Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
césar mande que su reta justicia se cumpla, pues que en todo es muy católico. Pasemos adelante y digamos en lo que Cortés entendió desque le vino la gobernación.
Ya que le vino la gobernación de la Nueva España a Cortés, parésceme a mí y a otros conquistadores y de los antiguos, de los de más maduro y prudente consejo, que lo que había de mirar Cortés, [era] acordarse desde el día que salió de la isla de Cuba y tener atención en todos los trabajos que se vio cuando en lo de los arenales desembarcamos, qué personas fueron en le favorescer para que fuese capitán general y justicia mayor de la Nueva España, y lo otro, quién fueron los que se hallaron siempre a su lado en todas las guerras, ansí de Tabasco y Zingapacinga, y en tres batallas de Tascala, y en la de Cholula, cuando tenían puestas las ollas con aji par nos comer cocidos, y también quién fueron en favorescer su partido cuando por seis o siete soldados que no estaban bien con él le hacían requirimientos que se volviese a la Villa Rica y no fuese a Méjico, poniéndole por delante la gran pujanza de guerreros y gran fortaleza de la ciudad, y quién fueron los que entraron con él en Méjico y se hallaron en prender al gran Montezuma, y luego que vino Pánfilo de Narváez con su armada, qué soldados fueron los que llevó en su compañía y le ayudaron a prender y desbaratar al Narváez, y luego quién fueron lo, que volvieron con él a Méjico al socorro de Pedro de Alvarado, y se hallaron en aquellas puentes y grandes batallas que nos dieron hasta que salimos huyendo de Méjico, que de mill y trecientos soldados quedaron muertos sobre ochocientos y cincuenta con los que mataron en Tustepeque e por los caminos, y no escapamos sino cuatro cientos y cuarenta muy heridos, y a Dios misericordia; y también se le había de acordar de aquella muy temerosa batalla de Otumba quién, después de Dios, se la ayudó a vencer y salir de aquel tan gran peligro, y después quién y cuántos le ayudaron a conquistar lo le Tepeaca y Cachula y sus comarcas, como fue Ozucar e Guacachula, y la vuelta que dimos por Tezcuco para Méjico, y de otras muchas entradas que desde Tezcuco hecimos, ansí como las de Iztapalapa, cuando nos quisieron ahogar con echar el agua de la laguna, como echaron, creyendo de nos hogar, y ansimismo las batallas que hobimos con los naturales de aquel pueblo y mejicanos que les ayudaron, y luego la entrada del Saltocán y los peñoles que se llaman hoy día del Marqués, y otras muchas entradas, y el rodear de los grandes pueblos de la laguna, y de los muchos reencuentros y batallas que en aquel viaje tuvimos, ansí de los de Suchimilco como de los de Tacuba, y vueltos a Tezcuco, quién le ayudó contra la conjuración que tenían concertada y ordenado de lo matar cuando sobrello ahorcó a una Villafaña, y pasado esto, quién fue los que le ayudaron a conquistar a Méjico, y en noventa y tres días a la contina, de día y de noche, tener batallas e muchas heridas y trabajos hasta que se prendió a Guatemuz, que era el que mandaba en aquella sazón a Méjico, y quién fueron en le ayudar y favorescer cuando vino a la Nueva España un Cristóbal de Tapia para que le diese la gobernación, y demás de todo esto, quién fueron los soldados que escribimos tres veces a Su Majestad en loor de los grandes y muchos y buenos y notables servicios que Cortés le había hecho, y que era dino de grandes mercedes y le hiciese gobernador de la Nueva España; no quiero aquí traer a la memoria otros servicios que siempre a Cortés hacíamos. Pues los varones y fuertes soldados que en todo esto nos hallamos, y agora que le vino la gobernación, que, después de Dios, con nuestra ayuda se la dieron, bien fuera que tuviera cuenta con Pero y Sancho y Martín y otros que lo merescían, y el soldado y compañero questaba por su ventura en Colimar o Zacatula o en Pánuco a Guazacualco, y los que andaban huyendo cuando despoblaron a Tututepeque, y estaban pobres, y no les cupo suerte de buenos indios, pues había bien que dalles y sacalles de mala tierra, pues que Su Majestad muchas veces se lo mandaba y encargaba por sus reales cartas misivas, y no daba Cortés nada de su hacienda, y habíales de dar con que se remediasen, y en todo anteponelles, y siempre cuando escribiese a sus procuradores questaban en Castilla en nuestro nombre que procurasen por nosotros, y el mismo Cortés había describir a Su Majestad muy afetuosamente para que nos diese para nosotros y nuestros hijos cargos y oficios reales, todos los que en la Nueva España hubiese; mas digo que mal ajeno de pelo cuelga, e que no procuraba sino para él la gobernación que le trujeron antes que fuese marqués y después que fue a Castilla y vino marqués. Dejemos esto y pongamos aquí otra manera que fuera harto buena y justa para repartir todos los pueblos de la Nueva España, según dicen muy dotos conquistadores que la ganamos, de prudente y maduro juicio, que lo que había de hacer es esto: hacer cinco partes la Nueva España, quinta parte de las mejores ciudades y cabeceras de todo lo poblado dalla a Su Majestad de su real quinto, y otra parte dejalla para repartir para que fuese la renta dellas para iglesias y hospitales y monasterios, y para que si Su Majestad quisiese hacer algunas mercedes a caballeros que le hayan servido de allí pudiera haber para todos, y las tres partes que quedaban repartillas en su persona e Cortés y en todos nosotros los verdaderos conquistadores, según y de la calidad que sentía que era cada uno, y dalles perpetuos, porque en aquella sazón Su Majestad lo tuviera por bien, porque como no había gastado cosa ninguna en estas conquistas, ni sabía ni tenía noticia destas tierras, estando como estaba en aquella sazón en Flandes, y viendo una buena parte de las del Nuevo Mundo que le entregamos como muy leales vasallos, lo tuviera por bien y nos hiciera merced dellas, y con ello quedáramos, y no anduviéramos como andamos ahora de mula coja e abatidos y de mal en peor, debajo de gobernadores que hacen lo que quieren, y muchos de los conquistadores no tenemos con qué nos sustentar, ¿qué harán los hijos que dejamos? Quiero decir lo que hizo Cortés y a quien dio los pueblos. Primeramente al Francisco de las Casas, a Rodrigo de Paz, al fator y veedor y contador que en aquella sazón vinieron de Castilla, y a un Ávalos y Sayavedra, sus deudos, y a un Barrios, con quien casó su cuñada, hermana de su mujer la Marcaida, porque no le acusasen la muerte de su mujer, y Alonso Lucas, y a un Juan de la Torre y Luis de la Torre, y a un Villegas y a un Alonso Valiente, a un Ribera el Tuerto; y ¿para qué cuento yo estos pocos?, que a todos cuantos vinieron de Medellín e otros criados de grandes señores, que le contaban cuentos de cosas que le agradaban, les dio lo mejor de la Nueva España; no digo yo que era mejor dejar de dar a todos, pues que había de qué mas que había de anteponer primero los que Su Majestad le mandaba, y a los soldados, quien le ayudó a tener el ser y valor que tenía, y ayudalles, y pues que ya es hecho, no quiero recitar más. Acuérdome que se traía una plática entre nosotros que cuando había alguna cosa de mucha calidad que repartir, que se traía por refrán, cuando había debates sobrella, que solían decir: «No se lo departir como Cortés», que se tomo todo el oro, lo más y mejor de la Nueva España para si, y nosotros quedamos pobres en las villas que poblamos con la miseria que nos cayó en parte, y para ir a entradas que le convenían bien se acordaba a dónde estábamos y nos enviaba a llamar para las batallas y guerras, como adelante diré, y dejaré de contar más lástimas, y de cuál avasallados nos traía, pues no se puede ya remediar, y no dejaré de decir lo que Cortés decía después que le quitaron la gobernación, que fue cuando vino Luis Ponce de León, y desque murió el Luis Ponce dejó por su teniente a Marcos de Aguilar, como adelante diré, y es que íbamos a Cortés a decille algunos caballeros y capitanes de los antiguos que le ayudaron en las conquistas que les diese de los indios de los muchos que en aquel instante Cortés tenía, pues que Su Majestad mandaba que le quitasen algunos dellos, como se los habían de quitar y luego se los quitaron, y la respuesta que daba era que se sufriesen como él se sufría, que si le volvía Su Majestad hacer merced de la gobernación, que en su conciencia que ansí juraba que no lo errase como en lo pasado, y que daría buenos repartimientos a quien Su Majestad le mandó, y que enmendaría el gran yerro pasado que hizo; y con aquellos repartimientos y con palabras blandas creía que quedaban contentos, e iban renegando del y aun maldiciéndole a él y a toda su generación y a cuanto poseía, y hobiese mal gozo dello él y sus hijas. Dejémoslo ya, y digamos que en aquella sazón o pocos días antes vinieron de Castilla los oficiales de la hacienda de Su Majestad, que fue Alonso de Estrada, tesorero, y era natural de ciudad Real, y vino el fator Gonzalo de Salazar, decía él mismo que fue el primer hijo de cristiano que nacio en Granada, y decían que sus abuelos eran de Burgos, y vino Rodrigo de Albornoz, porque ya había fallescido Julián de Alderete, y este Albornoz era natural de Paldinas o de Ragama, y vino el veedor Pedro Almíndez Chirino, natural de Úbeda o Baza, y vinieron otras muchas personas con cargos. Dejemos esto, y quiero decir que en este instante rogó un tal Rangel a Cortés, el cual Rangel muchas veces le he nombrado, que pues no se había hallado en la toma de Méjico ni en ningunas batallas que hobo en la Nueva España, que porque hobiese alguna fama dél que le hiciese merced de le dar una capitanía para ir a conquistar a los pueblos de los zapotecas questaban de guerra y llevar en su compañía a Pedro de Ircio para ser su consejero en lo que había de hacer, y como Cortés conoscía al Rodrigo Rangel que no era para dalle ningún cargo, a causa questaba siempre doliente y con grandes dolores de bubas y muy flaco, y las zancas y piernas muy delgadas y todas llenas de llagas, cuerpo y cabeza abierta, denegaba aquella entrada diciendo que los indios zapotecas eran gente malas de domar por las grandes y altas sierras a donde estaban poblados, y que no podían llevar caballos, y que siempre hay neblinas y rocíos, y los caminos eran angostos y resbalosos, y que no pueden andar por ellos sino, a manera de decir, los pies que por ellos caminan adelante juntos a las cabezas de los que vienen atrás; entiéndanlo de la manera que aquí digo, que así es verdad, porque los que van arriba con los que vienen detrás vienen cabezas con pies, y no era cosa de ir a ellos, y que ya que fuesen, que habían de llevar soldados bien sueltos y rebustos y experimentados en las guerras; y como el Rangel era muy porfiado y de la tierra de Cortés, ques Medellín, hóbole de conceder lo que pedía, y, según después supimos, Cortés lo hobo por bien envialle do se muriese, porque era de mala lengua, decía malas palabras, y escribió a Guazacualco el mismo Cortés a diez o doce que nombró en la carta que nos rogaba que fuésemos con el Rangel a le ayudar, y entre los soldados que mandó ir me nombró a mi, y fuimos todos los vecinos que Cortés nos escribió. Ya he dicho que hay grandes sierras en lo poblado de los zapotecas, y que los naturales dellos son gente muy ligeros e cenceños, y con unas voces y silbos que dan retumban todos los valles como a manera de ecos, y como hablamos de llevar al Rangel, no podíamos andar ni hacer cosa que buena fuese; e ya que íbamos algún pueblo, hallábamos despoblado, y como no estaban juntas las casas, sino unas en un cerro y otras en un valle, y en aquel tiempo llovía, y el pobre de Rangel dando voces de dolor de las bubas, y la mala gana que todos teníamos de andar en su compañía, y viendo que era tiempo perdido, y que si por ventura los zapotecas, como son ligeros y tienen grandes lanzas muy mayores que las nuestras, y son grandes flecheros e tiran piedras con hondas, que si nos aguardaban e hiciesen cara, como no podíamos ir por los caminos sino uno a uno, temíamos viniese algún desmán y el Rangel estaba más malo que cuando vino, acordó de dejar la negra conquista, que negra se podía llamar, y volverse cada uno a su casa, y el Pedro de Ircio, que traía por consejero, fue el primero que se lo aconsejó y le dejó y se fue a la Villa Rica, donde vivía, y el Rangel dijo que se quería ir a Guazacualco con nosotros, por ser la tierra caliente, para prevalecer de su mal, y los que éramos vecinos de Guazacualco que allí estábamos, por peor tuvimos llevar con nosotros aquel mal pelmazo que la venida que venimos con él a la guerra, y llegados a Guazacualeo, luego dijo que quería ir a pacificar las provincias de Zimatán y Talatupán, que ya he dicho muchas veces en el capitulo que dello habla cómo no habían querido venir de paz a causa de los grandes ríos y ciénegas tembladoras entre quien estaban pobladas, y demás de la fortaleza de las ciénegas, ellos de su naturaleza son grandes flecheros y tenían muy grandes arcos y tiran muy certero. Volvamos a nuestro cuento: que mostró el Rangel provisiones en aquella villa de Hernando Cortés como le enviaba por capitán para que conquistase las provincias questuviesen de guerra, y señaladamente la de Zimatán y Talapután, y apercibió todos los más vecinos de aquella villa que fuésemos con él, y era tan temido Cortés, que aunque nos pesó no osamos hacer otra cosa desque vimos sus provisiones, y fuimos con el Rangel sobre cient soldados de los de a caballo y a pie, con obra de veinte y seis ballesteros y escopeteros, y fuemos por Tonala e Ayagualulco e Copilco y Zacualco, y pasamos muchos ríos en canoas y en balsas, y pasamos por Teutitán, Copilco y por todos los pueblos que llamábamos la Chontalpa, questaban de paz, y llegamos obra de cinco leguas de Zimatán, e en unas ciénegas y malos pasos estaban juntos todos los más guerreros de aquella provincia y tenían hechos unos cercados y grandes albarradas y palos y maderos gruesos, y ellos de dentro, y con unos pretiles y saeteras por donde podían flechar, de presto nos dan tal buena refriega de flecha y vara tostada con tiraderas, que mataron a siete caballos e hirieron sobre ocho soldados, y al mismo Rangel, que iba a caballo, le dieron un flechazo en el brazo izquierdo, y no le entró sino muy poco, e como los conquistadores viejos habíamos dicho al Rangel que siempre fuesen hombres sueltos a pie descubriendo caminos y celadas, y le habíamos dicho ya otras veces cómo aquellos indios solían pelear muy bien y con maña, y como él era hombre que hablaba mucho, dijo que votaba a tal que si nos creyera que no le aconteciera aquello, y que de allí adelante que nosotros fuésemos los capitanes y le mandásemos en aquella guerra, y luego desque fueron curados los soldados y ciertos caballeros que también hirieron, demás de los siete que mataron, mandóme a mi que fuese adelante descubriendo, y llevaba un lebrel muy bravo que era del Rangel y
otros dos soldados muy sueltos y ballesteros, y le dije que se quedase bien atrás con los de a caballo y los soldados y ballesteros fuesen junto conmigo; yendo por nuestro camino para el pueblo de Zimatán, que era en aquel tiempo bien poblado, hallamos otras albarradas y fuerzas ni más ni menos que las pasadas, y tírannos a los que íbamos adelante tanta flecha y vara, que de presto mataron el lebrel, e si yo no fuera muy armado, allí quedara, porque me empendolaron siete flechas, que con el mucho algodón de las armas se detuvieron, y todavía salí herido en una pierna, y a mis compañeros a todos hirieron; y entonces yo di voces a unos indios nuestros amigos que venían un poco atrás de socorro para que viniesen de presto los ballesteros y escopeteros y peones e que los de a caballo se quedasen atrás, porque allí no podían correr ni aprovecharse de los caballos y se los flecharían y luego acudieron ansí como lo envié a decir, porque de antes cuando yo me adelanté ansí lo tenía concertado que los de a caballo quedasen muy atrás y que todos los demás estuviesen muy prestos en teniendo señal o mandado, y como vinieron los ballesteros y escopeteros, los hicimos desembarazar las albarradas y se acogieron a unas grandes ciénegas que temblaban, y no había hombre que en ellas entrase que pudiese salir sino a gatas o con grande ayuda; en esto llegó Rangel con los de a caballo, e allí cerca estaban muchas casas que entonces despoblaron los moradores dellas, y reposamos aquel día y se curaron los heridos; otro día caminamos para ir al pueblo de Zimatán, y hay grandes sabanas llanas, y en medio de las sabanas muy malísimas ciénegas, y en una dellas nos aguardaron, y fue con ardid que entre ellos concertaron ara aguardar en el campo raso de las sabanas, y propusieron que los de a caballo, por cobdicia de los alcanzar y alancear, irían corriendo tras ellos y a rienda suelta atollarían en las ciénegas, y ansí fue como lo concertaron y lo hicieron, que por mas que habíamos dicho y aconsejado al Rangel que mirase que había muchas ciénegas y que no corriese por aquellas sabanas a rienda suelta, que atollarían los caballos, y que suelen tener aquellos indios estas astucias y hechas saeterias y fuerzas junto a las ciénegas, no lo quiso creer, y el primero que atolló en ellas fue el mismo Rangel, y allí le mataron el caballo, y si de presto no fuera socorrido, ya se habían echado en aquellas malas ciénegas muchos indios para le apañar y llevar vivo a sacrificar, y todavía salió descalabrado en las llagas que tenía en la cabeza; y como toda aquella provincia era muy poblada, estaba allí junto otro poblezuelo, fuimos a él y entonces huyeron los moradores y se curó el Rangel y tres soldados que habían herido, y desde allí fuimos a otras casas que también estaban sin gente, que entonces lo despoblaron sus dueños, y hallamos otra fuerza con grandes maderos y bien cercada y sus saeteras; y estando reposando, aun no haría un cuarto de hora vienen tantos guerreros zimatecas y nos cercan en el poblezuelo, que mataron a un soldado y a dos caballos, y tuvimos harto en hacellos apartar, y entonces nuestro Rangel estaba muy doliente de la cabeza y había muchos mosquitos, que no dormía de noche ni de día, y morciélagos muy grandes le mordían y desengraban, y como siempre llovía y algunos soldados que Rangel había traído consigo de los que nuevamente habían venido de Castilla vieron que en tres partes nos habían aguardado los indios de aquella provincia y habían muerto once caballos y dos soldados, y heridos a otros muchos, aconsejaron al Rangel que se volviese desde al¡¡, pues la tierra era mala de ciénegas y estaba muy malo, y el Rangel, que lo tenía en gana, y porque paresciese que no era de su albedrío y voluntad aquella vuelta, sino por consejo de muchos acordó de llamar a consejo sobre ello a personas que eran de su parescer para que se volviesen y en aquel instante habíamos ido veinte soldados a ver si podíamos tomar alguna gente de unas huertas de cacahuatales que allí junto estaban, y trujimos dos indios y tres indias; y entonces el Rangel me llamó a mi aparte e a consejo y dijo de su mal de cabeza, y que le aconsejaban los demás soldados que se volviese, y me declaró todo lo que había pasado; entonces le reprehendí su vuelta, y como nos conoscíamos de más de cuatro años de la isla de Cuba, le dije: «¡Cómo, señor!, ¿qué dirán de vuestra merced, estando junto al pueblo de Zimatán y quererse volver? Pues Cortés no lo terná a bien, y maliciosos que os quieren mal os lo darán en cara que en la entrada de los zapotecas ni aquí no habéis hecho cosa ninguna que buena sea, trayendo como trayes tan buenos conquistadores que son los de nuestra villa de Guazacualco; pues por lo que toca a nuestra honra y a la de vuestra merced, yo y otros soldados somos en parescer que pasemos adelante, e yo iré con mis compañeros descubriendo ciénegas y montes, y con los ballesteros y escopeteros pasaremos hasta la cabecera de Zimatán, y mi caballo dele vuestra merced a otro caballero que sepa bien menear la lanza e tener ánimo para mandalle, que yo no me puedo servir dél en esto en que voy, y se vengan con los de a caballo algo atrás». Y desque Rodrigo Rangel aquello me oyó, como era hombre vocinglero y hablaba mucho, salió de la casilla en questaba en el consejo e a grandes voces llamó a todos los soldados e dijo: «Ya es echada la suerte, que ya hemos de ir adelante, que voto a tal o descreo de tal (que siempre éste era su jurar y su hablar) si Bernal Díaz del Castillo no me ha dicho la verdad y lo que a todos conviene». Y puesto que algunos soldados les pesé, otros lo hobieron por bueno, y luego comenzamos a caminar puestos en gran concierto, los ballesteros y escopeteros junto conmigo y los de a caballo detrás, por amor de los montes y ciénegas, donde no podían correr caballos, hasta que llegamos a otro pueblo, que entonces le despoblaron los naturales dél, y desde allí fuimos a la cabecera de Zimatán, y tuvimos otra buena refriega de flecha y vara, y de presto les hicimos ir huyendo, y quemaron los vecinos naturales de aquel pueblo muchas de sus casas, y allí prendimos hasta quince hombres y mujeres, y les enviamos a llamar con ellas a los zimatecas que vinieran de paz, y les dijimos que en lo de las guerras se les perdonará; y vinieron los parientes y maridos de las mujeres y gente menuda que teníamos presos, y dímosles toda la presa, y dijeron que trairían de paz a todo el pueblo, y jamás volvieron con respuesta, entonces me dijo a mí el Rangel: «Voto a tal que me habéis engañado que habéis de ir a entrar con otros compañeros e que me habéis de buscar otros tantos indios e indias como los que me hiciste soltar por vuestro consejo». Y luego fuimos cincuenta soldados, e yo por capitán, y dimos en unos ranchos que tenían unas ciénegas que temblaban, que no osamos entrar en ellas, y desde allí se fueron huyendo por unos grandes breñadales y espinos que se llaman entrellos xihuaquetlán, muy malos, que pasan los pies, y en unas huertas de cacahuatales prendimos seis hombre mujeres con sus hijos chicos, y nos volvimos adonde quedaba capitán y con aquello le apaciguamos, y les tomó luego a soltar para que llamasen de paz a los zimatecas, y en fin de razones no quisieron venir, y acordamos de nos volver a nuestra villa de Guazacualco; y en esto paró la entrada de Zapotecas y la de Zimatán, y ésta es la fama que quería que hobiese del Rangel cuando pidió a Cortés aquella conquista. Quiero decir algunas cosas quel Rodrigo Rangel hizo en aquel camino, que son donaires de reír. Cuando estaban en las sierras de los zapotecas, paresce ser que un soldado de los nuevamente venidos de Castilla le hizo un enojo, y el Rangel dijo y juró y votó a tal que le había de atar en un pie de amigo, e dijo: «¿No hay un bellaco que le eche mano y me le ayude atar?» Entonces estaba allí un soldado que vive agora en Guaxaca, que se dice Hernando de Aguilar, y como era hombre sin malicia, dijo: «Quiérome apartar de aquí, no me lo manden a mí que le eche mano». E el Rangel tuvo tal risa de aquello, que luego perdonó al soldado que le había enojado por lo quel Aguilar dijo. Otra vez, soltóse un caballo a un soldado, que se decía Salazar, y no le podía tomar, e dijo el Rangel: «Ayúdenselo a tomar uno de los más bellacos y ruines que ahí vienen»; e vino un caballero, persona de calidad, que no entendió lo quel Rangel dijo y le tomó el caballo; dale al Rangel tal risa, que a todos nos hizo reír de cosas que decía. Entre soldados tenían diferencias sobre un tributo de cacao que le dio un poblezuelo que tenían entrambos en compañía depositados por Cortés, y aunque no quisieron los compañeros les hizo echar suertes quien se lleva el pueblo; y hacia y decía otras cosas que eran más para reír que no describir. Por este Rodrigo Rangel dijo Gonzalo de Ocampo, por los juramentos e sacramentos que juraba e cosas que decía, que tocaban a Castilla en el Santo Oficio. No quise hacer capítulo por sí sobresta capitanía que dieron a este Rodrigo Rangel, porque no hicimos cosa buena por falta de tiempo, y el toque de todo, el capitán ser tan doliente y no poderse tener en los pies de malo y tullido, y no de la lengua. Y dende a dos años y poco tiempo más volvimos de hecho a los zapotecas y a las demás provincias, y las conquistamos y trujimos de paz, lo cual diré adelante. Y dejemos desto, y digamos cómo Cortés envió a Castilla a Su Majestad sobre ochenta mill pesos de oro, con un Diego de Soto, natural de Toro, y parésceme que un Ribera el Tuerto, que fue su secretario, y entonces envió el tiro muy rico, que era de oro bajo y plata, que le llamaban el «Ave Fénix», y también envió a su padre, Martín Cortés, muchos millares de pesos de oro; e lo que sobrello pasó diré adelante.