Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Hay necesidad de volver algo atrás para que bien se entienda lo que agora diré. Ya he dicho en los capítulos pasados las grandes quejas que de Cortés dieron ante Su Majestad estando la corte en Toledo, y los que dieron las quejas fueron los de la parte de Diego Velázquez con todos los por mí otras muchas veces memorados, y también ayudaron a ellas las cartas del Albornoz; y como Su Majestad creyó que era verdad, había mandado al almirante de Santo Domingo que viniese con gran copia de soldados a prender a Cortés y a todos los que con él fuimos a desbaratar al Narváez; y también he dicho que como supo el duque de Béjar, don Álvaro de Zúñiga, que fue a suplicar a Su Majestad que hasta saber la verdad que no se creyese de cartas de hombre questaba muy mal con Cortés, y cómo no vino el almirante e las causas por qué Su Majestad proveyó que viniese un hidalgo que en aquella sazón estaba en Toledo, que se decía el licenciado Luis Ponce de León, primo del conde de Alcaudete, y le mandó que le viniese a tomar residencia, y si le hallase culpado en las acusaciones que le pusieron, que lo castigase de manera que en todas partes fuese sonado la justicia que sobrello hiciese, y para que tuviese noticia de todas las acusaciones que decían que habían dicho e instrucciones por donde había de tomar residencia; y luego se puso en la jornada y viaje con tres navíos, questo no se me acuerda bien si eran tres o cuatro, y con buen tiempo que le hizo llegó al puerto de San Juan de Ulúa, y luego se desembarcó y se vino a la villa de Medellín; y como supieron quién era y que venía por juez a tomar residencia a Cortés, luego un mayordomo de Cortés que allí residía, que se decía Gregorio de Villalobos, en posta se lo hizo saber a Cortés, y en cuatro días lo supo en Méjico, que se admiró Cortés porque tan de repente le tomaba su venida, porque quisiera sabello más temprano para irle hacer la mayor honra y rescibimiento que pudiera, y en el tiempo que le vinieron las cartas estaba en el monasterio de San Francisco, que quería rescebir el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y con mucha humildad rogaba a Dios que en todo le ayudase; y desque tuvo las nuevas por muy ciertas, de presto despachó mensajeros para saber quién eran los que venían y si traían cartas de Su Majestad; y después que vino la primera nueva, dende a dos días llegaron tres mensajeros que enviaba el licenciado Luis Ponce con cartas para Cortés, y una era de Su Majestad, por las cuales supo que Su Majestad le mandaba que le tomasen residencia; y vistas las reales cartas, con mucho acato y humildad las besó y puso sobre su cabeza, y dijo que rescebía gran merced que Su Majestad enviase quien le oyese de justicia, y luego despachó mensajeros con respuesta para el mesmo Luis Ponce con palabras sabrosas y ofrescimientos muy mejor dichos que yo las sabré escribir, e que le diese aviso por cuál de los dos caminos quería venir porque para Méjico había un camino por una parte e otro por un atajo, para que tuviese aparejado lo que convenía a criado de tan alto rey y señor; y desque el licenciado vio tal respuesta, respondió que venía muy cansado de la mar, y que quería reposar algunos días, y dándole muchas gracias y mercedes por la gran voluntad que mostraba. Pues como algunos vecinos de aquella villa que eran enemigos de Cortés, y otros de los que trujo Cortés consigo de lo de Honduras, que no estaban bien con él, que fueron de los que hobo desterrado de Pánuco, y por cartas que al Luis Ponce escribieron de Méjico e otros contrarios de Cortés, le dijeron que Cortés quería hacer justicia del fator y veedor antes que fuese a Méjico el licenciado, y más le dijeron, que mirase bien por su persona, que si Cortés le escribió con tantos ofrescimientos y para saber por cuál de los dos caminos quería venir, que era para despachalle, y que no se fiase de sus palabras e ofertas; y le dijeron otras muchas cosas de males que decían había hecho Cortés ansí a Narváez como a Garay, y de los soldados que dejaba perdidos en Honduras, y sobre tres mill mejicanos que murieron en el camino, y un capitán que se decía Diego de Godoy, que dejó allá poblado con treinta soldados todos dolientes, que cree que serán muertos, e salió verdad y ansí como se lo dijeron lo de Godoy; y que le suplicaban que luego en posta que fuese a Méjico y que no curase de hacer otra cosa, e que tomase ejemplo en los del capitán Narváez y en los del adelantado Garay y en los de Cristóbal de Tapia, que no lo quiso obedecer y le hizo embarcar, o se volvió por donde vino; y le dijeron otros muchos daños y desatinos contra Cortés por ponelle mal con él, e aun le hicieron en creyente que no le obedecería. Y desque aquello vio el licenciado Luis Ponce, e traía en su compañía otros hidalgos, que fueron el alguacil mayor Proaño, natural de Córdoba, y a un su hermano, y a Salazar de la Pedrada, que venia por alcaide de la fortaleza, que murió luego de dolor de costado, e un licenciado o bachiller que se decía Marcos de Aguilar, y a un Bocanegra, de Córdoba, y ciertos frailes dominicos, y por provincial dellos un fray Tomás Ortiz, que decían que había estado ciertos años por prior en una tierra que no se me acuerda el nombre; y deste religioso que venia por prior decían todos los que venían en su compañía que era más desenvuelto para entender en negocios que no para el santo cargo que traía. Pues volviendo a nuestra relación, el Luis Ponce tomó consejo con estos caballeros si iría luego a Méjico o no, y todos le aconsejaron que no parase de día ni de noche, creyendo que era verdad lo que decían de los males de Cortés; por manera que cuando los mensajeros de Cortés llegaron con otras cartas en respuesta de las que escribió el licenciado, y mucho refresco que le traían, ya estaba el licenciado cerca de Iztapalapa, donde se le hizo un gran rescibimiento, con mucha alegría y gran contento que Cortés tenía con su venida, y le mandó hacer un banquete muy cumplido, y después de bien servido en la comida de muchos y buenos manjares, dijo Andrés de Tapia, que ansí se decía, que sirvió en aquella fiesta de maestresala, que por ser cosa de apetito y nueva para en aquel tiempo en estas tierras, porque era cosa nueva que si quería su merced que le sirviesen de natas y requesones, y todos los caballeros que allí comían con el licenciado se holgaron que los trujesen, e comieron dellos, y estaban muy buenos las natas e requesones, y comieron algunos tantos dellos, que se les revolvió la voluntad e reboso, e esto digo por verdad que cuando los como se me revuelve la voluntad, porque son fríos, y otros no tuvieron sentimiento de les haber hecho ningún daño en el estómago; y entonces dijo aquel religioso que venia por prior provincial, que se decía fray Tomás Ortiz, que las natas e requesones venían revueltas con rejalgar, y quél no las quiso comer por aquel temor, y otros que allí comieron dijeron que le vieron comer al fraile hasta hartarse dellas, y había dicho questaban muy buenas; y por haber servido de maestresala el Andrés de Tapia sospecharon lo que nunca por el pensamiento le pasó. Y volvamos a nuestra relación. Que en este rescibimiento de Iztapalapa no se halló Cortés, que en Méjico se quedó
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. Pues como Iztapalapa está dos leguas de Méjico, y tenía puestos hombres para que le avisasen a qué hora venían a Méjico para salille a rescebir, fue Cortés con toda la caballería que en Méjico había, en que iba el mesmo Cortés, y Gonzalo de Sandoval, y el tesorero Alonso de Estrada, y el contador, y todo el cabildo e los conquistadores, y Jorge de Alvarado y Gómez de Alvarado: porque Pedro de Alvarado en aquella sazón no estaba en Méjico, sino en Guatimala, que había ido en busca de Cortés; y salieron otros muchos caballeros que nuevamente habían venido de Castilla; y cuando se encontraron en la calzada se hicieron grandes acatos entre él e Cortés, y el licenciado en todo paresció
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muy bien mirado
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que se hizo muy de rogar sobre que Cortés le dio mano derecha y él no la quería tomar, y estuvieron en cortesías hasta que la tomó; y como entraron en la ciudad el licenciado iba admirado de la gran fortaleza que en ella había y de las muchas ciudades y poblazones que había visto en la laguna, y decía que tenía por cierto no haber habido capitán en el Universo que con tan pocos soldados haber ganado tantas tierras, ni haber tomado tan fuerte ciudad; e yendo hablando en esto se fueron derechos al monasterio del señor San Francisco, adonde luego les dijeron misa, y después de acabada de decir, Cortés dijo al licenciado Luis Ponce que presentase las reales provisiones y entendiese en hacer lo que Su Majestad le mandaba porque tenía que pedir justicia contra el fator y vedor; y respondió que se quedase para otro día; y desde allí le llevó Cortés, acompañado de toda la caballería que le había salido a rescibir, a aposentar a sus palacios, donde le tenían todo entapizado y una muy solene comida servida con tantas vajillas de oro y plata, y por tal concierto, quel mismo Luis Ponce dijo secretamente al alguacil mayor, Proaño, y a un Bocanegra, que ciertamente que parescía que Cortés en todos los cumplimientos y en sus palabras y obras que era de muchos años atrás gran señor. Y dejaré de hablar destas loas, y diré que otro día fueron a la iglesia mayor, y después de dicha misa mandó quel cabildo de aquella ciudad estuviesen presentes, y los oficiales de la Real Hacienda, y los capitanes y conquistadores de Méjico; y desque todos los vio juntos delante de los escribanos, y el uno era de los del cabildo y el otro que Luis Ponce consigo traía, presentó sus reales provisiones, y Cortés con mucho acato las besó y puso sobre su cabeza y dijo que las obedescía como mandamiento y cartas de su rey y señor, y las cumpliría los pechos por tierra, y ansí hicieron todos los caballeros y conquistadores y cabildo y oficiales de Su Majestad. Y después questo fue hecho tomó el licenciado las varas de la Justicia al alcalde mayor y alcaldes ordinarios y de la hermandad y alguaciles, y desque las tuvo en su poder se las volvió a dar a todos, y dijo a Cortés: «Señor capitán: Esta gobernación de vuestra merced me manda Su Majestad que tome para mí, no porque deja de ser merecedor de otros muchos y mayores cargos; mas hemos de hacer lo que nuestro rey y señor nos manda». Y Cortés con mucho acato le dio gracias por ello; dijo quél está presto para lo que en servicio de Su Majestad le fuere mandado, lo cual vería su merced muy presto y conoscería cuán lealmente ha servido a nuestro rey e señor por las informaciones y residencia que dél tomaría, y conoscería las malicias de algunas personas que ya le habían ido al oído con consejas y cartas llenas de malicia; y el licenciado respondió que a donde hay hombres buenos también hay otros que no son tales, que así es el mundo que a los que ha hecho buenas obras dirán bien dél y a los que malas al contrario; y en esto se pasó aquel día; y otro día, después de haber oído misa, que se le dijo en los mismos palacios donde osaba el licenciado, con mucho acato envió con un caballero a que llamasen a Cortés, estando delante el fray Tomás Ortiz, que venía por prior, sin haber otras personas delante, sino todos tres en secreto, con mucho acato le dijo el licenciado Luis Ponce de León: «Señor capitán: Sabrá vuestra merced que Su Majestad me mandó y encargó que a todos los conquistadores que pasaron desde la isla de Cuba que se hallaron en ganar estas tierras y ciudades, y a todos los más conquistadores que después vinieron, que les dé buenos indios en encomienda, y anteponga y favoresca algo más a los primeros; y esto digo porque soy informado que muchos de los conquistadores que con vuestra merced pasaron están con pobres repartimientos, y los ha dado a personas que agora nuevamente han venido de Castilla que no tienen méritos. Si ansí es, no le dio Su Majestad la gobernación para este efeto, sino para cumplir sus reales mandados». Y Cortés dijo que a todos había dado indios, y que la ventura de cada uno era que a unos cupieron buenos indios y a otros no tales, y que lo podrá enmendar, pues para ello es venido, y los conquistadores son merecedores dello. Y también le preguntó que qué eran de todos los conquistadores que había llevado a Honduras en su compañía, que cómo los dejaba por allá perdidos y muertos de hambre, en especial que le informaron que un Diego de Godoy, que dejó por caudillo de treinta o cuarenta hombres en Puerto de Caballos, que le habrán muerto indios, porque todos estaban muy malos; y ansí como se lo dijeron salió verdad, como adelante diré; y que fuera bueno que pues habían ganado aquella gran ciudad y la Nueva España, que quedaran a gozar el provecho y a descansar, y a los que habían nuevamente venido, que aquellos llevara a trabajar y poblar por allá; y preguntó por el capitán Luis Marín y por muchos soldados e por mí. Y respondió que para cosas de afrenta y guerras no se atreviera ir a tierras largas si no llevara soldados conoscidos, y que presto vernían aquella ciudad, porque ya deben de venir de camino, y que en todo su merced les ayudase y les diese buenas encomiendas de indios. Y también le dijo el licenciado Luis Ponce, algo con palabras alegres, que cómo había ido contra el Cristóbal de Olí tan lejos y largos caminos sin tener licencia de Su Majestad, y dejar a Méjico en condiciones de se perder. A esto respondió que como gobernador y capitán general de Su Majestad, que le paresció que convenía aquello a su real servicio por que otros capitanes no se alzasen, y que dello hizo relación primero a Su Majestad. Y demás desto le preguntó sobre la prisión y desbarate de Narváez, y de cómo se perdió la armada y soldados de Francisco de Garay, y de qué murió, y de cómo hizo embarcar a Cristóbal de Tapia; y le preguntó de otras muchas cosas que aquí no relato, y aun delante de fray Tomás Ortiz... Y Cortés a todo le respondió dándole razones muy buenas, que Luis Ponce en algo paresció quedaba contento. Y todo esto que le preguntaba traía por memoria desde Castilla, y de otras muchas cosas que ya le habían dicho en el camino y en Méjico le habían informado. Y como aquestas preguntas que he dicho estaba presente el fray Tomás Ortiz, desque las hobieron acabado de decir e se fue Cortés a su posada, el fraile secretamente apartó a tres conquistadores amigos de Cortés y dijo que Luis Ponce quería cortar la cabeza a Cortés, porque así lo traía mandado por Su Majestad, y aquel efeto le había preguntado lo por mí memorado, y aun el mesmo fraile otro día muy de mañana, muy secreto, se lo dijo a Cortés por estas palabras: «Señor capitán, por lo mucho que os quiero y de oficio y religión es avisar en tales casos, hágalo, señor, sabe que Luis Ponce trae provisiones de Su Majestad para os degollar». Y cuando Cortés esto oyó y habían pasado los razonamientos por mi dichos, estaba muy penoso y pensativo, y por otra parte le habían dicho que aquel fraile era de mala condición y bullicioso y que no le creyese muchas cosas de lo que le decía. Y según paresció dijo aquellas palabras a Cortés a efeto que le echase por intercesor y rogador que no le ejecutase el tal mandato, y por que le diese por ello algunas barras de oro; otras personas dijeron quel Luis Ponce lo dijo por metelle temor a Cortés y le echase rogadores que no le degollase. Y como aquello sintió Cortés, respondió al fraile con mucha cortesía y con grandes ofrescimientos que le daría con que se volviese a Castilla, y le dijo Cortés que tenía creído que Su Majestad, como cristianísimo rey, que le enviarla hacer mercedes por ser muchos y buenos servicios que siempre le ha hecho, y no se hallaría deservicio ninguno que haya hecho, y que con esta confianza estaba y que le tenía al señor Luis Ponce por persona que no saldría de lo que Su Majestad le mandaba. Y desque aquello oyó el fraile y no le rogó que fuese su intercesor para con el Luis Ponce, quedó confuso. Y diré lo que más pasó, porque Cortés jamás le dio ningunos dineros de lo que le había prometido.