Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (79 page)

Capítulo CLXXVI: Cómo hobimos llegado al pueblo de Ziguatepecad, y como envió por capitán a Francisco de Medina para que, topando a Simón de Cuenca, viniese con los dos navíos, ya otra vez por mi memorados, al Triunfo de la Cruz o al Golfo Dulce, y lo que más pasó

Pues como hobimos llegado a este pueblo que dicho tengo, Cortés halagó mucho a los caciques y principales y les dio buenos chalchivis de Méjico, y se informó a qué parte salía un río muy caudaloso Y recio que junto aquel pueblo pasaba; y le dijeron que iba a dar en unos esteros donde había una poblazón que se dice Gueyatasta, y que junto a él estaba otro gran pueblo que se dice Xicalango. Parescióle a Cortés que sería bien luego enviar dos españoles en canoas para que saliesen a la costa del Norte y supiesen del capitán Simón de Cuenca y sus dos navíos que hobo mandado cargar de vituallas para el camino, que dicho tengo; y escribióle, haciéndole saber de nuestros trabajos y que saliese por la costa adelante. Y después de bien informado cómo podría ir por aquel río hasta las poblazones por mi dichas, envió dos españoles, y el más principal dellos, que ya le he nombrado otras veces, se decía Francisco de Medina, y diole poder para ser capitán, juntamente con el Simón de Cuenca, a causa queste Medina era muy diligente y tenía lengua de toda la tierra, y éste fue el soldado que hizo levantar el pueblo de Chamula cuando fuimos con el capitán Luis Marín a la conquista de Chiapa, como dicho tengo en el capitulo que dello habla; y valiera más que tal poder nunca le diera Cortés, por lo que adelante acaesció, y es que fue por el río abajo hasta que llegó a donde el Simón de Cuenca estaba con sus dos navíos, en lo de Xicalango, esperando nuevas de Cortés, y después de dadas las cartas de Cortés, presentó sus provisiones para ser capitán, y sobre el mandar tuvieron palabras entrambos capitanes, de manera que vinieron a las armas y de la parte del uno y del otro murieron todos los españoles que iban en el navío, que no quedaron sino seis o siete. Y desque vieron los indios de Xicalango y Gueyatasta a quella revuelta, dan en ellos y acabáronlos de matar a todos e queman los navíos, que nunca supimos cosa ninguna dellos hasta de ahí a dos años e medio. Dejemos más de hablar en esto, y volvamos al pueblo donde estábamos, que se dice Ziguatepecad, y diré cómo los indios principales dijeron a Cortés que había desde allí a Gueyacala tres jornadas, y que en el camino había dos ríos que pasar, y el uno dellos era muy hondo y ancho, y luego había unos malos tremedales y grandes ciénegas, y que si no tenía canoas que no podría pasar caballos, ni aun ninguno de su ejército. Y luego Cortés envió a dos soldados con tres indios principales de aquel pueblo para que se los mostrasen y tanteasen el río y ciénegas y viesen de qué manera podríamos pasar, y que trujesen buena relación dello. Y llamábanse los soldados que envió, Martín García, y era valenciano, alguacil de nuestro ejército, y el otro se decía Pedro de Ribera Y el Martín García, que era al que más se lo encomendó Cortés, vio los ríos y con unas canoas chicas que tenían en el mesmo río lo vio e miró que con hacer puentes podrían pasar, y no curé de ver las malas ciénegas questaban una legua adelante; y volvió a Cortés y le dijo que con hacer puentes podrían pasar creyendo que las ciénegas no eran trabajosas, como después las hallamos. Y luego Cortés me mandó a mi y a un Gonzalo Mejía, que por sobrenombre le llamábamos Rapapelo
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, que fuésemos con ciertos principales de Ziguatepecad a los pueblos de Acala y que halagásemos los caciques y con buenas palabras los atrajésemos para que no huyesen, porque aquella poblazón de Acala eran sobre veinte poblezuelos, dellos en tierra firme y otros en unas como isletas, y todo se andaba en canoas por ríos y esteros. Y llevábamos con nosotros los tres indios de los de Zinguatepecad por guías, y la primera noche que dormirnos en el camino se nos huyeron, que no osaron ir con nosotros, porque, según después supimos, eran sus enemigos y tenían guerra los unos con los otros, y sin guías hobimos de ir, y con trabajo pasamos las ciénegas. Y llegados al primer pueblo de Cala, puesto questaban alborotados y parescían estar de guerra, con palabras amorosas y con dalles unas cuentas les halagamos y les rogamos que fuesen a Zinguatepecad a ver a Malinche y le llevasen de comer. Pues paresció ser quel día que llegamos aquel pueblo no sabían nuevas ningunas de cómo era venido Cortés y traía mucha gente, así de caballo como mejicanos. E otro día tuvieron nuevas de indios mercaderes del gran poder que traía, y los caciques mostraron más voluntad de enviar comida que cuando allegamos, y dijeron que desque hobiese llegado aquellos pueblos le servirían y harían lo que pudiesen en dalle de comer, y en cuanto de ir a donde estaba, que no querían ir porque eran sus enemigos. Pues estando questábamos en estas pláticas con los caciques, vinieron dos españoles con cartas de Cortés, en que mandaba que con todo el bastimento que pudiese haber saliese desde allí a tres días al camino con ello, por causa que ya habían despoblado e huido toda la gente de aquel pueblo donde le había dejado, y me hizo saber que venía ya camino de Acala y que no había traído maíz ninguno, ni lo hallaba, y que pusiese mucha diligencia en que los caciques no se ausentasen. Y también los españoles que trujeron las cartas me dijeron cómo Cortés había enviado el río arriba de Ziguatepecad cuatro españoles, y los tres dellos de los nuevamente venidos de Castilla, a demandar bastimento a otros pueblos que decían questaban allí cerca, y que no habían vuelto, y creían que los hablan muerto; y salió ansí verdad. Volvamos a Cortés, que comenzó de caminar y en dos días llegó al gran río que ya otra vez he dicho, y luego puso diligencia en hacer una puente; y fue con tanto trabajo y con maderos gruesos y grandes, que, después de hechas, se admiraron los indios de Acala de la ver de tal manera puestos los maderos; y estuvo en hacella cuatro días. Y como salió Cortés del pueblo, ya por mí otras muchas veces nombrado, con todos sus soldados, no traían maíz ni bastimento, y con cuatro días questuvimos en aquel pueblo y Cortés en hacer la puente, morían de hambre, y aunque algunos soldados de los viejos se remediaban con cortar unos árboles muy altos, que parescen palmas, que tienen por fruta unas al parescer nueces muy encarceladas y aquellas asaban y quebraban y comían. Dejemos de hablar en esta hambre, y diré cómo la mesma noche que acabaron de hacer la puente llegué yo con mis tres compañeros e con ciento y treinta cargas de maíz y ochenta gallinas, y miel, y fríjoles, y sal, y huevos, y otras frutas. Y como llegué de noche, ya quescurecía, estaban todos los más soldados aguardando el bastimento, porque ya sabían que yo había ido a lo traer, y Cortés decía a los capitanes y soldados que tenía esperanza en Dios que presto ternían todos de comer, pues que yo había ido Acala para traello, si no me habían muerto los indios como los otros cuatro españoles que envió. Y ansí como llegué con el maíz y bastimentos a la puente, y como era de noche, cargan todos los soldados dello y lo tomaron todo, que no dejaron a Cortés ni a ningún capitán cosa ninguna, con dar voces: «Dejallo, ques para el capitán Cortés». Y ansimismo su mayordomo Carranza, que ansí se llamaba, y el despensero Guinea daban voces y se abrazaban con el maíz, y decían que les dejasen siquiera una carga. Y como era de noche, decíanle los soldados: «Buenos puercos habéis comido vos y Cortés», y no curaban de cosa que les decían, sino que todo se lo apañaban. Pues desque Cortés supo cómo se lo habían tomado y no le dejaron cosa ninguna, renegaba de impaciencia y pateaba; y estaba tan enojado, que decía que quería hacer pesquisa quién se lo tomó y dijeron lo de los puercos, y desque vio y consideró que el enojo era por demás y dar voces en desierto, me mandó llamar a mí y muy enojado me dijo que cómo puse tal cobro en el bastimento. Yo le dije que procurara su merced de enviar adelante guardas para ello, y aunquél en persona estuviera guardándolo, se lo tomaran, porque le guarde Dios de la hambre, que no tiene ley. Y desque vio que no había remedio ninguno e que tenía mucha nescesidad, me halagó con palabras melosas, estando delante el capitán Gonzalo de Sandoval, y me dijo: «¡Oh señor y hermano Bernal Díaz del Castillo, por amor de mí que si dejaste algo escondido en el camino, que partáis conmigo, que bien creído tengo de vuestra buena diligencia que traeríades para vos y para vuestro amigo Sandoval!». Y desque vi sus palabras, y de la manera que lo dijo, hube mancilla dél. Y también Sandoval me dijo: «Pues, ¡yo juro a tal!, que tampoco yo tengo un puño de maíz de qué hacer cazalote». Entonces concerté y dije que conviene questa noche, al cuarto de la modorra, después que esté reposado el real, vamos por doce cargas de maíz y veinte gallinas, y tres jarros de miel, y fríjoles, y sal, y dos indias para hacer pan, que me dieron en aquellos pueblos; y hemos de venir de noche, que nos lo arrebatarán en el camino, y esto hemos de partir entre vuestra merced y Sandoval e yo a mi gente. Y él se holgó en el alma y me abrazó; y Sandoval dijo que quería ir en aquella noche conmigo por el bastimento, y lo trujimos, con que pasaron aquella hambre; y también le di una de las dos indias al Sandoval. He traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo se ponen los capitanes en tierras nuevas, que a Cortés, que era muy temido, no le dejaron maíz que comer, y quel capitán Sandoval no quiso fiar de otro la parte que le había de caber, quél mismo fue conmigo por ello, teniendo muchos soldados que pudiera enviar. Dejemos de contar del gran trabajo del hacer de la puente y de la hambre pasada, y diré cómo obra de una legua dimos en las ciénegas, muy malas, por mí memoradas, y eran de tal manera, que no se aprovechaban poner maderos, ni ramas, ni hacer otra manera de remedios para poder pasar los caballos, que atollaban todo el cuerpo sumido en las grandes ciénegas, que creíamos no escapar ninguno dellos, sino que todos quedarían allí muertos. Y todavía porfiamos a ir adelante, porquestaba obra de medio tiro de ballesta tierra firme y buen camino. Y se hizo un callejón por la ciénega de lodo y agua, que pasaron sin tanto trabajo, puesto que iban a veces medio a nado entre aquella ciénega y el agua. Ya llegados en tierra firme, dimos gracias a Dios por ello; y luego Cortés me mandó que con brevedad volviese a Acala y que pusiese gran recaudo en los caciques questuviesen de paz, y que luego enviase al camino bastimento, y ansí lo hice, quel mismo día que llegué Acala, de noche, envié tres españoles que iban conmigo con más de cien indios cargados de maíz y otras cosas. Y cuando Cortés me envió por ello, le dije que mirase su merced que él en su persona lo guardase, no lo tomasen como la otra vez. Y ansí lo hizo, que se adelantó, juntamente con Sandoval y Luis Marín, y lo hobieron todo en su poder, y lo repartieron; y otro día, a obra de medio día, llegaron Acala, y los caciques le fueron a dar el bien venido y le llevaron bastimento. Y dejallo he aquí, y diré lo que más pasó.

Capítulo CLXXVII: En lo que Cortés entendió después de llegado a Acala, y cómo en otro pueblo más adelante, sujeto al mismo Acala, mandó ahorcar a Guatemuz, gran cacique de Méjico, y a otro cacique, señor de Tacuba, y la causa por qué, y otras cosas que pasaron

Y desque Cortés hobo llegado a Gueyacala, que ansí se llamaba, y los caciques de aquel pueblo le vinieron de paz, y les habló con doña Marina, la lengua, de tal manera que, al parescer, se holgaban, y Cortés les daba cosas de Castilla, y trujeron maíz y bastimento, y luego mandó llamar todos los caciques y se informó dellos del camino que habíamos de llevar, y les preguntó que si sabían de otros hombres como nosotros, con barbas y caballos, y si habían visto navíos ir por la mar, y dijeron que ocho jornadas de allí había muchos hombres con barbas, y mujeres de Castilla, y caballos y tres acales, que en su lengua acales llaman a los navíos, de la cual nueva se holgó Cortés de saber, y preguntando por los pueblos y camino por donde habíamos de pasar, todo se lo trujeron figurado en unas mantas, y aun los ríos y ciénegas y atolladeros; y les rogó que en los ríos pusiesen puentes y llevasen canoas, pues tenían mucha gente y eran grandes poblazones. Y los caciques dijeron que, puesto que eran sobre veinte pueblos, que no les querían obedescer todos los más dellos, y en especial unos questaban entre unos ríos, y que era nescesario que luego enviase de sus teules, que ansí nos llamaban a los soldados, y les hacer traer maíz y otras cosas; que les mandase que los obedeciesen, pues que eran sujetos. Y desque aquello entendió Cortés, luego mandó a un Diego de Mazariegos, primo del tesorero Alonso de Estrada, que quedaba por gobernador en Méjico, que por que viese y conosciese que Cortés tenía mucha cuenta de su persona, le hacia honra de envialle por capitán aquellos pueblos y a otros comarcanos. Y cuando lo envió, secretamente le dijo que porque no entendía bien las cosas de la tierra, por ser nuevamente venido de Castilla y no tenía tanta expiriencia por ser en cosa de indios, que me llevase a mi en su compañía, y lo que le aconsejase, no saliese dello; y ansí lo hizo. Y no quisiera escrebir esto en esta relación por que no paresciese que me jactanciaba dello, y no lo escribiera sino porque fue público en todo el real, y aun después lo vi escrito de molde en unas cartas y relaciones que Cortés escribió a Su Majestad haciéndole saber de todo lo que pasaba, y del viaje de Indias. Por esta causa lo escribo. Volvamos a nuestra materia. Y fuimos con el Mazariegos hasta ochenta soldados, en canoas que nos dieron los caciques. Y desque hobimos llegado a las poblazones, todos de buena voluntad nos dieron de lo que tenían, y trujimos sobre cien canoas de maíz, e bastimento, y gallinas, e miel, e sal, y diez indias que tenían por esclavas, y vinieron los caciques a ver a Cortés; de manera que todo el real tuvo muy bien de comer. Y dende a cuatro días, se huyeron todos los más caciques, que no quedaron sino tres guías, con los cuales fuimos nuestro camino, y pasamos dos ríos: el uno en puentes, que luego se quebraron al pasar, y el otro en balsas. Y fuimos a otro pueblo sujeto al mismo Acala, estaba ya despoblado; y allí buscamos comida, que tenían escondido por los montes. Dejemos de contar nuestro trabajo y camino y digamos cómo Guatemuz, gran cacique de Méjico, y otros principales mejicanos que iban con nosotros habían puesto en pláticas o lo ordenaban, de nos matar a todos y volverse a Méjico, y, llegados a su ciudad, juntar sus grandes poderes y dar guerra a los que en Méjico quedaban, y tomarse a levantar. Y quien lo descubrió a Cortés fueron dos grandes caciques, que se decían Tapia e Juan Velázquez. Este Juan Velázquez fue capitán general de Guatemuz cuando nos dieron guerra en Méjico. E como Cortés lo alcanzó a saber, hizo informaciones sobrello, no solamente de los dos que lo descubrieron, sino de otros caciques que eran en ello. Y lo que confesaron era que como nos vían ir por los caminos descuidados y descontentos, y que muchos soldados habían adolescido, y que siempre faltaba la comida y que se habían muerto de hambre cuatro chirimías y el volteador, y otros once o doce soldados, y también se habían vuelto otros tres soldados camino de Méjico, y se iban a su ventura por los caminos de guerra por donde habían venido, y que más querían morir que ir adelante, que seria bien que cuando pasemos algún río o ciénaga, dar en nosotros, porque eran los mejicanos sobre tres mill y traían sus armas y lanzas y algunos con espada. El Guatemuz confesó que ansí era como lo habían dicho los demás; empero, que no salió dél a quel concierto, y que no sabe si todos fueron en ello, o se efectuara, y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino solamente la plática que sobrello hubo. Y el cacique de Tacuba dijo que entrél y Guatemuz habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus mazeguales y parientes. Y sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar al Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Y antes que los ahorcasen, los frailes franciscos los fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua doña Marina. Y cuando le ahorcaban, dijo el Guatemuz: «¡Oh Malinche: días había que yo tenía entendido questa muerte me habías de dar e había conoscido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la demande, pues yo no me la di cuando te me entregaste en mi ciudad de Méjico». El señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su muerte por morir junto con su señor Guatemuz. Y antes que los ahorcasen los fueron confesando los frailes franciscos con la lengua doña Marina; e verdaderamente yo tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por habelles conoscido tan grandes señores, y aun ellos me hacían honra en el camino en cosas que se me ofrescían, especial darme algunos indios para traer yerba para mi caballo. E fue esta muerte que les dieron muy injustamente, e paresció mal a todos los que íbamos. Volvamos a ir nuestro camino con gran concierto, por temor que los mejicanos, viendo ahorcar a sus señores, no se alzasen; mas traían tanta mala aventura de hambre y dolencia, que no se les acordaba dello. Y después que los hobieron ahorcado, según dicho tengo, luego fuimos camino de otro poblezuelo, y antes de entrar en él pasamos un río bien hondable, en sus balsas, y hallamos el pueblo sin gente, que aquel día se habían ido; y buscamos de comer por las estancias, y hallamos ocho indios que eran sacerdotes de ídolos, y de buena voluntad se vinieron a su pueblo con nosotros. Y Cortés les habló, con doña Marina, para que llamasen sus vecinos, e que no hobiesen miedo, e que trajesen de comer. Y ellos dijeron a Cortés que le rogaban que mandase que no les llegasen junto a unos ídolos que estaban junto a una casa adonde Cortés posaba, e que traían comida y harían lo que pudiesen. Y Cortés les dijo quél haría lo que decían y que no les llegaría a cosa ninguna; mas que para qué querían aquellas cosas de ídolos, que son de barro y maderos viejos, y que eran cosas malas que les engañaban. Y tales rosas le predicó con los frailes y con doña Marina, que respondieron muy bien a lo que les decían, que los dejarían; y trajeron veinte cargas de maíz e unas gallinas. Y Cortés se informó de ellos que si sabían qué tantos soles de allí estaban los hombres con barbas como nosotros. Y dijeron que siete soles, e que se decía el pueblo donde estaban los de caballo Nito, y que ellos irían por guías hasta otro pueblo, y que habíamos de dormir una noche en despoblado antes de llegar a él. Y Cortés les mandó hacer una cruz en un árbol muy grande que se dice ceiba, questaba junto a las casas a donde tenían los ídolos. También quiero decir que como Cortés andaba mal dispuesto y aun muy pensativo e descontento del trabajoso camino que llevábamos, e como había mandado ahorcar a Guatemuz e a su primo el señor de Tacuba, e había cada día hambre, e que adolescían y morían muchos mejicanos paresció ser que de noche no reposaba de pensar en ello, y salía de la cama donde dormía a pasear en una sala a donde había ídolos, que era aposento principal de aquel poblezuelo, a donde tenían otros ídolos, y descuidóse y cayó más de dos estados abajo, y se descalabró en la cabeza; e calló, que no dijo cosa buena ni mala sobre ello salvo curarse la descalabradura, y todo se lo pasaba y sufría. E otro día muy de mañana comenzamos a caminar con nuestras guías, y sin acontecer cosa que de contar sea fuimos a dormir cabe un estero y cerca de unos montes. E otro día fuimos por nuestro camino, e a hora de misas mayores allegamos a un pueblo nuevo, y en aquel día se había despoblado y metido en unas ciénegas, y eran nuevamente hechas las casas y de pocos días, y tenían en el pueblo hechas muchas albarradas de maderos gruesos, y todos cerrados de otros maderos muy recios, y hechas cavas hondas antes de la entrada en él; y dentro dos cercas: la una como barbacana, y con sus cubos y troneras; y tenían a otra parte por cerca unas peñas muy altas, llenas de piedras hechizas a mano, con grandes mamparos; y por otra parte, una gran ciénega que era fortaleza. Pues desque hobimos entrado en las casas, hallamos tantos gallos de papada y gallinas cocidas, como los indios las comen con sus ajios y de pan maíz que se dice entrellos tamales, que por una parte nos admirábamos de cosa tan nueva, y por otra nos alegramos con la mucha comida; y también hallamos una gran casa llena de lanzas chicas y flechas; y buscamos por los alrededores de aquel pueblo si había maizales y gente, y no había ninguna, ni aun grano de maíz. Estando desta manera vinieron quince indios que salieron de las ciénegas, que eran principales de aquel pueblo, y pusieron las manos en el suelo y besan la tierra, y dicen a Cortés, medio llorando, que le piden por merced que aquel pueblo ni cosa ninguna no se le quemen, porque son nuevamente venidos allí a se hacer fuertes por causa de sus enemigos, que me paresció que dijeron que se decían lacandones, porque les han quemado y destruido los dos pueblos a donde vivían y les han robado y muerto mucha gente, los cuales pueblos veríamos abrasados adelante por el camino donde habíamos de ir, que están tierra muy llana; y allí dieron cuenta cómo y de que manera les daban guerra, y la causa por qué eran sus enemigos. Cortés les preguntó que cómo tenían tanto gallo y gallina a cocer; y dijeron por horas aguardaban a sus enemigos que les habían de venir a dar guerra, e que si los vencían que les habían de tomar sus haciendas y gallos, y llevalles cautivos; que por que no lo hobiesen ni gozasen, se lo querían antes comer, y que si ellos los desbarataban a los enemigos, que irían a sus pueblos y les tomarían sus haciendas. Y Cortés dijo que le pesaba dello y de su guerra, y por ir de camino no lo podía remediar. Llamábase aquel pueblo e otras grandes poblazones por donde otro día pasamos los Mazatecas, que quiere decir en su lengua los pueblos o tierras de venados; y tuvieron razón los pueblos de ponelles aquel nombre, por lo que adelante diré. Y desde allí fueron con nosotros dos indios de ellos, y nos fueron mostrando sus poblazones quemadas, y dieron relación a Cortés cómo estaban los españoles adelante. Y dejallo he aquí, y diré cómo otro día salimos de aquel pueblo y lo que más avino en el camino.

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