se decía Francisco de las Casas, que Cortés había enviado para le tomar el armada al mismo Cristóbal de Olí, y que también había preso a un Gil González de Ávila, siendo gobernador del Golfo Dulce; y que teniéndolos presos el Cristóbal de Olí, los dos capitanes le dieron de cuchilladas, y por setencia, después que tuvieron preso al Cristóbal de Olí, le degollaron, y que al presente estaba poblando la tierra y pueblos sujetos aquel a villa de Trujillo, y que era tierra rica de minas, y que enviasen soldados que en aquella isla de Santo Domingo no tenían con qué se sustentar, y para dar crédito de que había oro envió muchas joyas y piezas de las que traía en su recámara e vajilla, de lo que trujo de Méjico, y aun de la vajilla de su aparador. Y envió por capitán de aquel navío a un su primo que se decía Ávalos, y le mandó que de camino tomase veinticinco soldados que había dejado un capitán, que tuvo nueva que andaba salteando indios en las isletas en lo de Cozumel y partido del puerto de Honduras, que ansí se llama. Ya unas veces con buen tiempo, otras con contrario, pasaron adelante de la punta de San Antón, questá junto a las sierras que llaman de Guaniguanico, que será de la Habana sesenta o setenta leguas, y con temporal dieron con el navío en tierra, de manera que se ahogaron los frailes y el capitán Ávalos y muchos soldados. Dellos se salvaron en el batel y en tablas, y con mucho trabajo aportaron en la Habana, y desde allí fue la fama volando en toda la isla de Cuba cómo Cortés y todos nosotros éramos vivos; y en pocos días fue la nueva a Santo Domingo, porque el licenciado Pedro López, médico, que iba allí, que escapó en una tabla, escribió a la Real Audiencia de Santo Domingo, en nombre de Cortés, todo lo acaescido, y cómo estaba poblado en Trujillo, y que había menester bastimento y vino y caballos, y que para lo comprar traía mucho oro, y que se perdió en la mar de la manera que ya dicho tengo. Y desque aquella nueva se supo todos se alegraron, porque ya había gran fama e lo tenían por cierto que Cortés y todos nosotros sus compañeros éramos muertos, las cuales nuevas supieron de la Nueva España de un navío que fue de la Nueva España. Y como en Santo Domingo se supo que estaba de asiento poblando las provincias que dicho tengo, luego los oidores y mercaderes comenzaron de cargar dos navíos viejos con caballos, y potros, y camisas, y bonetes, y cosas de bujerías, y no trujeron cosa de comer sino una pipa de vino, ni fruta, salvo los caballos y lo demás de tarrabusterías. Entretanto que se arman los navíos para venir, que aun no han llegado al puerto, quiero decir que como Cortés estaba en Trujillo se le vienen a quejar ciertos indios de las islas de los Guanajes, que serían de allí ocho leguas, y dijeron questaba ancleado un navío junto a su pueblo, y con el batel del navío lleno despañoles con escopetas y ballestas, y que les querían tomar por fuerza sus maceguales, que se dice entrellos vasallos, y que a lo que han entendido son robadores, y que ansí les tornaron los años pasados muchos indios y los llevaron presos en otro navío como aquel navío questaba surto, y que enviase a poner cobro en ello. Y desque Cortés lo supo luego mandó armar un bergantín con la mejor artillería que había y con veinte soldados y con un buen capitán, y les mandó que en todo case tomasen el navío que los indios decían y se le trujesen preso con todos los españoles que dentro andaban pues que eran robadores de los vasallos de Su Majestad; y mandó a los indios que armasen sus canoas y con varas y flechas fuesen junto al bergantín, y que ayudasen a prender aquellos hombres, y para ello dio poder al capitán. Pues yendo con su bergantín armado y muchas canoas de los naturales de aquellas isletas, y desque los del navío questaba surto los vieron ir a la vela, no aguardaron mucho, que alzaron velas y se fueron huyendo, porque bien entendieron que iban contra ellos, y no los pudo alcanzar el bergantín. Y después se alcanzó a saber que era un bachiller Moreno, que había enviado el Audiencia Real de Santo Domingo a cierto negocio a Nombre de Dios, paresce ser descayeron del viaje o vino de hecho sobre cosa pensada a robar los indios de los Guanajes
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. Y volvamos a Cortés que se quedó en aquella provincia pacificándola, y volveré a decir lo que a Sandoval le acaesció en Naco.
Estando Sandoval en el pueblo de Naco atrayendo de paz todos los más pueblos de aquella comarca, vinieron antél cuatro caciques de dos pueblos que se dicen Quespán y Talchinalchapa, y dijeron questaban en sus pueblos muchos españoles, de la manera de los que con él estábamos, con armas y caballos, y que les tomaban sus haciendas e hijas y mujeres, y que las echaban en cadenas de hierro; de lo cual hobo gran enojo el Sandoval; y preguntando que tanto sería de allí donde estaban, dijeron que en un día temprano llegaríamos. Y luego nos mandó apercebir a los que habíamos de ir con él, lo mejor que podíamos con nuestras armas y caballos y ballestas y escopetas, y fuimos con él setenta hombres. Y llegados a los pueblos donde estaban, [los] hallamos muy de reposo, sin pensamiento que les habíamos de prender, y desque nos vieron ir de aquella manera se alborotaron y echaron mano a las armas, y de presto prendimos al capitán y a otros muchos dellos sin que hobiese sangre de una parte ni de otra. Y Sandoval les dijo con palabras algo desabridas si les parescía bien andar robando a los vasallos de Su Majestad, y que si era buena conquista y pacificación aquella. Y unos indios e indias traían en cadenas con colleras; y se las hizo sacar dellas y se las dio al cacique de aquel pueblo, y los demás mandó que se fuesen a su tierra, que era cerca de allí. Pues como aquello fue hecho, mandó al capitán que allí venía, que se decía Pedro de Garro, quél y sus soldados fuesen presos y se fuesen luego con nosotros al pueblo de Naco; lo cual caminamos con ellos; y traían muchas indias de Nicaragua, y algunas hermosas, e indias naborías, que tenían para su servicio, y todos los más dellos traían caballos. Y como nosotros estábamos tan trillados y deshechos de los caminos pasados y no teníamos indias que nos hiciesen pan, sino muy pocas, eran ellos unos condes en el servirse para según nuestra pobreza. Pues como llegamos con ellos a N aco, Sandoval les dio posadas en parte convencible, por que venían entrellos ciertos hidalgos y personas de calidad. Y puesto que hobieron reposado un día, su capitán Garro vio que éramos de los de Cortés que tan mentado era, hízose muy amigo de Sandoval y de todos nosotros, y se holgaban con nuestra compañía. Y quiero decir cómo y de qué manera e por qué causa venía aquel capitán con aquellos soldados, y es desta manera que diré. Paresció ser que Pedrarias de Ávila, gobernador que fue en aquella sazón de Tierra Firme, envió un capitán que se decía Francisco Hernández, persona muy principal entrellos, a conquistar y pacificar las tierras de Nicaragua y que descubriese otras, y diole copia de soldados ansí de a caballo como de ballesteros, y llegó a las provincias de Nicaragua y León, que ansí las llamaban, las cuales pacificó y pobló; y como se vio con muchos soldados y próspero y apartado del Pedrarias de Ávila, y por consejeros que tuvo para ello, y también, según entendí, un bachiller Moreno, por mi ya memorado, que la Audiencia Real de Santo Domingo y los frailes jerónimos que gobernaban en las islas le habían enviado a Tierra Firme a cierto pleito, que tengo en m¡ pensamiento que era sobre la muerte de Balboa, yerno de Pedro Arias, el cual degolló desque le hobo casado con su hija doña Isabel Arias de Peñalosa, que ansí se llamaba, y el bachiller Moreno dijo al capitán Francisco Hernández que como conquistase cualquiera tierra acudiese a nuestro rey y señor para que le hiciese gobernador della, que no hacía traición, y quel Balboa que degolló el Pedrarias siendo su yerno, que fue contra justicia, pues quel Balboa primero envió su procurador a Su Majestad para ser adelantadoé y so color destas palabras que tomó el bachiller Moreno envió el Francisco Hernández a su capitán Pedro de Garro para que por la banda del Norte le buscase puerto para hacer sabidor a Su Majestad de las provincias que habían pacificado y poblado, para que le hiciese merced fuese él gobernador dellas, pues estaban tan apartadas de la gobernación de Pedro Arias, e veniendo que venia el Pedro de Garro para aquel efeto le prendieron, como dicho tengo. Y desque el Sandoval entendió el intento a lo que venían, platicó con Garro muy secretamente y diose orden que lo hiciésemos saber a Cortés, questaba en Trujillo, y quel Sandoval tenía por cierto que Cortés le ayudaría que quedase el Francisco Hernández por gobernador de Nicaragua. Pues ya esto concertado, envían Sandoval y el Garro diez hombres, los cinco de los nuestros y los otros cinco soldados de los de Garro, para que costa a costa fuesen a Trujillo con las cartas, porque allí residía Cortés entonces, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y llevaron sobre veinte indios de Nicaragua de los que trujo Garro para ayudarse a pasar los ríos. E yendo por sus jornadas no pudieron pasar el río de Pichin ni otro que se dice de Balahama, porque venían muy crecidos, y al cabo de quince días vuelven los soldados a Naco sin hacer cosa ninguna de lo que les fue mandado; de lo cual hobo tan grande enojo el Sandoval, que de palabras trató mal al que iba por caudillo, y luego sin más tardar ordena que vaya por la tierra adentro el capitán Luis Marín con diez soldados, y los cinco del Garro y los demás de los nuestros, e yo fui uno dellos. Y fuimos todo a pie, y atravesamos muchos pueblos questaban de guerra. Y si hobiese descrebir por extenso losgrandes trabajos y reencuentros que con indios de guerra tuvimos, e los ríos y ancones que pasamos en balsas y a nado, y la hambre que en algunos días tuvimos, era para no acabar tan presto, y cosas muy de notar; mas digo que había día que pasábamos tres ríos caudales en balsas y a nado. Y desque llegamos a la costa hobo muchos esteros donde había lagartos, y en un río que se dice Jagua, questá del Triunfo de la Cruz diez leguas, estuvimos dos días en le pasar en balsas, según venía de recio; y allí hallamos calaveras y huesos de siete caballos que se habían muerto de mala yerba que habían pacido, y fueron de los de Cristóbal de Olí. Y desde allí fuimos al Triunfo de la Cruz, y hallamos naos quebradas dadas al través. Y desde allí fuimos en cuatro días a un pueblo que se dice Quemara, y salieron muchos indios de guerra contra nosotros, y traían unas lanzas grandes y gordas y con sus rodelas, y las mandaban con la mano derecha y sobre el brazo izquierdo, y jugaban de la manera que nosotros pe leamos con las picas, y se nos venían a juntar pie con pie; y con las ballestas que llevábamos y a cuchilladas nos dieron lugar que pasásemos adelante, y allí hirieron a des de nuestros soldados; y estos indios que he dicho que salieron de guerra no creyeron que éramos de los de Cortés, sino de otros capitanes que les van a robar sus indios. Dejemos de contar trabajos pasados, y digo que en otros dos días de camino llegamos a Trujillo; y antes de entrar en él, que sería hora de vísperas, vimos a unos cinco de a caballo, y era Cortés y otros caballeros a caballo que se habían ido a pasear por la costa; y cuando nos vieron desde lejos no sabían qué cosa nueva podía ser; y desque nos conosció Cortés se apeó del caballo y con las lágrimas en los ojos nos vino abrazar, y nosotros a él, y nos dijo: «¡Oh hermanos y compañeros míos, qué deseo tenía de veros y saber qué tales estábades!» Y estaba flaco que hobimos mancilla de le ver, porque según supimos había estado en junto de muerte de calenturas y tristezas que en sí tenía, y aun en aquella sazón no sabía cosa buena ni mala de Méjico, y dijeron otras personas questaba ya tan a punto de muerte, que le tenían ya hechos unos hábitos de señor San Francisco para le enterrar con ellos. Y luego a pie se fue con todos nosotros a la villa y nos aposentó y cenamos con él; y tenía tanta pobreza, que aun de cazabe no nos hartamos. Y desque le hobimos dado relación a lo que veníamos e leído las cartas sobre lo de Francisco Hernández para que le ayudase, dijo que haría cuanto pudiese por él. Y en aquella sazón que allegamos a Trujillo había tres días que habían venido los dos navíos chicos con las mercaderías que otras veces he dicho y memorado que enviaban de Santo Domingo, que eran caballos y potros y mulas y armas viejas y unas camisas y bonetes colorados y cosas de poca valía, y no trujeron sino una pipa de vino, ni cosa de provecho, que valiera más que aquellos navíos no vinieran, según todos nos adeudamos en comprar de aquellas bujerías y potros. Pues estando que estábamos con Cortés dando cuenta de nuestro camino trabajoso, vieron venir en alta mar un navío a la vela, y llegado a puerto venía de la Habana, que enviaba el licenciado Zuazo, el cual licenciado había dejado Cortés en Méjico por alcalde mayor, y enviaba un poco de refresco para Cortés con una carta, la cual es esta que se sigue, y si no diré las palabras formales que en ella venían, al menos diré la sustancia della.