Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Volvamos agora a decir algo atrás de nuestra relación, para que bien se entienda lo que agora diré. Ya he dicho en el capitulo que dello habla, que como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo que hablamos enviado nuestros procuradores a Su Majestad con todo el oro que habíamos habido, e el sol y la luna, y muchas diversidades de joyas, y oro en granos sacado de las minas, y otras muchas cosas de gran valor, y que no le acudimos con cosa ninguna, y ansimismo supo como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, que ansí se nombraba, e en aquella sazón era presidente de Indias y lo mandaba todo muy asolutarnente, porque Su Majestad estaba en Flandes, y había tratado muy mal el obispo a nuestros procuradores, y dicen que le envió el mismo obispo desde Castilla en aquella sazón muchos favores al Diego Velázquez y aviso e mandado para que nos enviase a prender y quél le daría desde Castilla todo favor para ello. El Diego Velázquez con aquel gran favor hizo una armada de diez y nueve navíos y con mill y cuatrocientos soldados, en que traían sobre veinte tiros y mucha pólvora, y todo género de aparejos de piedras y pelotas, y dos artilleros que el capitán de la artillería se decía Rodrigo Martín, y traía ochenta de caballo y noventa ballesteros, y setenta escopeteros, y el mismo Diego Velázquez, por su persona, y aunque era bien gordo y pesado, andaba en Cuba de villa en villa y pueblo en pueblo proveyendo la armada y atrayendo los vecinos que tenían indios y parientes y amigos que viniesen con Pánfilo de Narváez para que le llevasen presos a Cortés y a todos nosotros sus capitanes y soldados, o al de menos no quedásemos algunos con las vidas; y andaba tan encendido en enojo y tan diligente, que vino hasta Guaniguanico, ques pasada la Habana más de sesenta leguas, y andando desta manera antes que saliese su armada paresció ser alcanzáronlo a saber la Real Audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos questaban por gobernadores, el cual aviso y relación dello les envió desde Cuba el licenciado Zuazo, que había venido aquella isla a tomar residencia al mesmo Diego Velázquez. Pues como lo supieron la Real Audiencia y tenían memoria de nuestros muchos y buenos e leales servicios que hacíamos a Dios y a Su Majestad, y habíamos enviado nuestros procuradores con grandes presentes a nuestro rey y señor, y quel Diego Velázquez no tenía razón ni justicia para que con su mano armada venga a tomar venganza de nosotros, sino que por justicia lo demandase, y que si venía con la armada que era gran estorbo para nuestra conquista, acordaron de enviar al un licenciado que se decía Lucas Vázquez de Ayllón, que era oidor de la misma Real Audiencia, para que estorbase la armada al Diego Velázquez y no la dejase pasar, y que sobrello pusiese grandes penas. Y vino a Cuba el mesmo oidor e hizo sus diligencias y protestaciones como le era mandado por la Real Audiencia para que no saliese con su intención el Velázquez, y por más penas y requirimientos que le hizo e puso, no aprovechó cosa ninguna, porque como el Diego Velázquez era tan favorescido del obispo de Burgos y había gastado cuanto tenía en hacer aquella gente de guerra contra nosotros, no tuvo todos los requirimientos que le hicieron en una castañeta, en nada, antes se mostró más bravoso. Y desque aquello vio el oidor, vínose con el mismo Narváez para poner paces y dar buenos conciertos entre Cortés y el Narváez. Otros soldados dijeron que venía con intención de ayudamos, y si no lo pudiese hacer, tomar la tierra en sí por Su Majestad como oidor, y de esta manera vino hasta el puerto de San Juan de Ulúa. Y quedarse ha aquí, y pasaré adelante lo que sobrello hizo.
Viniendo el Pánfilo de Narváez con toda su flota, que eran diez y nueve navíos, por la ma,. paresce ser, junto a las sierras de San Martín, que ansí se llaman, tuvo un viento Norte, y en aquella costa es travesía, y de noche se le perdió un navío de poco porte, que dio al través; venía en él por capitán un hidalgo que se decía Cristóbal de Morante, natural de Medina del Campo, y se ahogaron cierta gente, y con toda la más flota vino a San Juan de Ulúa, y como se supo de aquella grande armada, que para haberse hecho en la isla de Cuba, grande se puede llamar, tuvieron noticia della los soldados que había enviado Cortés a buscar las minas, viénense a los navíos del Narváez los tres dellos, que se decían Cervantes el Chocarrero, y Escalona, y el otro que se decía Alonso Hernández Carretero, y cuando se vieron dentro en los navíos y con el Narváez, disque alzaban las manos a Dios que les libró del poder de Cortés y de salir de la gran ciudad de Méjico, donde cada día esperaban la muerte; y como comían con el Narváez y bebían vino, y hartos de beber demasiado, estábanse diciendo los unos a los otros delante del mismo general. «Mira sí es mejor estar aquí bebiendo buen vino que no cativo en poder de Cortés, que nos traía de noche y de día tan avasallados que no osábamos hablar, y aguardando de un día a otro la muerte al ojo». Y aun decía el Cervantes, como era truhán, so color de gracias: «¡Oh, Narváez, Narváez, qué bienaventurado, que eres e a qué tiempo has venido! Que tiene ese traidor de Cortés allegados más de setecientos mill pesos de oro, y todos los soldados están muy mal con él porque les ha tomado mucha parte de lo que les cabía del oro de parte, e no lo quieren rescibir lo que les da». Por manera que aquellos soldados que se nos huyeron, como eran ruines y soeces, decían al Narváez mucho más de lo que quería saber, y también le dieron por aviso que ocho leguas de allí estaba poblada una villa que se dice la Villa Rica Veracruz, y estaba en ella por capitán un Gonzalo de Sandoval con setenta soldados, todos viejos y dolientes, y que si enviase a ellos gente de guerra luego se le darían, y le dicen otras muchas cosas. Dejemos todas estas pláticas y digamos cómo luego lo alcanzó a saber el gran Montezuma cómo estaban allí surtos en el puerto con los navíos muchos capitanes y soldados, y envió sus principales secretamente, que no lo supo Cortés, y les mandó dar comida y oro y ropa, y que de los pueblos más cercanos les proveyesen de bastimento, y el Narváez envió a decir al Montezuma muchas malas palabras y descomedimientos contra Cortés y de todos nosotros: que éramos unas gentes malas, ladrones, que vinimos huyendo de Castilla sin licencia de nuestro rey y señor, e que como se tuvo noticia el rey nuestro señor questábamos en estas tierras, y de los males y robos que hacíamos, e teníamos preso al Montezuma, y para estorbar tantos daños, que le mandó al Narváez que luego viniese con todas aquellas naos y soldados y caballos para que le suelten de las prisiones, y que a Cortés y a todos nosotros, como malos, nos prendiesen o matasen y en las mismas naos nos enviase a Castilla. y que desque allá llegásemos nos mandaría matar; y le envió a decir otros muchos desatinos. Y eran los intérpretes para dárselo a entender a los indios los tres soldados que se nos fueron, que ya sabían la lengua, y demás destas pláticas le envió el Narváez ciertas cosas de Castilla. Y cuando Montezuma lo supo tuvo gran contento con aquellas nuevas, porque como le decían que tenía tantos navíos e caballos e tiros y escopeteros y ballesteros y eran mill y trecientos soldados y dende arriba, creyó que nos prendería; y demás desto, como sus principales vieron a nuestros tres soldados con el Narváez, y veían que decían mucho mal de Cortés, tuvo por cierto todo lo quel Narváez le envió a decir. Y toda la armada se la llevaron pintada en unos paños al natural. Entonces el Montezuma le envió mucho más oro y mantas, y mandó que todos los pueblos de la comarca le llevasen bien de comer; e ya hacía tres días que lo sabía el Montezuma, y Cortés no sabia cosa ninguna. E un día, yéndole a ver nuestro capitán y tenelle palacio, y después de las cortesías que entrellos se tenían, paresció al capitán Cortés questaba el Montezuma muy alegre y de buen semblante, y le dijo qué tal se sentía. Y el Montezuma respondió que mejor estaba. Y también como Montezuma lo vio ir a e visitar en un día dos veces, temió que Cortés sabia de los navíos, y por ganar por la mano y no le tuviese por sospechoso, le dijo: «Señor Malinche: agora en este punto me han llegado mensajeros de cómo en el puerto adonde desembarcastes han venido diez y ocho e más navíos, y mucha gente y caballos, e todo nos lo traen pintado en unas mantas, y me visitastes hoy dos veces, creí que me veníades a dar nuevas dellos, ansí que no habrás menester hacer navíos. Y porque no me lo decíades, por una parte tenía enojo de vos tenérmelo encubierto, y por otra me holgaba, porque vienen vuestros hermanos para que todos os vayáis a Castilla e no haya más palabras». Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vio la pintura del paño, se holgó en gran manera y dijo: «Gracias a Dios, que al mejor tiempo provee». Pues nosotros, los soldados, era tanto el gozo, que no podíamos estar quedos, y de alegría escaramucearon los de a caballo e tiramos tiros, y Cortés estuvo muy pensativo, porque bien entendió que aquella armada que la enviaba el gobernador Diego Velázquez contra él y contra todos nosotros, y como sabio que era, comunicó lo que sentía della con todos nosotros, capitanes y soldados, y con grandes dádivas de oro que nos da y ofrescimientos que nos haría ricos, a todos nos atraía para que estuviésemos con él. Y no sabía quién venía por capitán, y estábamos muy alegres con las nuevas e con el más oro de lo que nos había dado por vía de mercedes, como que lo daba de su hacienda y no de lo que nos cabía de parte. Y fue gran socorro e ayuda que Nuestro Señor Jesucristo nos enviaba. E quedarse ha aquí, y diré lo que pasó en el real de Narváez.
Como aquellos tres malos de nuestros soldados por mí memorados que se le pasaron al Narváez y le daban aviso de todas las cosas que Cortés y todos nosotros habíamos hecho desque entramos en la Nueva España, y le avisaron quel capitán Gonzalo de Sandoval estaba obra de ocho a nueve leguas de allí, en una villa questaba poblada, que se decía la Villa Rica de la Veracruz, e que tenía consigo setenta vecinos y todos los más viejos y dolientes, acordó de enviar a la villa a un clérigo que se decía Guevara, que tenía buena expresiva, e a otro hombre de mucha cuenta, que se decía Amaya, pariente del Diego Velázquez, de Cuba, e a un escribano que se decía Vergara, y tres testigos, los nombres dellos no me acuerdo, los cuales envió para que notificasen al Gonzalo de Sandoval que luego se diese al Narváez, y para ello dijeron que traían unos traslados de las provisiones. E dicen que ya el Gonzalo de Sandoval sabía de los navíos por nuevas de indios, y de la mucha gente que en ellos venía, y como era muy varón en sus cosas, siempre estaba muy apercebido él y sus soldados armados, y sospechando que aquella armada era de Diego Velázquez y que enviaría a aquella villa de sus gentes para se apoderar della, y por estar más desembarazados de los soldados viejos y dolientes, los envió luego a un pueblo de indios que se dice Papalote, y quedó con los sanos. Y el Sandoval siempre tenía buenas velas en los caminos de Cempoal, que es por donde habían de venir a la villa, y estaba convocando el Sandoval y atrayendo a sus soldados que si viniese Diego Velázquez o otra persona, que no se les diese la villa, y todos los soldados dicen que le respondieron conforme a su voluntad, y mandó hacer una horca en un cerro. Pues estando sus espías en los caminos, vienen de presto y le dan noticia e vienen cerca de la villa donde estaba seis españoles e indios de Cuba. Y el Sandoval aguardó en su casa, que no les salió a rescebir. Ya había mandado que ningún soldado saliese de su casa ni les hablase. Y como el clérigo y los demás que traían en su compañía no topaban a ningún vecino español con quien hablar, si no eran indios que hacían la obra de la fortaleza e no les entendían, y como entraron en la villa fuéronse a la iglesia a hacer oración, y luego se fueron a la casa de Sandoval que les paresció, que era la mayor de la villa. Y el clérigo, después de «Enhorabuena estéis», que ansí dizque dijo, el Sandoval le respondió: «Que en tal buena hora viniese», dicen quel clérigo Guevára, que ansí se llamaba, comenzó un razonamiento diciendo quel señor Diego Velázquez, gobernador de Cuba, había gastado muchos dineros en la armada, e que Cortés y todos los demás que había traído en su compañía le habían sido traidores, y que les venia a notificar que luego fuesen a dar la obidiencia al señor Pánfilo de Narváez, que venía por capitán general del Diego Velázquez. E como el Sandoval oyó aquellas palabras y descomedimiento que el padre Guevara dijo, sestaba carcomiendo de pesar de lo que oía, y le dijo: «Señor padre: muy mal habláis en decir esas palabras de traidores; aquí somos mejores servidores de Su Majestad que no Diego Velázquez, y porque sois clérigo no os castigo conforme a vuestra mala crianza. Anda con Dios a Méjico, que allá está Cortés, ques capitán general y justicia mayor desta Nueva España, y os responderá; aquí no tenéis más que hablar». Entonces el clérigo dijo muy bravoso a su escribano que con él venía, que se decía Vergara, que luego sacase las provisiones que traía en el seno y las notificase al Sandoval y a los vecinos que con él estaban. Y dijo el Sandoval al escribano que no leyese ningunos papeles, que no sabía si eran provisiones o otras escrituras, y de plática en plática ya el escribano comenzaba a sacar del seno las escrituras que traía; y el Sandoval le dijo: «Mira, Vergara: ya os he dicho que no leáis ningunos papeles aquí, sino id a Méjico, y os prometo que si tal leyésedes, que yo os haga dar cient azotes, porque ni sabemos si sois escribano del rey o no; mostrad título dello, y si le traís leeldo; ni tampoco sabemos sí son originales las provisiones o traslados o otros papeles». Y el clérigo, que era muy soberbio, dijo: «¿Qué hacéis con estos traidores? Sacad esas provisiones y notificádselas». Y esto dijo con mucho enojo. Y como el Sandoval oyó aquella palabra, le dijo que mentía como ruin clérigo; y luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a Méjico. Y no lo bobo bien dicho, cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los arrebataron muchos indios de los que trabajaban en la fortaleza, que los llevaron a cuestas, y en cuatro días dan con ellos cerca de Méjico, que de noche y de día con indios de remuda caminaban, e iban espantados desque vieron tantas ciudades y pueblos grandes. Y les traían de comer, y unos los tomaban y otros los dejaban, y andar por su camino. Dizque iban pensando si era encantamiento o sueño. Y el Sandoval envió con ellos por alguacil, hasta que los llevase a Méjico, a Pedro de Solís, el yerno que fue de Orduña, que agora llaman Solís tras de la puerta. Y ansí como los envió presos, escribió muy en posta a Cortés quién era el capitán de la armada y todo lo acaescido. Y como Cortés lo supo que venían presos y llegaban cerca de Méjico, envióles cabalgaduras para los tres más principales; y mandó que luego los soltasen de la prisión. y les escribió que le pesó de que Gonzalo de Sandoval tal desacato hubiese hecho, e que quisiera que les hiciera mucha honra. Y desque llegaron a Méjico les salió a rescebir y los metió en la ciudad muy honradamente. Y desque el clérigo y los demás sus compañeros vieron a Méjico ser tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que teníamos, e otras muchas ciudades en el agua de la laguna, e todos nuestros capitanes y soldados, y la gran franqueza de Cortés, estaban admirados; y a cabo de dos días que estuvieron con nosotros, Cortés les habló de tal manera, con prometimientos y halagos, y aun les untó las manos de tejuelos y joyas de oro, y los tornó a enviar a su Narváez con bastimento que les dio para el camino, que donde venían muy bravosos leones volvieron muy mansos, y se le ofrescieron por servidores; y ansí como llegaron a Cempoal a dar relación a su capitán, comenzaron a convocar todo el real de Narváez que se pasasen con nosotros. Y dejallo he aquí, y diré cómo Cortés escribió al Narváez, y lo que sobrello pasó.